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domingo, 24 de abril de 2011

EL SIGNIFICADO DE LA AUTONOMÍA SANTIAGUEÑA

Juan Felipe Ibarra, óleo de Absalón Argañarás
María Mercedes Tenti

Producida la revolución de mayo y realizado el pasaje del pacto de sujeción al pacto social para fundamentar el derecho a la emancipación, surgió otro conflicto en torno a la discusión sobre la existencia de una o de varias soberanías. Desde Buenos Aires, la afirmación de una única soberanía como depositaria del pacto social, llevó a la consolidación de una tendencia centralista o unitaria que se contraponía a la sustentada desde el interior del ex Virreinato, que argumentaba la existencia de tantas soberanías como pueblos interiores existían.
Teniendo en cuenta las categorías usadas en la época, la expresión ‘los pueblos’ hacía referencia a las ciudades convocadas por la Primera Junta a participar a través de sus cabildos. ‘Los pueblos’ designaban a las comunidades, a las futuras provincias y también a las ciudades, con sentido político, no territorial. En general implicaba la pertenencia a un grupo humano con lazos comunes, a una colectividad.
Desde el inicio de la revolución coexistieron conflictivamente las soberanías de las ciudades con la de los gobiernos centrales que trataban de delimitar una soberanía única. De allí es que resulta confuso discernir cuáles eran las pretensiones de los pueblos al autogobierno y cuáles procesos que podríamos denominar autonómicos.
En las luchas autonómicas en la provincia de Santiago del Estero podemos distinguir dos momentos. El primero, correspondiente al movimiento encabezado por Juan Francisco Borges, a partir de 1814, y el segundo el liderado por Juan Felipe Ibarra en 1820. Ambos en consonancia con dos etapas diferentes en los que distintos sectores de las élites dirigentes pujaban por conservar espacios de poder y afianzarse en ellos.
En el primero, fueron las antiguas familias afincadas en la capital provinciana, funcionarios del nuevo cabildo surgido a partir de la revolución de mayo integrado por comerciantes y propietarios de tierras cercanas a la capital, con acceso al riego del río Dulce, cuya posesión les venía del pasado colonial. Fueron precisamente estas élites las que se vieron más afectadas, en la primera década revolucionaria, por las consecuencias de la revolución. Como lo señala Tulio Halperin Donghi en Revolución y guerra, su decadencia se precipitó como consecuencia de la ruina del comercio altoperuano, la escasez de mano de obra, por cuanto los hombres útiles eran reclutados por los ejércitos revolucionarios, y la falta de recursos para su reconstrucción.
Contrariamente, el sector ganadero, con propiedades cercanas a la frontera con el indio en las márgenes del río Salado, fue el que menos sufrió los avatares de la revolución. Si bien contribuía con su ganado a los ejércitos patriotas, la coyuntura económica le resultaba favorable como consecuencia de la apertura del puerto de Buenos Aires al comercio libre y la ruina de la ganadería del litoral que trajo como aparejada la demanda de cueros santiagueños.
Frente a esta situación imperante, el cambio del equilibrio político local era inminente ya que la hegemonía de la capital y de los sectores propietarios de las tierras irrigadas del Dulce y funcionarios del cabildo se veía seriamente amenazada.
Esto se agudizó cuando unificado el gobierno nacional en 1814 en la figura de un Director Supremo, el primero en ocupar este cargo, Gervasio Antonio de Posadas, el 8 de octubre suscribió un decreto por el que dividía la antigua Gobernación Intendencia de Salta en dos gobernaciones: Salta, con capital en Salta, e integrada por las provincias de Salta y Jujuy, y Tucumán con capital en San Miguel, conformada por Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca. La consecuencia inmediata fue el comienzo de la lucha de Santiago del Estero -nuevamente considerada subalterna- por independizarse de la cabecera tucumana.
Desde enero de 1815 era teniente de gobernador de la provincia, Pedro Domingo Isnardi, simpatizante de la causa del denominado precursor de la autonomía santiagueña, Juan Francisco Borges. En abril, el gobernador de Tucumán, Bernabé Aráoz depuso a Isnardi de su cargo y designó jefe militar al comandante Antonio María Taboada, que apoyaba su gestión. Tanto el cabildo como las milicias locales no aprobaban esta designación y convocaron a un cabildo abierto que envió un petitorio al Director Supremo, expresándole que estaban dispuestos a sostener a su teniente gobernador ya que, decían “... no tuvimos un día más amargo que aquel aciago en que se estableció Tucumán en cabeza de provincia y se nos sometió a este Gobierno bajo el cuál no hemos experimentado otra cosa que vejaciones, insultos y despotismos”. El nuevo jefe del ejecutivo, Álvarez Thomas, contestó al ayuntamiento solicitándole que tuviese resignación para esperar que, una vez que se reuniera el Congreso General -que iba a congregarse en Tucumán al año siguiente-, resolviese en forma definitiva la forma de gobierno que conviniera a todos los pueblos.

