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martes, 12 de julio de 2011

ICAÑO, LOS ORÍGENES ENTRE EL MITO Y LA CONSTRUCCIÓN COLECTIVA

María Mercedes Tenti
Icaño está ubicado a ciento ochenta y cinco kilómetros al sudedeste de Santiago del Estero, sobre la ruta nacional Nº 34, que acerca a las provincias del noroeste al litoral. El 15 de julio de 1892, la cámara de Diputados dictó una ley mediante la cual creaba el pueblo de Icaño, aunque ello no implica que, antes de esa fecha, no hubiese existido población, ya que, aparentemente es el poblado más antiguo del departamento Avellaneda. Antes, pertenecía a la jurisdicción de El Bracho, en una zona ganadera. Ubicado en la costa del río Salado, data del tiempo de la conquista. Según notas de Alfredo Gárgaro, la voz Icaño proviene del nombre de un pueblo indígena, radicado sobre la margen derecha del río. Por su parte, Andrés Figueroa, sostuvo que la palabra Icaño corresponde a chingolo -icancho en quechua- por la abundancia de este pájaro en la región.
Originariamente, esta zona estuvo habitada por los tonocotés, de origen brasílido. Poco se conoce de sus características físicas, pero de acuerdo a los estudios realizados con los restos fósiles encontrados en la zona del río Salado, se infiere que eran de estatura regular, de cara ancha y nariz mediana. Vestían con un delantal de plumas de avestruz, los hombres, y las mujeres delantales confeccionados con fibra de chaguar o de tela de guanaco o llama. Ambos solían cubrirse el torso con mantas, en el invierno. Eran sedentarios. Practicaban la agricultura además de la caza, pesca y recolección; cultivaban maíz, zapallo y porotos. Eran muy buenos pescadores. Criaban aves domésticas y ñandúes y recolectaban algarroba, tuna, chañar, mistol y raíces silvestres. Eran hábiles tejedores. Teñían las fibras de vivos colores con tinturas de origen vegetal, animal o mineral. Conocían la alfarería y fabricaban diversos utensilios de cerámica como pucos, urnas funerarias, vasijas, jarras, pipas, ocarinas, silbatos, etc., decorados de distintas formas y colores. También fabricaban diversos objetos de hueso como agujas, punzones, flechas, quenas, etc.
Vivían en aldeas ubicadas en prominencias artificiales denominadas túmulos, a la orilla del río. Las chozas eran de planta circular con techos a dos aguas. El poblado estaba rodeado de palos a pique como defensa de los ataques de los pueblos invasores. Sus armas eran el arco, la flecha, las boleadoras y las lanzas. Enterraban a sus muertos en urnas de gran tamaño, o en otras más pequeñas depositaban los huesos luego de producido el descarne. A las urnas funerarias las decoraban con dibujos e incisiones. Los tonocotés eran gente alegre, aficionada a cantar y bailar y a embriagarse. Preparaban sus bebidas de algarroba y maíz.
Cuando llegaron los españoles los sometieron rápidamente, gracias a que eran pacíficos. Les interesaba esta zona por la abundancia de mano de obra servil para explotar en su provecho. Así, los hacían trabajar, sometidos al sistema de encomiendas, en los obrajes de paño de algodón, en los que tejían los más diversos productos, que eran aprovechados por los conquistadores para comercializarlos. Después de las Ordenanzas de Alfaro, en 1612, se crearon los pueblos de indios que eran agrupaciones de aborígenes, del mismo pueblo u otros dispersos, que debían tener autoridades propias, hecho que, muchas veces, no se cumplía y que, en realidad, llevó a la desestructuración de las antiguas comunidades originarias. En Santiago del Estero la institución fracasó porque los españoles preferían tener a los indios en encomiendas, para mayor control y aprovechamiento propio.
