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lunes, 16 de enero de 2012

INVESTIGAR EN LOS PROFESORADOS




 María Mercedes Tenti

La necesidad de articular la formación y la práctica de profesores con la investigación educativa es una idea que se ha impuesto, especialmente, a partir de la difusión de los modelos interpretativos-explicativos que han sostenido la definición del docente como investigador, en particular de su propia práctica. En este marco, y probablemente con la intención de jerarquizar la tarea docente, la idea de investigación de la propia práctica ha ido reemplazando progresivamente a la noción de análisis de la práctica, colocando así a la investigación en el centro de la actividad formativa y profesional docente. El problema es que, esta centralidad ha llevado, en muchas ocasiones, a confundir la llamada investigación de la propia práctica con la investigación académica o científica y a imponer, por tanto, la necesidad de proveer a los educadores de una formación teórica y metodológica, que los habilite para producir bajo preceptos científicos o académicos. No obstante, merece cierta discusión el supuesto de que la actividad de investigación científica deba formar parte del perfil profesional docente.
La articulación entre investigación pedagógica y práctica docente constituye un problema complejo, sobre el que gira una diversidad de posiciones. Tradicionalmente, esta articulación ha sido entendida como la aplicación, en la práctica, del conocimiento producido en ámbitos académicos y científicos, con procedimientos debidamente controlados. Esta posición se funda en una clara circunscripción de la investigación científica como una actividad que tiene como finalidad la revisión del conocimiento existente y la generación de nuevos conocimientos, mediante la aplicación de la metodología pertinente.  Su desarrollo exige una formación especifica -de mediano y largo plazo- en ámbitos institucionales destinados a tal efecto y su objetivo no radica, especialmente, en la generación de cursos de acción o en la descripción, el análisis y la explicación de problemas educacionales, sino que se propone la construcción de conocimiento nuevo.
Esta perspectiva ha sido objeto de diversas críticas: Se afirma que condujo a la disociación entre el conocimiento pedagógico producido en los ámbitos de investigación y la realidad de las escuelas, centrando la investigación en las universidades y la ‘práctica’ en la escuela; Se sostiene que la investigación educativa debe tener como objetivo la mejora de la calidad de la educación; Muchas veces se considera poco práctica a la investigación, por encontrarse lejos de los problemas cotidianos. 
Al respecto surgen una serie de críticas a lo anteriormente señalado, que sostienen que la investigación educativa nunca mejorará la calidad de la educación, en la medida que no medien otros factores tales como la circulación de la información de los resultados de la investigación, la discusión de las conclusiones; la relevancia de los problemas diarios en la práctica escolar y el diseño de políticas educativas teniendo en cuenta los aportes de la investigación.
Frente a ellas, nace la perspectiva de investigación sobre la propia práctica, como medio de producción de conocimientos aplicables y relevantes, en relación con los problemas que deben enfrentar diariamente los profesores. Si bien no se afirma, específicamente, que estos conocimientos sustituyen el conocimiento producido en los ámbitos académicos y científicos sobre la realidad educativa, se destaca su mayor utilidad en términos diagnósticos o prescriptivos.
Esta noción puede ser analizada, entre otros textos, en la obra de Elliott sobre la investigación-acción. El autor denomina investigación educativa a la que se relaciona con los problemas cotidianos enfrentados por los profesores, y que tiene por objeto "mejorar las conceptuaciones de sentido común...” (Elliot, 1990:35). La investigación-acción se acercaría más a los problemas de la práctica. Esta representación acerca la producción investigativa a los problemas cotidianos de la práctica docente, reduce la preeminencia de la investigación pedagógica a los contextos de aula y vigoriza la suposición de que la explicación y la solución de los problemas de la práctica se encuentran en el ámbito escolar. La indagación de la propia práctica es una cuestión deseable y tal vez inevitable del ejercicio de la docencia, pero es necesario advertir que sus resultados no agotan las necesidades de investigación en el campo educativo, ni siquiera la explicación de los fenómenos que tienen lugar en las aulas.
Por otro lado, la investigación de la propia práctica se produce en condiciones de validez y generalización distintas de las definidas en los ámbitos académicos, lo cual, necesariamente, limita la posibilidad de transferencia del conocimiento resultante. Pretender superar estos límites supone sobrecargar la labor diaria de los profesores, con una actividad que exige el dominio de un conjunto de métodos y técnicas que requieren una formación especial y condiciones de trabajo específicas,
