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domingo, 26 de agosto de 2012

MOVIMIENTO OBRERO Y PERONISMO










María Mercedes Tenti






Planteo inicial

En las investigaciones sobre la historia del movimiento obrero argentino, los historiadores no coinciden en la interpretación de la influencia de los distintos sectores que lo integraban en la etapa de organización del peronismo, en particular en el período previo que llevó a la conformación del partido Laborista. Tampoco concuerdan en lo referente a la mayor o menor influencia de la vieja guardia sindical y al papel que les cupo a los nacientes sectores de trabajadores, especialmente a los provenientes del interior, y a los nuevos dirigentes surgidos como consecuencia de la conformación de nuevos gremios.
El propósito de este trabajo no es estudiar los hechos político – sociales, ni los cambios que se produjeron en la organización de los trabajadores. Se pretende examinar la perspectiva de los distintos autores que analizaron el tema, con el objeto de confrontarlos, compararlos y tratar de llegar a una conclusión que pueda servir para el estudio de esta etapa trascendental dentro de la historia del movimiento obrero argentino.

El movimiento obrero pre peronista

En 1930 se constituyó la Confederación General del Trabajo (CGT) a los pocos días de haberse producido el golpe de estado que derrocó al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen. Sus comienzos fueron conflictivos como todos los intentos anteriores de constituir una central de trabajadores que nucleara a los distintos sindicatos, por entonces agrupados por rama de actividad, sumamente divididos y con bajos índices de afiliación.
Cinco años después se originó la primera fractura, y en 1943 al producirse el golpe militar de junio, los motivos de la división anterior se instalaron nuevamente en la agenda gremial, provocando una nueva ruptura. Al igual que entonces, la pretendida prescindencia política de la central de los trabajadores era cuestionada por algunos sectores, que en este caso, veían con desagrado, el acercamiento de otros a los grupos políticos próximos al gobierno de facto.
La denominada CGT 1, conducida por el socialista José Domenech, dirigente de la Unión Ferroviaria, en una actitud ¨neo – sindicalista¨ (del Campo, 1983), pretendía que la central no tuviese ningún tipo de relación política, argumento no compartido por la CGT 2, que agrupaba a socialistas, más próximos a las estructuras partidarias dirigidos por el diputado Francisco Pérez Leirós, y a sindicatos comunistas.
En ambas centrales primaban ciertos intereses de grupo y ambiciones individuales de poder. Ya por entonces el movimiento obrero, y más precisamente sus dirigentes, funcionarios rentados, se habían convertido en factores de poder y fueron conformando lo que hoy denominamos  ¨burocracia sindical¨. Frente a ello la mentada autonomía de los sindicatos anterior al peronismo no lo era acabadamente, ya que existía cierta limitación con respectos a los afiliados, quienes, al no ser las afiliaciones obligatorias, ¨castigaban¨ a los dirigentes con la desafiliación que provocaba, en consecuencia, la caída de los cotizantes (del Campo, 1983).
Si bien el representante del Departamento Provincial del Trabajo, advirtió en aquel tiempo a ambas centrales sindicales sobre la prohibición de participar en política y a pesar  de recibir el apoyo de la CGT 2, el gobierno dispuso intervenir la primera y clausurar la segunda, con el propósito evidente de neutralizar  ambas influencias.
Por la misma época el coronel Juan Domingo Perón asumió la dirección del Departamento de Trabajo, transformado poco tiempo después en Secretaría de Trabajo y Previsión Social, con rango ministerial. A partir de allí la flamante secretaría invitó a los dirigentes gremiales a participar en la redacción  de la nueva legislación social.  Desde entonces se inició un nuevo tipo de relación entre Estado y sindicatos que, luego de un período preparatorio de dos años, culminó con una alianza entre ambos que permitió el desarrollo del proceso populista argentino  desde 1946 en adelante (Pont). En realidad, más que un cambio en los sindicatos, la modificación de actitud provino del poder político.
Durante este período intermedio, y gracias a la vinculación de los dirigentes sindicales con el poder político, se sancionaron una serie de decretos-leyes que favorecían a los trabajadores, como los estatutos del peón, de obreros del petróleo y de empleados bancarios, de protección de la maternidad, sobre aprendizaje, trabajo y salario para los menores, vacaciones pagas y muchos más que luego, en el período peronista, fueron convertidos en leyes.
Los acontecimientos políticos – militares que culminaron con los sucesos del 17 de octubre de 1945, sirvieron para catapultar un movimiento obrero que adquirió conciencia de su fuerza, de su cohesión, y de su posibilidad de incidir en la política nacional para defender las conquistas logradas. La interpretación de este momento histórico desde la óptica del peronismo triunfante en las elecciones de febrero de 1946, fue elaborada a partir de la necesidad de marcar  un corte con el antiguo orden, de elaborar la imagen de una sociedad nueva en la que los nuevos trabajadores del interior, arribados a la gran ciudad como consecuencia de las migraciones internas, jugaron un papel preponderante en el respaldo a Perón, conductor y líder (Torre).

