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lunes, 26 de septiembre de 2011

ÁRABES Y JUDÍOS EN AMÉRICA LATINA COMPILADO POR IGNACIO KLICH

María Mercedes Tenti
Presentación en Universidad Católica de Santiago del Estero
Junio 2008
Árabes y judíos en América Latina. Historia, representaciones y desafíos, compilado por Ignacio Klich, ofrece a la comunidad académica y al público lector una mirada diferente sobre el proceso inmigratorio latinoamericano. Como sabemos quienes conocemos a Ignacio, es un investigador de fuste que ha ahondado la problemática del medio oriente desde distintas perspectivas, en particular abordando la cuestión tan intrincada de sus relaciones internacionales.
En Árabes y judíos en América Latina enfrenta un nuevo objeto de estudio para las ciencias sociales en general: aborda la investigación de estos flujos migratorios desde una perspectiva comparada. Para ello, convocó a diversos autores para que, desde diferentes escenarios geográficos y temporales, brindaran los resultados de pesquisas previas o recientes sobre la cuestión.
El resultado es este libro que hoy presentamos, que creo constituye un punto de inflexión en los estudios migratorios latinoamericanos ya que la obra representa un viraje en las formas de encarar los estudios inmigratorios en países periféricos. Los estudios tradicionales de la inmigración en estos países realizaban el análisis de dichos procesos en cada uno en particular, centrados, mayoritariamente, en inmigrantes provenientes de estados europeos o asiáticos, o de regiones específicas, al interior de cada país. A estos mismos estudios preocupaba inquirir las políticas migratorias, las formas de penetración, el cálculo de cifras estimativas de los recién llegados y ubicación y modos de integración a los pueblos y culturas impactados. Gran parte de ellos, desde una visión positivista, acentuaban los procesos de integración dentro de la idea generalizada que, para nuestro país, se sintetiza en la frase “Argentina, crisol de razas”.
Esta forma de abordaje de la cuestión dejaba de lado, en la mayoría de los casos, los conflictos suscitados a partir de la llegada de los extranjeros y pretendía justificar la ‘fusión’ y ‘confluencia’ de razas y culturas, anheladas por los hombres del 37 y del 80. Nuevas posturas historiográficas, sociológicas y antropológicas, surgidas en las últimas décadas, comenzaron a entrecruzar las distintas variables de análisis, para ir más allá de esta visión idealizada y tratar de vislumbrar los conflictos originados y las resistencias a la integración por parte de inmigrantes y habitantes nativos. Esta tendencia revirtió el viejo paradigma dominante del crisol de razas, para mostrar, como resultado, la configuración de un mosaico cultural mucho más complejo.
Los autores que escriben en esta compilación coinciden comúnmente en las formas en que se produjeron las migraciones, tanto de árabes como de judíos, a los países de América latina estudiados, Argentina, Chile, México, Brasil y Centro América, y en la mayoría de las políticas migratorias desarrolladas por cada país, aunque con algunas variantes específicas. Plantean las formas de integración y/o asimilación mutua en las sociedades, los modos de nucleamiento generados entre los inmigrantes, con prácticas asociativas que los hermanaban a la hora de integrar socios y comisiones directivas; los encuentros producidos entre ambos grupos migratorios, en espacios de confrontación o de colaboración, las actividades comunes que emprendían y los grupos sociales que integraban. No faltan los análisis de prácticas discriminatorias con respecto a unos u otros, en distintos países, regiones y épocas.
Coinciden en que tanto árabes y judíos eran inmigrantes no deseados por las élites dirigentes de fines del siglo XIX y principios del XX, que buscaban impulsar la llegada de hombres y mujeres europeos, hábiles para el trabajo agrario y portadores de capital propio, especialmente de países anglo-sajones. La inmigración que arribó, finalmente, a las costas latinoamericanas no respondía en general a estas expectativas, por cuanto la mayoría eran inmigrantes pobres, expulsados –por la fuerza o por la circunstancias- de sus países de origen, muchos de ellos analfabetos, de zonas no comprendidas en el proyecto de país diseñado por las élites –como España e Italia- y agravado aún, por estos inmigrantes ‘extraños’ provenientes del África, Asia y de la Europa oriental, con lenguas aglutinantes y religiones y costumbres ‘exóticas’. Para ellos la discriminación fue moneda corriente y emerge en los trabajos presentados en esta obra.
