Felipe Varela |
Antonino Taboada |
por María Mercedes Tenti
Luego de producida la separación de Buenos
Aires del resto de la Confederación Argentina a partir de la reunión del Congreso
General Constituyente de 1853, con la victoria de Bartolomé Mitre sobre Justo
José de Urquiza en la batalla de Pavón, a fines de 1861, se inició una nueva
era para la República. Mitre, que asumió
la presidencia al año siguiente bajo el lema ¨Nacionalidad, Constitución y Libertad¨, tendía a unir la nación con
la imposición del régimen liberal de gobierno. Dada la debilidad del
liberalismo en el interior, no quedaba otro recurso que provocar el cambio por
la participación directa o indirecta de las fuerzas militares. La acción a
desarrollar iba a ser considerada por los liberales como una misión ¨libertadora y civilizadora¨.
El levantamiento, más importante por su
magnitud, en contra de estas ideas, fue
sin dudas el del general riojano Ángel Vicente Peñaloza, el Chacho, que inició
dos alzamientos, en 1862 y 1863 respectivamente, contra la política mitrista.
Ellos terminaron con la derrota del
Chacho en Oltra y su degollamiento frente al silencio de las autoridades
nacionales. Pero la paz no estaba asegurada. Las levas para la guerra contra el
Paraguay provocaron alzamientos y deserciones de las tropas reclutadas en las
provincias que se negaban a luchar contra el pueblo paraguayo, al que
consideraban hermano. Primero fue en Cuyo, en Mendoza, San Juan y San Luis, y
luego nuevamente en La Rioja, esta vez bajo la conducción de Felipe Varela.
En Santiago del Estero dominaba la
política provinciana, desde la muerte de Juan Felipe Ibarra producida en 1851,
la familia Taboada. Manuel era la cabeza política y Antonino su brazo armado.
Habían extendido su influencia sobre Catamarca, La Rioja, Tucumán y Salta e
imperaron en Santiago casi un cuarto de siglo. Producida la rebelión en Cuyo y
La Rioja, el gobierno nacional contaba
con la adhesión de Tucumán (bajo la hegemonía de los Posse) y de Santiago del
Estero. Los Taboada tenían amplia adhesión popular y, como se dijo, una notoria
influencia en el norte. Contingentes tucumanos y santiagueños, al mando de Antonino
Taboada, marcharon en 1867 hacia Catamarca y La Rioja dispuestos a hacer frente
a Felipe Varela.
Varela había establecido su cuartel
general en Chilecito y contaba con unos cuatro mil hombres y muy pocas armas.
Taboada se ubicó en Pozo de Vargas, cerca de la capital riojana, a la espera
del caudillo federal. Lugar estratégico porque era el único que contaba con el
líquido vital en una zona desértica y desolada. El ejército de Taboada se
componía de unos dos mil hombres armado con rifles y municiones, provistos por
el gobierno nacional. El encuentro se produjo el 10 de abril de 1867, en medio
de una densa polvareda y concluyó con el triunfo de las tropas liberales.
Várela, sin poder rehacerse, continuó hasta Jáchal, y más tarde por Salta y
Jujuy pasó a Bolivia. Su compañera, Dolores Díaz -la Tigra- fue tomada
prisionera junto con otras mujeres y confinada en los fortines de La Viuda y El
Bracho.
La batalla de Pozo de Vargas fue una más
en las luchas por la organización nacional, sin embargo, curiosamente, pasó a
la posteridad por los sones de una zamba, la zamba de Vargas, recopilada y
musicalizada por Andrés Chazarreta, con
letra de Lombardi, cuyos sones todos hemos escuchado alguna vez. Se cuenta que
Chazarreta oyó ejecutar dicha zamba, con algunas variantes, a José María Gauna,
abanderado en Pozo de Vargas, músico y compositor de temas folclóricos.
Tanto las tropas varelistas como las
taboadistas eran alentadas en las reuniones en los fogones por bandas de
músicos populares que, al compás de guitarras, violines y bombos, animaban a
sus partidarios en la lucha. En ambas es indudable la presencia de la zamacueca,
aire musical traído por los músicos chilenos de las tropas varelistas y
ejecutado también por los músicos catamarqueños de la banda taboadista.
José Manuel Gorostiaga, poeta Santiagueño,
escribía en el periódico taboadista El
Norte, en 1870, sobre las costumbres de entonces:
¨Tal vez parezca extraño a aquellos que no conozcan nuestras costumbres
- pero es la verdad –, de la una a las dos es la hora que en nuestros bailes se
toca la Zamacueca. Es realmente agradable ver el contraste que origina este
precioso baile, aparte del eco melodioso y dulce de su bella música. En lugar
de esa aglomeración tumultuosa de parejas que pueblan un salón dejándole la
mayor parte de las veces intransitable, si no se mueven todas juntas, se abre
un claro bastante, cuando no van todas las parejas a tomar su asiento, para
dejar el espacio abierto, libre, a aquel que, satisfecho de su habilidad y su
gracia, quiere lucirlas, llamado la mayor parte de las veces por todos, porque
todos somos aficionados a la Zamacueca. Su música tiene tanto de original, es
tan americana, que nadie deja de conmoverse al escuchar sólo sus preludios.
