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sábado, 17 de noviembre de 2012

LOS ESTUDIOS CULTURALES, LA HISTORIOGRAFÍA Y LOS SECTORES SUBALTERNOS












María Mercedes Tenti





Introducción

       El propósito de este trabajo es indagar la relación entre los Estudios Culturales y la Historiografía, en particular los modos en que esta última aborda la problemática de los sectores subalternos. Una amplia franja de actores sociales no se visibilizan en la mayoría de los trabajos historiográficos, contribuyeron a ratificar  imágenes preconcebidas por posturas tradicionales. Corrientes emergentes en las últimas décadas ponen énfasis en estas nuevas formas de abordaje, en particular a partir de la conformación del Grupo de Estudios Subalternos en la India, en los 70’ y su desarrollo en los 80’, y luego la aparición de un grupo similar en Latinoamérica en los 90’.
El planteo de una ‘nueva historia’ se nutre de aportes interdisciplinarios. Desde mediados del siglo pasado, nuevos actores -que no eran visibles en el campo historiográfico- comenzaron a emerger ‘desde abajo’, poniendo de relieve el relativismo cultural subyacentes en los relatos históricos. Frente al surgimiento de estos focos de interés, el principal problema al que se enfrentan los historiadores es el de las fuentes, por un lado, y el de la metodología, por otro. Con respecto al primero, nuevas lecturas e interpelaciones a la documentación oficial permiten sacar a luz la palabra de los sectores subalternos. Si bien no se debe perder de vista que estos documentos no contienen la voz directa de los protagonistas -mediada por el escribiente- ésta puede ser interpretada al interior del texto, dentro del contexto.
El testimonio oral de los actores y de su entorno constituye también un aporte importante para descubrir el pasado de aquellos y aquellas que no figuran en los registros oficiales. La tradición oral comenzó a ocupar un espacio relevante a la hora de desentrañar el pasado de pueblos ágrafos o de grupos que no tienen incorporada la tradición de la cultura escrita. Los registros fotográficos y audiovisuales, las letras de cancioneros populares, las novelas y el cinematógrafo, ofrecen otras fuentes que permiten acercarnos a la subalternidad, a través de nuevas metodologías aportadas por el trabajo interdisciplinario.

La historia social
A la disciplina histórica siempre le costó mantener una tradición disciplinar, en particular porque si bien basa su trabajo, especialmente, en la investigación en archivos, los métodos historiográficos, en particular en el último medio siglo, echan mano a métodos y técnicas de otras disciplinas. Por este motivo, el pretender encerrar la pretendida ‘tradición’ disciplinar historiográfica, en particular de vertiente positivista, hace agua frente a nuevas prácticas académicas que trascienden la frontera y atraviesan campos transdisciplinares.
La historia social tuvo, por lo general, bastante flexibilidad teórica y metodológica, tal como lo marcan las distintas escuelas historiográficas: La micro historia italiana[1], presenta a través del microanálisis a los nuevos sujetos de la historia, examinando ‘con lupa’ los acontecimientos históricos, reduciendo la escala de observación[2]. Tanto Carlo Ginzburg como Givoanni Levi y Carlo Poni impulsaron los estudios de la microhistoria desde la revista Cuaderni Storici, desde mediados de los 70’ y desde la colección Microstore, a partir de los 80’, relacionados con la Escuela de los Annales. Si bien los enfoques son heterogéneos, el punto de partida es la perspectiva micro y la historia particular la opción de análisis.
La historia de la vida cotidiana alemana[3], se preocupa por el cambio en las sociedades industriales modernas como fenómenos políticos. La podemos asociar a la microhistoria italiana y a la historia social inglesa. La historia de la vida cotidiana supone que los individuos tienen cierta autonomía, aunque su accionar se entiende en relación con los otros. Estudia las prácticas de la sociabilidad en tiempos y lugares concretos donde se conforman los grupos humanos, en particular en las ciudades. Su estudio se extendió hacia otros ámbitos geográficos, como Italia.
 La historia de las mentalidades francesa[4] se ocupa de “los residuos del análisis histórico”. Según Le Goff[5] es una historia ambigua; no puede hacerse historia de las mentalidades sin ligarla a la historia de los sistemas culturales y de los sistemas de creencias y de valores. Para Le Goff las mentalidades se desarrollan en el nivel de lo cotidiano y de lo automático, mientras que para su compañero de Annales, Braudel, se observan en la larga duración, en niveles más estables de las sociedades[6]. En diálogo con la antropología, aspira a reconstruir las creencias, los ritos, los imaginarios, propios de una época o de un grupo social. Darnton propone que se la denomine historia cultural[7], por cuanto el historiador indaga cómo pensaba y sentía la gente común en un determinado momento y situación históricos.
Como la historia de las mentalidades intenta restituir las representaciones, creencias, rituales, símbolos según el contexto epocal y humano, Roger Chartier la denomina historia de las representaciones colectivas ya que se trata de “…las diferentes formas a través de las cuales las comunidades, partiendo de sus diferencias sociales y culturales, perciben y comprenden su sociedad y su propia historia”[8]. Para el autor, la noción de mentalidad refiere  tanto al campo intelectual como al afectivo.