Ciertamente, resulta efectivo que profesores que trabajan como docentes estén involucrados en la producción de conocimiento nuevo, con respecto a sus áreas disciplinares y bajo condiciones de investigación académica. Lo que no es legítimo es suponer que deban hacerlo sólo por ser docentes y que puedan hacerlo sólo con la formación recibida en el grado y la acumulación de experiencia. Si no se conservan estas precauciones, se puede caer en un contrasentido: la reivindicación de la investigación como una actividad inherente a la docencia, más que jerarquizar la profesión terminaría operando como un devaluador más de la misma, ya que sumaría otro saber a la lista de los que los docentes deberían tener y carecen de ello.
En la búsqueda por superar estos riesgos restrictivos y de esclarecer el panorama, puede resultar útil diferenciar, por un lado, los mecanismos específicos de análisis de la propia práctica que todo docente debe poner en práctica en el transcurso de su trabajo diario y, por otro, los conocimientos y procedimientos propios de la investigación educativa en los ámbitos académicos y científicos que, producido en articulación con los problemas de la realidad educativa, pueden resultar elementos útiles y pertinentes para definir y reorientar los cursos de acción en el aula y la escuela. Para ello debe darse, como condición imprescindible, que los docentes participen de alguna manera en investigaciones y que dispongan de las herramientas necesarias para comprender el proceso investigativo.
Teniendo en cuenta las consideraciones precedentes,  si se acepta que, bajo ciertas condiciones, la relación de los profesores con los procedimientos y resultados de la investigación educativa de carácter científico o académico puede contribuir a mejorar la práctica de la enseñanza, es posible pensar en la incorporación de instancias relacionadas a la investigación educativa en la misma formación de grado, instancias que, en algunos profesorados ya se llevan a cabo. Ello puede darse, por un lado, aproximando al futuro docente a los resultados de investigaciones con el propósito de que tome conciencia sobre los procesos de producción de conocimiento y pueda vislumbrar los aspectos sobre los que no se produjo investigación, entre otros.
Por otro, el acercamiento a los procedimientos de la investigación educativa, a través del diseño y la puesta en marcha de alguna experiencia concreta de investigación, la realización de pequeñas indagaciones, la construcción de estados del arte u otras, no con el objetivo de formar investigadores, sino para desarrollar competencias vinculadas al planteo de problemas, formulación de hipótesis, recopilación de la información, promoción de actitudes de indagación, etc. Esta demanda de una actitud investigativa por parte de los docentes no responde forzosamente a la idea de formar investigadores, sino a su capacitación para el desarrollo de una mirada sistemática y diferente de sus prácticas formativas y de trabajo áulico.
La inclusión de un área de investigación educativa en las instituciones de formación docente constituye otro modo de enfocar la relación entre la investigación y la práctica educativa. Desde esta perspectiva, las instituciones formadoras no deben restringir sus objetivos a la formación de grado, sino que deben constituirse en centros especializados, no sólo en la transmisión sino también en la producción de conocimiento acerca de los problemas de la práctica docente, que impacten en la formación de grado y posteriormente en la propia práctica. Así, en los profesorados la relación docencia-investigación-capacitación puede ser concebida como un modo de garantizar un circuito permanente de revisión y ajuste de las prácticas de formación, en torno a problemas del ejercicio docente; el contacto con otros docentes en servicio, a través de cursos de capacitación, permite visualizar y recortar algunos de los problemas de la práctica; estos problemas, a su vez, pueden ser convertidos en objetos de investigación en los institutos.
Para llevar a cabo actividades investigativas que cumplan con todos los requisitos de validez y comunicabilidad de la investigación académica, no alcanza con formalizar un área de investigación (como pueden ser los Departamentos) dentro de la estructura institucional. Resulta imprescindible generar una serie de condiciones institucionales y formativas, habitualmente ausentes en los profesorados: recursos humanos capacitados y/o con experiencia en investigación educativa; disponibilidad de recursos para financiar proyectos de investigación; disponibilidad de tiempo rentado para llevarlos a cabo de manera continua y sistemática; relaciones fluidas de los profesorados con las universidades y centros de investigación pedagógica; acceso a publicaciones periódicas que difunden resultados o investigaciones en curso; participación en eventos académicos que permiten confrontar la propia producción y abrir nuevas líneas de indagación.