La sublevación de Borges
Al no recibir apoyo del gobierno nacional, Isnardi renunció a su cargo, hecho que fue aprovechado por los partidarios de Aráoz, que convocaron al Cabildo para elegir un teniente de gobernador provisorio. La elección recayó en Tomás Juan de Taboada, partidario de Aráoz. La reacción no se hizo esperar. El 4 de setiembre de 1815 Juan Francisco Borges, a la cabeza de unos setenta hombres, marchó rumbo a la casa de Taboada al que exigió la renuncia. Luego se dirigió hacia la plaza principal y mediante el tañido de las campanas del Cabildo convocó al vecindario, quien a viva voz lo proclamó gobernador provisorio. Aráoz mandó de inmediato tropas que se enfrentaron con las fuerzas rebeldes en la plaza principal. Borges fue herido y enviado prisionero a Tucumán, aunque al poco tiempo logró huir rumbo a Salta. Al año siguiente regresó a su ciudad natal.
Manuel Belgrano, jefe del ejército del Norte, propuso al Congreso, reunido en Tucumán en 1816, el nombramiento del sargento Gabino Ibáñez como teniente de gobernador y comandante de armas de Santiago del Estero. Ibáñez asumió el cargo ante la contrariedad de Borges y sus seguidores. El 10 de diciembre de 1816, Juan Francisco Borges inició su segundo movimiento emancipador. Apresó a Ibáñez, lo envió prisionero a Loreto, asumió nuevamente el cargo de gobernador provisorio y marchó al interior de la provincia a reclutar gente.
Enterado Belgrano de los sucesos, mandó una expedición al mando del comandante Gregorio Aráoz de Lamadrid, para reprimir a Borges y a sus seguidores. Éste había acampado en Pitambalá donde fue localizado y derrotadas sus fuerzas. La orden del Congreso era fusilar a los cabecillas de cualquier rebelión armada y Belgrano como jefe del ejército la hizo cumplir. Juan Francisco Borges fue fusilado el 1 de enero de 1817 en el paraje de Santo Domingo. Sus compañeros, Lorenzo Lugones, Pedro Pablo Montenegro y Lorenzo Goncebat, fueron castigados con menos rigor.
Más que la lucha por un federalismo comunal como consideraba Ricardo Levene, la sublevación de Borges se trató de la disputa de la burguesía santiagueña por ejercer su soberanía, iniciando el camino de separación de las provincias que componían el antiguo régimen de intendencias. Fue, en consecuencia, un proceso de retroversión de la soberanía ya que los pueblos concebían la relación con la autoridad central en términos de acuerdos pactados entre ciudades. El imaginario pactista, según el modelo formulado por Artigas, era más bien confederal que federativo.

Las luchas por la autonomía
Los primeros meses de 1820 fueron decisivos para el futuro de las Provincias Unidas del Río de la Plata. La Constitución de 1819, centralista y monárquica, rechazada por los caudillos del litoral, Francisco Ramírez de Entre Ríos y Estanislao López de Santa Fe, fue el detonante que determinó la marcha de las tropas federales hacia Buenos Aires, con el propósito de derrocar al gobierno directorial de Rondeau. Los ejércitos se enfrentaron el 1 de febrero de 1820 en la batalla de Cepeda y terminó con el triunfo de las montoneras de López y Ramírez. Como consecuencia el directorio y el Congreso fueron suprimidos. No había ya autoridades nacionales. Sin embargo, ese cúmulo de odios y enfrentamientos que estallaron en el año 20 y que llevó a un proceso de descomposición y desorganización nacional, marcó el inicio de la organización de las provincias que, en definitiva, revitalizó el proceso revolucionario por la participación de todas y cada una de las partes integrantes de la nacionalidad.