Parece que la Providencia que nos ha unido para fortalecernos en creencias, en
principios, con las desgracias y las glorias, haciendo comunes nuestras
derrotas y nuestros triunfos a todos los hijos de este nuevo mundo, de esta
tierra clásica de la libertad, ha querido que se manifieste hasta en los hechos
más pequeños, no sólo que nuestras aspiraciones son iguales, sino que son
iguales también nuestros corazones. Una salva de aplausos saluda siempre el
anuncio de una zamacueca, y una manifestación de entusiasmo le sigue. Las
miradas todas se dirigen hacia aquellos que bailan y nadie vuelve la vista
hasta que su último eco espira. Es de lamentarse que el abuso de los malos
bailarines, adultere tan notablemente este precioso baile. Nosotros, a fuer de
consejeros, les pediríamos que aquellos que no lo conocen bien, no tuvieran la
mala idea de exhibir su individualidad en perjuicio de los asistentes. No hay
nada más desagradable que una Zamacueca mal bailada. A la una y media, pues, si
se nos permite la expresión, estábamos en plena Zamacueca¨. Quizás en la zamacueca chilena, introducida por
nuestros paisanos santiagueños en sus incursiones por la zona cuyana, podamos
encontrar el origen de nuestra zamba.
Tanto en Santiago del Estero como en La
Rioja, se han recopilado distintas versiones de la zamba de Vargas, llegándose
a contabilizar hasta 39, que exaltan a uno u otro ejército según su
procedencia. Algo similar sucedió en las provincias vecinas. Es que la
denominada ‘canción patriótica’
surgida a partir de la gesta revolucionaria de mayo, como una canción de
protesta, había ido transformándose en la denominada canción partidista, que
caracterizó al período de las luchas intestinas de mediados del siglo XIX,
tanto en el bando unitario como en el federal. Muchas de estas piezas del
denominado folclore histórico, transmitidas en forma oral, se perdieron a lo
largo de los años por falta de una recopilación sistemática de las mismas,
aunque algunas perviven en la memoria colectiva.
Las versiones riojanas de la zamacueca o
zamba de Vargas, favorecen
indudablemente a Felipe Varela.
Una de ellas dice:
Batallón
cazadores
Pozo de Vargas,
la despedida es
corta
la ausencia es
larga
Consignada por Francisco García Giménez
Y otra sostiene:
A la carga, a la
carga
dijo Varela
salgan los
laguneros
rompan
trincheras
romapan
trincheras, sí,
vamos al verde
porque las
esperanzas
nunca se pierden
Citada por Olga Fernández Latour
José María Rosa, historiador revisionista
que defiende las ideas federales, brinda la siguiente letra:
Los nacionales
vienen
Pozo de Vargas.
Tienen fusil y
tienen
las uñas largas.
Lanzas contra
fusiles
pobre Varela.
Que bien pelean
sus tropas
en la humareda.
Una de origen catamarqueño afirma:
Vidita de mi
pago
Pozo de Vargas
la guerra se ha
perdido
por falta de
agua.
Y otra dice:
A la carga dijo
Argüello,
militares
advertidos...
Cuando los quiso
buscar,
ya todos habían
huido.
En el norte, en Salta y Jujuy, se cantaba
con aires de cueca:
Preguntale a
Varela
que es lo que
baila
si baila la
chilena
del Pozo
e´Vargas
Citado por Gargaro.
Entre las versiones santiagueñas podemos
mencionar:
Batallón de
Varela
Pozo de Vargas.
Formó sus
escuadrones
Manuel Taboada.
Al primer tiro
que hizo
le dio en la
boca
juyéndose
Varela,
valientes tropas.
Bernardo Canal Feijoo consigna en el Cancionerillo de Santiago,
Aquí tiró su
línea
Manuel Taboada.
Si esta guerra
no gano,
no cargo espada.
A la carga, a la
carga,
dijo Taboada,
batallón
colorado
métale bala.
En la recopilación de Manuel Gómez Carrilo
se encuentra esta letra:
Batallón de
Varela
Pozo de Vargas,
formó su pelotón
Manuel Taboada.
Aquel bocón que
viene
ha de acabarnos.
Vamos a hacer un
tiro;
guapos muchachos.
Bailón Peralta Luna, en una versión
atamisqueña, dice:
A la carga, a la
carga
dijo Varela,
a la carga
artilleros, zambita,
rompan
trincheras.
Rompan
trincheras, cierto
dijo Elizondo
batallón
lagunero, zambita,
de dos en fondo¨.
Oscar Segundo Carrizo tomó del zapateador
y guitarrero Narciso Gómez, ¨Nachi Gómez¨, la siguiente versión:
Señores
artilleros
prendan la mecha
ya viene el
enemigo,
zambita, por la
derecha.
Antonino Taboada
así gritaba.
Si no gano esta
guerra.
zambita, no
cargo espada.
