María Mercedes Tenti
Introducción
El propósito de este trabajo es indagar la
relación entre los Estudios Culturales y la Historiografía , en
particular los modos en que esta última aborda la problemática de los sectores
subalternos. Una amplia franja de actores sociales no se visibilizan en la
mayoría de los trabajos historiográficos, contribuyeron a ratificar imágenes preconcebidas por posturas
tradicionales. Corrientes emergentes en las últimas décadas ponen énfasis en
estas nuevas formas de abordaje, en particular a partir de la conformación del
Grupo de Estudios Subalternos en la
India , en los 70’
y su desarrollo en los 80’ ,
y luego la aparición de un grupo similar en Latinoamérica en los 90’ .
El planteo de una ‘nueva historia’ se nutre
de aportes interdisciplinarios. Desde mediados del siglo pasado, nuevos actores
-que no eran visibles en el campo historiográfico- comenzaron a emerger ‘desde
abajo’, poniendo de relieve el relativismo cultural subyacentes en los relatos
históricos. Frente al surgimiento de estos focos de interés, el principal
problema al que se enfrentan los historiadores es el de las fuentes, por un
lado, y el de la metodología, por otro. Con respecto al primero, nuevas
lecturas e interpelaciones a la documentación oficial permiten sacar a luz la
palabra de los sectores subalternos. Si bien no se debe perder de vista que
estos documentos no contienen la voz directa de los protagonistas -mediada por
el escribiente- ésta puede ser interpretada al interior del texto, dentro del
contexto.
El testimonio oral de los actores y de su
entorno constituye también un aporte importante para descubrir el pasado de
aquellos y aquellas que no figuran en los registros oficiales. La tradición
oral comenzó a ocupar un espacio relevante a la hora de desentrañar el pasado
de pueblos ágrafos o de grupos que no tienen incorporada la tradición de la
cultura escrita. Los registros fotográficos y audiovisuales, las letras de
cancioneros populares, las novelas y el cinematógrafo, ofrecen otras fuentes
que permiten acercarnos a la subalternidad, a través de nuevas metodologías
aportadas por el trabajo interdisciplinario.
La historia social
A la disciplina histórica siempre le costó
mantener una tradición disciplinar, en particular porque si bien basa su
trabajo, especialmente, en la investigación en archivos, los métodos
historiográficos, en particular en el último medio siglo, echan mano a métodos
y técnicas de otras disciplinas. Por este motivo, el pretender encerrar la
pretendida ‘tradición’ disciplinar historiográfica, en particular de vertiente
positivista, hace agua frente a nuevas prácticas académicas que trascienden la
frontera y atraviesan campos transdisciplinares.
La historia social tuvo, por lo general,
bastante flexibilidad teórica y metodológica, tal como lo marcan las distintas
escuelas historiográficas: La micro historia italiana[1],
presenta a través del microanálisis a los nuevos sujetos de la historia,
examinando ‘con lupa’ los acontecimientos históricos, reduciendo la escala de
observación[2]. Tanto
Carlo Ginzburg como Givoanni Levi y Carlo Poni impulsaron los estudios de la
microhistoria desde la revista Cuaderni
Storici, desde mediados de los 70’
y desde la colección Microstore, a partir
de los 80’ ,
relacionados con la Escuela
de los Annales. Si bien los enfoques son heterogéneos, el punto
de partida es la perspectiva micro y la historia particular la opción de
análisis.
La historia de la vida cotidiana alemana[3],
se preocupa por el cambio en las sociedades industriales modernas como
fenómenos políticos. La podemos asociar a la microhistoria italiana y a la
historia social inglesa. La historia de la vida cotidiana supone que los
individuos tienen cierta autonomía, aunque su accionar se entiende en relación
con los otros. Estudia las prácticas de la sociabilidad en tiempos y lugares
concretos donde se conforman los grupos humanos, en particular en las ciudades.
Su estudio se extendió hacia otros ámbitos geográficos, como Italia.