Distintas posturas

Quien primero analizó este período fue Gino Germani en su obra ¨Política y sociedad en una época de transición, de la sociedad tradicional a la sociedad de masas¨. Germani recurre a un modelo dicotómico para plantear el paso de una sociedad tradicional a otra desarrollada; considera que, al ser el cambio acelerado y repentino, coexistieron elementos de ambas. Según este modelo analítico, así como la inmigración extranjera masiva jugó un papel trascendental en la transformación de la sociedad argentina y en la modernización del país, a partir de la década del 40 fueron las masas provenientes del interior las que irrumpieron y permitieron el afianzamiento del liderazgo personalista de Perón. Este último fenómeno lo analiza desde la perspectiva de factores psicosociales, como el impacto que recibieron ante su entrada en la gran urbe y la continuidad de su cultura tradicional conformada ya desde la época colonial y que continuaba vigente.
Murmis y Portantiero, en ¨Estudios sobre los orígenes del peronismo¨, analizan la orientación del sindicalismo en esa etapa de transición y concluyen en la existencia de tres tipos de sindicatos: ¨viejos, nuevos y paralelos¨. Los sindicatos ¨viejos¨ eran los tradicionales anteriores a 1930 como los de los ferroviarios, gráficos y trabajadores del estado. Los ¨nuevos¨ eran los surgidos a partir de 1943 como consecuencia del crecimiento industrial. Y los ¨paralelos¨, nuevos sindicatos conformados en forma paralela a instancias de Perón, y en contraposición a los ¨viejos¨, en ramas en las que ya existían sindicatos.
Los autores afirman que fue la vieja guardia sindical la que participó en la acción política que permitió la consolidación de una nueva elite dirigente a partir del golpe del 43. Consciente de su importancia, Perón buscó su apoyo para penetrar en el interior del movimiento obrero y, con él, se catapultó al poder político. De esta manera, cuestionaban la línea interpretativa de Germani, ya que, según ambos, los actores sociales provenientes del movimiento obrero, podían delimitarse independientemente  de los cambios socio económicos producidos con anterioridad a la toma del poder por Perón.
Laura Golbert y Hugo Rapoport, siguiendo la línea interpretativa de Murmis y Portantiero, destacan la importancia de las estructuras sindicales anteriores al peronismo y restan trascendencia al argumento de la existencia de un quiebre generacional de la clase obrera, entre los antiguos sindicalizados y los nuevos proletarios provenientes del interior, y su influencia en el período analizado.
Juan Carlos Torre si bien comparte en líneas generales el análisis de Murmis y Portantiero, considera que el mismo no abarca en totalidad el complejo proceso. Rescata la postura de Germani, pero para incorporar una nueva dimensión analítica que tiene que ver con ¨la constitución de nuevas identidades colectivas populares¨. Considera que el análisis de los dos autores, focaliza en particular el problema social y descuida, en cierta medida, el político. Si bien la clase trabajadora, actúa según un interés de clase, buscando ampliar sus beneficios a través del Estado, para Torre, este proceso desemboca en una identificación política entre las masas y el conductor. De allí que la acción política no solamente es emprendida con el objeto de alcanzar mejoras materiales, sino que  tiene como objeto, fortalecer la identidad política colectiva de los actores sociales implicados.
Elena Susana Pont indaga la influencia de las características propias del proletariado argentino, en la consolidación del populismo peronista. Sostiene que la estructura proporcionada por los antiguos dirigentes y los sindicatos, y su accionar desde la nueva estructura partidaria creada al efecto, el partido Laborista, permitió el surgimiento del peronismo. Si bien el sindicalismo en esta etapa tenía un carácter autónomo (a nivel político y sindical), a partir de la disolución del partido laborista y la conformación  del peronista, se perdió la autonomía política de los gremios y parte de la sindical. En este punto disiente con Murmis, Portantiero y Torre que subrayan el carácter autónomo de los sindicatos durante los primeros años del gobierno peronista.