Corrientes temáticas más recientes entre la historiografía europea se plantean estudios dentro de lo que suele llamarse antropología histórica. Esta corriente desarrolla especialmente su investigación en regiones de Europa no incorporadas -o incorporadas tardíamente- al proceso industrial, con persistencia de formas antiguas de producción y de organización social y cultural. En estos estudios se incluyen territorios ubicados en el sur de España, Italia y Francia. Las investigaciones se ocupan, generalmente, de comunidades aldeanas en donde los historiadores-antropólogos estudian historias de familias, desarrolladas, la mayoría, fuera de las grandes ciudades[9].  
Ernest Gellner, sociólogo y antropólogo francés, además de sus originales teorías sobre nacionalismo, compiló un libro que aborda la problemática del patronazgo y del clientelismo[10] en sociedades marginadas de los grandes centros de decisión, sin descuidar el papel de los sectores subalternos. Además de reconocidos  historiadores como James Scott y Alex Weingrod, que teorizan sobre el tema, otros autores abordan problemáticas particulares, en contextos particulares, ampliando el horizonte de análisis sobre este tema aún no resuelto[11].
 La británica historia ‘desde abajo’[12], de vertiente marxista, lanzada en especial desde la revista Past and present (1952), busca la recuperación de las tradiciones y la historia popular, acercándose luego a los Estudios Culturales. Edward Palmer Thompson, en su obra La formación de la clase obrera inglesa (1963), analiza la lucha de clases como un proceso de toma de conciencia. La historia social y la cultura política contribuyen a la formación de la “esfera pública” de la clase obrera, conectada a la demanda de gobiernos representativos, a constituciones liberales y a libertades civiles. Para el autor, lo cultural forma un entramado con las relaciones económicas y de mercado. Define el control en términos de hegemonía cultural, de las imágenes del poder y de la autoridad y las mentalidades populares de subordinación[13].  La historia desde abajo es la historia de la gente corriente. Las fuentes, según Hobsbawm, son encontradas sólo por el historiador que sabe buscarlas[14], no es que ellas se le presentan por sí mismas o de casualidad. En los últimos tiempos, la historia oral constituye una técnica ineludible para este tipo de investigación.
La antropología y la sociología histórica norteamericana[15] abordan la problemática histórica desde macro y micro perspectivas. Entre ellos, Charles Tilly, profundiza sobre la conformación de los Estados europeos, señalando las diferencias según los modos de producción y el control de la coerción, incluyendo el papel de los sectores subalternos[16].
La historia social latinoamericana[17] inserta en la historia global a actores regionales, desde nuevos abordajes. La etnohistoria andina[18] indaga la problemática andina desde la historia social y la etnohistoria, desde un abordaje interdisciplinario; John Murra, antropólogo y etnohistoriador, es considerado el padre de esta corriente historiográfica.

Hegemonía y grupos subalternos
Fue el pensador italiano Antonio Gramsci quien más desarrolló, en un primer momento, los estudios sobre hegemonía y bloque hegemónico y sobre los grupos subalternos, sector marginado de la sociedad y de la historia. Gramsci diferencia tres grupos sociales: la clase dominante, que dirige el sistema hegemónico, la clase auxiliar, intermedia -intelectuales-, y la clase subalterna que constituye la fuerza de trabajo (proletariado, subproletariado y pequeña burguesía)[19]. Considera que las clases subalternas no están unificadas y no pueden hacerlo mientras no se conviertan en Estado, en consecuencia, su historia está entretejida con la de la sociedad civil.  
Gramsci sostiene que los grupos subalternos pretenden influir en las "formaciones políticas dominantes" y ello es clave para la modificación de las organizaciones políticas, dominante y subalterna. Los sectores dominantes, presionados desde abajo, intentan obtener el apoyo de los sectores subalternos mediante la creación de partidos políticos reformistas. Si los subalternos pretenden tener sus propios partidos políticos deben luchar y dialogar con las formas políticas dominantes[20].
Los grupos subalternos se entienden por las relaciones de poder entre quienes lo tienen y quienes  no lo tienen. Hablar de subalternidad es hablar de subordinación. El subalterno sería el subordinado. En América Latina surge, conjuntamente, con la conformación de las naciones, de los Estados y con la aparición de los movimientos populares.
Para el historiador bengalí Dipeseh Chakrabarty[21] hay cuatro diferencias básicas entre los estudios subalternos y la historia “desde abajo”: la separación de la historia de poder y la universalista del capital, la crítica a la forma de nación, los interrogantes sobre la relación entre saber y poder y el deseo subyacente de solidaridad con el pobre y de ‘objetividad’[22]. Habla de la heterogeneidad de lo subalterno, que da lugar al multiculturalismo.
En la década del 70 comienzan a desarrollarse estudios historiográficos sistemáticos sobre los grupos subalternos, de la mano del historiador norteamericano James Scott, quien estudia las relaciones de poder, desde perspectivas históricas y literarias. En su libro Los dominados y el arte de la resistencia. Discursos ocultos[23], indaga las prácticas cotidianas a través de los discursos. Su contribución teórica al debate sobre las relaciones de poder lleva a replantear nociones de subordinación y resistencia, hegemonía, cultura popular y movimientos sociales.
Su investigación se centra en un trabajo de campo realizado en el sudeste asiático, en Sedaka (Malasia), en donde analiza las formas de resistencia de los campesinos pobres. Scott diferencia dos tipos de discursos: los discursos públicos de las clases dominantes –estereotipados y ritualistas-, a través de los cuales imponen su poder, y los discursos ocultos, propios de los grupos subordinados, que critican el sistema de dominación. Entre ambos existe una relación dialéctica, como el ocultamiento y la vigilancia.