La historia
de las mentalidades francesa[4]
se ocupa de “los residuos del análisis
histórico”. Según Le Goff[5]
es una historia ambigua; no puede hacerse historia de las mentalidades sin ligarla
a la historia de los sistemas culturales y de los sistemas de creencias y de
valores. Para Le Goff las mentalidades se desarrollan en el nivel de lo
cotidiano y de lo automático, mientras que para su compañero de Annales,
Braudel, se observan en la larga duración, en niveles más estables de las
sociedades[6].
En diálogo con la antropología, aspira a reconstruir las creencias, los ritos,
los imaginarios, propios de una época o de un grupo social. Darnton propone que
se la denomine historia cultural[7],
por cuanto el historiador indaga cómo pensaba y sentía la gente común en un determinado
momento y situación históricos.
Como la historia de las mentalidades intenta
restituir las representaciones, creencias, rituales, símbolos según el contexto
epocal y humano, Roger Chartier la denomina historia de las representaciones
colectivas ya que se trata de “…las
diferentes formas a través de las cuales las comunidades, partiendo de sus
diferencias sociales y culturales, perciben y comprenden su sociedad y su
propia historia”[8]. Para el autor, la
noción de mentalidad refiere tanto al
campo intelectual como al afectivo.
Corrientes temáticas más recientes entre la
historiografía europea se plantean estudios dentro de lo que suele llamarse antropología
histórica. Esta corriente desarrolla especialmente su investigación en regiones
de Europa no incorporadas -o incorporadas tardíamente- al proceso industrial,
con persistencia de formas antiguas de producción y de organización social y
cultural. En estos estudios se incluyen territorios ubicados en el sur de
España, Italia y Francia. Las investigaciones se ocupan, generalmente, de
comunidades aldeanas en donde los historiadores-antropólogos estudian historias
de familias, desarrolladas, la mayoría, fuera de las grandes ciudades[9].
Ernest Gellner, sociólogo y antropólogo
francés, además de sus originales teorías sobre nacionalismo, compiló un libro
que aborda la problemática del patronazgo y del clientelismo[10]
en sociedades marginadas de los grandes centros de decisión, sin descuidar el
papel de los sectores subalternos. Además de reconocidos historiadores como James Scott y Alex
Weingrod, que teorizan sobre el tema, otros autores abordan problemáticas
particulares, en contextos particulares, ampliando el horizonte de análisis
sobre este tema aún no resuelto[11].
La británica
historia ‘desde abajo’[12],
de vertiente marxista, lanzada en especial desde la revista Past and present (1952), busca la
recuperación de las tradiciones y la historia popular, acercándose luego a los Estudios Culturales. Edward Palmer Thompson, en su
obra La formación de la clase obrera inglesa
(1963), analiza la lucha de clases como un proceso de toma de conciencia. La
historia social y la cultura política contribuyen a la formación de la “esfera pública” de la clase obrera,
conectada a la demanda de gobiernos representativos, a constituciones liberales
y a libertades civiles. Para el autor, lo cultural forma un entramado con las
relaciones económicas y de mercado. Define el control en términos de hegemonía
cultural, de las imágenes del poder y de la autoridad y las mentalidades
populares de subordinación[13].
La historia desde abajo es la historia de la gente
corriente. Las fuentes, según Hobsbawm, son encontradas sólo por el historiador
que sabe buscarlas[14],
no es que ellas se le presentan por sí mismas o de casualidad. En los últimos
tiempos, la historia oral constituye una técnica ineludible para este tipo de
investigación.
La antropología y la sociología histórica
norteamericana[15]
abordan la problemática histórica desde macro y micro perspectivas. Entre
ellos, Charles Tilly, profundiza sobre la conformación de los Estados europeos,
señalando las diferencias según los modos de producción y el control de la
coerción, incluyendo el papel de los sectores subalternos[16].
La historia social latinoamericana[17]
inserta en la historia global a actores regionales, desde nuevos abordajes. La
etnohistoria andina[18]
indaga la problemática andina desde la historia social y la etnohistoria, desde
un abordaje interdisciplinario; John Murra, antropólogo y etnohistoriador, es considerado
el padre de esta corriente historiográfica.