Hugo del Campo considera, al igual que Murmis y Portantiero, Torre y Pont, que la composición de los gremios anteriores al peronismo no cambió demasiado. El cambio se produjo recién a partir del ascenso de Perón a la presidencia de la república. Algo similar sucedió con la autonomía política del sindicalismo pre peronista, autonomía que, coincidiendo con Pont, fue perdiéndose a partir de 1946, en pos del liderazgo centralizado y autoritario de Perón.
Daniel James brinda una nueva visión respecto a las anteriores, para detenerse en la acción de los trabajadores y sus dirigentes el 17 de octubre desde una dimensión socio cultural no analizada hasta entonces. Pone énfasis en el apoyo de la clase obrera al proyecto reformista de Perón a partir de un ¨pragmatismo¨ de clase y no solamente por la necesidad de defender las conquistas socio económicas alcanzadas, sino también como una forma de cuestionamiento social a la jerarquía y a los símbolos de la autoridad.
Julio Godio adopta una postura intermedia, ya que considera que la clase obrera que apoyó a Perón surgió como producto de la conjunción de lo que denomina ¨memoria colectiva¨, integrada por los antiguos sectores sindicales, integrados por trabajadores extranjeros y criollos, y los nuevos asalariados  migrantes del interior del país, provenientes de sectores campesinos, incorporados al mundo urbano a través de las fábricas a partir de la década del 30. Los primeros encontraron en Perón la meta a sus antiguas luchas y los segundos la solución paternalista (por su tradición federalista y populista de la época de Yirigoyen), a sus reclamos sociales y laborales.
Samuel Baily, sostiene que Perón fue quien comprendió por primera vez que de los anhelos no cumplidos de los trabajadores podía obtener una ventaja política y aquí se observa un acercamiento al análisis de Torre. Sin embargo, a su juicio, Juan Perón debilitó la influencia del socialismo y del comunismo dentro del movimiento obrero y se apoyó en los trabajadores provenientes del interior que, por sus tradiciones, permitieron el desarrollo de sus ideas nacionalistas, que desembocó en  la conformación de una fuerza política independiente sustentada en esos sectores. El autor afirma que entre migrantes del interior y trabajadores sindicalizados surgió una especie de disputa por ocupar el lugar protagónico dentro de las estructuras gremiales, que terminó con el triunfo de los primeros, en una especie de ¨nacionalismo criollo¨, a su juicio dominante dentro del movimiento obrero. Baily trata de demostrar la conformación de lo que denomina ¨nacionalismo criollo¨, a partir del apoyo de los nuevos trabajadores a Perón.
Con algunos puntos coincidentes, Rubén Rotondaro cree que el acercamiento entre estado y sindicatos se vio favorecido por la conformación de nuevos gremios. Sus dirigentes generaron una nueva corriente de opinión que fue la que impulsó la candidatura de Perón a la presidencia. Sin embargo, no deja de reconocer la importancia del apoyo al nuevo líder de los sindicatos claves como Unión Ferroviaria, obtenido luego de la intervención  en 1943 a cargo del coronel Mercante, que finalizó al año siguiente con elecciones normalizadoras que catapultaron una dirigencia que apoyó el proceso.
Hugo Leguizamón, concuerda en general  con las posturas de Rotondaro y Bailly en lo que respecta al papel asignado a los nuevos trabajadores llegados a la gran ciudad. Asigna mucha importancia a la actuación de los gremios paralelos creados a instancia de Perón, allí donde los dirigentes tradicionales ponían obstáculo para el desarrollo de sus planes. Si bien los comunistas quisieron coparlos, mayormente no tuvieron éxito, debido a que los dirigentes peronistas contaron pronto con el apoyo de las masas obreras. Por su parte, Santiago Senén González y Fabián Bosoer, insisten en la existencia de un corte generacional (oponiéndose así a lo sostenido por Golbert y Rapoport), fruto de las migraciones a la gran ciudad, que dará como consecuencia el surgimiento de una nueva generación de dirigentes gremiales, totalmente diferenciada de la anterior, que fue la que principalmente apoyó a Perón, concordando con la versión tradicional peronista.