El libro no contiene solamente investigaciones socio-historiográficas, sino que agrega como plus, estudios desde la literatura y el cine. Estos nos muestran otras facetas que no siempre aparecen en los primeros y se refieren a las representaciones desde la ficción, de hombres y mujeres comunes, a partir de su vida cotidiana, que permiten quizás, con menos convencionalismos, mostrar lo que pasaba al interior de las comunidades, lo que no surgía de una primera mirada, pero que estaba latente en diferentes ámbitos y que afloraba de una forma u otra.
Klich expresa, en la primera parte del libro, la complejidad que se presenta a la hora de categorizar y designar a los grupos llegados por estas tierras, con diferente origen y religión, que venían desde distintos lugares con sus propias representaciones a cuesta y que, una vez llegados, causaban, a su vez, diferentes representaciones en la población nativa, según el lugar y el momento histórico del arribo. Destaca también cómo, con el tiempo, fueron mutando las representaciones genéricas de estos grupos étnicos, influenciadas por  el conflicto del medio oriente que complejiza aún más la cuestión.
En general, estas corrientes migratorias “no deseadas”  para América Latina, por las políticas decimonónicas y de comienzos del siglo XX, desarrollaron, por un lado la convivencia pacífica entre ambos grupos y, por otro, la lucha por superar los prejuicios de la sociedad de entonces. Poco a poco se fue ensanchando el espacio público y los hijos y nietos de árabes y judíos, fueron ocupando un rol destacado en la sociedad de los países que los acogieron.
Árabes y judíos en América Latina aporta una mirada innovadora al estudio de la inmigración en la región, desde una perspectiva latinoamericana, llenando un espacio vacío en la agenda de investigación. De la misma manera, al plantear el estudio de los dos grupos de inmigrantes, en clave comparativa, enriquece la perspectiva analítica y aporta sustantivamente para desentrañar el complejo mapa social latinoamericano del siglo XXI. Hoy no pueden estar al margen de  las agendas políticas, tema tales como la noción de multiculturalismo, respeto por los diferentes grupos étnicos, más allá de su procedencia, lengua, religión o costumbres, entre otros. Este libro colabora con  elementos importantes para su diseño.  
Frente al auge de los estudios regionales, que evidencian cierta dificultad en articular la historia  regional con la global, cuando pretenden tomar como único punto de referencia los producidos en el centro, sin enfatizar la singularidad de los procesos que caracterizaron la evolución de la periferia, Árabes y judíos en América Latina  centra el foco de atención precisamente en esta última, buscando categorías de análisis propias. La obra también ayuda a percibir cómo el acercamiento entre ciencias sociales y humanas contribuye a comprender mejor la naturaleza y las condiciones de transformación de procesos sociales de larga duración, cuya racionalidad no podría ser desentrañada sin examinar su desarrollo en el tiempo e interdisciplinariamente.
El balance, indudablemente, es positivo. Su lectura contribuirá a comprender más acabadamente el tránsito de la sociedad en América Latina y dejar de lado ‘certidumbres’, sostenidas hasta no hace mucho, sustentadas en positivistas interpretaciones del pasado. En los trabajos se observa un intento de revisión de las herramientas conceptuales y metodológicas para abordar la cuestión.
Coincido con Jorge Balán que en el prólogo afirma que “este volumen contribuye significativamente (…) para latinoamericanos comprometidos con la lucha contra el prejuicio y la discriminación”, a la vez que “…colocará una voz y un mensaje relevantes para los que asumen compromisos semejantes en otras regiones del mundo”.




lunes, 19 de septiembre de 2011

A CIEN AÑOS DE LA INUNDACIÓN DE VILLA LORETO (21 de diciembre de 1908)

Por María Mercedes Tenti

La antigua Villa de Loreto se había ido conformando, con el correr de los años, en el siglo XVIII, en la antigua estancia de los Islas, a la vera del camino al Alto Perú. Sus habitantes aprovechaban las inundaciones del río Dulce para hacer sementeras y sembrar en épocas de inundaciones; también construían pozos de agua para abrevar el ganado, especialmente ovejas y cabras de las que obtenían lana para sus telares.