Hegemonía y
grupos subalternos
Fue el pensador italiano Antonio Gramsci quien
más desarrolló, en un primer momento, los estudios sobre hegemonía y bloque
hegemónico y sobre los grupos subalternos, sector marginado de la sociedad y de
la historia. Gramsci diferencia tres grupos sociales: la clase dominante, que
dirige el sistema hegemónico, la clase auxiliar, intermedia -intelectuales-, y
la clase subalterna que constituye la fuerza de trabajo (proletariado,
subproletariado y pequeña burguesía)[19].
Considera que las clases subalternas no están unificadas y no pueden hacerlo mientras
no se conviertan en Estado, en consecuencia, su historia está entretejida con
la de la sociedad civil.
Gramsci
sostiene que los grupos subalternos pretenden influir en las "formaciones políticas dominantes" y
ello es clave para la modificación de las organizaciones políticas, dominante y
subalterna. Los sectores dominantes, presionados desde abajo, intentan obtener
el apoyo de los sectores subalternos mediante la creación de partidos políticos
reformistas. Si los subalternos pretenden tener sus propios partidos políticos
deben luchar y dialogar con las formas políticas dominantes[20].
Los
grupos subalternos se entienden por las relaciones de poder entre quienes lo
tienen y quienes no lo tienen. Hablar de
subalternidad es hablar de subordinación. El subalterno sería el subordinado.
En América Latina surge, conjuntamente, con la conformación de las naciones, de
los Estados y con la aparición de los movimientos populares.
Para
el historiador bengalí Dipeseh Chakrabarty[21] hay cuatro diferencias
básicas entre los estudios subalternos y la historia “desde abajo”: la
separación de la historia de poder y la universalista del capital, la crítica a
la forma de nación, los interrogantes sobre la relación entre saber y poder y
el deseo subyacente de solidaridad con el pobre y de ‘objetividad’[22]. Habla de la
heterogeneidad de lo subalterno, que da lugar al multiculturalismo.
En
la década del 70 comienzan a desarrollarse estudios historiográficos sistemáticos
sobre los grupos subalternos, de la mano del historiador norteamericano James Scott, quien
estudia las relaciones de poder, desde perspectivas históricas y literarias. En
su libro Los dominados y el arte de la
resistencia. Discursos ocultos[23],
indaga las prácticas cotidianas a través de los discursos. Su contribución
teórica al debate sobre las relaciones de poder lleva a replantear nociones de
subordinación y resistencia, hegemonía, cultura popular y movimientos sociales.
Su investigación se centra en un trabajo de
campo realizado en el sudeste asiático, en Sedaka (Malasia), en donde analiza
las formas de resistencia de los campesinos pobres. Scott diferencia dos tipos
de discursos: los discursos públicos de las clases dominantes –estereotipados y
ritualistas-, a través de los cuales imponen su poder, y los discursos ocultos,
propios de los grupos subordinados, que critican el sistema de dominación.
Entre ambos existe una relación dialéctica, como el ocultamiento y la
vigilancia.
Afirma que
“la práctica de la dominación […]
crea el discurso oculto. Si la dominación es particularmente severa, lo más
probable es que produzca un discurso
oculto de una riqueza equivalente. El discurso oculto de los grupos
subordinados, a su vez, reacciona frente al discurso público creando una
subcultura y oponiendo su propia versión de la dominación social a la de la
élite dominante. Ambos son espacios de poder y de intereses”[24].
Los grupos subalternos desarrollan una ‘antiohegemonía’ en sus espacios
exclusivos. En esos lugares y en momentos de resistencia, en los que no tienen
acceso los grupos hegemónicos (la noche, el mercado, el carnaval, los días de
descanso, etc.), en cierta manera invierten la ideología dominante. Los
subordinados conforman su discurso oculto: pretenden atraer maldiciones sobre
los dominadores, fantasean con rebelarse, se burlan, expanden chismes y rumores
que les permiten superar la aceptación de una situación de desigualdad
manifiesta. Sin embargo, en un
determinado momento, el discurso oculto se hace público en espacios comunes,
como
“…una expresión de animosidad y
porque no decir venganza, que viene desde lo más recóndito del discurso oculto”[25].