A fines de 1819, en Tucumán se había producido una sublevación que puso nuevamente al frente de la gobernación a Bernabé Aráoz. Mientras las provincias del litoral trataban de organizarse firmando pactos entre ellas, en el norte, Aráoz quería conformar un núcleo territorial autónomo integrado por las provincias de Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero, aunque reconociendo la inclusión en un todo, que era la propia nación. Por ello el gobernador tucumano instó a las provincias de Catamarca y Santiago para que enviasen sus diputados, a fin de constituir la denominada República del Tucumán. Para asegurarse una elección favorable envió tropas con el pretexto de escoltar al general Manuel Belgrano, con la salud sumamente quebrantada, en su viaje rumbo a Buenos Aires. Realizada la elección con la presencia coercitiva de las tropas tucumanas, los partidarios de la autonomía llamaron en auxilio al comandante de la frontera de Abipones, el general Juan Felipe Ibarra.
Ibarra pertenecía a una familia hegemónica en la zona fronteriza de Matará, aunque también tenía poder en la ciudad ya que algunos de sus miembros habían ocupado magistraturas en el cabildo. Era un caudillo que sustentaba su influencia en bases campesinas convertidas en montoneras criollas. Su poder se lo había ganado en su actuación en el Ejército del Norte, en las incursiones contra los indios que asolaban las fronteras y en el punto estratégico de la sede de su comandancia, situada en la unión de las rutas interprovinciales.
Si bien Ibarra no pertenecía a las familias capitulares de antigua raigambre virreinal y revolucionaria, estaba emparentado con ellas y su hegemonía política se sustentaba en las fuerzas armadas permanentes, custodias de la línea de fronteras, distintas a los grupos milicianos que se reclutaban en la ciudad en momentos de crisis. En consecuencia, su poder resultaba más independiente y menos compartido por las zonas que dominaba, con mayor equilibrio social y escasez de franjas en disputa.
Su poderío provenía de la militarización y asalarización de las tropas defensoras de la frontera indígena, que concentraban la mayor cantidad de la fuerza militar de la provincia. El impulso de la frontera como base del poder político procedía del predominio militar de ésta y de la crisis de poder de las burguesías urbanas.
Frente a la intromisión tucumana Ibarra marchó de inmediato rumbo a la capital santiagueña, con el apoyo de tropas santafesinas de Estanislao López. Enterado de su avance, el Cabildo encargó la protección de la ciudad al capitán Echauri e instó a todos los habitantes, mediante un bando, a alistarse para la defensa. En la madrugada del día 31 llegó al ayuntamiento una nota de Ibarra que decía: “No puedo ser ya más insensible a los clamores con que me llama ese pueblo en su auxilio por la facciosa opinión que sufre indebidamente de V. S. para cimentar de mucho su esclavitud. Me hallo ya a las inmediaciones de ese pueblo benemérito y si V.S. en el preciso término de dos horas desde el recibo de esta intimación, que desde luego lo hago, no le permite reunir libremente en un Cabildo abierto a manifestar su voluntad, cargo con toda mi fuerza al momento...”
El combate se dio en las inmediaciones de la iglesia Santo Domingo y concluyó con el rotundo triunfo de Ibarra. Inmediatamente un cabildo abierto lo eligió por unanimidad teniente de gobernador interino y proclamó un nuevo cabildo adicto a la causa de la autonomía. El 17 de abril, y sustentándose en teorías de derecho público similares a las sostenidas en la Revolución de Mayo, Ibarra y el Cabildo fundamentaron la reasunción de la soberanía ante la disolución del Congreso Nacional.
El nuevo gobernador juró su cargo el 25 y finalmente, el 27 de abril de 1820, los electores, reunidos en el cabildo, proclamaron solemnemente la autonomía de la provincia, para lo cual se labró el Acta correspondiente. En ella se especificaba que no se reconocía otra autoridad más que la del Congreso de todos los estados provinciales y se auspiciaba la reunión de una Junta Constitucional, que debía redactar una constitución provisoria según el sistema federal.
El movimiento autonómico invocaba los derechos del pueblo de auto gobierno, aunque manteniendo relación de dependencia con un poder central fruto de la organización nacional a partir de la reunión futura de un congreso general constituyente. La emergencia de las soberanías locales fue la respuesta de los pueblos del interior a las pretensiones centralistas de Buenos Aires. La cuestión de la soberanía pasó a ocupar el lugar protagónico al reasumirla los pueblos del interior, entre ellos, Santiago del Estero.