La imagen de la Virgen de Loreto, traída por los jesuítas, ya se reverenciaba desde el siglo XVI cuando estaba en posesión de la india Lula Paya, según la tradición oral. En 1731 Catalina Bravo de Zamora hizo construir una capilla, capilla que fue reconstruida varias veces como consecuencias de las inundaciones del río. Hasta fines del siglo XVIII dependía del curato de Tuama, hasta que en 1793 fue erigida parroquia. La nueva iglesia comenzó a construirse a partir de 1830, por iniciativa del gobernador Juan Felipe Ibarra, cuando era párroco Pedro Francisco de Uñarte. Uriarte había sido designado representante por Santiago del Estero ante la Junta Grande y se desempeñó como tal en el Congreso Constituyente reunido en 1816 en Tucumán, trasladado luego a Buenos Aires.
En la tercera década del siglo XIX, Loreto comenzó a declinar, como consecuencia del cambio de cauce del río que la dejó sin el líquido vital para hombres, mujeres, cultivos y ganado. Otra vicisitud fue causa de su decadencia: el ferrocarril que conducía a Rosario tendió sus vías esquivando la antigua villa; La estación Loreto era la escala más próxima. Poco a poco se fue notando el éxodo de pobladores que emigraban en busca de horizontes más promisorios. Los censos de 1869 y 1895 constituyen una prueba irrefutable de ladisminución de la población:
Si bien la economía de la zona había decaído, el departamento contaba con 10 atahonas a mula -que abastecían de harina a la zona-, 3 obrajes y una fábrica de materiales. Antiguos comercios y otros nuevos proveían a la población de lo necesario para la vida: 3 almacenes por menor, 3 bazares, 4 carnicerías, 1 casa consignataria, 7 corredores comerciales. Los 18 "boliches con licores" eran un ámbito de socialización eminentemente masculina (Fazio). Las mujeres se reunían en tertulias en las que ejecutaban el arpa y cantaban (Gancedo).
A comienzos del siglo XX se organizó una comisión para la construcción del templo en la estación y se colocó la piedra fundamental. La capilla fue inaugurada en 1904 (Ar. Parroquial). La capilla de la villa estaba bien conservada. El altar tenía un sagrario movible de algarrobo y dos confesionarios del mismo material. El baptisterio poseía una pila bautismal de mármol. Contaba con importantes imágenes, entre las que se destacaba la de Nuestra Señora de Loreto, un Señor crucificado de 2.20 m de madera (que actualmente se encuentra en la capilla de Perchil Bajo), la Dobrosa de rostro encarnado, Purísima Concepción, San Luis, Jesús Nazareno de vestir, San José y Santa Bárbara -a cada lado del altar mayor- y un vía crucis con cuadro y cruz de madera, según consta en el inventario conservado en el archivo parroquial.
El clamor por el agua
Desde el momento en que la naturaleza hizo variar el cauce del río, el anhelo de los moradores que quedaron en la zona, más el de los inmigrantes que llegaban en busca de nuevos horizontes, era contar con el agua necesaria para impulsar nueva vida a la antigua villa. Ya en 1896 el gobernador Adolfo Ruiz gestionó la venida de un ingeniero especialista en hidráulica para proyectar una serie de obras, entre ellas el canal de Tuama a Loreto, construido durante su gobierno.
Pero la bendición del agua duró muy poco. Si bien en 1903, el canal regaba 887 has. el gobernador Pedro Barraza, en su mensaje anual a la legislatura, señalaba los problemas de su mantenimiento: la bocatoma era angosta para el caudal de agua que se vertía y no se había realizado la compuerta para que, en épocas de crecientes, se detuviera el paso de las aguas. En 1907, José Santillán denunciaba en su mensaje que el río, durante las últimas crecientes, se volcaba impetuoso por el canal el cual, al no tener compuerta, no sólo no contenía el agua, sino que provocaba además el desborde hacia otros rumbos, en forma de verdaderos brazos del río, poniendo en peligro la villa de Loreto. Si bien, la provincia había comprado y traslado materiales para iniciar la obra, argumentaba el gobernador que no se contaban con los fondos necesarios para emprenderla sin el auxilio de la nación, ya que su costo ascendía a $500.000.