A modo de síntesis
Frente a estas disímiles interpretaciones, que, sin embargo, tienen algunos puntos coincidentes que fui señalando a lo largo del trabajo, creo que resulta más interesante detenernos en las que aportan análisis más esclarecedores. El precursor es, indudablemente, Gino Germani, por el enfoque social de su estudio, y por el peso que pone en los factores  psico sociales y culturales que influyeron en la adhesión a Perón de los nuevos actores sociales que irrumpieron en escena. Esta orientación, si bien difiere de la ¨oficial¨ peronista, da mayor importancia al aporte de los nuevos trabajadores llegados a la capital y sus alrededores.
Daniel Murmis y Juan Carlos Portantiero, desde una perspectiva socio económica, tratan de indagar la influencia que el nuevo proceso industrial generado a partir de la década del 30 ejerce sobre la alianza de clases dominantes y el movimiento obrero. Para ellos, fueron los antiguos dirigentes los que permitieron la conformación de una nueva elite sindical que permitió la llegada de Perón al poder, todo, independientemente de los cambios económicos y sociales que se produjeron por entonces. Si bien  hacen una diferenciación en tipos de sindicatos, diluyen la separación entre vieja y nueva clase obrera, ya que consideran que ambas comparten en los años 30 la explotación propia del sistema capitalista.
Juan Carlos Torre, fiel a su estilo, busca la interpretación política de los problemas socio económicos. De allí su crítica al enfoque de Murmis y Portantiero, que, a su juicio, descuida el problema político y  mira sólo desde la perspectiva de la lucha social. Torre reconoce la presencia del interés de clase en la lucha, pero cree que en ella también late una conciencia política. Por lo tanto, la atención puesta por las masas, no fue sólo para reparación de intereses materiales, sino que se trató de una identificación política directa con la figura de su líder. No sólo encontraban en Perón  la satisfacción de sus planteos referentes al mejoramiento del nivel de vida y de trabajo, sino que buscaban, y lo encontraron, el reconocimiento de su calidad de ciudadanos, es decir, la salida del estado de marginalidad política en que se encontraban.
Daniel James al estudiar lo que ocurrió el 17 de octubre, desde otros ámbitos distintos a Buenos Aires, en particular Berisso y La Plata, trata de indagar el problema desde una perspectiva simbólico cultural. Difiere de la interpretación de Murmis y Portantiero y de Hugo del Campo en el sentido de la continuidad del movimiento sindical anterior al peronismo. En cierto modo reivindica la intuición planteada por Gino Germani de la importancia del peronismo como punto de inflexión en la historia argentina. Para James, con el peronismo se da una ruptura, más que una continuidad.
También difiere del análisis de Murmis y Portantiero en lo concerniente a la búsqueda de beneficios materiales por parte de los trabajadores, para enfatizar cuestiones referentes a la identidad de las masas con su líder y a temas de carácter simbólico. A su juicio fue la identidad que se forjó en el 45 la que permitió la continuidad del movimiento peronista.
A pesar de los importantes aportes, creo que el tema no está resuelto. Falta indagar más sobre los años previos al peronismo y no solamente en Buenos Aires y las principales ciudades, sino en todo el país, puesto que el peronismo surgió como un movimiento nacional que, con variantes, aún conserva esa característica.
Creo que no fue homogéneo el comportamiento de los trabajadores en la etapa anterior a 1945, y que debe investigarse aún más, inclusive desde la influencia del radicalismo y el conservadorismo  que tenían mayor peso político en el período analizado, ya que por lo general se estudia mayormente desde el ascendiente del socialismo y comunismo. Quizás parezca absurdo relacionar en esta etapa al movimiento obrero con los partidos conservador y radical, pero se debe considerar que la clase obrera en el momento de votar (aún reconociendo el fraude), optaba por alguno de estos dos partidos. Muchos de sus caudillos se pasaron luego al peronismo y continuaron ejerciendo su ascendencia sobre los asalariados.
A esto debemos sumar la necesidad de reconstruir las fuentes referentes a los trabajadores, ya que hay un olvido sistemático: carencia de repositorios, falta de conciencia de conservar la memoria por parte de los propios trabajadores, además de intentos concretos desde sectores del poder de borrar la memoria  colectiva.