El trabajo de Scott contribuye, desde lo
particular, a globalizar los estudios de las relaciones de poder, aunque
contextualizados en el tiempo y en el espacio. También constituye un importante
aporte metodológico al recurrir a fuentes literarias, no convencionalmente
usadas por los historiadores, y al apuntar, más que a la narración de los
sucesos, a la interpretación contextual de los hechos y de los procesos.
El grupo de Estudios Subalternos
A partir de la década del ‘80 los estudios
subalternos cobraron mayor ímpetu, en particular con los estudios de Ranajit
Guha, historiador indio de la
Universidad de Sussex. El denominado “Grupo de los Estudios Subalternos” nació en Inglaterra en los 70’ y se consolidó en principio
en la India ,
surgido de intelectuales anticolonialistas indios con planteos políticos
radicales, frente a la emergencia de posturas nacionalistas que trataban de
analizar el colonialismo. Su centro de estudios son los subalternos,
considerados –siguiendo a Gramsci- como subordinados en término de clase,
género, edad, trabajo, etc.
El grupo se organizó a partir de
publicaciones de estudios de subalternidad del sudeste asiático[26],
más particularmente de la India
y de distintas vertientes disciplinares. El primer volumen de Estudios Subalternos, apareció en
Camberra en 1981, con el propósito de recuperar las contribuciones subalternas
para la historia india y dar una respuesta a los problemas de la escritura de
la historia poscolonial, en contra de las interpretaciones de la escuela de
Cambridge[27], que
ponía énfasis en el papel de la élite, y de las visiones nacionalistas[28].
Ranajit Guha –fundador del grupo y una de
las figuras más reconocidas- considera subalterno a cualquier persona
subordinada “en términos de clase, casta,
edad, género y oficio o de cualquier otro modo”[29];
la subalternidad debe ser entendida como atributo de la subordinación. La identidad del subalterno es la negación, en
consecuencia se debe rebelar para reconstruir un sujeto insurgente[30].
Guha toma de Gramsci los seis puntos que el
autor italiano enumera para el estudio de las clases subalternas: 1. La
formación objetiva de los grupos subalternos a través del desarrollo y las
transformaciones que sufren en el mundo de la producción económica, su
reproducción y su inserción en grupos sociales ya existentes. 2. Su adhesión a
las formaciones políticas dominantes y los intentos de influir en esas
formaciones, en pro de sus reivindicaciones. 3. El surgimiento de partidos
nuevos entre los grupos dominantes, para control de los sectores subalternos.
4. Formaciones propias de los subalternos para conseguir sus reivindicaciones. 5. Nuevas formaciones -en
viejos cuadros- de los grupos subalternos para afirmar su autonomía. 6. Alineaciones
que afirman la autonomía integral[31].
Por tratarse la subordinación de una
relación recíproca, no pueden estudiarse a los grupos subalternos sin su
relación con la élite de poder. El objetivo del grupo era demostrar que, en las
transformaciones políticas ocurridas en la India colonial y poscolonial, los sectores subalternos
desplegaron estrategias de resistencia y nuevas relaciones con las élites, que se
vieron obligadas a rediseñar sus opciones. En consecuencia, uno de sus propósitos
era desplazar el interés en investigar las élites políticas, para indagar los
movimientos de alzamiento campesinos. Para ello, desarrollaron teóricamente la
categoría gramsicana de subalterno.
El Grupo de Estudios Subalternos se oponía a
los planteos de la historiografía nacionalista india, a la vez que criticaban
los análisis marxista de la denominada historia ‘desde abajo’, por su
perspectiva eurocéntrica y por explicar su existencia en virtud de análisis
económicos asociados a procesos de modernización. Critica en particular la obra
de Hobsbawm, porque desarrolla generalizaciones a partir de experiencias
acotadas en el tiempo y en el espacio[32]
y por considerar a los sectores subalternos como pre-políticos, carentes de
fines comunes y de organización. Para Guha las revueltas campesinas no pueden
ser analizadas según las ideologías revolucionarias europeas o clásicas, pero
no por ello su acción deja de ser política.