Primeras inundaciones
Generalmente se tiene conocimiento de la inundación que arrasó con Loreto en 1908. Sin embargo, ésta no fue la única. Dos inundaciones ocurridas un año antes preanunciaron la tragedia y, sin embargo, los poderes públicos no tomaron los resguardos necesarios para preservar la vida y los bienes de sus moradores.
El 31 de diciembre de 1906, mientras los santiagueños y santiagueñas celebraban la llegada de un nuevo año, la compuerta intermedia de defensa del canal Tuama-Loreto, que estaba en construcción, se rompió por la fuerza de las aguas que comenzaron a entrar en la villa, ante el pánico de la población. Todo enero, luchando contra las adversidades y el calor, los vecinos se pasaron construyendo bordos alrededor de sus casas para evitar que el agua las arrasara. No sólo se había desbordado el canal, sino que el agua se había escurrido por el brazo seco del río Pinto, inundando campos y cultivos. "La zona se ha convertido en un mar con una pequeña isla que es Loreto", afirmaba El Liberal.
Cuando todo hacía pensar que la villa estaba a salvo, sobrevino una segunda inundación, a los pocos días, a fines de enero de 1907. La creciente nuevamente rompió el bordo del canal, en El Yugo, e inundó casas y quintas. El 13 de marzo entró el agua a la villa, anegando plaza, escuela y muchas viviendas. Las familias, a la intemperie, esperaban ayuda que no llegaba. En abril, nuevamente se rompió el bordo improvisado a fuerza de trabajo y coraje de los moradores, que luchaban por preservar el poblado. El agua alcanzó 50 cm. en algunas partes y en otras aún más. Las familias huían de sus hogares, buscando lugares altos, presas de pánico, mientras los ranchos comenzaban a desplomarse y escaseaban los víveres. Los trabajos de defensa eran infructuosos. Al mismo tiempo, un centenar de hombres trabajaba denodadamente colocando bolsas de arena para detener la corriente, animados por un grupo de músicos que, al compás de bombo y violín les daban aliento, mientras el agua avanzaba implacable. En medio de llantos desconsolados, la gente se congregaba en la iglesia haciendo rogativas a toda hora. Un bordo alrededor del edificio contenía la gran masa de agua. Con el paso de los días recién las aguas comenzaron a descender. Sin embargo el daño ya estaba hecho: Casas derrumbadas, enseres perdidos, el cementerio inundado y chacareros y quinteros con sus productos inutilizados.
Ante los hechos tan graves ocurridos el año anterior, en 1908 Santillán comisionó al Director de obras Públicas Ing. Tomás Bruzzone para la prosecución de las obras del canal de Tuama, obras que no eran más que un paliativo, por cuanto la ampliación del canal y la construcción de la compuerta no se habían iniciado a la espera de fondos que debía aprobar el congreso nacional. El preanuncio de la tragedia comenzó en la capital santiagueña, jaqueada por la inundación a mediados de diciembre. El 19 la creciente rompió los bordos del canal a la altura del Yugo y el agua comenzó a avanzar, nuevamente amenazante, sobre la villa de Loreto.
El 20 se desencadenó la catástrofe; el 21 de diciembre de 1908 Loreto sucumbió al avance de las aguas que, en algunos puntos superaba los dos metros y medio de altura. A pesar de los esfuerzos de operarios y habitantes, no se pudo evitar el avance de las aguas. Faltaban brazos; los peones estaban extenuados luego de trabajar día y noche en forma agotadora. Los ranchos comenzaron a derrumbarse y las familias desesperadas, esperaban ayuda a la intemperie. Desde Loreto, a través del telégrafo, llegaban a Santiago los pedidos de auxilio: carpas, galletas para los peones, alimentos, ropa.
Si bien el gobierno provincial mandó por tren cuadrillas de servicio para reemplazar a los extenuados peones, 30 soldados y carpas y abrió una cuenta especial denominada "Gastos inundación Loreto", todo fue inútil. La población estaba convertida en un lago. Casi todas las familias tuvieron que emigrar apresuradamente. Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas fatales, según pudo constatarse en los libros de defunciones de la villa y de la estación Loreto, en el Archivo del Registro Civil de Loreto.
Esta vez se daba por descontado la total destrucción de la villa. Nuevas crecientes más el enlame producido con troncos y árboles que destruían las defensas e imposibilitaban que el agua retrocediese, hacían más dramática la situación. Se necesitaban botes para el
traslado de personas ubicadas en los lugares altos, víveres para alimentarlas y abrigos. La ayuda no llegaba debido a la misma creciente que no permitía el arribo de botes, a la falta de trenes y a la inoperanciadel gobierno provincial.