Di Lullo, en su libro Viejos Pueblos, señala que era encomendera de esta zona, en 1717, Josefa de la Cerda, viuda del capitán Diego Ramírez. La primera vez que encontramos la mención a Icaño en las Actas Capitulares de Santiago del Estero es, en referencia a un pueblo de indios llamado así, en 1737. En el acta se fijaba que para la festividad de Corpus debía decorarse el pueblo con arcos, a costa de los españoles. En 1737 aparece como encomendero Agustín Díaz Caballero, superponiéndose, como vemos las instituciones de pueblo de indios y encomienda.
En el período independiente y autonomista, perdemos rastros de Icaño, por falta de documentos, aunque se encontraba cerca de la línea de fortines. Juan Felipe Ibarra convirtió a estos parajes en importante zona ganadera. Recién vemos que cobra visibilidad, nuevamente, en la segunda mitad del siglo XIX, a partir del avance que hacen los Taboada sobre la frontera india, es decir el río Salado que actuaba como límite natural. Iniciaron tres acciones: apropiación de la tierra, proyecto de navegación del Salado, para buscar una salida por agua al mar y construcción de un canal que uniera los ríos Dulce y Salado. Para la construcción del canal se había firmado un convenio con una compañía de capitales mixtos, en la que participaba el representante norteamericano Tomas Page –que había planeado la navegación del Salado- y se planeaba la construcción del ferrocarril al Chaco, proyectos, todos, que no se concretaron.
El clan Taboada y sus familiares, entre 1856 y 1858 compraron más de 200 leguas en el departamento Matará a vil precio. En algunos casos las adquirían por compra directa y, en otros, las compraban luego en los remates. Más tarde, vendieron parte a Esteban Rams y Robert, el empresario interesado también en la navegación del Salado y a otros capitalistas extranjeros o de Buenos Aires que comenzaron la explotación del bosque. Se especulaba con la valorización de las tierras, después del trazado ferroviario y del canal. Esteban Rams hizo construir hacia 1866 el primer canal del departamento y, probablemente, de la provincia, que lleva su nombre (de dos km.), cuyas aguas eran aprovechadas para la ganadería y la agricultura. Por entonces se nucleaba la población en el lugar denominado Las Trincheras, poblado de arboledas, donde se cree que la gente se atrincheraba frente al ataque de los indios.
En esta época ubica Di Lullo la existencia del legendario baqueano Pérez, llevado a las tolderías, siendo niño, luego de un malón, y que regresó al poblado como ‘lenguaraz’ e intermediario entre indios y criollos. A su gestión se debió la incorporación de aborígenes como mano de obra barata para desmonte, luego de la llegada del ferrocarril y comenzar la explotación forestal. Algunos se plegaron a vivir como los cristianos, otros regresaron al monte.
El ferrocarril Buenos Aires y Rosario se empezó a construir en 1876. Recién en 1890 se inauguró el tramo entre Pinto y La Banda. A la vera de los rieles fueron creciendo poblaciones, entre ellas, cobró fuerzas la estación Icaño. La población según consigna El Liberal fue iniciada por Mariano Palavecino quien, desde Gramilla, se trasladó al lugar con su familia para dedicarse, especialmente a la siembra y cosecha de trigo. Poseía dos molinos de piedra. Uno de sus primeros comerciantes fue Timoteo Pacheco, quien se dedicaba también a la agricultura.
La creación del pueblo en 1892 respondía a una política pública desarrollada por los gobiernos provinciales, de creación de pueblos en lugares aledaños a las estaciones ferroviarias y la reorganización de los ya existentes. Por ello, comenzaron a legislarse fundaciones, con delineaciones pre-establecidas, repartir terrenos entre los allegados al gobierno y percibir mejor la renta pública. El Poder Ejecutivo adquiriría las tierras, de conformidad con la ley general de expropiación, y fundaba en ellas las villas o pueblos, diseñados en cuadrículas, con una extensión de cien manzanas, de una hectárea cada una, divididas en ocho solares y separadas por calles de veinte metros de ancho, rodeada por una calle más amplia, de cuarenta metros; Las quintas eran de dos hectáreas y las chacras de cuatro.
