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domingo, 20 de noviembre de 2011

EL TIEMPO HISTÓRICO

Por María Mercedes Tenti

LA TEMPORALIDAD 
Para Marc Bloch, la historia es ¨la ciencia de los hombres en el tiempo¨. El tiempo que concierne a los historiadores es el de los hombres y mujeres en su organización social, entendiendo la persistencia de dicha organización y la propia historia como proceso que crea lo humano. El tiempo histórico es sin duda, el tiempo de lo social[1]
El tiempo es fundamental para comprender la naturaleza de lo histórico. No se concibe un análisis historiográfico sin su situación temporal.

¨La historiografía tiene que captar el tiempo y hacer de él una entidad empírica que permita su medida, el análisis de su significado, y, en definitiva, muestre que la historia misma es un encadenamiento temporal inteligible y explicable¨ [2].

El comportamiento histórico es el que determina el tiempo y no a la inversa como aparentemente parece.

¨Explicar el tiempo es explicar el comportamiento histórico¨ [3].

EL TIEMPO PARA LOS HISTORIADORES
Para Sergio Bagú existen tres dimensiones de la temporalidad a tener en cuenta para el estudio de los seres humanos integrados en sociedades:

1.    El tiempo ordenado en secuencias o transcurso. Por ejemplo hay procesos  sociales iniciados hace poco tiempo mientras que otros comenzaron varias décadas o siglos atrás.
2.    El tiempo como espacio. Algunos sucesos ocurren en un espacio reducido, otros en una mayor superficie o en lugares distantes entre sí.
3.    El tiempo según su intensidad, es decir según la rapidez de los cambios. Algunos sucesos tienen un ritmo lento mientras que otros se suceden rápidamente.

También se puede distinguir entre el tiempo físico y el tiempo subjetivo. El primero tiene que ver con la datación, con la cronología, la búsqueda de una periodización; éste es un tiempo lineal. El segundo es el tiempo vivido, el tiempo subjetivo o simbólico, el ¨tiempo cultural¨. Según el último, cada sociedad concibe el tiempo a su manera, según su ritmo de vida social. En esta concepción circular del tiempo, el tiempo se incorpora a las cosas, a la realidad social.
El criterio de causalidad tiene que ver también con la concepción del tiempo. Para el positivismo, la causalidad lineal era acorde con la visión de la historia episódica que respondía a una visión del mundo ajustadamente causal y determinista.  Actualmente se considera una causalidad ¨estructural¨, ya que se parte de una visión integral de la sociedad, como un todo estructurado.
Frente a  cualquier concepción, el tiempo histórico debe ser concebido por los historiadores en forma múltiple, teniendo en cuenta distintas dimensiones temporales. Para este caso sirve el ejemplo de las tres dimensiones temporales enunciadas por Fernand Braudel:

3   La corta duración, la de los acontecimientos.
3   La media duración, la de la coyuntura.
3   La larga duración, la de las estructuras.

También se debe tener en cuenta la desigualdad de los ritmos de desarrollo de los procesos históricos. El tiempo en algunos casos da la sensación de transcurrir lentamente, mientras que en otros la velocidad de los cambios nos indica la sucesión de los acontecimientos.
Frente a un mismo tiempo cronológico pueden suceder distintos tiempos internos, aunque el verdadero tiempo histórico es el que se mide en cambios frente a la duración; la medida es interna no externa. Sin embargo el tiempo histórico mide ambos tiempos simultáneamente: es cuantitativo y cualitativo. Toma en cuenta el transcurso y el devenir, los cambios lentos y las rápidas modificaciones[4].


[1] Cardoso, 1.982; Pág. 196.
[2] Aróstegui, 1.995; Pág. 217.
[3] Ibídem.
[4] Cardoso, 1.982; Pág. 195.

sábado, 19 de noviembre de 2011

¿CÓMO DAR CUENTA DE LO HISTÓRICO? La relación entre la teoría y la investigación empírica

María Mercedes  Tenti
La disputa entre científicos sociales que utilizan métodos cualitativos de análisis y los que prefieren métodos cuantitativos refleja una fijación en la metodología, que se entiende como el factor más importante de la investigación social. Este problema se advierte también en la investigación histórica cuando debe entenderse la historiografía como una interacción entre teoría e investigación empírica. El objetivo final de toda investigación es avanzar en el conocimiento teórico. Pero ese proceso sólo puede conseguirse a partir de una comprensión global de los fenómenos históricos.
Las insuficiencias teórico metodológicas en la historiografía han sido reconocidas por historiadores como el británico Rapahel Samuel o el italiano Carlo Cipolla, entre otros, que admiten que los historiadores no son dados en general a la introspección sobre sus trabajos. Sin embargo toda formación mínima de un historiador debe basarse en el análisis de la naturaleza de la historia, de lo histórico y en la reflexión sobre el método historiográfico. Ambos están íntimamente relacionados y no puede abordarse un aspecto ignorando el otro. En consecuencia, no se puede hacer una práctica de ciencia histórica sin una teoría sobre la propia ciencia.
El método se construye ligado a los objetivos del conocimiento. Si bien hay principios generales del método científico cada disciplina tiene particularidades metodológicas que la caracterizan. El método de la investigación histórica es parte del método de la investigación de la sociedad, por ello el método del historiador muchas veces coincide con el de otras disciplinas como la sociología, economía, antropología o política, ya que el historiador investiga fenómenos sociales. La particularidad del método historiográfico reside en que el historiador estudia los hechos sociales en relación con su comportamiento temporal.
Es preciso que haya una relación profunda entre la teoría y la investigación empírica. Eso no significa que el historiador deba elaborar sus propias teorías sin acudir a teorías elaboradas por otras ciencias sociales.  La teoría historiográfica debe ser cada vez más ajustada al trabajo del historiador, ya que le dotará de mejores instrumentos para interrogar a las fuentes. Ello conduce a replantearse de forma continua las posibilidades y condiciones de la interdisciplinariedad.
¿Cómo dar cuenta de lo histórico? Esta pregunta tiene que ser respondida desde la práctica de la investigación histórica, ya que no puede haber una teoría constitutiva de la historiografía sin práctica continua de la investigación empírica de la historia. La teoría historiográfica debe delimitar el objeto de la historiografía, la naturaleza de la explicación histórica y la composición y el sentido del discurso histórico.

miércoles, 26 de octubre de 2011

APORTE DE SANTIAGO DEL ESTERO A LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN DESDE EL DISCURSO HISTORIOGRÁFICO DE ALEN LASCANO