Los pobladores emigraban: unos a la estación y otros sobre el río viejo. Todas las casa estaban inundadas, incluidas la iglesia y la escuela. Sólo el edificio del telégrafo, construido en una zona elevada, se había salvado y era el único contacto con la capital. A pesar de los esfuerzos de Bruzzone, que pedía auxilios desesperados, la villa fue abandonada. Las autoridades de la localidad se trasladaron a Chimpa Macho, a 15 cuadras al este de la villa. Cuando llegaron tardíamente los botes, mujeres y niños pugnaba por subirse a ellos, mientras las casas se derrumbaban y los hombres trataban de preservar muebles, ropas y mercaderías. Con los botes llegó también la ayuda del gobierno y se comenzó a distribuir víveres entre los pobres.
La navidad de 1908 fue sin dudas la más amarga que pasaron los loretanos. Habían perdido todo. La población acampada en un lodazal esperaba ayuda, que demoraba en llegar. Sólo la iniciativa privada brindaba su apoyo y solidaridad a través de las comunidades extranjeras (especialmente la española), el Conservatorio Verdi y las conferencias de San Vicente de Paul de Buenos Aires. "Ya que el elemento nacional no se siente obligado a correr en auxilio de los que sufren hambre y enfermedades lo hacen los extranjeros", denunciaba El Liberal. El Congreso nacional no enviaba el auxilio de $20.000, al no sancionar la ley respectiva "por falta de quorum". Una vez más, los representantes estaban ausentes a la hora de bri ndar el apoyo a sus representados.
La venerada imagen de la virgen de Loreto, según la tradición, fue salvada en un bote por el párroco Retambay y llevada a la capilla de la estación. De la antigua iglesia desaparecieron en la inundación, conforme al inventario realizado, sacristía, baptisterio, depósito, retablo, tabernáculo, barandas de madera, altares, túmulo, araña, tumba para pozos en los entierros, dos confesionarios de madera, un reloj de campana y uno de mesa, piano de cola, crismeras de plata, vinajeras, bujiario y dos pilas de agua bendita de mármol. Todo lo demás pudo salvarse.
La fecha de la inundación que destruyó Villa Loreto, 21 de diciembre de 1908, ya fue señalada por el historiador Luis Alen Lascano en su obra Historia de Santiago del Estero. Numerosas e invalorables fuentes ratifican esta fecha y describen paso a paso la forma en que se fue desarrollando la catástrofe, en particular la información contenida en la colección de El Liberal y de El Siglo -que permanecen microfilmadas en el archivo de El Liberal-, que describen las dramáticas jornadas.
Por tratarse del desborde de un canal, la inundación se produjo lentamente, dando la posibilidad, a la mayoría de sus moradores, de poner a salvo sus pertenencias y de alejarse de la zona anegada, pasando en botes al otro lado del río Pinto. Pero ¿por qué se destruyó Loreto? Ambos diarios dan cuenta de las penurias de la villa: Por un lado, una copiosa lluvia -del mismo día 21- dio "el golpe de gracia a la población" y por otro, el más grave, a partir del 22 de diciembre el agua siguió aumentando, porque el canal se encontraba obstruido aguas abajo con un gran enlame, originado por el estancamiento de los árboles arrastrados por la corriente, que formaron una 'tranca' en la embocadura del río Pinto. Por la escasez de recursos y hombres el deslame se hacía imposible, según lo denunciaba el Ing. Bruzzone. Por esta causa, el agua permaneció estacionada en la villa y no pudo retroceder -por la diferencia de nivel- hasta tanto se concluyeron los trabajos emprendidos en el canal de derivación, aguas arriba de Loreto. La mayoría de las viviendas, construidas con adobe, no pudieron resistir el embate de las aguas y comenzaron a desplomarse ante la desesperación de sus pobladores. Si bien algunos habían emigrado en busca de lugares seguros, otros, los más pobres, permanecieron hasta último momento cuidando las pocas pertenencias que les quedaban.