Y más cercanos en el tiempo, tenemos la
zamba Cuando viene Varela, escrita
por Félix Luna, con música de Ariel Ramirez:
Cercanías de La
Rioja
los llanos y las
montañas
y un sol bruto
que requiebra
la tierra
desconsolada.
Felipe Varela
viene
del linde con
Catamarca:
cinco mil
hombres con sed
cinco mil
hombres con rabia
cinco mil
ferocidades
y una bandera
bordada
con letras que
dicen vivas
a la Unión
Americana...
Y termina:
Triunfó ¨el
orden y la ley¨...
es decir...
triunfó Taboada
y aquel Felipe
Varela
anduvo de
retirada
con un ejército
mendigo
de La Rioja
hasta Humahuaca
y el cielo izaba
banderas
para que las
saludaran
esos pobres
derrotados
hijos, también,
de la Patria.
La interpretación de sones de zamba en la
batalla de Pozo de Vargas ha generado una serie de polémicas aún no resueltas
en el campo de la historiografía regional y nacional. Sin embargo, en esta
oportunidad se quiere reivindicar la
importancia del folclore en el rescate de la tradición popular, mediante
trabajos interdisciplinarios aportados por músicos, aqueólogos, antropólogos
sociales, literatos, folclorólogos, historiadores y otros.
A principios del siglo XX y al amparo del
fruto dejado por el romanticismo literario, surgieron en el país las primeras
inquietudes por rescatar del olvido el anónimo acontecer cultural del pueblo,
su folclore. En forma paralela, sin embargo, reinó a lo largo de todos estos
años el más abierto desprecio hacia las manifestaciones culturales populares. Es la época que
Atahualpa Yupanqui llamó luego, del gran
silencio.
Lo paradojal reside en que los intentos
defensores surgieron, precisamente, de los sectores medios intelectuales de la
sociedad argentina, como otra manifestación coincidente con el proceso real de
un paulatino asumirse del pueblo como hacedor de su destino objetivo. Asimismo
se dio una proyección folclórica, que se ubica dentro de este proceso general,
como verificación del crecimiento de estas capas medias intelectuales,
naturalmente aliadas de la tarea espontánea y consciente de las clases
populares.
Dentro de este ámbito ocupan un lugar
destacado los recopiladores de expresiones folclóricas, que hacen su aparición a fines del
siglo XIX y comienzos del XX. Sus intenciones apuntan a rescatar del
olvido el acervo nativo, cimentador de
nuestra nacionalidad. Verdaderos receptáculos vivientes del tesoro folclórico
eran en esa época los musiqueros, antiguos cultores del canto folclórico, que
contribuyeron, muchas veces, para que la labor de los recopiladores fuera fructífera.
En 1906, influenciado por la corriente épica-romántica
nacionalista de Joaquín V. González, Andrés Chazarreta habían comenzado a
desarrollar labores de recopilación, transcripción y composición de canciones
que cantaban cantores populares en Santiago del Estero. Ese año transcribió la
Zamba de Vargas para guitarra y la ejecutó ante un número reducido de amigos.
Más tarde encargó a su amigo Domingo Lombardi que escribiera la letra.
Su propósito declarado era revivir
antiguas tradiciones ya que ¨Millares de
argentinos mueren sin conocer la música tradicional creada por nuestros
antepasados¨, decía. El panorama que se le presentaba a Chazarrera era el
de rechazo de los círculos ¨cultos¨ de la burguesía santiagueña hacia todo lo relacionado
con lo nativo. Más tarde, con su presentación en Tucumán y en especial a partir
de su primera actuación en Buenos Aires en el teatro Politeama, llevó a nuevos
ámbitos la música popular santiagueña. Sus intentos iniciales se conjugaron con
la irrupción de la radio y de las primeras grabaciones discográficas.
De esta manera, la batalla de Pozo de
Vargas, una batalla entre tantas en la lucha por la organización nacional, pasó
a la historia por los sones de una zamba. El folclore, en este caso, contribuyó
a revivir los hechos históricos y aportó para la conservación de la memoria
colectiva.
Forman los riojanos
en Pozo 'e Vargas
los manda Varela,
firme en batalla.
Atacó Varela,
con gran pujanza:
tocando a degüello,
a sable y lanza.
Se oyen los alaridos,
en el estruendo de la carga
y ya pierden terreno
los santiagueños de Taboada.
"Bravos santiagueños
-dijo Taboada-
vencer o la muerte
vuelvan su cara.
Por la tierra querida
demos la vida
para triunfar".
Y ahí no más a la banda
la vieja zamba mandó a tocar.
En el entrevero
se alzó esta zamba,
llevando en sus notas
bríos al alba.
Y el triunfo consiguieron
los santiagueños y este cantar
para eterna memoria
Zamba de Vargas siempre será
Así pasó a la posteridad el hecho militar y la zamba misma, cuyos sones los reconocemos
hoy, transcurridos ciento cuarenta y cinco años del suceso que le dio origen.
Basado en
el trabajo de Luis Alen Lascano (1971):
"Pozo de Vargas: la victoria de una zamba", en Todo es Historia (Buenos Aires), t.8, n.48, 68-80.
excelente !
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