María Mercedes Tenti

Panel en Homenaje a Alen Lascano 
en el primer aniversario de su fallecimiento 
Hoy trataré de analizar un aspecto poco indagado de la obra de Luis Alen Lascano, que es el aporte de Santiago del Estero a la construcción de la nación, visto desde su discurso historiográfico.
Su discurso fue construido desde el mito fundacional ya que indaga en los orígenes hispánicos de la ‘madre de ciudades’, de la ‘noble y leal ciudad’,  que no necesita, a su juicio, revalidar sus títulos y distinciones. En consecuencia, no interesa tanto quién es el fundador, preocupación que le inquietaba al historiador en un primer momento. Frente a los nuevos documentos sobre el tema, sacados a la luz en la década del 90’, emite su veredicto: Santiago del Estero y El Barco constituyen una continuidad histórica, una misma ciudad. Eso no le resta méritos, por el contrario, acentúa el esfuerzo de la gesta hispánica por mantener a Santiago del Estero  en un punto nodal para el poblamiento, comunicación, comercio y expansión hacia los cuatro puntos cardinales. En el relato queda plasmada su preeminencia como primera ciudad fundada en territorio argentino, cuna de la evangelización, de la educación, de la industria, sede de la primera gobernación, del primer obispado, germen de la primera universidad.
A partir del proceso revolucionario le interesa a Alen colocar a Santiago en un lugar de privilegio dentro del concierto nacional, más allá de las luchas intestinas que, en la mayoría de los casos, la hicieron permanecer en los márgenes de la arena política, económica y social del país en construcción. Enfatiza la figura de Juan Francisco Borges como precursor de la autonomía, aún antes del proceso autonómico, para centrar su atención en la imagen rectora de Juan Felipe Ibarra, gestor de la autonomía provincial, detentor de los principios federales,  aliado de Rosas. Con ‘Juan Felipe Ibarra y el federalismo del norte’ Alen Lascano entra por la puerta grande del revisionismo histórico argentino.
Como contraposición a la etapa ibarrista señala la contra-cara del federalismo en la provincia, los Taboada, liberales, aliados de Mitre, aunque supieron virar de alianzas según las circunstancias; los contra-héroes se oponen al héroe provincial.  A pesar de su postura antiliberal en este caso,  destaca luego, hacia fines del siglo XIX y principios del XX, las políticas liberales de Absalón Rojas y Antenor Álvarez, hombres que, desde su perspectiva, bregaron por restablecer a la provincia su destino de grandeza cercenado, aunque resultara nuevamente frustrado por injerencias externas, ajenas al ámbito local.
Como radical de ideas y militancia destacó el proceso de gestión, desarrollo y llegada al poder del radicalismo en la provincia, sin evadir los conflictos internos y las pujas de poder. Para Alen Lascano fue Santiago Maradona quien pudo plasmar a nivel local las ideas yrigoyenistas, aunque, una vez más, las iniciativas de cambio fracasaron como consecuencia del golpe de estado de 1930.
La segunda mitad del siglo XX está narrada sólo en treinta páginas de su voluminosa Historia de Santiago del Estero. Quizás no pudo desprenderse de aquella concepción tan arraigada en los historiadores de su generación, de no incursionar en  lo que hoy denominaríamos historia actual o del presente. Posiblemente, le costaba tomar distancia de esa contemporaneidad que había transitado desde  la función pública, desde los medios de comunicación o desde la cátedra y de su participación directa como intelectual y ciudadano comprometido con su tiempo.
En la obra de Alen Lascano se advierte su preocupación por entender la conformación de la nación a partir de la afirmación de la provincia, de allí que privilegió su pertenencia local dentro del ámbito nacional. Contribuyó a la construcción de la santiagueñidad, que se construye de diferentes maneras, una de ellas,  destacando  aquellos santiagueños que trascendieron las fronteras de la patria chica y que proyectaron la provincia más allá de sus límites geográficos. Sin lugar a dudas, los comprovincianos ilustrados que se distinguieron en el ámbito de las letras, las artes, la política, la diplomacia, contribuyeron a dar brillo y lustre a ese ‘ser santiagueño’, enmarcado dentro de su concepción nacionalista como parte importante del ‘ser nacional’. Entre ellos se destacan figuras señeras que ocuparon un lugar distinguido: Di Lullo, además de su obra, por su filiación ideológica católica y nacional, de quien se sentía su discípulo; La Brasa como colectivo intelectual que hizo trascender las fronteras temporales y espaciales al pensamiento santiagueño; Andrés Chazarreta que llevó el nativismo a la escena nacional, revalorizando el folclore como síntesis de la tradición hispano-criolla-mestiza.
Quizás esas figuras ilustres lograron vencer, en parte, las barreras que impidieron la proyección que merecía Santiago del Estero en el ámbito nacional. En su narración aflora siempre la dicotomía no resuelta Buenos Aires-interior. A pesar de  los despojos que sufrió la provincia,  amenazada por los intereses ‘foráneos’ que hicieron decaer las antiguas producciones artesanales, extrajeron los bosques vírgenes nativos a través de las vías férreas -que sesgaron pueblos de antigua raigambre-, sobre la base de la explotación cruel en el obraje, para introducir no sólo productos manufacturas sino ideologías y costumbres extrañas; sin embargo, pese a todo, no lograron modificar la idiosincrasia santiagueña que se mantiene inalterable a través de los siglos. La primera ciudad fue fagocitada por la ciudad-puerto aluvional, por la política liberal centralista que ahogaba los federalismos provinciales y por los intereses extranjeros, sin embargo siempre Santiago emerge  gracias al esfuerzo permanente de sus hombres y mujeres, en pos de la búsqueda de un futuro mejor.
La identidad y la pertenencia local están dentro del componente nacionalista que atraviesa su obra. La identidad es básica en la reproducción cultural como productora de subjetividades. Alen Lascano fue protagonista y, a la vez, delineador del proceso productor de la identidad santiagueña. Su visión muestra la dualidad integración-diferencia, particularización-homogeneización entre la provincia y la nación, entre el interior y Buenos Aires, como un eje dicotómico de oposición.
Su relato identitario nace solidificado a partir de la etapa fundacional y es la emancipación el punto de inflexión en que el proceso centralizador de Buenos Aires acentúa, a su juicio,  la etapa de despojos para Santiago del Estero: la madre de ciudades que se desgranó en pos de brindarse a sus hijas, las otras ciudades fundadas a su costa y esfuerzo, la del pasado glorioso, despojada y no reconocida, la de su aporte silencioso a la construcción de la nación, a la que se había frustrado su destino de grandeza.
Alen Lascano, con la búsqueda de un espacio distintivo para Santiago del Estero dentro del concierto nacional, afianzó el proceso de construcción identitaria provincial a la par que, como historiador, reforzó  su propia legitimación nacional, alcanzando el máximo reconocimiento con su incorporación a la Academia Nacional de la Historia.
La obra de Alen a lo largo de su extensa producción historiográfica contribuyó a apuntalar el panteón de los héroes locales: el obispo Trejo y Sanabria y María de la Paz y Figueroa, por sus obras y sus raigambres criollas, Manuel Belgrano con su ascendencia santiagueña, Borges como precursor e Ibarra como realizador y consolidador de la autonomía provincial, los contra-héroes Taboada ejecutores del liberalismo en el norte, Rojas, Álvarez, Maradona, por sus realizaciones, a pesar que muchas terminaron frustradas. Del siglo XX destaca figuras como Homero Manzi y Ramón Carrillo en otros ámbitos, de la cultura y de la salud pública, que asentaron, aún más, la presencia nacional santiagueña.
La Historia de Santiago del Estero de Luis Alen Lascano contribuyó a consolidar el espacio provincial dentro de la historia de la nación argentina. Lo nacional está imbricado con lo provincial, la argentinidad con la santiagueñidad, se entrecruzan el foco identitario nacional con el local. Desde la conquista hasta nuestros días la historia local fue una historia de usurpaciones, pero, que no por ello, opacó la acción de sus hijos que lucharon por colocarla en un lugar que la distinguiera del resto del concierto nacional.
La visión totalizadora de la historia santiagueña de Alen Lascano, en la que se imbrican cuestiones políticas, sociales, económicas y culturales, logró, acabadamente, construir una historia global de la provincia, a través de un relato en el que se entrecruzan los acontecimientos nacionales como catalizadores o repulsores, como condicionantes o condicionados, pero que, sin embargo, no impidieron que la historia santiagueña cobrara, desde su perspectiva, vida propia. 
12 de octubre de 2011
Centro Cultural del Bicentenario

sábado, 22 de octubre de 2011

DEMONIO, RIQUEZA Y PODER. MITOS DE SANTIAGO DEL ESTERO Y TUCUMÁN de Griselda Barale y Rauúl Nader


