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lunes, 3 de noviembre de 2014

DESAFÍOS PARA AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XXI

María Mercedes Tenti
La denominación de América Latina, si bien es comprensible desde el punto de vista geográfico, como la región ubicada al sur del río Grande, encierra también categorías relacionadas con la política, con las relaciones internacionales y con la historia, que hacen que vaya más allá de esta conceptualización e incluya un conjuntos de países, ex colonias españolas y portuguesas, aunque también francesas, inglesas y holandesas si abarcamos,  además,  el Caribe.
La primera idea emergente de homogeneización se atomiza si consideramos la diversidad de lenguas, incluyendo a las autóctonas y a los dialectos regionales -a pesar de la preeminencia del idioma español-, heterogeneidad de razas, de escenarios, de paisajes; una pertenencia común y, a la vez, divergencias y tradiciones que separan pero que, paradójicamente, también aglutinan. En esta construcción dialéctica se enuncia esta América Latina del siglo XXI, que emerge en nuevos escenarios globales, buscando posicionarse de otra manera frente a la comunidad de las naciones.
Hacia fines del siglo pasado, el subcontinente se enfrentó  con dos grandes desafíos: por un lado,  poner fin a los gobiernos dictatoriales que violaron sistemáticamente no sólo los derechos ciudadanos, sino y, especialmente, los derechos humanos,  vulnerados y pisoteados tras la concreción de modelos burocráticos autoritarios, basados en el poder pretoriano de la fuerza. La transición democrática no fue tarea sencilla, sino más bien fruto de negociaciones, acuerdos, marchas y contramarchas, además de pedidos y reclamos,  primero de algunos sectores minoritarios y, luego,  producto de movilizaciones sociales y políticas, que demandaban la democratización de la política y también de las relaciones sociales.
De la mano de la transición vino luego la consolidación democrática, afianzando los derechos humanos, fortaleciendo los derechos políticos, con intervenciones periódicas del pueblo elector para convalidar a los gobiernos y sus autoridades a través de elecciones y para participar en referéndums -en algunos casos-  sobre cuestiones de interés particular; todo esto condujo a la involucración más directa de la ciudadanía.  Más allá de los avances en este sentido, en cada país, en el 2010, tanto en la Cumbre de Guyana –en la reunión de la UNASUR- como en la XX° Cumbre Iberoamericana realizada en Mar del Plata, los países latinoamericanos participantes ratificaron la defensa al sistema y a la continuidad democrática y la concreción de medidas colectivas en casos de intentos de violaciones al orden institucional en la región, puesto de manifiesto en acciones concretas como en el caso paraguayo y en el venezolano.
El segundo desafío surge en el plano económico. Las últimas décadas del siglo XX dejaron profundas huellas en la economía de América Latina y el Caribe, como consecuencia de la aplicación de políticas neoliberales -impuestas por el denominado Consenso de Washington- y la intervención directa de los organismos financieros internacionales (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) en el diseño de políticas de apertura aduanera y de ingreso irrestricto de capitales y empresas transnacionales, que aceleraron el proceso de desindustrialización. A todo esto debemos agregar los denominados “daños colaterales”, que provocaron desocupación, pobreza y exclusión social, en grado nunca visto hasta entonces en la región, como consecuencia de la aplicación del capitalismo salvaje que trajo aparejado, además,  el endeudamiento de las naciones periféricas y la mayor sujeción a las decisiones del centro.
Hoy se discuten las concepciones de desarrollo desde otras miradas, más cercanas a pensamientos locales o de la mano de teorías  decolonizadoras;  propuestas desarrollistas de la CEPAL, que plantean mayor integración y apertura de la economía al interior de la región y con el resto del mundo-, y otras propuestas más globales que buscan mercados alternativos en países con economías emergentes. El abanico es amplio. Dentro del denominado grupo BRICS -formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica-  que constituye el conjunto de países más adelantados entre los Estados con economías emergentes, un país sudamericano, Brasil, ocupa uno de los primeros lugares a nivel mundial, por el marcado crecimiento económico operado en las últimas décadas. Sin embargo, las asimetrías al interior de esos países, subsisten.
 En el plano económico,  la situación de las naciones latinoamericanos no es homogénea, como tampoco lo son los escenarios que se abren en perspectiva futura. Si bien hay intentos por avanzar hacia un sistema comercial internacional más abierto y equilibrado, las desigualdades regionales y al interior de cada país, muestran distintas realidades y diferentes propuestas de soluciones.