El gobierno reservaba los terrenos necesarios para establecimientos públicos, plazas y paseos y el resto de los solares y los lotes de quintas y chacras eran cedidos, durante el primer año, a quienes lo solicitaban y cumplían las condiciones exigidas por ley. De esta manera, las familias cercanas a la élite se apoderaron de lotes estratégicos en las principales zonas de la provincia. Antes de la fundación de los pueblos, en zonas en las que se asentaban las estaciones, en primer lugar se nombraba al recaudador, luego al juez de paz y al comisario y, recién, se sancionaba la ley fundacional; Se observa, en consecuencia, que interesaba, en primer lugar, la percepción de las rentas y luego disciplinar a la población rural aledaña, para realizar finalmente el acto fundante de erección del pueblo. Todo esto debe enmarcarse dentro del impulso económico que fue tomando por entonces la explotación forestal y la importancia que adquirió el impuesto a dicha explotación que, poco a poco, fue transformándose en uno de los más importantes ingresos del fisco.
La firma Barbel Mutal y Cía. fue la primera que se estableció en la zona, con un aserradero en 1889, para explotar los bosques vírgenes. En 1890 se designó el primer comisario de la localidad: José Lugones, como se dijo, antes de la fundación del pueblo. El comisario, además de las funciones señaladas era una pieza clave en época de elecciones para llevar a los votantes.
En el siglo XX el flamante pueblo ya contaba con comisión municipal, que tenía comunicación directa con el gobernador. Los obreros lograron la conformación de un centro obrero que respondía a ideas socialistas. En 1906 se llevó a cabo la primera huelga del aserradero, apoyados por la Central de Trabajadores de La Banda. No consiguieron la adhesión de los trabajadores del aserradero de Colonia Dora.
De la mano del ferrocarril, llegaron inmigrantes italianos, árabes, judíos, alemanes, franceses, norteamericano, españoles, checoslovacos, ucranianos, que junto a la población criolla (mestiza e india), fueron forjando este pueblo que, a pesar de un pasado de grandeza soñado y con una realidad dura y difícil por el desgranamiento económico y social que tuvo que atravesar, continúa luchando gracias al tesón y amor de sus habitantes.
El pueblo fue conformándose con sus instituciones claves: La primera escuela pública provincial -hoy escuela Absalón Rojas- se abrió en 1891 -en realidad antes de la creación oficial- y la nacional en 1910. También de fines del siglo XIX se sabe de la conformación de la Sociedad de Beneficencia, integrada por mujeres de la élite pueblerina, empeñadas en la atención de niños pobres y fomento de la educación, de allí su esfuerzo en la construcción de un edificio para la escuela. La asociación femenina ocupaba un espacio de prestigio, que brindaba la beneficencia.
La crónica de El Liberal, en la transición entre siglos, destaca las riquezas del actual departamento Avellaneda, la importancia de la ganadería y la gran cantidad de agua que transportaba el río Salado. Los moradores construían pozos para juntar el agua para la agricultura, y, en consecuencia, el paisano, con poco esfuerzo, sembraba y cosechaba. La zona estaba poblada de grandes bosques de quebracho donde trabajaban miles de obreros que labraban durmientes, postes, rollizos y cortaban leña. El movimiento comercial era bastante satisfactorio.
Según el diario, asolaban al poblado, siete plagas que eran: 1) Los indios: frecuente robo de ganado; mataban y saqueaban. 2) El cuatrerismo. 3) La langosta. 4) El carbunclo, que diezmaba el ganado vacuno. Era una peste que contagiaba también a las personas y, en consecuencia, algunos hasta morían. 5) La renguera; peste por la que moría el 50 % de hacienda yeguariza y mular por año. 6) Las autoridades principales que hacían de agentes judiciales o procuradores. 7) El juez de paz, especulando en los zapatos de los muertos iniciaba juicios testamentarios de oficio para asegurar bienes.