Bibliografía

- Baily, Samuel; Movimiento obrero, nacionalismo y política en la Argentina; Paidós; Buenos Aires, 1984.
- Campo, Hugo del; ¨Sindicatos, partidos ¨obreros¨ y Estado en la Argentina preperonista¨, ponencia presentada en las VII Jornadas de Historia Económica, rosario, setiembre de 1985.
- Campo, Hugo del; Sindicalismo y peronismo, los comienzos de un vínculo perdurable; Clacso; Buenos Aires, 1983.
- Germani, Gino; Política y sociedad en una época de transición, de la sociedad tradicional a la sociedad de masas; Paidós, Buenos Aires, 1962.
- Godio, Julio; El movimiento obrero argentino (1943 – 1955); Legasa; Buenos Aires, 1990.
- Golbert, Laura y Rapoport, Hugo; ¨El movimiento obrero argentino en la década infame¨, en Historia del movimiento obrero; Nº 49; Centro editor de América Latina; Buenos Aires, 1973.
- James, Daniel; ¨17 y 18 de octubre de 1945: el peronismo, la protesta de masas y la clase obrera argentina¨; en Desarrollo económico; Nº 107; Buenos Aires, octubre – diciembre de 1987.
- James, Daniel; Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora en la Argentina; Sudamericana; Buenos Aires, 1990.
- Leguizamón, Hugo; ¨Argentina: el 17 de octubre de 1945¨, en Historia del movimiento obrero; Nº 63; Centro editor de América Latina; Buenos Aires, 1973.
- Murmis, Miguel y Portantiero, Juan Carlos; Estudios sobre los orígenes del peronismo; Siglo XXI; Buenos Aires, 1987.
- Pont, Elena Susana; Partido Laborista: Estado y sindicatos; Centro editor de América Latina; Buenos Aires, 1984.
- Rotondaro, Rubén; Realidad y cambio en el sindicalismo; Pleamar; Buenos Aires, 1971.
- Senén González, Santiago; Breve historia del sindicalismo argentino; Alzamor; Buenos Aires, 1974.
-  Senén González, Santiago y Bosoer, Fabián; ¨Los gremialistas y el 17 de octubre¨; en Todo es historia; Nº 339; Buenos Aires, octubre de 1995.
- Torre, Juan Carlos; ¨Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo¨; en, Mackinnon, María Moira y Petrone, Mario Alberto; Populismo y neopopulismo en América Latina, el problema de la Cenicienta; EUDEBA; Buenos Aires, 1998.

martes, 7 de agosto de 2012

LOS NACIONALISTAS ANTE EL GOLPE DE ESTADO DE 1930



María Mercedes Tenti

Introducción

Resulta difícil conceptualizar al nacionalismo ya que el concepto encierra significados diversos según se trate de una ideología, un grupo político o de un movimiento cultural. El nacionalismo surgió en Europa a comienzos del siglo XIX; puede tener distintas significaciones: la doctrina política que contempla el desarrollo autónomo de una colectividad; puede abarcar el dato psicológico y emotivo, como un estado de ánimo; puede también referirse a la idea de autodeterminación y autogobierno, en algunos casos a favor de un grupo privilegiado[1].
Si bien los nacionalistas nunca constituyeron un partido político, los intelectuales que profesaban las ideas así denominadas ejercieron importante influencia o actuaron como nexo en diversos sectores de poder, especialmente en los militares. Sus fuentes doctrinarias eran de diverso origen. Algunos se remontaban a las Siete Partidas de la España del medioevo, al carlismo español, o al franquismo,  otros imitaban las normas de Charles Maurras o admiraban a Benito Mussolini. La mayoría se mostraban tradicionalistas, con una fuerte adhesión al pasado, antipositivistas y algunos con marcada fidelidad al catolicismo.
En general, el nacionalismo es un fenómeno complejo, heterogéneo, y que varía según las distintas etapas históricas en que actuaron sus sostenedores. También implica una conciencia de pertenencia por parte de quienes así se definían, al mismo tiempo que un reconocimiento como tales por parte de quienes no compartían sus ideas.
Para Eric Hobsbawn, el sentimiento de pertenencia que permite consolidar la identidad colectiva, se establece según cuatro aspectos destacables: 1º) De manera negativa, al reconocer un ¨nosotros¨, diferente a un ¨ellos¨. Es decir, que se afianza no tanto a partir de las semejanzas entre quienes integran un grupo, sino desde las diferencias con el grupo opuesto.  2º) Las identidades son intercambiables o combinadas con diferentes características. 3º) No son fijas, se cambian y se modifican según las circunstancias. 4º) Dependen del contexto, que al igual que las circunstancias, se modifica[2].
Si bien genéricamente podemos dividir al nacionalismo en nacionalismo de elite y nacionalismo popular, integran el variado espectro de ¨los nacionalistas¨, tradicionalistas católicos,  filofascistas, nacionalistas doctrinarios, nacionalistas republicanos, de matriz laico – democrática, de base católica popular, de derecha, de izquierda, y varios otros, según la interpretación de los distintos autores que abordaron la problemática[3].
En el presente trabajo se pretende discernir el papel que jugaron los principales teóricos del nacionalismo en el golpe militar de 1930 que derrocó a Hipólito Yrigoyen del poder e inició una serie de golpes de Estado en la Argentina, en los que los militares desempeñaron un rol preponderante como grupo de presión y de poder. A partir de entonces las relaciones entre civiles y militares fueron más estrechas y contribuyeron a la persistencia de la debilidad institucional que caracterizó la mayor parte del siglo XX.