sábado, 7 de enero de 2012

PEDRO SAN GERMES Y EL INGENIO CONTRERAS


SEGÚN LA MEMORIA DESCRIPTIVA DE SANTIAGO DEL ESTERO 
DE ALEJANDRO GANCEDO (1885)

María Mercedes Tenti


 Retrato donado a la Subsecretaría de Cultura de la Provincia por Ligia San Germes



Según Gancedo, Pedro San Germes, fue quien más tuvo cuadras de alfalfa sembradas hacia 1885, en Santiago del Estero (tres años antes recibía invernadas en su finca de Contreras). Con 100 cuadras de este forraje mantenían anualmente mil cabezas de ganado mayor.
En 1876 San Germes empezó por plantar 80 surcos de 7  varas de caña de azúcar, traída de Tucumán, con el propósito de iniciar la fabricación de azúcar en la provincia. Para el efecto, al fuerte capital con que contaba, aumentó la suma de 40,000 pesos bolivianos, resultado de la venta de un molino harinero a vapor.
San Germes era un empresario de origen francés, muy emprendedor, que había ensayado anteriormente en la provincia cultivos de tabaco y sorgo, además de fabricar harina.
El Ingenio Contreras de Pedro San Germes era imponente. El edificio de las máquinas ocupaba  una superficie de 3.737 metros cuadrados. Constaba de dos trapiches movidos a vapor, que podían moler 400.000 kilos de caña en un día. Dieciocho centrifugadoras completaban el trabajo, que llegaba a producir  más de dos mil arrobas de azúcar,  diariamente. En el Establecimiento se carneaban cinco y seis animales al día, en época de la cosecha, para más de 1000 peones.
La propiedad de San Germes se hallaba situada a 7 kilómetros al Sur de la ciudad de Santiago del Estero, su superficie era de 800 cuadras de un terreno llano y de fácil irrigación. La plantación de caña de azúcar ocupaba una extensión de más de seiscientas hectáreas. 100 cuadras de la misma propiedad estaban ocupadas por alfalfa, destinada al mantenimiento del ganado del establecimiento (vacuno, yeguarizo, mular). El resto del terreno estaba ocupado por bosques de algarrobos y quebrachos que proporcionaban la cantidad de leña suficiente y en parte la madera para carros y otros usos de carpintería que se confeccionaban en el establecimiento. Un canal de gran capacidad que partían del río Dulce conducía el agua para el riego de los cultivos.
En el centro de la plantación de caña se encontraba el edificio que contenía las máquinas para la elaboración de azúcar y aguardiente y las habitaciones para los administradores y empleados. El edificio de la maquinaria ocupaba una superficie de tres hectáreas de terreno, dividido en cuatro cuerpos. En la fachada principal había tres cuerpos de cuatrocientos metros cuadrados; uno de ellos servía de depósito, otro de taller a vapor, para refaccionar y fabricar todo lo que se necesitaba en el establecimiento y el tercero para la Dirección. A los dos costados se encontraban más de cuarenta habitaciones, ocupadas por empleados, administradores, despensa, etc.
Las máquinas y aparatos que servían para la fabricación del azúcar y aguardiente habían sido construidas en los talleres de la Compañía francesa Fives Lille. El azúcar se fabricaba en dos trapiches que extraían el jugo de 50 mil arrobas de caña cada veinticuatro horas y producían alrededor de 350,000 litros de jugo, los que daban 2500 a 3000 arrobas de azúcar. Diez defecadores recibían por medio de una bomba los jugos, a medida que los trapiches los producían.  Los jugos se vaciaban en un canal de hierro que los distribuían en 16 filtros que contenían cada uno veinte hectolitros de negro animal. A medida que salían de los filtros eran recibidos en dos aparatos que producían la evaporación. Concentrados los jugos eran nuevamente filtrados y purificados.
La última concentración y cristalización se hacía también en el vacío, por medio de dos aparatos llamados tachos al vacio, que contenían 140 hectolitros de masa concentrada y cristalizada. Otros dieciocho aparatos a fuerza centrífuga separaban los cristales de las mieles. Las mieles que se escapaban de estos aparatos volvían al tacho al vacio, para recibir un nuevo cocimiento, terminado el cual se depositan en 600 cristalizadores o bateas de hierro, donde se operaba la cristalización del azúcar de segunda clase. La cristalización del azúcar de tercera clase se efectuaba en 30 depósitos de hierro de 100 hectolitros de contenido cada uno, o sean 3000 hectolitros de depósito.
Las mieles que sobraban de estas tres operaciones, es decir, las que ya no contenían azúcar cristalizable, eran depositadas en cuatro calicantos subterráneos de una capacidad de 600 hectolitros, de las que se preparaba el aguardiente. La elaboración se hacía por medio de alambiques y rectificadores. Todos los aparatos de destilería se hallaban situados en una de las extremidades del primer cuerpo del edificio, separados de los demás aparatos para la producción del azúcar, por una pared. En este Departamento había 18 toneles, cuya capacidad era de 150 hectolitros cada uno, en los que se efectuaba la fermentación de las mieles.
Los alambiques daban, cada 24 horas, 60 hectolitros de aguardiente. Dos rectificadores  lo recibían y producían alcohol (3700 litros cada 24 horas).
El carbón de huesos o negro animal, que servía para la refinación del azúcar, se fabricaba en el mismo establecimiento. La revivificación del carbón se hacía en dos hornos -de 80 hectolitros— 16 calicantos para la fermentación y todos los demás aparatos necesarios, movidos por su correspondiente máquina a vapor.
La fuerza motriz que necesitaban las distintas operaciones de la fabricación de azúcar, aguardiente etc., estaban representada por 13 máquinas a vapor. Toda la fábrica estaba alumbrada por luz eléctrica producida por maquinaria de propiedad del establecimiento. Un teléfono ponía en comunicación la administración con la casa de San Gérmes en la ciudad.
El poder de la maquinaria no se limitaba a moler las 250 cuadras de caña que producía el establecimiento, sino que siempre se aumentaba con la de otros plantadores cercanos a quienes se les compraba la producción. La compañía contaba con 60 carros de 2 ruedas y 6 de 4 ruedas, que podían cargar juntos 4800 arrobas; 600 mulas y 200 bueyes.
La Industria, órgano del Centro Industrial de Buenos Aires, núm. 35, Setiembre de 1880, decía:
Azúcar de Santiago: La muestra de este producto, elaborado en el Ingenio de los señores San Gérmes hermanos y que hace algunos días está expuesta en el local de nuestra asociación, remitida por el senador señor don- Gregorio Santillán, ha causado una agradable sorpresa a los inteligentes que la han examinado.
Los primeros visitantes han ocurrido, en la creencia de encontrar un artículo semejante al que ya conocemos como producto de las provincias, pero su vista arrancaba exclamaciones que hubieran causado verdadera satisfacción al industrial que la elabora. Entrando después a un examen detenido de sus condiciones, las opiniones de las numerosas personas que la han examinado. Están de acuerdo en que aun cuando no tiene el brillo de la azúcar francesa y americana, su blancura, calidad y pureza, la colocan en situación favorable para establecer una competencia ventajosa sobre ellas.
Su sabor es muy agradable y a pesar de la consistencia del pan o terrones, se presta fácilmente a la disolución, sin dejar el más mínimo residuo de impurezas o materias extrañas a su composición.
Tales son en resumen las unánimes opiniones de los visitantes que concurren allí diariamente, siendo cada uno de ellos un entusiasta propagador de las condiciones de este excelente producto, que atrae otros nuevos interesados en su examen; sería necesaria una gran producción para llenar el número de pedidos. Según el experimento que hemos hecho, calculamos que su fuerza de endulzar está en una proporción de un 20 por ciento más o menos sobre la mejor que nos viene del Exterior”.