Durante la primera década del siglo, los indios continuaban con sus ataques en las costas del Salado, como respuesta a la invasión de los blancos sobre sus tierras. Los malones dejaban numerosas víctimas y robos de haciendas. Las poblaciones, completamente desamparadas, sin armas para defenderse y sin medios, se refugiaban en los montes quedando sus bienes al capricho y antojo de los indios.
En 1904, se editó el periódico “El Icañense” dirigido por Luis Contreras. La imprenta, que lo hizo posible, fue adquirida por medio de acciones entre los principales vecinos del lugar. Si bien era una población con pocos habitantes tenía ‘vida propia’. Se creó el Registro Civil, se estableció un polígono de tiro, para la práctica de tiro al blanco, y, más tarde un cine teatro que permitía que la magia del celuloide llegara a la población.
Con las vías férreas, también llegó el deporte. En 1905 se creó el primer club de futbol, el Atlético Icaño que lucía su camiseta roja y blanca con rayas verticales. En 1920 fue cambiada por camiseta blanca con una franja roja cruzada en la espalda, en 1922 por celeste con bolsillo blanco y, a partir de 1923 se adopta el negro con pechera, puño y bolsillo con ribetes blancos. Además del divertimiento y la competencia entre los futbolistas, se organizaban torneos regionales con Colonia Dora y Herrera. Los terrenos del ferrocarril era, en un principio, la cancha donde se disputaba el triunfo.
Como para reforzar el mito fundacional, en Icaño también vivió Fabián Tomás Gómez y Anchorena, llamado “el Conde del Castaño”. Hijo del santiagueño Fabián Gómez del Castaño y de la porteña Mercedes de Anchorena. Tuvo una vida novelesca: Por la familia de su madre, perteneciente a una élite ganadera y terrateniente, heredó una cuantiosa fortuna. Este “dandi” porteño en ciernes, al cumplir 18 años, se enamoró de la cantante de ópera italiana Josefina Gavotti, que le llevaba más de doce años, y que había llegado al país para actuar en el Teatro Colón. Fabián Gómez inició su vida aventurera con un casamiento sensacional en Buenos Aires, que más tarde habría de anular el Papa, al saberse que Josefina estaba casada en Italia.
Empezó a viajar por Europa y en uno de sus viajes entabló amistad con la reina Isabel de Borbón, a quien ofreció su fortuna para la restauración de la colonia española. En premio a sus servicios, el rey le concedió el título de “Conde del Castaño”. Después de una vida de derroche, pobre y arruinado regresó a la Argentina, donde contrajo matrimonio, por tercera vez, con una santiagueña, Victoria Ponce. Su segundo casamiento había sido con una marquesa española. Este personaje murió en Icaño, el 25 de Julio de 1918. Su tumba permaneció muchos años olvidada en el cementerio de Icaño, hasta que los Anchorena, sus familiares, lo trasladaron a Buenos Aires. Se lo recuerda como el conde de Icaño.
Pero sin dudas, quien dejaría más su impronta en la región fue Emilio Wagner, perteneciente a la nobleza francesa y miembro de la Legión de Honor llegó siendo muy joven a América del Sur, a fines del siglo XIX. Viajero, naturalista, explorador, botanista, arqueólogo, desarrolló, a partir de 1901 una intensa vida científica a la que se unió tiempo más tarde su hermano Duncan. La vida de Emilio, estuvo siempre ligada a la de intelectuales, asociaciones e instituciones académicas, sobre todo francesas.