Afirma que
la práctica de la dominación […] crea el discurso oculto. Si la dominación es particularmente severa, lo más probable es que  produzca un discurso oculto de una riqueza equivalente. El discurso oculto de los grupos subordinados, a su vez, reacciona frente al discurso público creando una subcultura y oponiendo su propia versión de la dominación social a la de la élite dominante. Ambos son espacios de poder y de intereses”[24].
Los grupos subalternos desarrollan una ‘antiohegemonía’ en sus espacios exclusivos. En esos lugares y en momentos de resistencia, en los que no tienen acceso los grupos hegemónicos (la noche, el mercado, el carnaval, los días de descanso, etc.), en cierta manera invierten la ideología dominante. Los subordinados conforman su discurso oculto: pretenden atraer maldiciones sobre los dominadores, fantasean con rebelarse, se burlan, expanden chismes y rumores que les permiten superar la aceptación de una situación de desigualdad manifiesta.  Sin embargo, en un determinado momento, el discurso oculto se hace público en espacios comunes, como
“…una expresión de animosidad y porque no decir venganza, que viene desde lo más recóndito del discurso oculto”[25].
El trabajo de Scott contribuye, desde lo particular, a globalizar los estudios de las relaciones de poder, aunque contextualizados en el tiempo y en el espacio. También constituye un importante aporte metodológico al recurrir a fuentes literarias, no convencionalmente usadas por los historiadores, y al apuntar, más que a la narración de los sucesos, a la interpretación contextual de los hechos y de los procesos.

El grupo de Estudios Subalternos
A partir de la década del ‘80 los estudios subalternos cobraron mayor ímpetu, en particular con los estudios de Ranajit Guha, historiador indio de la Universidad de Sussex. El denominado “Grupo de los Estudios Subalternos” nació en Inglaterra en los 70’ y se consolidó en principio en la India, surgido de intelectuales anticolonialistas indios con planteos políticos radicales, frente a la emergencia de posturas nacionalistas que trataban de analizar el colonialismo. Su centro de estudios son los subalternos, considerados –siguiendo a Gramsci- como subordinados en término de clase, género, edad, trabajo, etc.
El grupo se organizó a partir de publicaciones de estudios de subalternidad del sudeste asiático[26], más particularmente de la India y de distintas vertientes disciplinares. El primer volumen de Estudios Subalternos, apareció en Camberra en 1981, con el propósito de recuperar las contribuciones subalternas para la historia india y dar una respuesta a los problemas de la escritura de la historia poscolonial, en contra de las interpretaciones de la escuela de Cambridge[27], que ponía énfasis en el papel de la élite, y de las visiones nacionalistas[28].
Ranajit Guha –fundador del grupo y una de las figuras más reconocidas- considera subalterno a cualquier persona subordinada “en términos de clase, casta, edad, género y oficio o de cualquier otro modo[29]; la subalternidad debe ser entendida como atributo de la subordinación.  La identidad del subalterno es la negación, en consecuencia se debe rebelar para reconstruir un sujeto insurgente[30].
Guha toma de Gramsci los seis puntos que el autor italiano enumera para el estudio de las clases subalternas: 1. La formación objetiva de los grupos subalternos a través del desarrollo y las transformaciones que sufren en el mundo de la producción económica, su reproducción y su inserción en grupos sociales ya existentes. 2. Su adhesión a las formaciones políticas dominantes y los intentos de influir en esas formaciones, en pro de sus reivindicaciones. 3. El surgimiento de partidos nuevos entre los grupos dominantes, para control de los sectores subalternos. 4. Formaciones propias de los subalternos para conseguir sus  reivindicaciones. 5. Nuevas formaciones -en viejos cuadros- de los grupos subalternos para afirmar su autonomía. 6. Alineaciones que afirman la autonomía integral[31].
Por tratarse la subordinación de una relación recíproca, no pueden estudiarse a los grupos subalternos sin su relación con la élite de poder. El objetivo del grupo era demostrar que, en las transformaciones políticas ocurridas en la India colonial y poscolonial, los sectores subalternos desplegaron estrategias de resistencia y nuevas relaciones con las élites, que se vieron obligadas a rediseñar sus opciones. En consecuencia, uno de sus propósitos era desplazar el interés en investigar las élites políticas, para indagar los movimientos de alzamiento campesinos. Para ello, desarrollaron teóricamente la categoría gramsicana de subalterno.
El Grupo de Estudios Subalternos se oponía a los planteos de la historiografía nacionalista india, a la vez que criticaban los análisis marxista de la denominada historia ‘desde abajo’, por su perspectiva eurocéntrica y por explicar su existencia en virtud de análisis económicos asociados a procesos de modernización. Critica en particular la obra de Hobsbawm, porque desarrolla generalizaciones a partir de experiencias acotadas en el tiempo y en el espacio[32] y por considerar a los sectores subalternos como pre-políticos, carentes de fines comunes y de organización. Para Guha las revueltas campesinas no pueden ser analizadas según las ideologías revolucionarias europeas o clásicas, pero no por ello su acción deja de ser política.