Coincide con Gramsci en que en las creencias
de los rebeldes pueden coexistir elementos tradicionales e innovadores. Las
historias elitistas consideran a las sublevaciones campesinas como
pre-políticas, mientras que para Guha
“…era una lucha por el prestigio lo que estaba
en el corazón de la insurgencia. La inversión fue su principal modalidad. Fue
una lucha política en la que el rebelde se apropió y/o destruyó las insignias del
poder de su enemigo, esperando, de esta manera, abolir con las marcas de su
propia subalternidad”[33].
Para Guha la problemática central de la
historiografía de la India
colonial era indagar las causas del “fracaso
histórico de la nación de hacer valer sus derechos”, como consecuencia de
la inadecuación de la burguesía y de la clase obrera para conducirla a una
victoria sobre el colonialismo y a una revolución, bajo la hegemonía de la burguesía
o de obreros y campesinos; a una “nueva
democracia”[34]. La aspiración
máxima de Guha era recuperar al subalterno como sujeto histórico, “…una entidad cuya voluntad y razón constituye
una praxis llamada rebelión”[35].
En verdad, a los estudios subalternos no
sólo les interesa producir conocimiento científico, sino también intervenir
políticamente. Guha afirmaba:
“Nos oponemos, en realidad, a bastante de la
práctica académica prevaleciente en la historiografía […] ya que fracasó en
reconocer al subalterno como el creador de su propio destino. Esta crítica se
encuentra en el corazón mismo de nuestro proyecto”[36].
Para el Grupo de Estudios Subalternos la
tarea de recuperación de la política, la cultura y las tradiciones de
resistencia subalternas no eran solamente empíricas, sino también políticas.
Aspiraba a “la reconstrucción futura de
un orden político poscolonial emancipador y hegemónico”[37].
Esto se entiende si se contextualiza la formación del grupo a poco de la asunción
de Indira Gandhi a su segundo mandato como Primera Ministra de la India , en medio de una
violencia estatal manifiesta, que daba cuenta de la crisis del Estado. Como
consecuencia, surge la crítica a los
intelectuales marxistas ortodoxos, que trasladaban la política como atributo
directo de la clase social.
El
economista Girish Mishra considera que los integrantes del grupo idealizaban la espontaneidad de la movilización popular,
por ello proponía que sería
“…mejor y más fecundo si quienes
investigan los movimientos populares se concentran más en sus debilidades
internas y limitaciones de perspectivas antes de encontrar un chivo emisario
bajo la forma de algún líder del Congreso Nacional Indio que los
traiciona…"[38]
Los
Estudios Subalternos, si bien comenzaron como investigaciones referidas a la
historia de la India ,
actualmente son vistos como un proyecto poscolonial de la escritura de la
historia. Chakrabarty se plantea si
realmente es una nueva perspectiva poscolonial o si se trata de una nueva
versión de la historia marxista/radical[39].
De cualquier manera, lo interesante es que se interrogaron sobre las formas de
escribir la historia, hecho que les permitió alejarse de la historia marxista
inglesa.
Dentro del propio Grupo de Estudios
Subalternos comenzaron una serie de críticas referentes a los objetivos a los
que aspiraban. Gayatri Spivak, en 1988, apuntó a la ausencia de estudios desde
una perspectiva de género y a la pretensión de la historiografía subalternista
de “hacer del subalterno el constructor
de su propio destino”[40].
A pesar de ello, las perspectivas del grupo excedieron sus pretensiones
originales y actualmente se insertan en ámbitos globales y regionales.
Otra crítica que recibe hoy por hoy el grupo
es que al asociarse a la crítica poscolonial de Edward Said, Gayatri Spivak y
Homi Baba, muchos de sus integrantes comenzaron a debatir sobre los discursos,
dejando de lado sus propósitos iniciales relacionados con el marxismo
gramsciano, para optar por el postmarxismo de Derrida, tras el análisis textual[41].
Metodología y fuentes
En lo referente a la metodología y a las
fuentes a las que recurren los investigadores de los sectores subalternos,
también plantean innovaciones, en particular porque los grupos subalternos no
dejan sus propios documentos. Si bien se apela a algunos documentos
tradicionales en el campo de la historiografía, como archivos oficiales y
hemerotecas, proponen nuevas miradas que acercan a enfoques metodológicos
vinculados al análisis del discurso y al deconstructivismo, para construir un
sujeto histórico hasta ahora silenciado. Si se admite la existencia de diversas
voces en el campo de la
Historia , dichas voces pueden mostrar diferentes sujetos y
realidades.
