Juan Nuñez de Prado |
Francisco de Aguirre |
por María Mercedes Tenti
La conquista y población del antiguo
Tucumán guardó relación estrecha con el espíritu moderno de toda la conquista
de América. Hombres provistos de aliento conquistador y medieval, que partieron
en busca de posibilidades de enriquecimiento y ascenso social, forjaron los
hábitos y técnicas de apropiación y colonización territorial. Por ello el
problema planteado acerca de la fundación de Santiago del Estero guarda
estrecha relación con el carácter privado de la conquista y los conflictos
jurisdiccionales generados como consecuencia.
A partir de 1535 al disminuir el ritmo antes
vertiginoso de la expansión territorial española en América sobrevino la
conquista más difícil de territorios con poblaciones en estadio
cazador-recolector asociados a agricultura incipiente, de menor densidad y de
estructuras políticas y sociales más débiles. La expansión se precipitó
como consecuencia de las guerras civiles
del Perú y de la necesidad de desembarazarse de los conquistadores sin empleo,
aventureros, soldados y mestizos sin ocupación que podían volver a perturbar la
paz colonial. De allí la extensión de la conquista a lo largo de la costa del
Pacífico, por Chile, y la internación por la región del Tucumán, expandiéndose
por el sur en búsqueda del puerto atlántico. Ambas regiones respondían a las
necesidades del Perú minero. Si bien la necesidad empujaba a los gobernadores
del Perú a ‘descargar la tierra’ para aminorar la tensión social, al poco
tiempo la acción adquirió otro valor: el de empujar las fronteras incorporando
nuevos territorios.
En 1536 Diego de Almagro había
incursionado por la región del Tucumán en su paso para Chile, pero la primera
expedición que penetró en territorio santiagueño fue la de Diego
de Rojas. El gobernador
del Perú, Cristóbal Vaca de Castro,
nombró a Rojas, que había sido gobernador de La Plata (Charcas), para reconocer
la región del Tucumán. En 1543 partió desde el Perú con unos cien hombres.
Luego debía seguirle Gutiérrez y más tarde Heredia, con cien hombres más entre
los dos. Pasó por el valle Calchaquí y los llanos tucumanos. Tras continuos
enfrentamientos con los aborígenes, penetró en territorio santiagueño por las
sierras de Guasayayán,
En
la zona de Maquijata - actual departamento Choya- en un enfrentamiento con los tonocotés, Diego de Rojas fue herido
en una pierna con una flecha probablemente envenenada y finalmente murió. La
expedición siguió por el país de los diaguitas,
recorriendo las actuales provincias de Catamarca, La Rioja y norte de San Juan,
hasta entrar en Córdoba y continuar rumbo al Paraná. En esta primera entrada se
levantaron, en tierras de indios, reales y fuertes de efímera existencia. La
importancia de esta empresa reside, en
que fue la primera que realizó un reconocimiento efectivo de la región
del Tucumán, base para expediciones pobladoras posteriores.
El movimiento de expansión y ocupación del espacio se
explica como respuesta a vastos intereses privados. La corona, de acuerdo con particulares
decididos a arriesgar sus capitales en el sometimiento de los nuevos
territorios, firmaba capitulaciones -instrumento legal-contractual- en el que
las partes fijaban sus respectivos compromisos. En otros casos, aventureros y
soldados decidían, por su cuenta, la empresa. Si bien las capitulaciones eran
firmadas generalmente por un solo hombre, por detrás había socios capitalistas
que costeaban las sociedades de conquista y participaban de sus beneficios.
Tal
el caso de la ‘entrada’ de Diego de Rojas, solventada por el propio Rojas, más
Felipe Gutiérrez y Nicolás de Heredia, con un aporte de 30.000 pesos oro cada
uno, suma muy considerable para la época. También invirtieron montos similares
o mayores otros conquistadores como Jerónimo Luis de Cabrera, Juan Núñez del
Prado y Francisco de Aguirre. La carga económica recaía enteramente sobre quien
capitulaba. En las probanzas de méritos y servicios de los conquistadores
constaban las sumas invertidas por cada uno de ellos. Los costos de la jornada
explican por qué las capitulaciones fueron siempre firmadas con personajes de
caudales y alguna figuración, ya que el que capitulaba financiaba el grueso de
los gastos además de costear el equipo de los pobres y endeudados que debían
reembolsarlo al repartirse el primer botín. Había también quienes se pagaban su
propio equipo y armamentos y el de otros combatientes.