Coincide con Gramsci en que en las creencias de los rebeldes pueden coexistir elementos tradicionales e innovadores. Las historias elitistas consideran a las sublevaciones campesinas como pre-políticas, mientras que para Guha
“…era una lucha por el prestigio lo que estaba en el corazón de la insurgencia. La inversión fue su principal modalidad. Fue una lucha política en la que el rebelde se apropió y/o destruyó las insignias del poder de su enemigo, esperando, de esta manera, abolir con las marcas de su propia subalternidad[33].
Para Guha la problemática central de la historiografía de la India colonial era indagar las causas del “fracaso histórico de la nación de hacer valer sus derechos”, como consecuencia de la inadecuación de la burguesía y de la clase obrera para conducirla a una victoria sobre el colonialismo y a una revolución, bajo la hegemonía de la burguesía o de obreros y campesinos; a una “nueva democracia”[34]. La aspiración máxima de Guha era recuperar al subalterno como sujeto histórico, “…una entidad cuya voluntad y razón constituye una praxis llamada rebelión[35].
En verdad, a los estudios subalternos no sólo les interesa producir conocimiento científico, sino también intervenir políticamente.  Guha afirmaba:
Nos oponemos, en realidad, a bastante de la práctica académica prevaleciente en la historiografía […] ya que fracasó en reconocer al subalterno como el creador de su propio destino. Esta crítica se encuentra en el corazón mismo de nuestro proyecto”[36].
Para el Grupo de Estudios Subalternos la tarea de recuperación de la política, la cultura y las tradiciones de resistencia subalternas no eran solamente empíricas, sino también políticas. Aspiraba a “la reconstrucción futura de un orden político poscolonial emancipador y hegemónico”[37]. Esto se entiende si se contextualiza la formación del grupo a poco de la asunción de Indira Gandhi a su segundo mandato como Primera Ministra de la India, en medio de una violencia estatal manifiesta, que daba cuenta de la crisis del Estado. Como consecuencia, surge  la crítica a los intelectuales marxistas ortodoxos, que trasladaban la política como atributo directo de la clase social.
El economista Girish Mishra considera que los integrantes del grupo idealizaban  la espontaneidad de la movilización popular, por ello proponía que sería
“…mejor y más fecundo si quienes investigan los movimientos populares se concentran más en sus debilidades internas y limitaciones de perspectivas antes de encontrar un chivo emisario bajo la forma de algún líder del Congreso Nacional Indio que los traiciona…"[38]
Los Estudios Subalternos, si bien comenzaron como investigaciones referidas a la historia de la India, actualmente son vistos como un proyecto poscolonial de la escritura de la historia.  Chakrabarty se plantea si realmente es una nueva perspectiva poscolonial o si se trata de una nueva versión de la historia marxista/radical[39]. De cualquier manera, lo interesante es que se interrogaron sobre las formas de escribir la historia, hecho que les permitió alejarse de la historia marxista inglesa.
Dentro del propio Grupo de Estudios Subalternos comenzaron una serie de críticas referentes a los objetivos a los que aspiraban. Gayatri Spivak, en 1988, apuntó a la ausencia de estudios desde una perspectiva de género y a la pretensión de la historiografía subalternista de “hacer del subalterno el constructor de su propio destino”[40]. A pesar de ello, las perspectivas del grupo excedieron sus pretensiones originales y actualmente se insertan en ámbitos globales y regionales.
Otra crítica que recibe hoy por hoy el grupo es que al asociarse a la crítica poscolonial de Edward Said, Gayatri Spivak y Homi Baba, muchos de sus integrantes comenzaron a debatir sobre los discursos, dejando de lado sus propósitos iniciales relacionados con el marxismo gramsciano, para optar por el postmarxismo de Derrida, tras el análisis textual[41].

Metodología y fuentes
En lo referente a la metodología y a las fuentes a las que recurren los investigadores de los sectores subalternos, también plantean innovaciones, en particular porque los grupos subalternos no dejan sus propios documentos. Si bien se apela a algunos documentos tradicionales en el campo de la historiografía, como archivos oficiales y hemerotecas, proponen nuevas miradas que acercan a enfoques metodológicos vinculados al análisis del discurso y al deconstructivismo, para construir un sujeto histórico hasta ahora silenciado. Si se admite la existencia de diversas voces en el campo de la Historia, dichas voces pueden mostrar diferentes sujetos y realidades.
En los documentos intentan tratar de discernir las diferencias entre las voces de los opresores y las de los oprimidos. Ya desde los 60’ los historiadores recurrían a metodologías interdisciplinarias, con aportes de la antropología, sociología, geografía humana, demografía y literatura, entre otras. La propuesta de los Estudios Subalternos se asienta, especialmente, en una nueva lectura de los archivos producidos por las clases dominantes, pero, especialmente, en la recurrencia a nuevas fuentes producidas por la literatura y la narrativa.
Frente a la clasificación tradicional de los archivos, plantea una suerte de ‘desclasificación’, potenciando nuevos contenidos, nuevas voces, indagando en los espacios privados y en los resquicios que dejan los documentos oficiales. Esto presenta un pasado desmembrado, lleno de lagunas, que intentan llenar, en pro de desarrollar una historiografía crítica para
“…observar las huellas que ha dejado una vida subalterna a lo largo de su recorrido temporal”[42].