En los documentos intentan tratar de
discernir las diferencias entre las voces de los opresores y las de los
oprimidos. Ya desde los 60’
los historiadores recurrían a metodologías interdisciplinarias, con aportes de
la antropología, sociología, geografía humana, demografía y literatura, entre
otras. La propuesta de los Estudios Subalternos se asienta, especialmente, en
una nueva lectura de los archivos producidos por las clases dominantes, pero,
especialmente, en la recurrencia a nuevas fuentes producidas por la literatura
y la narrativa.
Frente a la clasificación tradicional de los
archivos, plantea una suerte de ‘desclasificación’, potenciando nuevos
contenidos, nuevas voces, indagando en los espacios privados y en los
resquicios que dejan los documentos oficiales. Esto presenta un pasado
desmembrado, lleno de lagunas, que intentan llenar, en pro de desarrollar una
historiografía crítica para
“…observar las huellas que ha dejado una
vida subalterna a lo largo de su recorrido temporal”[42].
Guha
en su texto La muerte de Chandra,
apelando a fuentes judiciales, saca a la luz, del documento de archivo, las
voces silenciadas por el mismo, las voces subalternas, también están subalternizadas
en los documentos, atravesadas por relaciones de poder. Esta perspectiva
metodológica es convalidada por la mayoría de los historiadores
latinoamericanos que indagan sobre los grupos subalternos, no así tanto por el
denominado Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericano que aborda más el
deconstructivismo.
El grupo de
Estudios Subalternos en América Latina
En la década del 90’ , en Estados Unidos,
apareció un Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, compuesto por intelectuales[43]
provenientes de sectores de izquierda.
Siguiendo el ejemplo del grupo de la India formaron otro, de características similares,
referido a Latinoamérica[44].
En 1993 publicaron un ‘Manifiesto inaugural’, en el que destacan el momento
histórico posdictaduras, con variados procesos de redemocratización y el nuevo
orden económico transnacional, como consecuencia de la alineación tras
políticas neoliberales y de globalización económica, que “invitaban a buscar nuevas formas de
pensar y de actuar políticamente”[45].
En el Manifiesto recalcan la propuesta de
los paradigmas tradicionales en el que los sectores subalternos están ausentes,
desempeñando un papel pasivo. Periodizan a la subalternidad en América Latina
en tres etapas, desde 1960 hasta el presente: La primera (1960-1968), a partir
de la revolución cubana, que representó una recuperación parcial del
subalterno, en particular en su carácter no-europeo. Como aporte a nuevas
miradas se encuentran manifestaciones de cine documental, como la escuela de
Santa Fe (Argentina), el Cinema Nuovo brasileño, el denominado cine popular de
Bolivia, el teatro de creación colectiva en Colombia y el cine y teatro
cubanos. Todos problematizan asuntos de género, raza y lenguaje, pero acentúan
en un sujeto clasista unitario, sin reconocer la diversidad en los negros,
indios, mujeres, etc.
La segunda etapa (1968-1979) comienza a
partir de la crisis del modelo cubano y el fin del proyecto de guerrilla del
Che en Bolivia, alentados por el movimiento pacifista, el Mayo francés y la
matanza de Tlateloclo, que pone en escena a un nuevo actor político, los
estudiantes. Como consecuencia, emergieron formas documentales y testimoniales,
en las cuales los sujetos subalternos se convirtieron en parte de la
construcción textual. En esta etapa se introduce en Latinoamérica el
postestructuralismo francés, el marxismo gramsciano y la Escuela de Frankfurt. La
tercera etapa (de los ochenta en adelante) está marcada por la revolución de
Nicaragua y la teología de la liberación. Las palabras claves de entonces
fueron cultura, democratización, globalización, postmarxismo, postmodernismo y
postestructuralismo. Se observa un mayor impacto de las ciencias de la
comunicación, en particular de la televisión, que impulsa nuevas formas de
objetos culturales[46].