Por María Mercedes Tenti


El trabajo de investigación Demonio, riqueza y poder, sobre  mitos del noroeste, en particular el de la ¨Estancia diabólica¨ en Santiago del Estero y el ¨Familiar¨ en Tucumán, en sus distintas versiones e interpretaciones, permite a Griselda Barale y Raúl Nader indagar sobre distintos aspectos de la cultura popular de la región, relacionados con hechos religiosos (que tienen que ver con la religiosidad popular), con acontecimientos históricos, con el ambiente físico, y en definitiva con la forma como se ven los individuos proyectados en el presente, tratando de construir, muchas veces como pueden, su futuro.
El esfuerzo es grande sin duda, ya que se trata de ahondar en un entramado social, producto de una sociedad, es decir en su cultura. Cultura en la que el símbolo ocupa un lugar importante y en la que lo simbólico no es un hecho individual sino, como afirman los autores, un hecho social y, en consecuencia, público y observable. Indagar el mito y lo simbólico, significa enfrentarse con algo que está oculto, subyacente, más allá de las exteriorizaciones o de las narraciones observables en forma directa. De allí la investigación, encarada desde distintas perspectivas analíticas.
Aquí el mito adquiere mayor importancia por cuanto es la forma a través de la cual los individuos pueden expresar por medio del lenguaje, un ¨mayor contenido simbólico¨. Como el mito es algo vivo y está presente en la vida de los hombres y de las mujeres desde sus orígenes, no sólo participa de la historia, sino que tiene su propia historia. El estudio de los mitos es encarado no solamente desde la categoría del propio universo mítico, sino también desde su proyección  en los individuos actuales.
El mito cuenta una historia sagrada y ejemplar, pero también plantea situaciones de crisis, de tensiones sociales, de injusticia. La verdad no estaría en lo que narra el mito, sino en la situación de injusticia. El mito adquiere así un carácter de denuncia. La verdad no está en lo que expresamente narra el mito, sino en lo que subyace en él. El mito le da a los individuos una visión propia de su entorno, de sus vidas, del mundo que los rodea. Los mitos anteceden las acciones de los seres humanos; desde su lenguaje simbólico les indican cómo establecerse en el mundo; constituyen modelos ejemplares de comportamiento para la vida humana.
Para Joseph Campbell, el mito cumple cuatro funciones importantes dentro de una cultura: 1º) Función mística: a través del mito el hombre puede acercarse a lo sagrado, al mundo de los dioses; 2º) Dimensión cosmológica: relacionada con la ciencia, el mito le proporciona al individuo un conocimiento especial sobre el mundo y sobre sí mismo; 3º) Función sociológica: el mito otorga un orden, un cosmos, y estipula particulares formas de vida y de relación entre los hombres; 4º) Función pedagógica: el mito puede enseñar cómo vivir una vida con un sentido y un fin último.
Los relatos de la  ¨estancia diabólica¨ con el toro diablo, la planta de plata o el toro Supay permiten vislumbrar un contexto geográfico y cultural, delimitado por los autores luego de sus investigaciones en archivos y de entrevistas a distintos estudiosos del tema y a antiguos pobladores de zonas próximas al escenario en donde se desarrollaron supuestamente los hechos transmitidos en forma oral y aún vigentes en el imaginario colectivo.
Paralelamente se van desgranando las formas de producción y de vida según las distintas actividades productivas, que tienden a explicar el relato mítico como un paradigma hermenéutico de lo que ocurrió en Santiago del Estero a lo largo de su historia: ¨la prosperidad inicial termina en la pobreza y el éxodo¨.  Esto se pone de manifiesto no sólo en los relatos míticos sino también en la interpretación de los historiadores. Hay muchas coincidencias: el paternalismo, la relación de dependencia de los obreros al patrón, la organización socio – económica, la personalidad del patrón de la estancia, con la que los autores de la obra trazan un paralelismo con la de Felipe Ibarra, etc.
En el noroeste está arraigada la creencia de que quien alcanza riquezas, fama, fortuna y poder es gracias a un pacto con el demonio. El origen probablemente podamos encontrarlo en la conquista española por los aportes de la religión católica. Para concretar el pacto, hay que superar unas pruebas de iniciación que son muerte y resurrección; muerte del viejo orden simbólico y resurrección a un nuevo orden simbólico con quien se realiza el pacto.
Con el Familiar sucede algo similar. El dueño del ingenio Santa Ana también consiguió su riqueza gracias a un pacto con el diablo; también un representante del demonio, perro o víbora, se alimenta de seres humanos. El mito tiende a comprender situaciones de riqueza desmesurada como en los ingenios del noroeste (aunque podrían ser también nuestros obrajes), y situaciones extremas de explotación y pobreza de los trabajadores. La desaparición de peones, la mayoría de las veces santiagueños, en las fauces del perro negro, diablo o mula negra, denuncia en el fondo la injusticia social. Fantasía y verdad se entremezclan.
Junto a la narración fantástica está el relato que deja traslucir la verdad de la explotación inhumana de los trabajadores, y así, en el fondo, pasa a ser una denuncia. El mito tiene, de este modo, un sentido social, pues muestra a la sociedad tradicional, campesina, amenazada por un sistema de dominación capitalista, llevado a cabo por extranjeros o personas ajenas a la región. El hombre del lugar deja de lado sus hábitos campesinos para convertirse en nómade, en peón golondrina.
Los autores sintetizan el sistema de oposiciones que permanece constante:
-          Pacto con el demonio, riqueza y pecado – Sacrificio, pureza, salvación, fin del pecado.
-          Abundancia – Pobreza.
-          Bienestar – Miedo y sufrimiento.
-          Paternalismo – Explotación.
Aquí encontramos el punto de confluencia de los dos mitos. Ambos describen un lugar paradisíaco, con riquezas naturales y cierto equilibrio social y ambos terminan con la miseria, la destrucción del paisaje y un gran desequilibrio social. El mito del forastero (inglés, porteño, etc.), portador del progreso,  está presente en los dos, al igual que el mito del pacto con el diablo.
Para los autores  el territorio de la estancia es el territorio de Santiago del Estero. La interpretación mítica a veces coincide  con la interpretación de los historiadores locales, de la historia provinciana. Trazan una correlación entre Nicu Argañaraz, el dueño de la estancia y Felipe Ibarra, el ¨dueño¨ de la provincia durante treinta años, el patrón de la gran estancia llamada Santiago del Estero.
Claude Lévi – Strauss, en Mito y significado se pregunta, cuando hay dos relatos de un mismo hecho, dónde concluye la mitología y comienza la historia. En ambos casos el relato comienza con un lugar paradisíaco, con abundantes riquezas naturales y una vida plácida y equilibrada y termina con la tristeza, el abandono, la miseria y el desequilibrio social.
El mito del paraíso perdido y la añoranza de un tiempo mejor, cobra vigencia. La vida de los seres humanos es como un juego permanente de pérdida y recuperación de lo sagrado. Lo humano está atravesado por lo trascendente y por fuerzas que no se pueden manejar. El paraíso que se puede construir desde un pacto con el diablo es un paraíso infernal cuya culminación será la muerte. El pecado de querer ser tan poderoso como Dios, de tener riqueza y poder, puede alcanzarse a través del pacto, pero su precio es la muerte.
Los relatos histórico y mítico se enfrentan en una estructura con marcadas oposiciones:
-          Comienzos ricos – finales pobres.
-          Equilibrio social – desequilibrio social.
-          Extranjeros – Lugareños.
-          Exterior – Interior.
-          Pactos provechosos – Sacrificios dolorosos.
-          Fertilidad – Aridez.
-          Comunidades organizadas – Éxodo.
-          Obediencia/protección – Desobediencia/Destrucción.
Los mitos obligan a hombres y mujeres ¨a enfrentarse con sus miedos, frustraciones, esperanzas y deseos más profundos¨, afirman los autores; ¨Los mitos poseen la capacidad de expresar las reglas de juego de una sociedad¨, agregan. El discurso mítico permite conocer cómo una sociedad se piensa a sí misma. Un mito más que ofrecer respuestas plantea preguntas. A través de él el hombre se piensa a sí mismo y puede encontrar salida a situaciones de injusticia por las que atraviesa.
Pensar la dimensión simbólica significa ¨ que no todo es fatalmente para siempre, que a la muerte le sigue la vida, que a la opresión le sigue la libertad, que a la ignorancia le sigue el conocimiento. Que al dolor y el sufrimiento pueden seguirle la paz y la felicidad¨. Ese es el mensaje esperanzado del mito.
Los rituales son una veta de gran riqueza para interpretar los hechos, tanto los reales como los existentes en el imaginario colectivo. Estas vetas atraviesan la vida política, social y doméstica y permean a las clases sociales y a los poderes públicos. Pueden desarrollarse en el campo o en la ciudad, y detrás de los comportamientos observables en la reproducción del ritual, hay en el interior prácticas colectivas que subyacen ocultas pero que se vislumbran.
El símbolo también ocupa un lugar importante en el estudio de una cultura. Lo simbólico no es un hecho privado, propio de las mentes de los sujetos, es por el contrario, un hecho social, y al serlo es observable. Lo simbólico si bien es parte de  los hechos históricos y sociales,  trasciende, se convierte en un segmento de hechos ahistóricos y pasa a ser parte del fundamento de una cultura. Lo simbólico surge como algo muy importante a tener en cuenta. Y el mito, a criterio de los autores, es una de las expresiones donde el lenguaje humano encuentra mayor contenido simbólico. Considerar al mito como algo vivo dentro del ámbito de una sociedad, implica el abordaje a un centro simbólico de gran contenido.
En el campo de la cultura popular, si bien parecen contrapuestos los planteos de la historia social (por naturaleza diacrónica) con los de la antropología (de carácter sincrónico), ambas se enriquecen entre sí, mientras la filosofía actúa como la intermediaria entre una y otra. Tomando conceptos de Edward Palmer Thompson, en el romance entre la antropología social y la historia social, la filosofía actúa como la Celestina. Aquí hay una concepción pluralista e interdisciplinaria de la ciencia.
La comprensión y recuperación de mitos y rituales de la cultura popular, ayudan a comprender las características sociales y culturales del pueblo que los crea. Permiten, no tanto la construcción de modelos explicativos, sino más bien la percepción de problemas antiguos con miradas renovadoras, la localización de nuevos problemas, el énfasis sobre normas o sistemas de valores y rituales, expresiones simbólicas de la autoridad, el control y la hegemonía, etc.
A veces las costumbres y los rituales, juntos con las manifestaciones de los mitos, son observados por los antropólogos desde arriba, desde su posición de clase,  arrancados de su contexto social y cultural y en algunos casos, comparados con otros pertenecientes a culturas y épocas distintas.
Lo que buscan Griselda Barale y Raúl Nader en esta obra es reexaminar antiguos mitos recogidos por la tradición oral y por otros autores, recrear versiones recientes de antiguos pobladores y hacerles nuevas preguntas tratando de recuperar las creencias que los inspiraron; recuperar pasados estados de conciencia, reconstruir la trama de las relaciones sociales entremezcladas en los mitos y buscar nuevas interpretaciones.
Los procesos de larga duración sólo pueden ser entendidos dentro del contexto de una sociedad cuya trama se origina en la suma de vidas domésticas. Algunos mecanismos propios de una sociedad pueden entenderse mejor a través del estudio de sus ritos y creencias. De esta manera se pueden recuperar distintos aspectos de la cultura popular. El diálogo entre disciplinas conexas se convierte así en una necesidad acuciante.