Las provincias, en consecuencia, no surgieron como parte constitutivas de un Estado central sino como Estados independientes, autónomos, con un nuevo régimen representativo. La antigua estructura virreinal fue disgregándose y surgieron soberanías autónomas que constituyeron nuevas provincias con nuevas jurisdicciones. A pesar de ello, se buscó reorganizar un orden social a través de la firma de pactos interprovinciales.
Los gobiernos provinciales conformados a partir de 1820, fueron al decir de Juan Bautista Alberdi, gobiernos de “carácter nacional por el rango, calidad y extensión de sus poderes”; consecuencia de la resistencia a la usurpación de atribuciones soberanas de la nación por parte de Buenos Aires. La cuestión de la soberanía provincial aparece, así, relacionada íntimamente con la de la ciudadanía. La emancipación de los poderes de base regional o provincial, a partir de 1820, pudo concretarse gracias a la disolución del poder central. Sin embargo fueron estos gobiernos locales los que hicieron posible la constitución del poder central en 1853 con la sanción de la Constitución Nacional.

Bibliografía
- Alen Lascano Luis (1992): Historia de Santiago del Estero; Plus Ultra; Buenos Aires.
- Chiaramonte, José Carlos (1997): Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina; Ariel, Buenos Aires.
- Goldman, Noemí (directora) (1998): Revolución, república, confederación; Sudamericana, Buenos Aires.
- Halperin Donghi, Tulio (2005): Revolución y guerra; Siglo Veintiuno. Buenos Aires.
- Tenti, María Mercedes (1997): Santiago del Estero, desde los primitivos habitantes hasta el período ibarrista; Santiago del Estero.

viernes, 22 de abril de 2011

HOMENAJE AL HISTORIADOR JOSÉ NÉSTOR ACHÁVAL

En 1995 tuve oportunidad de publicar una breve reseña sobre la obra de José Néstor Achával, en la Revista de la Sociedad Argentina de Historiadores de Santiago del Estero, a raíz de un trabajo presentado en el Congreso Internacional de Historia del Libro, realizado en Buenos Aires. Enmarcado dentro de un breve estudio sobre la bibliografía histórica de Santiago del Estero, fue esta la primera vez que intenté esbozar un estudio de su labor historiográfica.
Al profesor Achával lo conocí desde mi ingreso al profesorado provincial, como estudiante de Historia y, posteriormente, cuando me desempeñé como profesora adscripta, durante cuatro años, en las cátedras de Historia Argentina Contemporánea e Historia de Santiago del Estero, a su cargo. Fue en particular, en esta última etapa, en donde pude valorar muchos aspectos de su obra ya que, cuando una es estudiante, a veces no aprecia en sus profesores -en su real magnitud- cualidades tales como su dedicación, empeño y tesón por dejar una huella profunda en sus alumnos. Resulta difícil tratar de bosquejar su labor docente e historiográfica, entrecruzando ambos aspectos que, sin lugar a dudas, modelaron su trabajo Su trayectoria de vida también fue, sin dudas, el motor y disparador de su expresión escrita que hoy intentaré analizar.
Su militancia desde joven en la Acción Católica, en sus años formativos, fue cimentando su pensamiento dentro de las corrientes nacionalistas -en boga por entonces-, con una marcada perspectiva hispanista y católica en la interpretación de los procesos del pasado. Creo que fue su paso por la docencia de nivel superior y universitaria, en particular por la cátedra de Historia de Santiago del Estero, lo que lo llevó a investigar con obstinación y a tratar de registrar la historia santiagueña, no escrita en un compendio sistemático, hasta la aparición de su voluminosa Historia de Santiago del Estero, siglos XVI a XIX, en 1988, de cuatrocientos cincuenta páginas, extensión que da cuenta del esfuerzo del autor en concretarla.
Con anterioridad, había publicado otros trabajos de menor aliento, pero no por ello menos valiosos, referidos a María Antonia de Paz y Figueroa, a Manuel Belgrano y su vinculación con Santiago del Estero, a la enseñanza religiosa en la República Argentina, a Francisco de Victoria y a la Conquista del desierto, entre otros, además de numerosas publicaciones en el diario El Liberal y de participaciones a través de la Radio LV 11, durante muchos años bajo su dirección.