Cotejada la documentación existente a la fecha y analizada contextualmente, se puede afirmar, con precisión, que la destrucción total de la Villa Loreto se produjo el 21 de diciembre de 1908 cuando las aguas alcanzaron, en algunas zonas, 2 metros y medio de altura, según lo consignan El Liberal y El Siglo. Los pobladores hicieron todo lo que pudieron por salvar sus vidas y bienes; la población se destruyó por la desidia de los gobernantes que no completaron la construcción de las compuertas que debían regular el paso del agua del río. El enlame hizo el resto, la antigua Villa de Loreto se convirtió en una laguna que permaneció anegada hasta enero del año siguiente.
Los loretanos recibieron el año nuevo del 1909 en medio del horror y la desolación. El Liberal del 30 de diciembre realiza una síntesis admirable de los sucesos:
"Hace mucho que la desgracia la persigue.
Repetidas veces ha sufrido inundaciones.
La de hace dos años la amenazó de muerte.
Los habitantes vivían en perpetua zozobra.
Un furioso ciclón la azotó hace poco.
Aun no se habían reparado los daños del tornado cuando una nueva inundación la sorprende.
Hace 15 días que el canal le lanza la mayor parte de su caudal de agua.
Las casas que no están en el suelo, lo estarán pronto.
La mayor parte esta a la intemperie sufriendo desnudeces, hambre y peste.
No tienen quien los cure.
Ni medicamentos.
Ni una mano generosa que los ayude en su desgracia. A excepción del gobierno.
Pero lo que éste hace es deficiente.
Apenas puede proporcionarles un poco de carnes y eso en proporción mezquina.
¿Dónde esta la acción particular? ¿Dónde las sociedades caritativas?
No se las ve.
La colectividad española nos da una lección.
Ha sido la primera en levantar una inscripción pro-víctimas dela inundación.
Mientras tanto la caridad criolla duerme y duerme. Pero se confiesa y comulga".

Publicado en Revista de la Fundación Cultural (2007)

domingo, 4 de septiembre de 2011

LORENZO LUGONES

Conferencia pronunciada en la Escuela de Policía Coronel Lorenzo Lugones de Santiago del Estero en junio de 2011


MARÍA MERCEDES TENTI
Hijo de Germán Lugones y de Petrona Trejo, nació en Pampallajta, Santiago del Estero, el 10 de agosto de 1796. Ingresó al ejército libertador a su paso por Santiago en calidad de cadete del cuerpo de Patricios Santiagueños creado por Juan Francisco Borges, a la edad de 14 años. Como era menor de edad y su padre tenía la patria potestad, él lo autorizó. Cuenta Lugones en sus Recuerdos Históricos, que su padre le escribió una carta en la que le decía que le remitía la cama y la ropa militar, además de la fe de bautismo, y una orden a la tesorería y comisaría del ejército para que se le abone la onza mensual que le asignaba según ordenanza, hasta que llegue a ser oficial. Muchos jóvenes se enrolaban en el ejército o eran entregados por sus padres, por la posibilidad de lograr un salario seguro y la posibilidad de un ascenso social. La asalarización de los ejércitos fue una posibilidad, para los jóvenes pertenecientes a antiguas familias capitulares, de encontrar una ocupación rentable y prestigiosa. de Su padre había estado con Borges en los enfrentamientos con el cabildo santiagueño, por la no adhesión a la Junta revolucionaria de mayo, en 1810.
El ejército marchaba sin preparación previa, mal vestido y mal alimentado, en medio de miles de penurias y vicisitudes y, aún así, se enfrentaban con el enemigo con coraje y valentía.
Estuvo con el ejército en Tiahuanaco, el 25 de mayo de 1911, cuando Castelli leyó la proclama de libertad para los indios del Alto Perú. En ella, otorgaba la libertad a los indios, los liberaba de los servicios personales y los consideraba ciudadanos. Esta lección de civismo, seguramente caló hondo en el joven Lugones.
En Yuraicoragua, en junio de 1911, tuvo su bautismo de fuego, donde fue derrotado Viamonte.  Allí Castelli le entregó como distinción un cordón de plata, que, sumado al que tenía, llevó a que lo apodaran el cadete de los dos cordones”. Luego del desastre de Huaqui, el ejército patriota, ya al mando de Belgrano, se replegó hasta Jujuy. Allí el creador de la bandera dispuso el éxodo jujeño, una epopeya colectiva bajo la presión y los deseos de libertad. El éxodo fue pensado como una medida de protección de los territorios y de dejar la tierra arrasada para que los realistas no pudieran abastecerse. Por convicción o cumpliendo órdenes, todos marcharon abandonando sus casas y pertenencias, llevando en carretas lo que podían cargar, arriando mulas y ganados e incendiando cultivos.