Guha en su texto La muerte de Chandra, apelando a fuentes judiciales, saca a la luz, del documento de archivo, las voces silenciadas por el mismo, las voces subalternas, también están subalternizadas en los documentos, atravesadas por relaciones de poder. Esta perspectiva metodológica es convalidada por la mayoría de los historiadores latinoamericanos que indagan sobre los grupos subalternos, no así tanto por el denominado Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericano que aborda más el deconstructivismo.

El grupo de Estudios Subalternos en América Latina
En la década del 90’, en Estados Unidos, apareció un Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, compuesto por intelectuales[43] provenientes de sectores de izquierda.  Siguiendo el ejemplo del grupo de la India formaron otro, de características similares, referido a Latinoamérica[44]. En 1993 publicaron un ‘Manifiesto inaugural’, en el que destacan el momento histórico posdictaduras, con variados procesos de redemocratización y el nuevo orden económico transnacional, como consecuencia de la alineación tras políticas neoliberales y de globalización económica, que “invitaban a buscar nuevas formas de  pensar y de actuar políticamente”[45].
En el Manifiesto recalcan la propuesta de los paradigmas tradicionales en el que los sectores subalternos están ausentes, desempeñando un papel pasivo. Periodizan a la subalternidad en América Latina en tres etapas, desde 1960 hasta el presente: La primera (1960-1968), a partir de la revolución cubana, que representó una recuperación parcial del subalterno, en particular en su carácter no-europeo. Como aporte a nuevas miradas se encuentran manifestaciones de cine documental, como la escuela de Santa Fe (Argentina), el Cinema Nuovo brasileño, el denominado cine popular de Bolivia, el teatro de creación colectiva en Colombia y el cine y teatro cubanos. Todos problematizan asuntos de género, raza y lenguaje, pero acentúan en un sujeto clasista unitario, sin reconocer la diversidad en los negros, indios, mujeres, etc.
La segunda etapa (1968-1979) comienza a partir de la crisis del modelo cubano y el fin del proyecto de guerrilla del Che en Bolivia, alentados por el movimiento pacifista, el Mayo francés y la matanza de Tlateloclo, que pone en escena a un nuevo actor político, los estudiantes. Como consecuencia, emergieron formas documentales y testimoniales, en las cuales los sujetos subalternos se convirtieron en parte de la construcción textual. En esta etapa se introduce en Latinoamérica el postestructuralismo francés, el marxismo gramsciano y la Escuela de Frankfurt. La tercera etapa (de los ochenta en adelante) está marcada por la revolución de Nicaragua y la teología de la liberación. Las palabras claves de entonces fueron cultura, democratización, globalización, postmarxismo, postmodernismo y postestructuralismo. Se observa un mayor impacto de las ciencias de la comunicación, en particular de la televisión, que impulsa nuevas formas de objetos culturales[46]. A los historiadores les preocupa el impacto de los mass media en los sectores subalternos.  
El consenso que une a los intelectuales integrantes del grupo es la necesidad de construir un mundo democrático. Conceptualizan a la nación como un espacio dual en el que conviven élites metropolitanas con élites criollas y élites criollas con grupos subalternos. Consideran a la nación como un espacio de contraposición y coalición, con múltiples fracturas de lengua, raza, etnia, género y clase, en el que el subalterno aparece como un sujeto “migrante”.
Plantean la desnacionalización y la desterritorialización del estado-nación, bajo una nueva permeabilidad de las fronteras. En consecuencia, cuestionan ciertas representaciones nacionales sobre las élites y los grupos subalternos. Denuncian la pobreza de la historiografía ilustrada, al no reconocer la contribución del subalterno para la creación de su propia historia. Diferencian a la nación como espacio conceptual, con relación a la nación como estado; dan a la nación una connotación más geográfica que institucional. Para el grupo
“El subalterno no es una sola cosa. Se trata, insistimos, de un sujeto mutante y migrante. Aún si concordamos básicamente con el concepto general del subalterno como masa de la población trabajadora y de los estratos intermedios, no podemos excluir a los sujetos ‘improductivos’, a riesgo de repetir el error del marxismo clásico[…] Necesitamos acceder al vasto y siempre cambiante espectro de las masas: campesinos, proletarios, sector formal e informal, subempleados, vendedores ambulantes, gente al margen de la economía del dinero, lumpen y exlumpen de todo tipo, niños, desamparados, etc.”[47].
En las reuniones que se realizaron durante su existencia como grupo, discutieron distintas temáticas, que interesaban a sus integrantes, como subalternidad y género, estudios culturales –con críticas al subalternismo-, el estado y la noción de subalternidad y el estado y la productividad, incluído el debate norte-sur[48].
La historiadora  chileno-norteamericano Florencia Mallon, criticó al Grupo Latinoamericano y mantuvo un fuerte debate con Beverley[49], al acusar a sus integrantes de ser demasiado textualistas, dependientes de la deconstrucción derrideana, cuando el trabajo del historiador debería hacerse, fundamentalmente, en los archivos y en el trabajo de campo[50]. Les critica, también, el no reconocer los aportes de la historia social desde abajo latinoamericana. Beverley respondió acusando a Mallon de acarrear resabios positivistas. La disputa estuvo centrada, especialmente en el método, y no tanto en el sujeto de la historia.  