El MERCOSUR, unión aduanera pensada en los 80’, entre los países del cono sur de América del Sur, a pesar de la incorporación reciente de Venezuela, todavía constituye una unión imperfecta porque, más allá de las declaraciones conjuntas y algunos avances en el comercio interregional, subsisten tensiones no resueltas al interior de dicho comercio. Tanto Argentina como Brasil, los países inicialmente más desarrollados del Mercosur, no encontraron todavía soluciones factibles para beneficiar a los países de menor desarrollo como Paraguay y Uruguay. Por otro lado, Brasil no asume los costos de la integración del sur de América del Sur y mira más hacia el Asia. En general, faltan proyecto de integración con infraestructura que permitan mayor conexión a través de rutas más directas y en buenas condiciones, además de redes más eficaces de distribución de energía eléctrica.
Con la incorporación de Venezuela, si bien se abrió una perspectiva de ampliación de la integración, afloró la rivalidad entre Caracas y Brasilia por lograr la supremacía en la distribución de energía, rivalidad que se ahondó luego que Argentina, Bolivia y Venezuela firmaran un acuerdo en el 2007,  para crear la Organización de Países Productores y Exportadores de Gas de Sudamérica (OPEGASUR), que puso fin al proyecto chavista del Gasoducto del Sur, orientado a la integración de productores y consumidores de la subregión. Con Evo Morales se afianzaron los vínculos de cooperación energética de Bolivia  y Venezuela,  para el control de la actividad petrolera por parte de los estados nacionales.
Por otro camino, los países del área del Pacífico, como Chile, Colombia y Perú, ratificaron el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, socio tradicional que no quiere abandonar los mercados conseguidos en el siglo pasado. Por otra parte, se encuentra la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), organismo intergubernamental que, continuando el proceso iniciado por la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), promueve la expansión de la integración de la región, a fin de asegurar su desarrollo económico y social. Su objetivo final es el establecimiento de un mercado común latinoamericano. La ALADI, está integrada por trece países miembros (la mayoría de América del Sur) a los que se sumaron Cuba y Panamá.  Estos y otros tratados, si bien intentaron construir un escenario geopolítico que les permitiera dar mayor peso a la región en el contexto mundial, no lograron su consolidación; permanece la visión de un espacio subdesarrollado   o ‘emergente’, que no termina de modificar su situación marginal.
Los últimos esfuerzos apuntan a construir un proyecto político latinoamericano con el propósito de recuperar instituciones, naciones y bloques de integración, tal el caso de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) que intenta generar políticas públicas conjuntas para un desarrollo endógeno, que vigila la estabilidad democrática de la región y que la revaloriza con su potencial,  en múltiples aspectos : territorial, energético, biodiversidad, producción de agroalimentos, riqueza pesquera y potencial humano. Con esta perspectiva también surgieron la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA, integrada por Ecuador, Venezuela, Bolivia, Cuba, Dominica, Nicaragua, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda, y Santa Lucía) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), espacio regional que reúne a todos los Estados de América Latina y el Caribe y aspira a ser una voz única de decisión política y de toma de decisiones donde se estructuren programas políticos y de cooperación en pro de la integración regional. Fue constituida en 2010 e institucionalizada al año siguiente.  
Sin embargo, frente a estos intentos de uniones y políticas conjuntas tenemos que reconocer también cierta rivalidad y desconfianza mutua entre países por cuestiones no resueltas, como las que persisten entre México y Brasil, Argentina y Uruguay, Colombia y Venezuela.  Frente a los desafíos de la globalización urge que los países den pasos más firmes para su integración regional en el mediano plazo, más allá del signo político gobernante en cada uno de ellos. Frente al avance de políticas globales impulsadas por los países centrales, América Latina, como región periférica, continúa, en algunos aspectos, estancada y dividida.
Las políticas económicas globales, más la necesidad de alimentos de países densamente poblados como China e India, si bien reportan beneficios económicos a la región en lo que respecta a sus exportaciones, primarizó, sin embargo,  la  economía de América Latina, que centró sus exportaciones en producciones agropecuarias o mineras, con intervención de grandes empresas transnacionales.  Esto llevó al monopolio de, grandes pools transnacionales, de  la comercialización de productos para el agro y de la explotación minera con métodos no convencionales, que trajo de la mano la concentración de tierras y capitales y como consecuencia, el gran enriquecimiento de  unos pocos y el empobrecimiento de sectores campesinos, pequeños productores del campo y pueblos originarios, que se vieron expulsados de las tierras que habitaron por generaciones. Todo esto, sin analizar el desequilibrio en la balanza comercial que provoca el comercio con países asiáticos, europeos y los Estados Unidos que exportan, hacia esta región, las manufacturas que producen –desde maquinarias hasta tornillos- y solamente compran productos primarios, con poco o ningún valor agregado. Sólo Brasil logró un cierto desarrollo industrial relevante en el concierto de las naciones, gracias a políticas tomadas por gobiernos de diferentes signos.