Los alegatos de Lugones

Leopoldo Lugones jugó un papel decisivo en la formación de la ideología del golpismo militar. Contribuyó en forma concluyente a crear un clima golpista tres años antes de producirse efectivamente el golpe de Estado de Uriburu, ya que en su lógica estaba planteado el nuevo tipo de correspondencia entre el poder civil y el militar. Esta correspondencia es la preocupación de Victoria Itzcovitz que investiga sobre la naturaleza de las estructuras sociales, políticas e ideológicas que condujeron a la consolidación del predominio de las instituciones militares[4].
A pesar de sus primitivas ideas anarquistas y socialistas de fines del siglo XIX y principios del XX, y de los cargos públicos que ocupó durante distintos gobiernos, incluidos los radicales, Leopoldo Lugones poco a poco fue desarrollando ideas nacionalistas, coincidentes con el desarrollo de concepciones antidemocráticas y fascistas en Europa, y como una reacción en contra de la revolución comunista rusa y su posible vinculación con los hechos de la ¨semana trágica¨ y de la ¨Patagonia trágica¨.
Para Lugones el país se enfrentaba a una doble amenaza, encarnada fundamentalmente en la inmigración extranjera, portadora de ideas anarquistas y maximalistas, y en la integración a la vida política de nuevos sectores sociales que desestabilizaban el orden imperante.
Sus críticas al sistema democrático se manifestaban en el odio exacerbado hacia los extranjeros que, a su juicio, actuaban respondiendo a una confabulación internacional que conduciría a una guerra nacional, por cuanto ¨no hay guerra civil con extranjeros¨[5], afirmaba. Su xenofobia se exteriorizaba permanentemente en sus escritos en los que proponía desde partir de una política inmigratoria selectiva, hasta la expulsión lisa y llana de aquellos considerados indeseables por sus ideas.
Con respecto a sus ideas políticas, descalificaba a la democracia mayoritaria, a las instituciones legislativas y a la propia constitución. Criticaba a la política y a los políticos, especialmente a los radicales y sentía una repulsa manifiesta por el ¨bajo pueblo¨, negándoles, en consecuencia, capacidad para elegir a sus gobernantes.
Otorgaba al ejército un papel jerárquico y aristocrático, y consideraba que había llegado ¨la hora de la espada¨, puesto que ésta era la única institución capaz de poner orden y jerarquía en la sociedad ya que contaba con la trilogía indispensable para ello: jerarquía, disciplina y mando[6]. Esta idea fue puesta de manifiesto en el discurso pronunciado en Lima en ocasión del centenario de la batalla de Ayacucho en 1924.
Consideraba que la amenaza venía desde el exterior, producto de la influencia del maximalismo. Por ello propiciaba la guerra a lo extranjero y la exaltación del amor a la patria, considerada como un bien de los argentinos. El pacifismo escondía el culto al miedo, de allí la importancia del ejército, la ¨última aristocracia¨[7].
En ¨La  grande Argentina¨, luego de señalar la incapacidad del pueblo para entender el plan de progreso de la república, por él planteado, señalaba como objetivo del gobierno asegurar el bienestar a través del orden, la libertad, la igualdad y la defensa. Para ello, el gobierno debía estar compuesto por los idóneos, y así el orden se transformaba en la imposición de la equidad[8]. Luego de unas ¨vacaciones políticas¨ por unos diez años, proponía reestructurar el aparato del Estado a través de una organización corporativa y verticalista de los tres poderes.