Las
condiciones en que se estipulaba la participación pesaban en el momento de
repartir los premios. Si bien la adjudicación de mercedes de tierra, encomiendas
de indios o cargos de gobierno podía recaer en guerreros de lucida actuación en
el campo de batalla, frecuentemente se distinguía a la jerarquía económica del
militar que había convenido de antemano la categoría que asumiría en el
reparto.
Los
españoles tendían a extenderse sobre espacios desmesurados cuando el número de
indios no colmaba las ambiciones de encomiendas, por ello era importante contar
con cierto número de soldados que les garantizara oposición a la resistencia
indígena. Muchas veces la soldadesca constituía un foco de presión que
estallaba a menudo en disturbios y conspiraciones, como sucedió con la
expedición de Diego de Rojas. También podemos observar en Núñez del Prado,
fundador de El Barco, que no pudo oponer resistencia a Villagra y a Aguirre.
Por ello la turbulencia interna de la hueste, en algunos casos, determinó giros
imprevistos en los planes trazados por las autoridades para ordenar la anexión
de los nuevos territorios. Tal lo que sucedió con la expedición de Núñez del Prado.
El
carácter privado de la expansión entrañó la obligación de premiar a los
responsables de la avanzada conquistadora sobre los vastos espacios vacíos. El
régimen de recompensas fue establecido en función de la necesidad de incentivar
el interés por la riesgosa aventura, aunque apareciera como un ‘gracioso’
reconocimiento de servicios. Las mercedes, de corte señorial, fueron provistas
por el mismo conquistado: indios y tierras. Las encomiendas constituían el
premio más codiciado. Las disputas suscitadas en torno de ellas creaban
rencillas y litigios permanentes. Cada cambio de gobernador o de titularidad
presuponía el cambio de titular de numerosas encomiendas. Esto es lo que
sucedió cuando llegó Francisco de Aguirre. Los indios encomendados fueron uno de
los móviles principales de la población en territorio del Tucumán, además de la
pregonada expansión de la fe cristiana.
Debemos
entender la conquista del Tucumán y la fundación de Santiago del Estero como el
resultado de la necesidad de ampliar las fronteras y anexar territorios que
iban a ser a la vez proveedores y contrafuertes para el desarrollo y la
seguridad del Perú, que por su producción de plata era una pieza vital del
imperio. La entrada de Rojas, de una duración de tres años y medio, permitió dar
una información muy valiosa sobre la región central y norte de nuestro país.
A mediados del siglo XVI, el Licenciado
La Gasca acababa de poner fin a
una guerra civil en el Perú y se veía en la necesidad, como antes Vaca de
Castro, de emplear a la soldadesca que se encontraba desocupada y promovía
desórdenes. Por ello encomendó a Juan Núñez de
Prado que organizara una
expedición y fundara una ciudad para proteger el camino a Chile y para que se
informase de las probabilidades de ocupación del territorio y facilitar el
descubrimiento de la ruta al Río de la Plata.
Núñez de Prado partió de Potosí y el 29
de junio de 1550 fundó una ciudad en el valle de Gualán -actual territorio de la provincia de Tucumán- y le puso
por nombre El
Barco, en honor a La Gasca que había nacido en El Barco de Ávila, en
España. Realizó el trazado del poblado, conformó el Cabildo y distribuyó los
indios en encomiendas.
Estando allí instalado se planteó el
primer conflicto de jurisdicción con tropas chilenas, que al mando de Francisco de
Villagra, obligaron a Núñez a
reconocer la dependencia de su ciudad respecto de la gobernación de Chile. Una
vez que se retiraron Villagra y sus hombres, Núñez de Prado desconoció su
autoridad y decidió trasladar la ciudad. En 1551 la ubicó en el valle de Quiriquiri -actual provincia de Salta- y cambió su nombre
por el de El Barco del Nuevo
Maestrazgo de Santiago. Poco duró en esta ubicación ya que al año
siguiente, por los ataques continuos de los naturales y cumpliendo órdenes de
las autoridades del Perú, la trasladó nuevamente a orillas del río del Estero - hoy río Dulce-, cerca de la
actual Santiago del Estero.
El gobernador de Chile Pedro de Valdivia, por creer que El Barco estaba dentro de
sus territorios, designó gobernador de esta ciudad a Francisco de Aguirre -destacado capitán que había luchado
en Europa y América- y lo envió a tomar posesión de ella. Su objetivo era unir
en una sola gobernación toda la tierra existente entre el Atlántico y el
Pacífico, desde La Serena hasta el Río de la Plata.