A los historiadores les preocupa el impacto de los mass media en los sectores
subalternos.
El consenso que une a los intelectuales
integrantes del grupo es la necesidad de construir un mundo democrático. Conceptualizan
a la nación como un espacio dual en el que conviven élites metropolitanas con
élites criollas y élites criollas con grupos subalternos. Consideran a la
nación como un espacio de contraposición y coalición, con múltiples fracturas
de lengua, raza, etnia, género y clase, en el que el subalterno aparece como un
sujeto “migrante”.
Plantean la desnacionalización y la
desterritorialización del estado-nación, bajo una nueva permeabilidad de las
fronteras. En consecuencia, cuestionan ciertas representaciones nacionales
sobre las élites y los grupos subalternos. Denuncian la pobreza de la
historiografía ilustrada, al no reconocer la contribución del subalterno para
la creación de su propia historia. Diferencian a la nación como espacio
conceptual, con relación a la nación como estado; dan a la nación una
connotación más geográfica que institucional. Para el grupo
“El subalterno no es una sola cosa. Se
trata, insistimos, de un sujeto mutante y migrante. Aún si concordamos
básicamente con el concepto general del subalterno como masa de la población
trabajadora y de los estratos intermedios, no podemos excluir a los sujetos
‘improductivos’, a riesgo de repetir el error del marxismo clásico[…] Necesitamos
acceder al vasto y siempre cambiante espectro de las masas: campesinos,
proletarios, sector formal e informal, subempleados, vendedores ambulantes,
gente al margen de la economía del dinero, lumpen y exlumpen de todo tipo,
niños, desamparados, etc.”[47].
En las reuniones que se realizaron durante
su existencia como grupo, discutieron distintas temáticas, que interesaban a
sus integrantes, como subalternidad y género, estudios culturales –con críticas
al subalternismo-, el estado y la noción de subalternidad y el estado y la
productividad, incluído el debate norte-sur[48].
La historiadora chileno-norteamericano Florencia Mallon, criticó
al Grupo Latinoamericano y mantuvo un fuerte debate con Beverley[49],
al acusar a sus integrantes de ser demasiado textualistas, dependientes de la
deconstrucción derrideana, cuando el trabajo del historiador debería hacerse,
fundamentalmente, en los archivos y en el trabajo de campo[50].
Les critica, también, el no reconocer los aportes de la historia social desde
abajo latinoamericana. Beverley respondió acusando a Mallon de acarrear
resabios positivistas. La disputa estuvo centrada, especialmente en el método,
y no tanto en el sujeto de la historia.
Mallon observa en el grupo un interés más
literario ya que, desde una perspectiva posmoderna, privilegia la crítica de
textos y, a su juicio, “olvida el pasado”:
“El intento contradictorio de ‘conocer’ el
pasado, de llegar a conocer a los seres humanos que lo hicieron, nos lleva a
través de fuentes de archivos que se niegan a entregarnos imágenes claras. Pero
como los archivos brindan pistas extraordinarias sobre las relaciones de poder
y los dilemas humanos, morales y filosóficos que enfrentaron los individuos que
los produjeron y aquellos cuyas sombras los habitan, no nos podemos dar el lujo
de prescindir de ellos. En mi experiencia, es el proceso mismo lo que nos
mantiene honestos: ensuciándonos las manos con el polvo de los archivos,
embarrándonos los zapatos en el trabajo de campo…”[51]
Para Mallon tanto el archivo como el campo
son escenarios construidos y en los que intervienen las luchas de poder. Esas
luchas son, en sí mismas, fuentes de información. Todos los textos son construidos, al igual que
la producción y preservación de los archivos y que las relaciones sociales, que
acompañan a la lectura de las fuentes. Si bien privilegia el trabajo en
archivos y en el campo, no descarta el de los textos literarios.
Su perspectiva teórico-metodológica fue
cuestionada por los integrantes del Grupo Latinoamericano, en especial por
Beverley. Mallon, en su libro Campesinado
y nación. La construcción de México y Perú postcoloniales, trata de sacar
el centro de atención de la historia en la formación del Estado-nación para
buscar, en espacios locales, enmarañadas relaciones de poder donde se insertan
los sectores subalternos[52].