Quienes fuimos sus alumnos tenemos conciencia que sus apuntes, organizados prolijamente para las clases diarias, fueron el origen de su obra historiográfica, referida a la historia santiagueña. Inicia el prefacio de su Historia de Santiago del Estero, reconociendo el legado de dos maestros santiagueños, Orestes Di Lullo y Alfredo Gargaro, hecho que nos habla de su amplitud de miras -a pesar de su postura histórica a la que hice referencia-, por cuanto, quienes conocemos sobre la orientación e influencias teóricas de ambos autores, sabemos que se ubicaban en dos campos interpretativos diferentes y, en muchos casos, antagónicos; conservador el primero, liberal el segundo.
Aceptando la labor de sus antecesores santiagueños y de los historiadores que, en el ámbito de la historia americana y nacional, abrevaron las fuentes de su conocimiento, da su visión de los procesos y hechos históricos de la provincia, desde la etapa fundacional hasta fines del siglo XIX. Como señala Luis Alen Lascano -en el prólogo de la obra-, el hecho de haber dedicado dos tercios del libro al período hispánico patentiza la importancia que daba el autor a ese momento, como un hito modelador de la historia santiagueña posterior.
Conocer sus mentores historiográficos también nos permite ahondar en el pensamiento y orientación de José Néstor Achával: el padre Lozano, Roberto Levillier, Vicente Sierra, Eudoxio de Jesús Palacio, entre los más destacados. Esta inclinación por una tesitura teórica definida, muestra su posición en corrientes del nacionalismo hispanista católico, a la que hacía referencia, en pos de resaltar la obra de España en América y el proceso evangelizador, en la conformación de la nacionalidad argentina.
Su meta va más allá de delinear una historia política y social santiagueña, aspira a recrear, en forma entrelazada, la historia de la Iglesia por estas tierras, como parte constitutiva de la estructuración y consolidación de una suerte de ‘ser provincial’, puesto de manifiesto desde los inicios, aún con los conflictos fundacionales desatados desde Perú o Chile.
A la historia política - institucional de la gobernación del Tucumán, primero, y a la de Santiago del Estero después, las relata entrelazadas con la historia del obispado del Tucumán y de la Iglesia santiagueña, destacando sus períodos de esplendor y despojo, con sus virtudes reconocidas, pero también con sus intereses y disputas internas.
Su postura sobre la fundación de Santiago del Estero no escapa a esta visión global de la historia santiagueña. Por ello se alinea en la corriente interpretativa de Eudoxio Palacio, Vicente Sierra y Di Lullo y designa como fundador a Juan Núñez de Prado, oponiéndose a la figura del conquistador Francisco de Aguirre, dos veces juzgado por la Inquisición.
Sin embargo, su apego por la búsqueda de la ‘verdad’ histórica, como lo señala en el prefacio, lo llevaron a publicar una separata, complemento de la segunda edición, en 1993, en la que, de acuerdo con las investigaciones de Gastón Doucet y los comentarios de Alen Lascano en su Historia de Santiago del Estero, publicada el año anterior, explicita la fecha fundacional de la ciudad centenaria, consignándola como el 29 de junio de 1550, coincidente con la primera fundación de El Barco, en tierras tucumanas. Pese a ello, y con mayor porfía, ratifica como fundador a Núñez de Prado, señala la identidad de El Barco con Santiago del Estero y destaca la posterior traslación de Aguirre, a la vez que insta a las autoridades institucionales y a los historiadores a hacer justicia con quien fue, a su juicio, el verdadero fundador de la ciudad.
La construcción del mito fundacional no es ajena a la interpretación de los historiadores, tampoco lo es a la del profesor Achával. El mito fundacional comenzó para él con la conquista, se afianzó con la afirmación de los valores hispánicos - católicos y se consolidó, posteriormente, con el proceso autonómico de la época de Ibarra, gestor de la autonomía y defensor de los principios federales, constitutivos de lo netamente nacional, ante amenazas del centralismo porteño y de las influencias foráneas.
Los logros originarios de la ‘madre de ciudades’ como primera ciudad fundada en territorio argentino, única con escudo de armas otorgado por la corona, cuna de la evangelización, sede del primer obispado, origen de la universidad y de la industria nacional, no lograron ser opacados, a su juicio, a pesar del expolio que fue sufriendo a través de los siglos.