Aguirre, apenas llegó a territorio
santiagueño en mayo de 1553, se apoderó de la ciudad, designó otras
autoridades, organizó un nuevo cabildo, apresó a Núñez de Prado que estaba
explorando en las cercanías, lo envió prisionero a Chile y decidió trasladar la
ciudad a corta distancia de su antigua ubicación, por estar demasiado expuesta
a las crecidas del río. Finalmente le cambió su
nombre primitivo por el de Santiago del Estero.
Mudar la ciudad implicaba riesgos: elegir nuevo lugar,
lograr la adhesión, consensuada o por la fuerza, de los capitulares -o
cambiarlos como se hizo en el caso de Santiago del Estero- alterar la
distribución de solares y los repartimientos de indios, etc. Si a esto sumamos
que era la única ciudad existente en la zona, razón por la cual tenía que
resolver sola los problemas de abastecimiento, provisiones, armas y hombres,
podemos imaginarnos que los primeros años debieron ser muy difíciles. Así lo
atestiguan los documentos. Los primeros años de existencia fueron de extrema
dureza para los pobladores, que se veían obligados a alimentarse con insectos,
hierbas y raíces y a vestirse con cueros de venados, además de estar
permanentemente acosados por la hostilidad de los indígenas.
A pesar de ello, desde Chile se continuó impulsando la
población del Tucumán y desde Santiago del Estero partieron numerosas
expediciones fundadoras. Pasada la jurisdicción al Perú continuó la etapa
fundacional por la necesidad imperiosa de mantener la relación entre el Perú y
el Tucumán, desde allí afianzar la ocupación del Río de la Plata y terminar con
las rebeliones de los indígenas. Las penurias y privaciones continuaron por
muchos años.
El acta de la fundación de El Barco
nunca fue encontrada, como tampoco la de Santiago del Estero. Es por ello que
en 1952, a pedido del gobierno de la provincia, una comisión de historiadores
de la Academia Nacional de la Historia determinó que Santiago del Estero había
sido fundada por Francisco de Aguirre el 25 de julio de 1553, basándose
especialmente en dos actas del cabildo santiagueño, del 14 de abril de 1774 y
del 21 de julio de 1779, es decir de dos siglos posteriores a la fundación.
En la primera de ellas, se acordaba
organizar la festividad de Santiago Apóstol el 25 de julio, "... en memoria de que en días semejantes
introdujeron las armas españolas el santo Evangelio y se hizo la primera
fundación de dicha ciudad". La referencia es confusa y está fechada
doscientos veintiún años después de la fundación de Aguirre.
Por otra parte, hay innumerables
testimonios en probanzas, cartas, relaciones, etc., contemporáneas al hecho que
nos ocupa, que identifican ambas ciudades como una sola. Como ejemplo
enunciaremos solamente uno de los más significativos: en la carta que escribió
Francisco de Aguirre al rey el 23 de diciembre de 1553, sostiene: “... Porque habrá dos años escribimos a la
Audiencia de V.M. que reside en la ciudad de los Reyes lo sucedido en esta
ciudad de Santiago...". Como vemos hace referencia a 1551, cuando la
ciudad se llamaba El Barco.
Eudoxio de Jesús Palacio, en su obra A
orillas del río Dulce, afirma que el fundador de Santiago del Estero es
Juan Núñez de Prado, ya que fundar implica crear algo que no existía con
anterioridad, como trasladar presupone la existencia anterior de la cosa
trasladada.
Las opiniones
se encuentran divididas. A favor de la tesis de la fundación por Aguirre
encontramos a los historiadores santiagueños Alfredo Gargaro y Andrés Figueroa,
a los chilenos Luis Silva Lazaeta y Diego Barros Arana y al boliviano Jaimes
Freyre. En defensa de la fundación de Núñez de Prado, al citado Eudoxio de
Jesús Palacio, a Vicente Sierra y a los santiagueños Orestes Di Lullo y José
Néstor Achával, por citar sólo los más conocidos.
Luis Alen Lascano, en su Historia de Santiago del Estero, publicada en 1991,
da a conocer el resultado de investigaciones realizadas por Gastón Doucet,
investigador del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas), en archivos de Sucre (Bolivia), que clarifica bastante este confuso
panorama.
Según Doucet el libro capitular de la
ciudad se inició el 29 de junio de 1550, con la fundación de Núñez de Prado y
fue continuado durante el gobierno de Francisco de Aguirre y los gobernadores
sucesivos, a partir de 1553. Es decir que no se cambió de libro de actas porque
se consideraba a Santiago del Estero como una continuidad jurídica de la ciudad
de El Barco.