sábado, 1 de octubre de 2011

ORÍGENES DEL ASOCIACIONISMO ITALIANO EN SANTIAGO DEL ESTERO


MARÍA MERCEDES TENTI

Entre 1876 y 1914 poco más de dos millones de italianos desembarcaron en Argentina, aunque buena parte de ellos retornó al cabo de un tiempo a su país de origen. Santiago del Estero no recibió demasiado caudal inmigratorio, a pesar de que se instaló a fines del siglo XIX una oficina con el propósito de alentar la radicación de extranjeros, agricultores especialmente. En el censo de 1914 había en la provincia 2.807 extranjeros, de los cuales 1.093 eran italianos. Si bien la inmigración fue escasa, en el período de la gran inmigración la mayoría de extranjeros que ingresaron a la provincia fueron italianos. El retraso en el ingreso de la inmigración en Santiago se debió a la demora en la   construcción de vías férreas y a la poca inserción de la economía provincial en el mercado mundial capitalista.
Sobre los italianos radicados en Santiago escribieron Amalia Gramajo de Martínez Moreno y Antonio Castiglione, en esta última etapa. Como señala la primera, la entrada se produjo en cuatro áreas siguiendo el tendido de las vías férreas en la provincia. La primera a partir de 1873 con la construcción del ferrocarril Córdoba-Tucumán, procedente de Rosario: se ubicaron en Frías, Laprida, Zanjón, Contreras. La segunda área del sur al centro, con el trazado del ferrocarril Central Argentino y se ubicaron en Selva, Pinto, Icaño, Fernández, Beltrán, La Banda. La tercera área del Este-Centro, desde Santa Fe por la margen izquierda del río Salado (FC Gral. Belgrano), por el Chaco santiagueño: Tintina, Campo Gallo, Quimilí, Colonia Dora, Añatuya, Suncho Corral, Matará. La cuarta área del centro-sur, penetró por el FCCA por el sur desde Córdoba y se ubicaron en Ojo de Agua, Sumampa. También estuvieron quienes se establecieron en la capital de la provincia y en Termas de Río Hondo, provenientes de Tucumán.
En general, los italianos que quedaron en la Argentina generaron una gran cantidad y variedad de instituciones étnicas con objetivos que iban desde de la ayuda mutua a la enseñanza de la lengua italiana, pasando por la beneficencia, actividades deportivas y culturales. Las instituciones de inmigrantes desempeñaron un rol importante, si bien diverso, en el desarrollo de las comunidades italianas. En el proceso de adaptación al nuevo ambiente muchos adhirieron a una variedad de organizaciones.
Las instituciones en general eran abiertas, representativas y ligadas entre sí y contribuyeron a fortalecer el desarrollo de las comunidades. Las sociedades de ayuda mutua eran las más importantes. Los italianos se incorporaban a ellas en gran número y funcionaban como agencias de seguros, centros de actividades sociales y salvaguardas de algunas formas de la cultura de su patria de origen.
Surgieron dos tipos de asociaciones, las de base étnica y las de oficios o políticas.  Las primeras asociaciones de carácter étnico en Santiago del Estero fueron la Sociedad Italiana Unione e Fratellanza, fundada el 26 de agosto de 1896 en la ciudad capital, aunque en la década del 80 se había formado una sociedad de las mismas características en la Estación Únzaga (Frías). Los fundadores de la Sociedad Italiana fueron entre otros, Eugenio Billoni, Antonio Barbieri, Guiseppe Bonacina, Giovanni Castiglione, Augusto De Mitri, Antonio Di Lucca, Giovanni Di Lullo, Cristanciano Falcione, Giusepe Filippa, Giovanni Maiuli, Miguel Maiuli, Pasquale Mayuli, Giovanni Pardi, Alfredo Ricci, Emilio Salvi, Cesare Simonetti, Rodolfo Tarchini, Ángelo y Vittorio Terrera, Cesare Viena y Andrea Vergottini.
No existen datos de los socios fundadores de la Sociedad de Socorros Mutuos entre Italianos de Frías, aunque Castiglione afirma que su primer presidente fue una mujer, Tudina Menghetti y que la integraban, entre otros, Francisco Monti y Luis Lasagna. En 1922 se fundó la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos Cristóforo Colombo de La Banda, de corta duración. Su primera comisión directiva estaba integrada por Ángel Arpa, Santiago Catálfano, Arturo Venturini, Juan della Schiava, Ángel Sampieri y otros. En 1925 en Añatuya, un grupo de italianos fundó la Sociedad Italiana Príncipe Humberto de Savoia, entre sus fundadores se encontraban Pedro Varaldo, Ángel Bratti, Miguel Cavallo, Juan Cerutti, Vicenzo Oddo, Enrique Pincini, Rafael Ricci.
Poco entusiasmadas en la política o en las reivindicaciones de clase, estaban provistas de una fuerte solidaridad interclasista entre sus miembros. Sus socios eran italianos nacidos en cualquier lugar de la península itálica y entre sus objetivos, además de brindar ayuda mutua, estaba confraternizar entre los connacionales. El perfil social y ocupacional de sus miembros era también variado.
El carácter de las asociaciones era policlasista ya que nucleaba desde empresarios o profesionales a simples trabajadores no calificados. Esa coexistencia de sectores medios y bajos, de trabajadores manuales y no manuales está de acuerdo con la supremacía de la solidaridad étnica sobre la solidaridad de clases. Sin embargo, la mayoría de la elite dirigente de las asociaciones estaba compuesta por clases medias que ocupaban los principales cargos y trabajadores manuales en los cargos inferiores. Las causas por las cuales los trabajadores manuales, mayoritarios, elegían para dirigir a las instituciones preponderantemente a los trabajadores no manuales podrían estar vinculadas con motivos de prestigio y jerarquía social o con mayor disponibilidad de tiempo.
El fervor asociativo, que comenzó a expandirse desde la segunda mitad del XIX, engendró asociaciones con características nuevas que las distinguieron de las formas tradicionales de sociabilidad: fundamentalmente el carácter horizontal de las relaciones que se establecieron al interior de las mismas. Pero el hecho que las prácticas democráticas (asambleas y elecciones) cumplieran un papel central en su funcionamiento, no significa que en su interior no se formaran jerarquías y grupos de poder.
Un factor de peso en el origen de las asociaciones italianas -como en el caso de otras de características similares- fue el deseo de conservar rasgos de identidad acuñada en su país de origen: costumbres, tradiciones y una cultura propia. Los italianos en Argentina y en Santiago del Estero fueron adquiriendo cohesión como colectividad y conciencia como grupo étnico. Los aspectos políticos y religiosos eran excluidos de las actividades y deliberaciones, salvo las demostraciones de sentimientos patrióticos. En general eran sociedades pequeñas, si las comparamos con las del resto del país, que interactuaban a veces con las grandes sociedades nacionales.