Un párrafo aparte merece la explotación minera y de hidrocarburos en el subcontinente, la mayoría en manos de empresas transnacionales y explotadas con técnicas no aprobadas para aplicarlas en los países centrales, por el gran daño ecológico que producen y por su impacto directo en el paisaje, en los recursos de agua y, especialmente, en los grupos humanos que se ven seriamente afectados por el empleo de sustancias tóxicas –muchas de ellas cancerígenas- y la contaminación y el agotamiento del agua, imprescindible para la supervivencia de seres humanos, de vegetales y de animales.  No debemos olvidar que América Latina posee en su territorio el mayor reservorio de agua dulce del mundo, también codiciado por las grandes potencias.
En este contexto adquirió protagonismo Venezuela, durante la presidencia de Hugo Chávez, con su proyecto de construcción del gasoducto del sur, que conectaría Venezuela, Brasil y Argentina, con más de 9.000 km de extensión y la propuesta de una nueva institución financiera regional, el Banco del Sur (firmada su constitución por los presidentes de Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia, Uruguay, Ecuador y Paraguay, en el 2007) pero, a la fecha sin concreción efectiva.
Otro intento de acuerdo regional es la CAN (Comunidad Andina de Naciones), integrada por  Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, con fines de cooperación regional, de política exterior común, de acuerdos económicos y políticas sociales, actualmente bajo la presidencia pro témpore de Bolivia.
¿Qué propuesta superadora se puede anhelar para la región latinoamericana? Por un lado, que los países que la integran salgan de su aislamiento entre  los propios países, que logren  una mejor posición internacional en bloque, frente a las uniones generadas desde Europa, Asia o dede los Estados Unidos. Hasta ahora, más bien se optó –además de los intentos mencionados- por declaraciones en reuniones o fórums internacionales, en el terreno económico o en el campo político, y acciones  en casos de intento desestabilizadores de los gobiernos democráticos electos, importante todo, por cierto, pero insuficiente a la hora de hacer un balance en perspectiva global.
 Para este punto, los medios de comunicación juegan un papel significativo ya que ignoran la realidad del subcontinente, en la mayoría de los casos, salvo excepciones por parte de medios estatales de algunos países como Argentina, Bolivia, Venezuela y Ecuador, que brindan una visión más global, desde ópticas nacionales y latinoamericanas. Los pools mediáticos, generalmente, silencian lo que sucede en la subregión y sólo reflejan algunos aspectos parcializados de la realidad -tal el caso de  la expansión de la delincuencia y del narcotráfico- como una cuestión local y global  no resuelta, además de los intentos desestabilizadores puestos de manifiesto  a través de la manipulación de la información brindada desde sus cadenas monopólicas de medios de comunicación.
En el plano económico aparecen algunos países de América Latina en uniones internacionales más globales, como el Grupo de los Veinte (G20), que surgió para coordinar acciones de los Ministerios de Economía y Bancos Centrales, del que forman parte Argentina, Brasil y México, opuesto al Grupo de los 8 (G8) compuesto por los países más industrializados del mundo (Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, Japón, Italia y Canadá, más Rusia) que constituyen una muestra del reparto económico del poder monetario y financiero a nivel mundial. En el 2008 surgió, como contrapartida, otro grupo, el de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que representa –como se dijo- a los países de economías emergentes.
En el plano político le resultó difícil a América Latina la institucionalización de una nueva política que fue consolidándose como respuesta al fracaso de las políticas neoliberales de los 80’ y los 90’. Nuevos gobiernos adjetivados como neopopulistas o nueva izquierda –categorías que podrían discutirse ampliamente-,  que rechazan las políticas neoliberales de fines de siglo, representados por Chávez y luego Maduro en Venezuela, Lagos y Bachelet  en Chile,  Lula y Dilma Rousssef en Brasil, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Tabaré y Mujica en Uruguay, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Lugo en Paraguay (luego derrocado) y algunos intentos más turbulentos y confusos en Centroamérica. Sólo México y Colombia aparecen como baluartes del neoliberalismo hasta la actualidad. En oposición a la orientación mercadocéntrica del modelo neoliberal, se puede decir que estos Nuevos Gobiernos oponen una fórmula combinada de más Estado dentro del Mercado; es decir buscan incrementar el crecimiento del mercado a través de la acción institucional del Estado, con medidas de nacionalización de recursos energéticos como en Venezuela, Bolivia y Argentina, entre otras tomadas en defensa de la soberanía económica.