La segunda parte de su libro, referido al período independiente y constitucional, comienza con la participación santiagueña en el proceso de las luchas por la revolución e independencia y continúa con las distintas ocasiones de participación, a través de sus representantes, en los diferentes ámbitos de confluencia de los denominados pueblos del interior, hoy provincias. En su relato va bosquejando las rebeldías santiagueñas, comenzando con la actuación de Borges y la conformación de una corriente federalista local, hasta la participación destacada de Ibarra en la constitución de una provincia autónoma, frente a los intentos vanos del centralismo porteño, en el ámbito nacional, o de los gobiernos tucumanos, en el regional, sustentadas en fuentes éditas, dispersas en bibliografía de difícil acceso.
Tanto las administraciones de los Taboada, como las que las sucedieron después de su caída, se abrevan, en particular, en documentación inédita existente en el Archivo General de la Provincia, recopilada, en gran parte, desde las cátedras de Seminario y de Historia de Santiago del Estero, de la carrera de Historia del Profesorado Provincial, al que hice referencia. Una verdadera tarea hermenéutica -de interpretación de fuentes-, lo llevan a analizar pormenorizadamente los sucesivos gobiernos constitucionales, las intervenciones militares y federales, las luchas intestinas, los grupos y sectores de poder y los avances y retrocesos de la provincia, hasta los albores del siglo XX.
Miembro correspondiente de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, la segunda obra de envergadura, de José Néstor Achával, es la Historia de la Iglesia en Santiago del Estero, divulgada en dos tomos. El primero, que abarca los siglos XIX y XX, publicado como homenaje a la Universidad Católica -de la que fue uno de sus fundadores- en ocasión de la conmemoración del Vº Centenario de la Evangelización en América, y el segundo, editado cuatro años después, complemento del anterior, con la gestión del obispo Sueldo, los templos e imágenes religiosas más relevantes de la provincia, la labor de las fundadoras santiagueñas de congregaciones y casas religiosas y las figuras más destacadas del clero de Santiago del Estero.
Según lo expresa Rubén González, quien prologa el primer tomo, la obra se encontraba, por entonces, a la vanguardia de las provincias -después de Entre Ríos-, al contar con una historia eclesiástica propia. Si bien realiza una síntesis introductoria, referida a la creación del obispado del Tucumán, se centra en la inserción diocesana de Santiago del Estero durante el siglo XIX, sobre la base de diferentes fuentes documentales y bibliográficas. Sin embargo, creo que la contribución más medulosa es la referente a la iglesia santiagueña durante el siglo XX, no sólo por las fuentes consultadas sino, especialmente, por sus aportes como protagonista de ese laicado militante, que integró las filas de la Acción Católica, desde la década del 30’ en adelante. Los datos y análisis que presenta son de trascendental importancia, por cuanto no hay un registro tan pormenorizado de los mismos, en el ámbito santiagueño.
El testimonio del historiador, a la vez partícipe e intérprete de la historia política y social de la Iglesia local, resulta de trascendental importancia. Luego desarrolla la creación y organización de la diócesis de Añatuya, la acción del asociacionismo católico, la conformación de instituciones educativas privadas, de nivel secundario y universitario, diversas obras diocesanas, celebraciones, etc., en las que se vislumbra la presencia de otro actor social, muchas veces olvidado en la historia de la Iglesia, el laicado católico.
Corona su obra historiográfica el segundo tomo de la Historia de la Iglesia en Santiago del Estero, en el que aporta nuevos datos sobre la creación de la Universidad Católica, la organización y desarrollo del Congreso Eucarístico Nacional, realizado en Santiago del Estero en 1994, contribuciones para el estudio de templos y festividades religiosas en la provincia, con la participación de distinguidos historiadores como Alfonso de la Vega, Luis Alen Lascano, Eduardo Martínez Bertolí, Gerardo Montenegro y Carlos Bustamante, y un rico apéndice documental, fuente imprescindible a la que se debe recurrir para historiar la Iglesia en Santiago del Estero.
La labor historiográfica de José Néstor Achával, enmarcada dentro del revisionismo histórico y el nacionalismo católico, en franca oposición a interpretaciones liberales de la historia, en una suerte de ‘contra historia oficial’, permite vislumbrar algunas corrientes de pensamiento en boga y difusión, dentro de los ámbitos educativos de la provincia, en la segunda mitad del siglo pasado, y su impacto en la conformación de imaginarios colectivos, muchos de ellos aún vigentes.

  EL LIBERAL  31/7/2022 Santiago #HISTORIA ORÍGENES DEL FÚTBOL EN SANTIAGO DEL ESTERO Por María Mercedes Tenti. Especial para EL LIBERAL htt...