Respecto de Pedro San Germes, Gancedo opinaba:
El industrial que nos ocupa, fue en sus primeros años pobre de dinero y hoy lo tenemos rico, en sentido moral y material. Hacia 1864/1865 pisó por vez primera el suelo argentino. Sin horizontes en su país, Francia, se dirigió a la Argentina. A su llegada se estableció en Rosario ganando un sueldo mensual de veinticinco pesos.
Luego empezó entre Córdoba, Tucumán y Santiago a hacer sus primeros negocios con éxito. Establecido en Santiago del Estero se hizo propietario del primer molino harinero a vapor que vendió luego a los señores Silva y Beltrán, y del terreno “Contreras”, el que destinó al principio para invernadas de ganado. Luego se dedicó al cultivo de la caña de azúcar y, ayudado por una ley que exoneraba de impuestos por quince años al establecimiento azucarero que se estableciera, se resolvió llevarlo a cabo, y en el año siguiente funcionaba ya con éxito.
El día de la inauguración de la maquinaria del ingenio Contreras, (1879), con la presencia de numeroso público, la banda de música y los silbatos de las máquinas a vapor, se pronunciaron notables discursos.
A principios del año 1880 Saint Gérmes practicó un ensayo del que obtuvo muy buenos resultados en la fabricación del extracto de quebracho (tanino). También fue propietario del primer molino harinero a vapor. La harina elaborada en ese molino obtuvo el primer premio en la Exposición de París y en otras. En 1878 fue vendido a Silva y Beltrán. Tenía un cómodo edificio con todas las habitaciones necesarias para los empleados, depósitos de trigo, harina y talleres de carpintería y herrería, etc. 

  EL LIBERAL  31/7/2022 Santiago #HISTORIA ORÍGENES DEL FÚTBOL EN SANTIAGO DEL ESTERO Por María Mercedes Tenti. Especial para EL LIBERAL htt...