Las sociedades de oficios dieron origen al movimiento socialista en Santiago del Estero, transformándose en instituciones de resistencia aunque sin abandonar la ayuda mutua. En 1898 se constituyó el Círculo Socialista de Obreros, conformado especialmente por italianos. El propulsor fue un italiano natural de Ancona, Pedro Piegiovanni que luego se trasladó a Buenos Aires. Ya en el siglo XX se fundaron Centros Socialistas en La Banda, Frías y Añatuya. En el Círculo de Santiago participaban italianos como Eugenio Pasarini, Fortunato Molinari, Gaspar César, Rómulo Rava y Tadeo Ugo. En La Banda Enio Cenci, Antonio Polarolo y Pedro Cacciolatti. En Frías, Domingo Minguetti, Domingo Collini, Humberto Niccólli y Carlos Negri.  La Federación Socialista se ocupaba también de la naturalización de los extranjeros y, además de sus actividades políticas, de acciones de beneficencia como peluquería obrera, centro de ayuda mutua, cooperativa de trabajadores, etc.
El doble carácter de mutualismo y de defensa de intereses profesionales y políticos muestra la ambigüedad de los objetivos de la organización por tratarse, la mayoría de sus integrantes, de extranjeros. Con el paso del tiempo derivaron en transformarse en asociaciones gremiales y políticas. Podemos clasificarlas, siguiendo a Fernando Devoto,  como sociedades de ayuda de raíz política. En general el socialismo estaba enmarcado en una línea de moderación y reforma y trató de impulsar el movimiento cooperativista, aunque sin mayores resultados en la provincia. Podemos decir que, en Santiago del Estero, por estar compuesta de pequeños centros urbanos, la forma organizativa del socialismo era una combinación de asociaciones de socorros mutuos con actividades de propaganda política. En las celebraciones del 1º de mayo, no faltaba algún discurso en italiano, matizado con actividades sociales y baile con orquesta.
La Sociedad Italiana, además de su programa del mutualismo, realizaba festivales y bailes en las fechas patrias italianas y argentinas. En el Zanjón se ubicó una importante colonia italiana dedicada especialmente a la agricultura: Alfonso Bilotti, Tomaso Bóbboli, Franceso Brescia, Eduardo Bucci, Donato Buenvecino, Franceso Cianferoni, Antonio Congiu, Alessandro Del Vitto, Giovanni Di Lullo, Giuseppe Maranzano, Bernardino Pettinichi, Enrico Quatrini, Césare y Leonidas Simonetti, Vittorio Yanucci, Yocca, entre otros. Cada 20 de setiembre celebraban el aniversario del arribo a Roma de las tropas de Víctor Manuel a las órdenes de Garibaldi. Lo mismo sucedía en Suncho Corral, en donde se destacaban Giovanni Barbieri, Aníbal Beltrame, Butazzoni,  Giuseppe Galizzi, Pernigotti, Michelle Pirro y Pietro Rimini que festejaban la fecha patria italiana con juegos populares como el palo enjabonado, la sortija y las tinajas. Los festejos terminaban a la noche con un gran baile social.
En Colonia Dora, según narra la crónica de El Liberal, el amanecer del XX de setiembre de 1903 fue saludado con bombas. El tren de las 6 trajo la orquesta contratada para los festejos y llegó también el vecindario de Herrera y Lugones. A las 9 llegó el convoy de zorras y carros conduciendo a la gente de Icaño que también fue saludada con vivas y aplausos. El acto se inauguró en una carpa instalada en el campo por la comisión organizadora con ayuda del inspector del ferrocarril Mr. Hemes. Don Antonio Giura, secretario de la comisión fue el orador. Luego habló el joven Carlos Lastra, estudiante de derecho hijo del fundador de la colonia, con sentidas frases de confraternidad italo-argentina. Una compacta columna recorrió las calles hasta la estación donde Ángela de Giura subió a un banco y pronunció una alocución patriótica en castellano con dejos de italiano, que hizo arrancar lágrimas a muchos de los presentes. De regreso se sirvió un lunch en la carpa. Para el almuerzo se trasladaron a la casa del comerciante Amado Neme pues el viento fuerte quería hacer volar la carpa. José Lastra, el administrador de la colonia y Antonio Giura habían sido el ‘alma de los festejos’. También Esteban Benetto y el inspector del tráfico del ferrocarril, Mr. Hemes, que viajó de Ceres para las fiestas. La población entera había sido embanderada. Todas las nacionalidades confraternizaban para los festejos italianos que, así, se transformaban en festejos de la comunidad toda.
La primera escuela de enseñanza del idioma italiano, bajo el patrocinio de la Sociedad Italiana, se inauguró el 5 de junio de 1932 bajo la dirección del profesor Mario Grandi. Si bien tuvo un período de vida efímera, resurgió en 1962 por acción del mismo profesor y de Amelio Buiatti y Ofelia Alcaraz.
Una de las producciones simbólicas más importantes de la Sociedad Italiana fue, sin dudas, su sede social, su edificio. Los socios persiguieron el sueño de habitar un edificio propio. Luego de su apertura los proyectos comenzaron a verse con más claridad.  La casa como punto de encuentro de los compatriotas en Santiago del Estero, era a la vez que el sitio donde se rendía a la patria lejana fervoroso culto, el local donde reunidos se cimentaban los lazos de la unión que debía ligar a los hijos de Italia, esfuerzo común de la colectividad italiana. Allí se instalaron canchas de bochas –deporte común en Italia- salas de juego y baile y un cine a cargo de la Compañía Cinematográfica del Norte, de Guillermo Renzi. Por iniciativa de la comisión directiva se construyó un panteón social en el cementerio de la capital.
Como primeras conclusiones podemos decir que la sociedad mutual, en Santiago del Estero como en otras partes del país, representaba la creación de la comunidad originaria, para protegerse frente a la muerte y a las adversidades de la vida, pero también para socializarse y divertirse. Las asociaciones surgieron no sólo por la necesidad de los inmigrantes de asociarse, sino también por la de los grupos dirigentes, que buscaban el prestigio social que daba el título de presidente o los cargos principales de estas entidades, compuestas en un principio exclusivamente por hombres, aunque destacamos la excepción de Frías cuya asociación fue presidida por una mujer. El ocio, la conversación, los juegos de cartas o de bochas, el fumar, comer, conversar, leer el periódico o utilizar el servicio de peluquería constituían ámbitos de sociabilidad. 
Los intentos de conformar cooperativas, si bien no terminaron exitosamente en la provincia, sirvieron para remozar la idea  de la necesidad del mutualismo. Los grupos dirigentes, con el correr de los años se fueron complejizando. Conformados, especialmente en los cargos altos, por profesionales, comerciantes y sectores de la burguesía en asenso; estos cargos a su vez, les permitió, con el tiempo, ocupar posiciones políticas.  La herencia republicana traída de Italia la aplicaban al suelo que los cobijaba. Los grupos dirigentes fueron adquiriendo cierto grado de representatividad.
Las asociaciones constituían ámbitos de sociabilidad compartidos y lugares donde operaban clientelas derivadas de relaciones en el mundo laboral o simplemente en espacios comerciales. Un comerciante, un profesional, tenían sus clientes fuera de la sociedad pero convivían con ellos. La vida asociativa estaba así surcada por lazos horizontales y verticales por los que circulaban discursos y símbolos compartidos. Un lugar de interacción eran las fiestas patrias, los bailes, los espectáculos musicales o teatrales, las bandas de música. Por ello podemos concluir, que las asociaciones y los clubes sociales italianos eran instrumentos de ‘civilización’ y de reforzamiento de la identidad étnica.