Estos nuevos gobiernos de centro-izquierda, afianzados con el consenso social y estabilidad política, consolidaron su poder con elecciones y reelecciones y políticas redistributivas que permitieron salir de la pobreza a amplios sectores sociales. La confrontación política es, en gran medida, el origen de esta nueva política latinoamericana que permite la reproducción de liderazgos personales. La intervención estatal se profundizó en algunos sectores, pero conviviendo con servicios públicos concesionados o privatizados; las nuevas políticas conviven con la aldea global y formas económicas capitalistas.
La revalorización de la política constituye un aspecto altamente positivo para los cambios y transformaciones que se fueron dando en la región, al igual que la sanción de nuevas constituciones como las de Venezuela, Ecuador y Bolivia, y la continuación de las reformas en Brasil y Colombia, constituciones que incluyen la diversidad y heterogeneidad social de las formaciones culturales latinoamericanas. Estas nuevas cartas magnas reconocen ciudadanías pluriculturales y revalorizan a grupos sociales hasta entonces marginados,  como los pueblos originarios y los afro descendientes.
El desafío de estos Nuevos Gobiernos es conseguir el respaldo de mayorías electorales ante el avance de coaliciones de centro-derecha que amenazan con echar por tierra las conquistas logradas. Por otro lado, la mutación de los partidos políticos tradicionales en nuevos partidos, producto de alianzas electorales o coaliciones coyunturales, sin unidad programática, en algunos casos, y con pervivencia de prácticas electorales clientelares, en la mayoría, conduce a generar desconfianza sobre la disponibilidad del electorado para las nuevas opciones políticas, frente a los vaivenes de la crisis económica mundial y la capacidad de estas alianzas de lograr consenso; tal el caso de la incertidumbre de la reelección de Dilma Roussef.  La fragmentación del sistema de partidos conduce a la polarización política detrás de la figura de candidatos que cuentan con mayor apoyo del electorado, pese a que, a veces, resulta dificultoso reconocer claramente sus posiciones; últimamente se observan intentos –por parte de coaliciones de centro-derecha-  de cambiar la orientación de la política en el subcontinente.
Otra cuestión no resuelta por los gobiernos de centro-izquierda es la concentración del capital financiero, de la propiedad agraria y de empresas multinacionales que siguen manejando recursos energéticos y naturales, sólo enfrentados por movimientos minoritarios de campesinos, como los sin tierra en Brasil y el MOCASE en Santiago del Estero, entre otros. No son temas discutidos la reforma agraria y tributaria redistributiva, ni la protección de los recursos naturales.
Como conclusiones y a pesar de no haber agotado los desafíos con los que se enfrenta América Latina en el presente siglo, creo que debemos proponer para la región
1.       La consolidación de la democracia con más y mejor participación de la ciudadanía y de todos los sectores involucrados.
2.       Fortalecimiento de los acuerdos interregionales en el ámbito económico y político para que habilite a América Latina hacia una mayor y mejor inserción en la economía mundial, que conduzca a la ampliación del horizonte económico y le permita salir de la monoproducción de productos primarios.
3.       Facilitación y liberalización del comercio interregional.
4.       Planteos conjuntos de desarrollo,  en el marco de los procesos de decolonización,  y respetando las características nacionales y subnacionales, según sus intereses.
5.       Acciones conjuntas para superar las desigualdades sociales, que hunden a la mayor parte de las poblaciones en la pobreza y permiten la acumulación de grandes capitales en pocas manos, en desmedro de las mayorías, a pesar que en los países con Nuevos Gobiernos, a raíz de políticas distributivas, se posibilitó la inclusión social de amplios sectores excluidos. La lucha contra la pobreza debe ser encarada  entre todos los países  y multidimensionalmente.
6.       Diálogo abierto con actores transnacionales, pero también entre los países de la región y al interior de la sociedad civil, para la inclusión de políticas alternativas a la globalización diseñada por los países centrales.
7.       Generación de más políticas de integración, que contemplen la inclusión real de la población en el aparato productivo, con mayor y mejor educación y generación de empleos genuinos.
8.       Asumir, colectivamente los temas ambientalistas como imprescindibles para la preservación del  patrimonio natural y humano de la región.
9.       Cooperación científica y tecnológica entre los países de América Latina para generar, colectivamente, un cambio sustancial al respecto.
10.    Planteo de un neoregionalismo más incluyente, entre todos los países que integran América Latina y el Caribe, que permita a la región insertarse como tal en el sistema-mundo.

Bibliografía
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-          Llairó, María de Moserrat (2012): “Crisis y asimetrías en el proceso de integración latinoamericano: el Mercosur, los nuevos parámetros para la negociación y la solución de conflictos”, Llairó, María de Moserrat y Acebo Ibáñez, Enrique (Comp.), citado.

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