Otros alegatos

Miguel Carlés fue presidente de la Liga Patriótica durante veintiocho años. En su discurso ¨Salvemos el orden y la tradición nacional¨, pronunciado en la Sociedad de Beneficencia en 1919 enunciaba la trilogía básica de la asociación: ¨Dios, patria y hogar¨. Coincidía con la xenofobia de Lugones y, en oposición a la influencia extranjera, exponía la vuelta a la tradición y al ¨espíritu de la moral argentina¨[9].
El director de ¨La Nueva República¨, periódico nacionalista aparecido durante la presidencia de Alvear, era el entrerriano  Rodolfo Irazusta, influenciado por la derecha francesa (integralista) de Charles Maurras, al igual que su hermano Julio. Ambos cuestionaban el legado de la revolución francesa y se declaraban enemigos del liberalismo.
Para los Irazusta, la iglesia y el ejército (en esto coincidían con Lugones) eran quienes estaban desde la fundación de la patria. En un principio se mostraron enemigos del sistema democrático, aunque más adelante valoraron esta forma de gobierno, al igual que al ¨pueblo¨ que antes identificaban con el ¨populacho¨.
En el artículo sobre ¨La mejor forma de gobierno¨, escrito en ¨La nueva República¨ en 1928, Julio Irazusta mostraba a la Constitución como  fuente del caos y del desorden y consideraba que la democracia que se practicaba por entonces era el sistema más absurdo. La democracia era ¨la utopía, la abstracción¨. El gobierno republicano implicaba la aceptación de las diferencias, de la superioridad de la posición, de la cultura y de la edad. Se debía tender a un buen entendimiento entre trabajadores y capitalistas[10]. De allí su apoyo al sufragio restringido.
Entendía la república como cosa pública; pero no significaba la participación del pueblo. La democracia era una alteración del orden; en consecuencia, el desorden. Los partidos políticos debían sustentar ideas; por tanto las corporaciones eran quienes verdaderamente podían representar los intereses profesionales, económicos y sociales. Se debía poner fin a la ley Sáenz Peña, origen de la anarquía.
Rodolfo Irazusta emprendió un análisis de la constitución para entender la crisis de la república. Coincidía con su hermano en la concepción de república como cosa pública. Repúblicanismo y democraticismo no eran lo mismo; eran, a su juicio, antitéticos. En el gobierno representativo no había una delegación real del poder. La solución eran formas corporativas, según las cuales las elecciones debían darse entre hombres de igual condición social o profesional[11]. Federalismo y democracia también eran incompatibles; o se daba uno u otra.
En el programa de gobierno de ¨La nueva República¨, sus adherentes proponían  un sistema uninominal por circunscripciones, la derogación de la Ley Sáenz Peña y el establecimiento del voto censitario, un Código Penal más severo, inmigración selectiva, supresión de la enseñanza laica y respaldo al tradicionalismo.
En la revista ¨Criterio¨, de orientación católica,  colaboraron numerosos autores provenientes de sectores del nacionalismo católico entre los que descolló Ernesto Palacio, también jefe de redacción de ¨La nueva República¨. Palacio consideraba que los pueblos obedecían a las pasiones, no a la razón; en consecuencia, se equivocaban. Contrariamente no se equivocaban, cuando se oponían a un régimen o cuando aceptaban a quien velaba por el bienestar general (soberanía del pueblo). La satisfacción del bienestar del pueblo decidía la legitimidad o no del gobierno, aunque el pueblo no tenía discernimiento para distinguirlo. Como el pueblo no tenía ideas definidas, podía favorecer sin quererlo a un verdadero hombre de gobierno[12] .
Por entonces, su postura era antipopular y con tendencia a la dictadura. Su concepción era elitista y menospreciaba el rol del pueblo. Al final del artículo ¨El pueblo y la política¨, está la clave para entender su posterior adhesión al peronismo, ya que sostenía que el líder era capaz de encorsetar a la masa. El líder establecía los límites dentro de los que se movía la masa.