Fuentes y Bibliografía
Castiglione, Antonio (2006): La inmigración italiana en Santiago del Estero, El Liberal, Santiago del Estero.
Devoto, Fernando (2004): Historia de la inmigración en la Argentina, Sudamericana, Buenos Aires.
Di Stefano, Roberto y otros (2002): De las cofradías a las organizaciones de la sociedad civil. Historia de la iniciativa asociativa en Argentina 1776-1990, Edilab, Buenos Aires.
El Liberal (1923), Santiago del Estero.
El Liberal (1948), Santiago del Estero.
Gramajo de Martínez Moreno, Amalia (2001) La inmigración italiana en Santiago del Estero, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires.
INDEC (1914), Censo de población, Buenos Aires.
Tenti, María Mercedes (2002): “El caso de Colonia Dora. Los orígenes de la colonización agrícola en Santiago del Estero”: en Nuevas Propuestas Nº 31  (Pág. 79-92); Universidad Católica de Santiago del Estero; Santiago del Estero.

lunes, 26 de septiembre de 2011

ÁRABES Y JUDÍOS EN AMÉRICA LATINA COMPILADO POR IGNACIO KLICH

María Mercedes Tenti
Presentación en Universidad Católica de Santiago del Estero
Junio 2008
Árabes y judíos en América Latina. Historia, representaciones y desafíos, compilado por Ignacio Klich, ofrece a la comunidad académica y al público lector una mirada diferente sobre el proceso inmigratorio latinoamericano. Como sabemos quienes conocemos a Ignacio, es un investigador de fuste que ha ahondado la problemática del medio oriente desde distintas perspectivas, en particular abordando la cuestión tan intrincada de sus relaciones internacionales.
En Árabes y judíos en América Latina enfrenta un nuevo objeto de estudio para las ciencias sociales en general: aborda la investigación de estos flujos migratorios desde una perspectiva comparada. Para ello, convocó a diversos autores para que, desde diferentes escenarios geográficos y temporales, brindaran los resultados de pesquisas previas o recientes sobre la cuestión.
El resultado es este libro que hoy presentamos, que creo constituye un punto de inflexión en los estudios migratorios latinoamericanos ya que la obra representa un viraje en las formas de encarar los estudios inmigratorios en países periféricos. Los estudios tradicionales de la inmigración en estos países realizaban el análisis de dichos procesos en cada uno en particular, centrados, mayoritariamente, en inmigrantes provenientes de estados europeos o asiáticos, o de regiones específicas, al interior de cada país. A estos mismos estudios preocupaba inquirir las políticas migratorias, las formas de penetración, el cálculo de cifras estimativas de los recién llegados y ubicación y modos de integración a los pueblos y culturas impactados. Gran parte de ellos, desde una visión positivista, acentuaban los procesos de integración dentro de la idea generalizada que, para nuestro país, se sintetiza en la frase “Argentina, crisol de razas”.
Esta forma de abordaje de la cuestión dejaba de lado, en la mayoría de los casos, los conflictos suscitados a partir de la llegada de los extranjeros y pretendía justificar la ‘fusión’ y ‘confluencia’ de razas y culturas, anheladas por los hombres del 37 y del 80. Nuevas posturas historiográficas, sociológicas y antropológicas, surgidas en las últimas décadas, comenzaron a entrecruzar las distintas variables de análisis, para ir más allá de esta visión idealizada y tratar de vislumbrar los conflictos originados y las resistencias a la integración por parte de inmigrantes y habitantes nativos. Esta tendencia revirtió el viejo paradigma dominante del crisol de razas, para mostrar, como resultado, la configuración de un mosaico cultural mucho más complejo.
Los autores que escriben en esta compilación coinciden comúnmente en las formas en que se produjeron las migraciones, tanto de árabes como de judíos, a los países de América latina estudiados, Argentina, Chile, México, Brasil y Centro América, y en la mayoría de las políticas migratorias desarrolladas por cada país, aunque con algunas variantes específicas. Plantean las formas de integración y/o asimilación mutua en las sociedades, los modos de nucleamiento generados entre los inmigrantes, con prácticas asociativas que los hermanaban a la hora de integrar socios y comisiones directivas; los encuentros producidos entre ambos grupos migratorios, en espacios de confrontación o de colaboración, las actividades comunes que emprendían y los grupos sociales que integraban. No faltan los análisis de prácticas discriminatorias con respecto a unos u otros, en distintos países, regiones y épocas.
Coinciden en que tanto árabes y judíos eran inmigrantes no deseados por las élites dirigentes de fines del siglo XIX y principios del XX, que buscaban impulsar la llegada de hombres y mujeres europeos, hábiles para el trabajo agrario y portadores de capital propio, especialmente de países anglo-sajones. La inmigración que arribó, finalmente, a las costas latinoamericanas no respondía en general a estas expectativas, por cuanto la mayoría eran inmigrantes pobres, expulsados –por la fuerza o por la circunstancias- de sus países de origen, muchos de ellos analfabetos, de zonas no comprendidas en el proyecto de país diseñado por las élites –como España e Italia- y agravado aún, por estos inmigrantes ‘extraños’ provenientes del África, Asia y de la Europa oriental, con lenguas aglutinantes y religiones y costumbres ‘exóticas’. Para ellos la discriminación fue moneda corriente y emerge en los trabajos presentados en esta obra.
El libro no contiene solamente investigaciones socio-historiográficas, sino que agrega como plus, estudios desde la literatura y el cine. Estos nos muestran otras facetas que no siempre aparecen en los primeros y se refieren a las representaciones desde la ficción, de hombres y mujeres comunes, a partir de su vida cotidiana, que permiten quizás, con menos convencionalismos, mostrar lo que pasaba al interior de las comunidades, lo que no surgía de una primera mirada, pero que estaba latente en diferentes ámbitos y que afloraba de una forma u otra.
Klich expresa, en la primera parte del libro, la complejidad que se presenta a la hora de categorizar y designar a los grupos llegados por estas tierras, con diferente origen y religión, que venían desde distintos lugares con sus propias representaciones a cuesta y que, una vez llegados, causaban, a su vez, diferentes representaciones en la población nativa, según el lugar y el momento histórico del arribo. Destaca también cómo, con el tiempo, fueron mutando las representaciones genéricas de estos grupos étnicos, influenciadas por  el conflicto del medio oriente que complejiza aún más la cuestión.
En general, estas corrientes migratorias “no deseadas”  para América Latina, por las políticas decimonónicas y de comienzos del siglo XX, desarrollaron, por un lado la convivencia pacífica entre ambos grupos y, por otro, la lucha por superar los prejuicios de la sociedad de entonces. Poco a poco se fue ensanchando el espacio público y los hijos y nietos de árabes y judíos, fueron ocupando un rol destacado en la sociedad de los países que los acogieron.
Árabes y judíos en América Latina aporta una mirada innovadora al estudio de la inmigración en la región, desde una perspectiva latinoamericana, llenando un espacio vacío en la agenda de investigación. De la misma manera, al plantear el estudio de los dos grupos de inmigrantes, en clave comparativa, enriquece la perspectiva analítica y aporta sustantivamente para desentrañar el complejo mapa social latinoamericano del siglo XXI. Hoy no pueden estar al margen de  las agendas políticas, tema tales como la noción de multiculturalismo, respeto por los diferentes grupos étnicos, más allá de su procedencia, lengua, religión o costumbres, entre otros. Este libro colabora con  elementos importantes para su diseño.  
Frente al auge de los estudios regionales, que evidencian cierta dificultad en articular la historia  regional con la global, cuando pretenden tomar como único punto de referencia los producidos en el centro, sin enfatizar la singularidad de los procesos que caracterizaron la evolución de la periferia, Árabes y judíos en América Latina  centra el foco de atención precisamente en esta última, buscando categorías de análisis propias. La obra también ayuda a percibir cómo el acercamiento entre ciencias sociales y humanas contribuye a comprender mejor la naturaleza y las condiciones de transformación de procesos sociales de larga duración, cuya racionalidad no podría ser desentrañada sin examinar su desarrollo en el tiempo e interdisciplinariamente.
El balance, indudablemente, es positivo. Su lectura contribuirá a comprender más acabadamente el tránsito de la sociedad en América Latina y dejar de lado ‘certidumbres’, sostenidas hasta no hace mucho, sustentadas en positivistas interpretaciones del pasado. En los trabajos se observa un intento de revisión de las herramientas conceptuales y metodológicas para abordar la cuestión.
Coincido con Jorge Balán que en el prólogo afirma que “este volumen contribuye significativamente (…) para latinoamericanos comprometidos con la lucha contra el prejuicio y la discriminación”, a la vez que “…colocará una voz y un mensaje relevantes para los que asumen compromisos semejantes en otras regiones del mundo”.