Lugones marchaba atacando desde los flancos. Cuenta el temor que infundían las medidas severas en contra de los desertores que eran fusilados. Participó en el combate de Las Piedras, Tucumán, Salta, Ayohuma, Puesto de Marquez, Venta y Media, Vilcapugio y Sipe-Sipe, hasta alcanzar el grado de capitán. Así fue ascendiendo a medida de su participación en la campaña.
Refiriéndose a la batalla de Las Piedras, luego del éxodo jujeño, describe la actuación de la sociedad civil y ejército mancomunado:
“Emigrados de Jujuy y Salta, peones de servicio, comerciantes y cuántos más venían a la par del ejército, todos tomaron parte en aquel glorioso lance que dio vida a la patria. El enemigo, completamente ofuscado, huía en desordenados trozos, sin mirar en lo que dejaban atrás; fue perseguido con el mayor rigor el espacio de una legua, dejando en todo el camino muchos despojos, prisioneros, heridos y cadáveres; más de cien prisioneros de los nuestros lograron escaparse, rescatamos las carretas que poco antes nos habían tomado y por último pudimos recuperar en mucha parte nuestras pérdidas” (…) “El triunfo hizo desaparecer de golpe la fatiga, el cansancio, el hambre, la sed y el desaliento; en aquellos momentos de alegría inexplicables, no se pensaba más que en las glorias de la patria”.
Luego de la victoria de Tucumán, teniendo en cuenta sus méritos en la batalla, Lorenzo Lugones fue ascendido a porta-estandarte del regimiento de Dragones, aún siendo menor de edad. Pensemos que los enfrentamientos eran bastante desordenados. El ejército realista era disciplinado y adiestrado y debía enfrentarse a las tropas criollas poco preparadas, a pesar de los esfuerzos de Belgrano, en parte indisciplinadas, montadas en mulas y caballos y con armamentos dispares.
Estos pormenores los conocemos no sólo por Recuerdos Históricos del propio Lugones, sino también por las Memorias de Paz y por las de La Madrid. Teniendo en cuenta unas y otras podemos hacer un parangón y tratar de clarificar la misma. Recordemos que cada quien que escribe sus “Memorias” lo hace para dejar a la posteridad su actuación y, en consecuencia, la misma está sesgada por el interés de lo que quiere mostrar. Sin embargo, las mismas son un documento importante para el historiador.
Después del triunfo de Tucumán estuvo junto a Belgrano en el juramento a la bandera a orillas del río Pasaje que, por ese glorioso momento, pasó a denominarse Río Juramento. Así describe Lugones el momento:
“Habiendo el ejército formado en parada conforme a la orden general, se presentó en el cuadro, Belgrano con su bandera blanca y celeste en la mano que la colocó con mucha circunspección y reverencia en un altar situado en medio del cuadro (…) y concluyó diciendo: Este será el color de la nueva divisa con la que marcharán a la lid los nuevos campeones de la Patria (…) El ejército ratificó su juramento besando una cruz que formaba la espada de Belgrano, tendida horizontalmente sobre el asta de la bandera (…) A distancia de cien pasos del paso del río, sobre la ribera que gira al oeste, a la altura de un notable barranco, había un árbol que por su magnitud se distinguía sobre todos los de sus cercanías; limpiando una parte de su corteza, hacia media altura de un hombre, en medio de un círculo de palma y laurel, dibujado en el tronco del árbol se garbó una inscripción que decía; Río del Juramento, y más abajo la siguiente estrofa:
Triunfaréis de los tiranos
Y a la patria daréis gloria
Si, fieles americanos
Juráis obtener victoria”.
Durante la jefatura de Belgrano al frente del ejército del norte, Lugones fue ayudante de campo de creador de la bandera.