Conclusión
En general los autores analizados tienen un discurso clasista,  dirigido a una minoría intelectual. Planteaban una nueva relación entre sociedad civil y poder político en la que el papel del ejército como grupo de poder era decisivo. Establecían como objetivo principal modificar el régimen democrático vigente por un sistema corporativo en el que debían participar los más capaces o más representativos. En consecuencia, el voto censitario era imprescindible para garantizar la nueva República.
Coincidían en general en la crítica al parlamentarismo, especialmente Lugones, aunque Palacio proponía una suerte de restauración de las instituciones. Lugones se mostraba por lo general anticristiano, a diferencia de Palacio que militaba en el catolicismo, si bien al final de su vida, el primero,  adhirió a la religión católica. La xenofobia acentuada hacia los extranjeros está presente tanto en Lugones como en los Irazusta y Carlés.
Con referencia al trabajo de Itzcovitz sobre la ideología de Lugones, se advierten ciertas debilidades tales como que no indaga por qué caminos Lugones cambia de orientación de revolucionario a reaccionario. En su pensamiento se dan múltiples cruzamientos de ideas que el texto no analiza ya que se basa especialmente en las memorias de su hijo que, obviamente no son imparciales.
Quizás falta un estudio analítico de las distintas influencias literarias, filosóficas, etc. que condujeron a sus cambios de postura, además de la situación interna (semana trágica y rebelión de la Patagonia) y externa (revolución bolchevique), señalados como determinantes por la autora. Si bien destaca el ataque de los nacionalistas a la figura de Yrigoyen, quedan desdibujadas las causas de dicho ataque. En realidad se atacaba al sistema; se atacaba a Yrigoyen porque representa el sistema. Se atacaba, en definitiva,  al sistema democrático.
Los nacionalistas miraban al sistema político vigente como un régimen que había cercenado antiguas tradiciones (en los Irazusta se advierte una defensa encendida hacia el federalismo). Constituían una elite que respondía a los intereses de la clase propietaria, representados por un hombre fuerte - como Mussolini en Italia -, de ahí el apoyo a Uriburu.
Muchos de los postulados adoptados por los nacionalistas aquí analizados, fueron tomados por los militares que intervinieron en el golpe militar que derrocó a Irigoyen en 1930 y por otros que jugaron un papel preponderante en la política nacional a lo largo de muchos años. Si bien sus ideas no alcanzaron difusión entre los sectores populares, ya que no fueron capaces de galvanizar a las masas, gravitaron sobre todos los sectores políticos del país.
Se relacionaron especialmente con los militares y con la iglesia católica y, aunque en general representaban a la derecha, también ejercieron su influencia posteriormente sobre sectores de izquierda, con sus mitos, sus técnicas propagandísticas y su perfil ideológico. Asimismo los nacionalistas dejaron sus huellas en casi todos los aspectos de la vida pública como la literatura, el arte, el periodismo, la educación, además de la iglesia y la política ya mencionados.
En la actualidad, frente a un mundo globalizado, comenzaron a reaparecer antiguas formas remozadas de nacionalismo que ya se creían desterradas, tales como propuestas para transformar estados multi culturales en territorios mono – étnicos y mono – culturales[13], al decir de Hobsbawn, todo tras la búsqueda de nuevas identidades colectivas.
Sin embargo, estas formas nuevas de nacionalismo, no significan de ninguna manera una vuelta a posturas antiguas, sino que surgen como un fenómeno sociológico nuevo. De allí que su análisis debe realizarse con nuevos abordajes desde una perspectiva multidisciplinar y dentro del contexto en el cual se desarrollan.

 Publicado   en Revista La Fundación Cultural N° 52, septiembre de 2012, Santiago del Estero, p. 14-18.

Bibliografía

-          Barbero, María Inés y Devoto, Fernando; Los nacionalistas; Centro Editor de América Latina; Buenos Aires; 1983.
-          Bobbio, Norberto y Matteucci, Nicola; Diccionario de política. Siglo XXI. México, 1986.
-          Criterio; Buenos Aires; 12/9/1929; Año II, Nº 80.   ¨El pueblo y la política¨.
-          Criterio; Buenos Aires; 19/9/1929; Año II, Nº 81. ¨El pueblo y la política¨.
-          Hobsbawm, Eric; ¨La izquierda y la política identitaria¨, en Apuntes de investigación; CECYP; Nº 2/3; Buenos Aires, 1998.
-          Hobsbawm, Eric; ¨Nación, estado, etnicidad y religión: transformaciones de la identidad¨; en Anuario 16; Escuela de Historia; Universidad Nacional de Rosario; Rosario, 1994.
-          Itzcovitz, Victoria; ¨La ideología golpista antes de 1.930 (Los escritos políticos de Leopoldo Lugones)¨, en El bimestre económico social; Buenos Aires, 1986.
-          Rock, David; La Argentina autoritaria, los nacionalistas, su historia y su influencia en la vida pública; Ariel; Buenos Aires, 1993.




[1] Bobbio, Norberto y Matteucci, Nicola; Diccionario de política. Siglo XXI. México, 1986; p.1080-1081.
[2] Hobsbawm, Eric; ¨La izquierda y la política identitaria¨, en Apuntes de investigación; CECYP; Nº 2/3; Buenos Aires, 1998; p. 7-9.
[3] Barbero, María Inés y Devoto, Fernando; Los nacionalistas; Centro Editor de América Latina; Buenos Aires; 1983.
[4] Itzcovitz, Victoria; ¨La ideología golpista antes de 1.930” en El bimestre económico social; Buenos Aires, 1986; p. 7.
[5] Ibídem; Pág. 8.
[6] Ibídem; p 10-11.
[7] Barbero, María Inés y Devoto, Fernando; Los nacionalistas; p. 56.
[8] Ibídem; p. 61.
[9] Ibídem; p. 42.
[10] Ibídem; Pág. 101 a 103.
[11] Ibídem; ´p. 105.
[12]Palacio, Ernesto;  Criterio; Año II, Nº 81; Buenos Aires, 1929; p. 76 -77.
[13] Hobsbawm, Eric; ¨Nación, estado, etnicidad y religión: transformaciones de la identidad¨; en Anuario 16; Escuela de Historia; Universidad Nacional de Rosario; Rosario, 1994; p. 16.

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