lunes, 19 de septiembre de 2011

A CIEN AÑOS DE LA INUNDACIÓN DE VILLA LORETO (21 de diciembre de 1908)

Por María Mercedes Tenti

La antigua Villa de Loreto se había ido conformando, con el correr de los años, en el siglo XVIII, en la antigua estancia de los Islas, a la vera del camino al Alto Perú. Sus habitantes aprovechaban las inundaciones del río Dulce para hacer sementeras y sembrar en épocas de inundaciones; también construían pozos de agua para abrevar el ganado, especialmente ovejas y cabras de las que obtenían lana para sus telares.
La imagen de la Virgen de Loreto, traída por los jesuítas, ya se reverenciaba desde el siglo XVI cuando estaba en posesión de la india Lula Paya, según la tradición oral. En 1731 Catalina Bravo de Zamora hizo construir una capilla, capilla que fue reconstruida varias veces como consecuencias de las inundaciones del río. Hasta fines del siglo XVIII dependía del curato de Tuama, hasta que en 1793 fue erigida parroquia. La nueva iglesia comenzó a construirse a partir de 1830, por iniciativa del gobernador Juan Felipe Ibarra, cuando era párroco Pedro Francisco de Uñarte. Uriarte había sido designado representante por Santiago del Estero ante la Junta Grande y se desempeñó como tal en el Congreso Constituyente reunido en 1816 en Tucumán, trasladado luego a Buenos Aires.
En la tercera década del siglo XIX, Loreto comenzó a declinar, como consecuencia del cambio de cauce del río que la dejó sin el líquido vital para hombres, mujeres, cultivos y ganado. Otra vicisitud fue causa de su decadencia: el ferrocarril que conducía a Rosario tendió sus vías esquivando la antigua villa; La estación Loreto era la escala más próxima. Poco a poco se fue notando el éxodo de pobladores que emigraban en busca de horizontes más promisorios. Los censos de 1869 y 1895 constituyen una prueba irrefutable de ladisminución de la población:
Si bien la economía de la zona había decaído, el departamento contaba con 10 atahonas a mula -que abastecían de harina a la zona-, 3 obrajes y una fábrica de materiales. Antiguos comercios y otros nuevos proveían a la población de lo necesario para la vida: 3 almacenes por menor, 3 bazares, 4 carnicerías, 1 casa consignataria, 7 corredores comerciales. Los 18 "boliches con licores" eran un ámbito de socialización eminentemente masculina (Fazio). Las mujeres se reunían en tertulias en las que ejecutaban el arpa y cantaban (Gancedo).
A comienzos del siglo XX se organizó una comisión para la construcción del templo en la estación y se colocó la piedra fundamental. La capilla fue inaugurada en 1904 (Ar. Parroquial). La capilla de la villa estaba bien conservada. El altar tenía un sagrario movible de algarrobo y dos confesionarios del mismo material. El baptisterio poseía una pila bautismal de mármol. Contaba con importantes imágenes, entre las que se destacaba la de Nuestra Señora de Loreto, un Señor crucificado de 2.20 m de madera (que actualmente se encuentra en la capilla de Perchil Bajo), la Dobrosa de rostro encarnado, Purísima Concepción, San Luis, Jesús Nazareno de vestir, San José y Santa Bárbara -a cada lado del altar mayor- y un vía crucis con cuadro y cruz de madera, según consta en el inventario conservado en el archivo parroquial.
El clamor por el agua
Desde el momento en que la naturaleza hizo variar el cauce del río, el anhelo de los moradores que quedaron en la zona, más el de los inmigrantes que llegaban en busca de nuevos horizontes, era contar con el agua necesaria para impulsar nueva vida a la antigua villa. Ya en 1896 el gobernador Adolfo Ruiz gestionó la venida de un ingeniero especialista en hidráulica para proyectar una serie de obras, entre ellas el canal de Tuama a Loreto, construido durante su gobierno.
Pero la bendición del agua duró muy poco. Si bien en 1903, el canal regaba 887 has. el gobernador Pedro Barraza, en su mensaje anual a la legislatura, señalaba los problemas de su mantenimiento: la bocatoma era angosta para el caudal de agua que se vertía y no se había realizado la compuerta para que, en épocas de crecientes, se detuviera el paso de las aguas. En 1907, José Santillán denunciaba en su mensaje que el río, durante las últimas crecientes, se volcaba impetuoso por el canal el cual, al no tener compuerta, no sólo no contenía el agua, sino que provocaba además el desborde hacia otros rumbos, en forma de verdaderos brazos del río, poniendo en peligro la villa de Loreto. Si bien, la provincia había comprado y traslado materiales para iniciar la obra, argumentaba el gobernador que no se contaban con los fondos necesarios para emprenderla sin el auxilio de la nación, ya que su costo ascendía a $500.000.
Primeras inundaciones
Generalmente se tiene conocimiento de la inundación que arrasó con Loreto en 1908. Sin embargo, ésta no fue la única. Dos inundaciones ocurridas un año antes preanunciaron la tragedia y, sin embargo, los poderes públicos no tomaron los resguardos necesarios para preservar la vida y los bienes de sus moradores.
El 31 de diciembre de 1906, mientras los santiagueños y santiagueñas celebraban la llegada de un nuevo año, la compuerta intermedia de defensa del canal Tuama-Loreto, que estaba en construcción, se rompió por la fuerza de las aguas que comenzaron a entrar en la villa, ante el pánico de la población. Todo enero, luchando contra las adversidades y el calor, los vecinos se pasaron construyendo bordos alrededor de sus casas para evitar que el agua las arrasara. No sólo se había desbordado el canal, sino que el agua se había escurrido por el brazo seco del río Pinto, inundando campos y cultivos. "La zona se ha convertido en un mar con una pequeña isla que es Loreto", afirmaba El Liberal.
Cuando todo hacía pensar que la villa estaba a salvo, sobrevino una segunda inundación, a los pocos días, a fines de enero de 1907. La creciente nuevamente rompió el bordo del canal, en El Yugo, e inundó casas y quintas. El 13 de marzo entró el agua a la villa, anegando plaza, escuela y muchas viviendas. Las familias, a la intemperie, esperaban ayuda que no llegaba. En abril, nuevamente se rompió el bordo improvisado a fuerza de trabajo y coraje de los moradores, que luchaban por preservar el poblado. El agua alcanzó 50 cm. en algunas partes y en otras aún más. Las familias huían de sus hogares, buscando lugares altos, presas de pánico, mientras los ranchos comenzaban a desplomarse y escaseaban los víveres. Los trabajos de defensa eran infructuosos. Al mismo tiempo, un centenar de hombres trabajaba denodadamente colocando bolsas de arena para detener la corriente, animados por un grupo de músicos que, al compás de bombo y violín les daban aliento, mientras el agua avanzaba implacable. En medio de llantos desconsolados, la gente se congregaba en la iglesia haciendo rogativas a toda hora. Un bordo alrededor del edificio contenía la gran masa de agua. Con el paso de los días recién las aguas comenzaron a descender. Sin embargo el daño ya estaba hecho: Casas derrumbadas, enseres perdidos, el cementerio inundado y chacareros y quinteros con sus productos inutilizados.
Ante los hechos tan graves ocurridos el año anterior, en 1908 Santillán comisionó al Director de obras Públicas Ing. Tomás Bruzzone para la prosecución de las obras del canal de Tuama, obras que no eran más que un paliativo, por cuanto la ampliación del canal y la construcción de la compuerta no se habían iniciado a la espera de fondos que debía aprobar el congreso nacional. El preanuncio de la tragedia comenzó en la capital santiagueña, jaqueada por la inundación a mediados de diciembre. El 19 la creciente rompió los bordos del canal a la altura del Yugo y el agua comenzó a avanzar, nuevamente amenazante, sobre la villa de Loreto.