Mallon observa en el grupo un interés más literario ya que, desde una perspectiva posmoderna, privilegia la crítica de textos y, a su juicio, “olvida el pasado”:
El intento contradictorio de ‘conocer’ el pasado, de llegar a conocer a los seres humanos que lo hicieron, nos lleva a través de fuentes de archivos que se niegan a entregarnos imágenes claras. Pero como los archivos brindan pistas extraordinarias sobre las relaciones de poder y los dilemas humanos, morales y filosóficos que enfrentaron los individuos que los produjeron y aquellos cuyas sombras los habitan, no nos podemos dar el lujo de prescindir de ellos. En mi experiencia, es el proceso mismo lo que nos mantiene honestos: ensuciándonos las manos con el polvo de los archivos, embarrándonos los zapatos en el trabajo de campo…”[51]
Para Mallon tanto el archivo como el campo son escenarios construidos y en los que intervienen las luchas de poder. Esas luchas son, en sí mismas, fuentes de información.  Todos los textos son construidos, al igual que la producción y preservación de los archivos y que las relaciones sociales, que acompañan a la lectura de las fuentes. Si bien privilegia el trabajo en archivos y en el campo, no descarta el de los textos literarios.
Su perspectiva teórico-metodológica fue cuestionada por los integrantes del Grupo Latinoamericano, en especial por Beverley. Mallon, en su libro Campesinado y nación. La construcción de México y Perú postcoloniales, trata de sacar el centro de atención de la historia en la formación del Estado-nación para buscar, en espacios locales, enmarañadas relaciones de poder donde se insertan los sectores subalternos[52]. A partir de un estudio comparativo, cuestiona la visión centrada en las élites, en el poder central y en las perspectivas nacionalistas. La respuesta alternativa al desafío del análisis local es la deconstrucción de culturas y comunidades subalternas y su rearticulación en generalidades complejas, imbricadas y a la vez divididas en relaciones de poder regional, nacional e internacional[53].
Guillermo Bustos, al analizar el debate Mallon-Beverley[54], acuerda con la historiadora, en que el manifiesto ignora los aportes de la historia social latinoamericana, como, entre otros, el de los estudiosos de la región andina -también del ámbito académico norteamericano- y, en segundo lugar, el deconstructivismo central en el análisis de los textos.  Las respuestas de
Beverley a las críticas de Mallon apuntan a aclarar que, los estudios sobre sectores subalternos latinoamericanos, no necesariamente tuvieron una perspectiva suabalternista. Al mismo tiempo considera que la narrativa de Mallon se centra dentro de la “biografía del estado-nación” y con una propuesta positivista.
La representación de los grupos subalternos, en general, no alteraron la visión de los procesos de organización nacional abordados por posturas elitistas. Lo que si se advierte es, que en estas visiones elitistas, hay silencios y olvidos en los que interactúan, especialmente, los sectores subalternos. La acusación de positivismo en el abordaje metodológico de Mallon no tiene asidero, por cuanto la autora desarrolla una narración dialógica en la que las voces subalternas están presentes. En contraposición, analiza voces elitistas dentro de las cuales pueden leerse el papel contradictorio de las élites –intelectuales y políticas- con respecto a los sectores subalternos y a la construcción de hegemonía o contra hegemonía.
La cuestión de aceptación o rechazo del positivismo fue advertida por Ginzburg –en otro contexto-, en particular al referirse a las posturas posmodernas anti-positivistas. El historiador italiano considera que tanto el positivismo como el antipositivismo (‘positivismo invertido’) comparten el supuesto de simplificación de la relación entre la evidencia y la realidad[55].
Fuera del Grupo Latinoamericano, en el subcontinente se sigue abordando, desde distintas perspectivas teóricas y metodológicas, el estudio de los grupos subalternos y se redefinen categorías analíticas referidas a lo político y a lo cultural. Un caso particular es el de Alan Knight quien analiza la aparición de de dos preferencias dentro de lo que denomina la ‘historiografía fragmentada’ para América Latina: la historia regional-local y la historia popular[56]. Se trata de una historiografía del “centro hacia fuera” complementaria de la “historia desde abajo”, correspondiente a los estudios subalternos, según su criterio. 

A modo de conclusión
Indudablemente la cuestión de los estudios subalternos en el campo de la historiografía no está cerrada, tanto en el campo epistemológico como en el metodológico. En cualquier caso, excede las restringidas áreas disciplinares, para comprender difusos espacios transdisciplinares preocupados por amplios sectores de la población que se encuentran marginados de la historia. El pensamiento crítico debe incluir panoramas ínter y trans-disciplinar.
Cuando se piensa el mundo desde espacios más reducidos, no metropolitanos, no necesariamente invalida la pretensión de lograr articular las relaciones de poder locales con las globales, que las dinamizan. La inexistencia del sujeto-actor en las historias locales, se encuentra dentro de un diseño de globalización hegemónico, que pretende eliminar la posibilidad de que las historias locales puedan servir para vislumbrar un futuro diferente[57]. El proceso historiográfico hegemónico pone el acento en el concepto de totalidad, cuando en realidad existen sujetos históricos heterogéneos. De allí la importancia de insistir en la búsqueda de sujetos excluidos de la narrativa historiográfica tradicional, no sólo por su rol en sí mismos, sino también en sus relaciones con las élites.