Asimismo Doucet extractó de las
mencionadas actas capitulares unos documentos por los cuales el escribano del
cabildo santiagueño de 1590, daba cuenta que el 25 de julio de 1553 Francisco
de Aguirre "... mudó esta Ciudad
e le puso por nombre Santiago".
A treinta y siete años del suceso, los cabildantes confirmaban la fecha del
traslado.
Por todo esto coincidimos con Alen
Lascano en que debe considerarse a Juan Núñez de Prado como el primer fundador
y a Francisco de Aguirre como su poblador definitivo. Pero a pesar de ello y
hasta tanto no aparezcan las actas fundacionales, el tema de la fundación de
Santiago del Estero no está totalmente resuelto.
Los problemas
de jurisdicción entre Chile y Perú por la posesión de Santiago del Estero y de
otras ciudades que se habían fundado a partir de ella, concluyeron cuando el
rey Felipe II, por Real Cédula de 1563 creó la Gobernación del Tucumán,
dependiente en lo político del Virreinato del Perú y en lo judicial de la
Audiencia de Charcas. A partir de entonces se desarrolló una política
fundacional con objetivos precisos que eran: consolidar las fundaciones en el
noroeste para una mejor unión con el Perú por Charcas y buscar una salida hacia
el océano Atlántico que permitiera una comunicación más directa con España.
Se
considera a Santiago del Estero ‘madre
de ciudades’ porque desde aquí partieron expediciones que fundaron
numerosas ciudades en el noroeste argentino. Por ello corresponde a Santiago,
no sólo el mérito de ser la ciudad más antigua del país, sino también el de
haberle dado un sinnúmero de ‘hijas’, muchas de las cuales subsisten en la
actualidad y son pujantes cabeceras de provincias, mientras que otras desaparecieron
como consecuencia de los avatares de la conquista. En realidad la formación de
un modesto conjunto de asentamientos organizados en cabildos de vecinos fue el
resultado de un lento proceso de fundaciones, destrucciones y traslados de
ciudades que continuó aún durante el siglo XVII.
Si
bien la expedición de Núñez del Prado respondió al plan de ‘descargar’ la
tierra peruana, las traslaciones de El Barco fueron un intento de escapar al
avance chileno sobre el Tucumán que culminó con la fundación de Santiago del
Estero en 1553. Durante una década se consolidó la preponderancia chilena. A
pesar de que el territorio concedido a Valdivia se extendía a lo largo del
Pacífico y penetraba en parte por el actual territorio argentino, sus
pretensiones iban más allá, ya que intentaba buscar la salida al Atlántico.
Aguirre fue el encargado de llevar adelante el proyecto y Santiago del Estero
el comienzo de su ejecución. Aunque la ciudad no cayera bajo la jurisdicción de
Chile, el asentamiento, una vez consumado, era un buen argumento para solicitar
su incorporación.
En
1563 terminó el litigio con Chile a través de una Real Cédula que modificaba y
ampliaba el distrito judicial de la audiencia de Charcas incorporándole nuevas
regiones y la recién creada gobernación del Tucumán. Francisco de Aguirre
consiguió que el virrey de Nieva lo designara gobernador, teniendo en cuenta
que era un avezado guerrero y experto conocedor de la zona. Desde La Serena se
extendía su vasto feudo con pretensiones de extender su jurisdicción hasta el
Atlántico, no ya para unir los dos océanos, sino para abrir una ruta directa
desde el río de la Plata hacia Potosí.
Santiago
del Estero fue la primera ciudad mediterránea destinada a perdurar. La
instalación en la gobernación de Tucumán tuvo características comunes y
similares a las de otras áreas periféricas de las posesiones españolas y la
continuidad de sus ciudades estuvo vinculada a la capacidad de administrar el
trabajo indígena para hacer producir las tierras en virtud de las demandas altoperuanas.
Como
vemos, los intereses jurisdiccionales se mezclaban con los privados de los
conquistadores que habían financiado la conquista. A la hora de dirimir el
pleito fundacional de nuestra ciudad deben ser tenidos en cuenta para estudios
futuros. La cuestión, indudablemente, no está cerrada. Nuevas búsquedas
documentales son necesarias para clarificar la problemática, además de nuevas
lecturas a la documentación conocida. El conocimiento de nuestras raíces
implica el estudio fiel de nuestro pasado, no tras confortaciones inútiles sino
en pos del encuentro de nuestra propia identidad como pueblo dentro del
contexto nacional.
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