El 20 se desencadenó la catástrofe; el 21 de diciembre de 1908 Loreto sucumbió al avance de las aguas que, en algunos puntos superaba los dos metros y medio de altura. A pesar de los esfuerzos de operarios y habitantes, no se pudo evitar el avance de las aguas. Faltaban brazos; los peones estaban extenuados luego de trabajar día y noche en forma agotadora. Los ranchos comenzaron a derrumbarse y las familias desesperadas, esperaban ayuda a la intemperie. Desde Loreto, a través del telégrafo, llegaban a Santiago los pedidos de auxilio: carpas, galletas para los peones, alimentos, ropa.
Si bien el gobierno provincial mandó por tren cuadrillas de servicio para reemplazar a los extenuados peones, 30 soldados y carpas y abrió una cuenta especial denominada "Gastos inundación Loreto", todo fue inútil. La población estaba convertida en un lago. Casi todas las familias tuvieron que emigrar apresuradamente. Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas fatales, según pudo constatarse en los libros de defunciones de la villa y de la estación Loreto, en el Archivo del Registro Civil de Loreto.
Esta vez se daba por descontado la total destrucción de la villa. Nuevas crecientes más el enlame producido con troncos y árboles que destruían las defensas e imposibilitaban que el agua retrocediese, hacían más dramática la situación. Se necesitaban botes para el
traslado de personas ubicadas en los lugares altos, víveres para alimentarlas y abrigos. La ayuda no llegaba debido a la misma creciente que no permitía el arribo de botes, a la falta de trenes y a la inoperanciadel gobierno provincial.
Los pobladores emigraban: unos a la estación y otros sobre el río viejo. Todas las casa estaban inundadas, incluidas la iglesia y la escuela. Sólo el edificio del telégrafo, construido en una zona elevada, se había salvado y era el único contacto con la capital. A pesar de los esfuerzos de Bruzzone, que pedía auxilios desesperados, la villa fue abandonada. Las autoridades de la localidad se trasladaron a Chimpa Macho, a 15 cuadras al este de la villa. Cuando llegaron tardíamente los botes, mujeres y niños pugnaba por subirse a ellos, mientras las casas se derrumbaban y los hombres trataban de preservar muebles, ropas y mercaderías. Con los botes llegó también la ayuda del gobierno y se comenzó a distribuir víveres entre los pobres.
La navidad de 1908 fue sin dudas la más amarga que pasaron los loretanos. Habían perdido todo. La población acampada en un lodazal esperaba ayuda, que demoraba en llegar. Sólo la iniciativa privada brindaba su apoyo y solidaridad a través de las comunidades extranjeras (especialmente la española), el Conservatorio Verdi y las conferencias de San Vicente de Paul de Buenos Aires. "Ya que el elemento nacional no se siente obligado a correr en auxilio de los que sufren hambre y enfermedades lo hacen los extranjeros", denunciaba El Liberal. El Congreso nacional no enviaba el auxilio de $20.000, al no sancionar la ley respectiva "por falta de quorum". Una vez más, los representantes estaban ausentes a la hora de bri ndar el apoyo a sus representados.
La venerada imagen de la virgen de Loreto, según la tradición, fue salvada en un bote por el párroco Retambay y llevada a la capilla de la estación. De la antigua iglesia desaparecieron en la inundación, conforme al inventario realizado, sacristía, baptisterio, depósito, retablo, tabernáculo, barandas de madera, altares, túmulo, araña, tumba para pozos en los entierros, dos confesionarios de madera, un reloj de campana y uno de mesa, piano de cola, crismeras de plata, vinajeras, bujiario y dos pilas de agua bendita de mármol. Todo lo demás pudo salvarse.
La fecha de la inundación que destruyó Villa Loreto, 21 de diciembre de 1908, ya fue señalada por el historiador Luis Alen Lascano en su obra Historia de Santiago del Estero. Numerosas e invalorables fuentes ratifican esta fecha y describen paso a paso la forma en que se fue desarrollando la catástrofe, en particular la información contenida en la colección de El Liberal y de El Siglo -que permanecen microfilmadas en el archivo de El Liberal-, que describen las dramáticas jornadas.
Por tratarse del desborde de un canal, la inundación se produjo lentamente, dando la posibilidad, a la mayoría de sus moradores, de poner a salvo sus pertenencias y de alejarse de la zona anegada, pasando en botes al otro lado del río Pinto. Pero ¿por qué se destruyó Loreto? Ambos diarios dan cuenta de las penurias de la villa: Por un lado, una copiosa lluvia -del mismo día 21- dio "el golpe de gracia a la población" y por otro, el más grave, a partir del 22 de diciembre el agua siguió aumentando, porque el canal se encontraba obstruido aguas abajo con un gran enlame, originado por el estancamiento de los árboles arrastrados por la corriente, que formaron una 'tranca' en la embocadura del río Pinto. Por la escasez de recursos y hombres el deslame se hacía imposible, según lo denunciaba el Ing. Bruzzone. Por esta causa, el agua permaneció estacionada en la villa y no pudo retroceder -por la diferencia de nivel- hasta tanto se concluyeron los trabajos emprendidos en el canal de derivación, aguas arriba de Loreto. La mayoría de las viviendas, construidas con adobe, no pudieron resistir el embate de las aguas y comenzaron a desplomarse ante la desesperación de sus pobladores. Si bien algunos habían emigrado en busca de lugares seguros, otros, los más pobres, permanecieron hasta último momento cuidando las pocas pertenencias que les quedaban.
Cotejada la documentación existente a la fecha y analizada contextualmente, se puede afirmar, con precisión, que la destrucción total de la Villa Loreto se produjo el 21 de diciembre de 1908 cuando las aguas alcanzaron, en algunas zonas, 2 metros y medio de altura, según lo consignan El Liberal y El Siglo. Los pobladores hicieron todo lo que pudieron por salvar sus vidas y bienes; la población se destruyó por la desidia de los gobernantes que no completaron la construcción de las compuertas que debían regular el paso del agua del río. El enlame hizo el resto, la antigua Villa de Loreto se convirtió en una laguna que permaneció anegada hasta enero del año siguiente.
Los loretanos recibieron el año nuevo del 1909 en medio del horror y la desolación. El Liberal del 30 de diciembre realiza una síntesis admirable de los sucesos:
"Hace mucho que la desgracia la persigue.
Repetidas veces ha sufrido inundaciones.
La de hace dos años la amenazó de muerte.
Los habitantes vivían en perpetua zozobra.
Un furioso ciclón la azotó hace poco.
Aun no se habían reparado los daños del tornado cuando una nueva inundación la sorprende.
Hace 15 días que el canal le lanza la mayor parte de su caudal de agua.
Las casas que no están en el suelo, lo estarán pronto.
La mayor parte esta a la intemperie sufriendo desnudeces, hambre y peste.
No tienen quien los cure.
Ni medicamentos.
Ni una mano generosa que los ayude en su desgracia. A excepción del gobierno.
Pero lo que éste hace es deficiente.
Apenas puede proporcionarles un poco de carnes y eso en proporción mezquina.
¿Dónde esta la acción particular? ¿Dónde las sociedades caritativas?
No se las ve.
La colectividad española nos da una lección.
Ha sido la primera en levantar una inscripción pro-víctimas dela inundación.
Mientras tanto la caridad criolla duerme y duerme. Pero se confiesa y comulga".

Publicado en Revista de la Fundación Cultural (2007)

  EL LIBERAL  31/7/2022 Santiago #HISTORIA ORÍGENES DEL FÚTBOL EN SANTIAGO DEL ESTERO Por María Mercedes Tenti. Especial para EL LIBERAL htt...