Los Hnos. Wagner desarrollaron la teoría de la existencia de una denominada Civilización Chaco-santiagueña, que descubrieron en Llajta Mauca, con el testimonio de cientos de urnas funerarias, con adornos en relieve, torteros, piezas de alfarería, ocarinas de arcilla cocida, cráneos y restos humanos, pequeñas estatuillas. Basándose en ello postularon el descubrimiento de un Imperio de las Llanuras o Imperio de las Planicies, de constructores de túmulos, para ellos antecesora de las civilizaciones de las Altas Planicies. Además de ser reconocido por la academia europea, aunque no por la argentina, fue designado director del Museo Arcaico. Emilio Wagner se instaló en Icaño que fue su pasión. Construyó su casa, en Mistol Paso, sobre las barrancas del Salado, donde vivió con su mujer y sus hijas. Allí cultivaba la tierra, realizó obras hidráulicas para levanta el agua del río, para regar plantaciones de alfalfa, maíz, tomates y toda clase de hortalizas.
El siglo XX fue, en general, para Icaño un siglo de trabajo y sacrificios. Hacia 1911 la Jewish Coloniation Association, compró al este de Icaño y en Colonia Dora, 3.000 has. para la conformación de una colonia, donde sembraban, entre otras cosas, algodón y maíz. El intento fracasó posteriormente por la falta de agua.
Siempre quedó pendiente la construcción del canal que uniera el río Dulce con el Salado. Como ustedes saben, el Salado puede traer gran cantidad de agua, inundar las tierras cercanas, pero también traer muy poco caudal. Después de la desforestación y a pesar de un apogeo inicial de la agricultura, a partir de la trágica sequía de 1937 se agudizó el drama de la falta de riego.
En 1949 se inauguró un canal en Bandera Bajada, de 30 km. La obra se comenzó en 1946, pero diversas dificultades administrativas retrasaron su terminación. El objetivo vital del canal era restablecer la producción agrícola de Colonia Dora, Icaño, Herrera y otros centros, ya que una extraordinaria masa de agua se perdía en extensiones enormes. Más tarde, el canal de Jume Esquina constituyó una nueva esperanza, también frustrada. La construcción de diques en la cuenca salteña, agudizó aún más el problema.
La cuenca baja del Salado podríamos decir que vive en “estado de emergencia” e Icaño, como el resto de las poblaciones aledañas, se ve perjudicada. Sin embargo, a pesar de ser tradicionalmente de muy poca densidad poblacional y, a la vez, expulsora de población, posee ese algo que ata a la gente a la tierra y, con tesón y empeño continúa luchando para insertarse en la comunidad provincial y nacional. Ese esfuerzo se ve en los niños y adolecentes que concurren a la escuela, en la labor de la biblioteca popular, en la prensa, como aquella Tribuna Libre de los 60’, en la conformación de la Sociedad de Agricultores Icañenses, afiliados a las Federación Agraria Argentina, en la continuidad de antiguas tradiciones como las trincheras, en las que desfilan engalanados jinetes alrededor de la pista y a la que concurren cientos de personas, de diferentes parajes y regiones, en pro de divertimiento y celebración.
De una u otra manera Icaño está presente y sobrevive a los avatares de la vida con una vocación de continuidad que transmite a las jóvenes generaciones. La historia de Icaño se sigue construyendo con esfuerzo y tesón de sus habitantes que la hacen día a día.

Bibliografía y fuentes
Boletín Oficial (1892), Santiago del Estero.
Carrera, Julio (2011): Historia de Icaño, Comisión Municipal de Icaño, Icaño, Santiago del Estero.
Di Lullo, Orestes (1954): Viejos Pueblos, Santiago del Estero.
Tenti, María Mercedes (1995): Historia de Santiago del Estero, Santiago del Estero.
Tenti, María Mercedes (1998): “Cien años de Historia”, en El Liberal Cien años, Santiago del Estero.
El Liberal (1899-1911): Varios, Santiago del Estero.
El Liberal (1968): 7º Aniversario, Santiago del Estero.
Ocampo, Beatriz (2004): La nación interior, Antropofagia, Buenos Aires.

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