Pero no todo era gloria. Luego de la derrota de Vilcapugio, Lugones continúa con su relato, esta vez desalentador: “No me detendré en los pormenores de cuanto padeció y sufrió en esta campaña el ejercicito auxiliar: Entre las remesas de abastos que nos hicieron de Potosí y Chuquisaca, se encontró una porción considerable de chalonas y charquis podridos, que los rancheros no  podían hacer uso sino a costa de mucho trabajo entresacando lo mejor y despreciando la mayor parte: sin embargo el general mandaba repartir esos charquis un día si y otro no, hasta que se acabase la mala provisión”.
En diciembre de 1816, Lugones unió a Borges y Goncebat en lo que se conoce como el segundo intento autonomista de Borges. Derrotado Borges en Pitambalá, fue condenado por Belgrano a morir fusilado, según las órdenes del Congreso de Tucumán que establecían que, en caso de revueltas internas fuesen así tratados quienes atentasen contra el orden. Sólo podían ser indultados los reos “menos principales”. Lugones fue perdonado por Belgrano, estuvo cuarenta días en prisionero y fue degradado como castigo, perdiendo su rango y sólo permitiéndole continuar en el ejército como “aventurero”.
Esta forma data de la dominación española; según una antigua ordenanza se permitía la existencia de aventureros en el ejército. Eran individuos que entraban voluntariamente a la milicia a servir al rey, sin sueldo ni gratificación alguna. Se mantenían a su costa y eran tenidos en poca estima.
Aún así continuó luchando en el ejército libertador, participando en las luchas en el Alto Perú bajo las órdenes de Belgrano. Luego de la batalla de la Tablada, y debido a su actuación, recuperó su jerarquía militar y continuó luchando hasta la pérdida definitiva del Alto Perú, en Sipe Sipe.
Colmado de gloria pero pobre, regresó a Tucumán, en donde se casó en 1818 con Eulalia Drago. Después de la crisis del año 20, Lugones participó de las guerras civiles aliado con sus antiguos jefes, Aráoz de La Madrid, José María Paz y Lavalle, del bando de los unitarios y en contra de los caudillos federales, primero Facundo Quiroga, Juan Felipe Ibarra y luego Juan Manuel de Rosas. Así participó en las batallas de La Tablada y Oncativo, en 1830.
Luego de firmado el Pacto Federal, en el mismo años, la guerra civil se agudizó. Lugones pasó a luchar por la Liga unitaria. Derrotada esta, partió al exilio en Bolivia. En 1832 regresó a Tucumán cuando el coronel Alejandro Heredia asumió como gobernador. Si bien se mantuvo al margen de las luchas intestinas fue confinado a prisión por su antigua participación y luego, liberado. Se trasladó a Buenos Aires en donde se dedicó al comercio.
Comisionado La Madrid por Rosas, en 1840, a traer armamentos de Tucumán, Lugones partió con su antiguo camarada y amigo y se plegó a la Coalición del Norte. Posteriormente  se sublevó Lavalle en el litoral y continuó hasta el norte, hasta que fue herido y muerto en Jujuy. Lugones tuvo que exiliarse nuevamente en Bolivia, donde mantuvo a su familia trabajando de panadero. Luego de un destierro de 12 años y, una vez producida la batalla de Caseros donde fue derrotado Rosas, regresó a Tucumán y más tarde a Rosario donde puso una agencia de negocios comerciales.
El presidente Urquiza le reconoció  por decreto el cargo de coronel de caballería con goce de sueldo en “disponibilidad”. Después de Cepeda, en 1859, se retiró definitivamente a Tucumán, donde murió en 1868.
Sus últimos años debieron ser tranquilos. La república ya estaba organizada, había caído Rosas contra quien luchó en sus últimos tiempos de actuación militar. Fue un hombre que luchó por sus ideales, aún a costa de postergar sus propias ambiciones personales y teniendo que sufrir destierros y degradaciones. La historia no está para juzgar a quienes vivieron en el pasado. Por el contrario está para comprenderlos dentro del contexto en que les tocó actuar. Así tenemos que intentar analizar la vida y obra de Lorenzo Lugones, un santiagueño destacado que antepuso su amor por la patria, la justicia y la libertad en pos de una Patria grande, única indivisible y soberana.

  EL LIBERAL  31/7/2022 Santiago #HISTORIA ORÍGENES DEL FÚTBOL EN SANTIAGO DEL ESTERO Por María Mercedes Tenti. Especial para EL LIBERAL htt...