Quedan pendientes cuestiones a debatir en el plano historiográfico que tienen que ver con los nuevos sujetos históricos, el rol del Estado-nación y de las historias nacionales y las historias locales y su inserción en las nacionales y globales, vistos desde nuevas perspectivas teóricas, con nuevos temas y nuevos actores en discusión. En consecuencia, no solamente interesan nuevos métodos y fuentes, sino construir nuevas relaciones entre los diferentes actores sociales, en las cuales los grupos subalternos ocupen un lugar equivalente.
Para ello resulta interesante indagar, asimismo, prácticas no escritas, recurriendo a la denominada ‘historia oral’, pero también apelando a documentos audiovisuales, testimoniales o ficcionales. En todos los casos el abordaje interdisciplinar es un imperativo, ya que la disciplinariedad obró como barrera para el trabajo de los historiadores, aún cuando éstos suelen apelar a métodos de otras disciplinas. Los Estudios Culturales son una alternativa, al ofrecer una mirada transversal y al poner de relieve las voces silenciadas en la historia.  
Considerando a la historiografía como un modo discursivo de representación de lo real, al buscar la comprensión del pasado, a partir de evidencias o huellas, se debe evitar caer en la tentación de especular, que dichas evidencias son la realidad. Corresponde pensar que fueron construidas en un lugar y tiempo determinados, por lo que, la reconstrucción  del pasado debe ser pensada dentro de ese contexto, en el cual las voces silenciadas de los sectores subalternos tienen que hacerse oír.

Trabajo publicado en Trabajo y sociedad N° 18, 2012, UNSE 
http://www.unse.edu.ar/trabajoysociedad/18%20TENTI%20Estudios%20culturales%20e%20historiografia.pdf


Bibliografía
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-          Burke, Peter (ed.) (1996): Formas de hacer historia, Alianza Universidad, Madrid.
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-          Casanova, Julián (1997): La historia social y los historiadores, Crítica, Barcelona.
-     Castro-Gómez, Santiago y Mendieta, Eduardo (1998): Teorías sin disciplina (Latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate), Miguel Ángel Porrúa, México.
-          Chakrabarty, Dipesh (s.f.): “Una pequeña historia de los Estudios Subalternos”, en Anales de desclasificación, www.desclasificacion.org.
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[1] En particular Carlo Ginzburg, con su libro El queso y los gusanos (1994), Muchnik, Barcelona
[2] Serna, Justo y Pons, Anaclet (2000): Cómo se escribe la microhistoria, Frónesis, Universitat de València, Madrid, p. 238-239.
[3] Hans-Ulrich Wehler, inspirado en la sociología weberiana, combina la hermenéutica con los métodos empírico-analíticos. Junto con  Jürgen Kocka reconoce que los historiadores deben aplicar eclécticamente los métodos.
[4] Jacques Le Goff, considera que las mentalidades se desarrollan a nivel de lo cotidiano;  Georges Dubuy, destaca el estudio de las ideologías. Retomando el concepto de Althusser y Michel Vovelle, estudia las representaciones colectivas en el lenguaje de los testamentos, aplicando el método estadístico.
[5] Le Goff, Jacques (1985): “Las mentalidades. Una historia ambigua”, en Le Goff, Jacques y Nora, Pierre (1985): Hacer la Historia, Laia, Barcelona, p. 81.
[6] Ibídem, p. 82.
[7] Darnton, R. (1994): La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. México: Fondo de Cultura Económica, p. 11.
[8] Chartier, Roger (1995): El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación. Gedisa. Barcelona, p. I.
[9] Delille, Gérard (1996): “Antropología e historia: El problema de las ciudades del Mediterráneo occidental. Siglos XV-XVIII”, en Gortari, Hira de y Zermeño, Guillermo: Historiografía francesa. Corrientes temáticas y metodológicas recientes, Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, UNAM, México, pp. 107-121.
[10] Gellner, Ernest y otros (1986): Patronos y clientes en las sociedades mediterráneas, Jucar Universidad, Madrid.
[11] Alan Zuckerman en el sur de Italia, Jeremy Boissevain en Malta, Michael Gilsenan en Turquía, Samir Jalaf en el Líbano, Amina Farrag en Jordania, Clement Henry Moore en Egipto  y Tunicia, Emrys Lloyd Peters en Cirenaica, Bruno Étienne en Argelia y Kenneth Brown en Marruecos.
[12] Principalmente E. P. Thompson y Eric Hobsbawm, que trasciende la historia social inglesa y se acerca a temas contemporáneos más globales; Raphael Samuel que busca acercar los límites de la historia a la vida de las personas, llevándola más cerca de la gente.
[13] Thompson, E. P. (1989): La formación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, Barcelona, p. 9.
[14] Hobsbawm, Eric (1998): Sobre la Historia, Crítica, Barcelona, p. 208.
[15] Eugene Genovese investiga sobre la esclavitud y el capitalismo, desde un enfoque socio-antropológico, intentando restaurar a los afroamericanos su propia cultura y acción; Charles Tilly realiza los abordajes desde la sociología histórica y Natalie Zemon Davies, desde la antropología histórica, trabaja sobre historia de mujeres y cine e historia, entre otros temas, tras la búsqueda de la universalización de la cultura.
[16] Tilly, Charles (1992): Coerción, capital y los Estados europeos, 990-1990, Alianza, Madrid.
[17] La chileno-norteamericana Florencia Mallon se ocupa de los sectores subalternos;  el sueco Magnus Mörner analiza el rol de los denominados ‘indios’, como objetos o actores, según el caso. Alfredo Flores Galindo indaga sobre el ‘hombre andino’,  abarcando con este término a los campesinos y a los pobladores urbanos y mestizos.
[18] Nathan Wachtel en su libro La Visión de los Vencidos. Los indios del Perú Frente a la Conquista Española (1530-1570) busca explicar el impacto colonial sobre las poblaciones indígenas.  Franklin Pease, en Los últimos incas del Cuzco, describe el mundo incaico, analizando la sociedad. Zuidema intenta explicar la organización política incaica, dual, también desde la organización social y Udo Oberem, combina su trabajo antropológico con la etnohistoria.
[19] Gramsci, Antonio (1999): Cuadernos de la cárcel ERA, México.
[20] Mallon, Florencia (1996): “Promesa y dilema en los estudios subalternos: perspectivas a partir de los estudios latinoamericanos”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, Nº 12, FFyL-FCE, Buenos Aires, p. 91.
[21] Fue uno de los integrantes del movimiento de estudios de subalternos, que elaboró una nueva narrativa de la historia de la India poscolonial, concentrada no tanto en las elites dominantes como en las masas subalternas como agentes de cambio.
[22] Beverley, John (2001): “El subalterno y los límites del saber académico”, en Rodríguez, Ileana: Convergencia de tiempos. Estudios subalternos/contextos latinoamericanos. Estado, cultura, subalternidad, Rodopi, Amsterdam.
[23] Scott. James (2003): Los dominados y el arte de la resistencia, Era,  Bilbao.
[24] Ibídem, p. 65.
[25] Ibídem. p. 312.
[26] Ranajit Ghua, Partha Chatterjee, Gayatri Chakravorty Spivak.
[27] En particular la perspectiva del historiador Anil Seal en su libro The Emergence of Indian Nationalism (1968).
[28] Los más destacados son el historiador indio Bipan Chandra y sus discípulos, que recurren al análisis marxista y a la teoría latinoamericana de la dependencia para enfrentarse a las interpretaciones nacionalistas. 
[29] Mallon, Florencia (1996): op. cit. p. 90.
[30] Beberley, John (2004): “El subalterno y los límites del saber académico”, en Revista Actuel Marx Nº 2, Universidad Arcis, Santiago de Chile, p. 2.
[31] Gramsci, Antonio (1999): Cuadernos de la cárcel, V. 6, Era, México, p. 182.
[32] Guha, Ranahit (2002): Las voces de la historia y otros estudios subalternos, Crítica, Barcelona, p. 100..
[33] Citado por Chakrabarty, Dipesh (s.f.): “Una pequeña historia de los Estudios Subalternos”, en Anales de desclasificación, www.desclasificacion.org, p. 11
[34] Mallon, Florencia (1996): op. cit.  p. 92.
[35] Beberley, John (2004): “El subalterno y los límites del saber académico”, en Revista Actuel Marx Nº 2, Universidad Arcis, Santiago de Chile, p. 3.
[36] Citado por Chakrabarty, Dipesh (s.f), op. cit. p. 8.
[37] Mallon, Florencia (1996): op. cit.   p. 93.
[38] Ibídem, p.94.
[39] Chakrabarty, Dipesh (s.f.): op. cit., p. 2.
[40] Ibídem, p. 20.
[41] Rodríguez Freire, Raúl (s.f.): “Notas sobre la insurgencia académica”, en Anales de desclasificación, en www.desclasificacion.org., p. 13.
[42] Guha, Ranajit (1999): “La muerte de Chandra”, en Historia y Grafía Nº 12, México, p. 49-50.
[43] Una historiadora, dos antropólogos y el resto críticos literarios (en total quince).
[44] En el grupo inicial estaban John Beverley, Ileana Rodríguez, José Rabasa, Robert Carr, Patricia Seed y Javier San Ginés. El grupo, con nuevas incorporaciones duró ocho años hasta su disolución en 2002.
[45] Manifiesto Inaugural, en Castro-Gómez, Santiago y Mendieta, Eduardo (1998): Teorías sin disciplinas (latinoamericanismo, poscolonialidad globalización en debate), Miguel Ángel Porrúa, México.
[46] Ibídem.
[47] Ibídem.
[48] Rodríguez Freire, Raúl (s.f.): op. cit. p. 19-20.
[49] Recogido por Guillermo Bustos en Ecuador.
[50] Mallon, Florencia (1995): op. cit.
[51] Ibídem, p. 107.
[52] Mallon, Florencia (2003): Campesinado y nación. La construcción de México y Perú postcoloniales, CIESAS, Colegio de Michoacán y Colegio de San Luis de Potosí, México.
[53] Mallon, Florencia (1995): op. cit., p. 113.
[54] Bustos Guillermo (2003) “Enfoque subalterno e historia latinoamericana: nación, subalternidad y escritura de la historia”, en Walsh Catherine (ed.) op. cit., p. 215-242.
[55] Ibídem, p. 236.
[56] Knigth, Alan (1998): “Latinoamérica: un balance historiográfico”, en Historia y Grafía Nº 10, México, p. 166.
[57] Guardiola-Rivera, Oscar (2003): “Historia de un asesinato por ocurrir, contado a la manera de una novela policíaca (o, colonialidad del poder y el futuro de los estudios culturales en América Latina)”, en Walsh , Catherine (ed.): op. cit., p. 114-115.

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