A partir de un estudio comparativo, cuestiona la visión centrada en las élites,
en el poder central y en las perspectivas nacionalistas. La respuesta
alternativa al desafío del análisis local es la deconstrucción de culturas y
comunidades subalternas y su rearticulación en generalidades complejas,
imbricadas y a la vez divididas en relaciones de poder regional, nacional e
internacional[53].
Guillermo Bustos, al analizar el debate
Mallon-Beverley[54],
acuerda con la historiadora, en que el manifiesto ignora los aportes de la
historia social latinoamericana, como, entre otros, el de los estudiosos de la
región andina -también del ámbito académico norteamericano- y, en segundo
lugar, el deconstructivismo central en el análisis de los textos. Las respuestas de
Beverley a las críticas de Mallon apuntan a aclarar que, los estudios sobre sectores subalternos latinoamericanos, no necesariamente tuvieron una perspectiva suabalternista. Al mismo tiempo considera que la narrativa de Mallon se centra dentro de la “biografía del estado-nación” y con una propuesta positivista.
Beverley a las críticas de Mallon apuntan a aclarar que, los estudios sobre sectores subalternos latinoamericanos, no necesariamente tuvieron una perspectiva suabalternista. Al mismo tiempo considera que la narrativa de Mallon se centra dentro de la “biografía del estado-nación” y con una propuesta positivista.
La representación de los grupos subalternos,
en general, no alteraron la visión de los procesos de organización nacional
abordados por posturas elitistas. Lo que si se advierte es, que en estas
visiones elitistas, hay silencios y olvidos en los que interactúan,
especialmente, los sectores subalternos. La acusación de positivismo en el
abordaje metodológico de Mallon no tiene asidero, por cuanto la autora
desarrolla una narración dialógica en la que las voces subalternas están
presentes. En contraposición, analiza voces elitistas dentro de las cuales
pueden leerse el papel contradictorio de las élites –intelectuales y políticas-
con respecto a los sectores subalternos y a la construcción de hegemonía o
contra hegemonía.
La cuestión de aceptación o rechazo del
positivismo fue advertida por Ginzburg –en otro contexto-, en particular al
referirse a las posturas posmodernas anti-positivistas. El historiador italiano
considera que tanto el positivismo como el antipositivismo (‘positivismo
invertido’) comparten el supuesto de simplificación de la relación entre la
evidencia y la realidad[55].
Fuera del Grupo Latinoamericano, en el
subcontinente se sigue abordando, desde distintas perspectivas teóricas y
metodológicas, el estudio de los grupos subalternos y se redefinen categorías
analíticas referidas a lo político y a lo cultural. Un caso particular es el de
Alan Knight quien analiza la aparición de de dos preferencias dentro de lo que
denomina la ‘historiografía fragmentada’
para América Latina: la historia regional-local y la historia popular[56].
Se trata de una historiografía del “centro hacia fuera” complementaria de la
“historia desde abajo”, correspondiente a los estudios subalternos, según su
criterio.
A modo de conclusión
Indudablemente la cuestión de los estudios subalternos en el
campo de la historiografía no está cerrada, tanto en el campo epistemológico
como en el metodológico. En cualquier caso, excede las restringidas áreas
disciplinares, para comprender difusos espacios transdisciplinares preocupados
por amplios sectores de la población que se encuentran marginados de la
historia. El pensamiento crítico debe incluir panoramas ínter y trans-disciplinar.
Cuando se piensa el mundo desde espacios más reducidos, no
metropolitanos, no necesariamente invalida la pretensión de lograr articular
las relaciones de poder locales con las globales, que las dinamizan. La
inexistencia del sujeto-actor en las historias locales, se encuentra dentro de
un diseño de globalización hegemónico, que pretende eliminar la posibilidad de
que las historias locales puedan servir para vislumbrar un futuro diferente[57].
El proceso historiográfico hegemónico pone el acento en el concepto de
totalidad, cuando en realidad existen sujetos históricos heterogéneos. De allí
la importancia de insistir en la búsqueda de sujetos excluidos de la narrativa
historiográfica tradicional, no sólo por su rol en sí mismos, sino también en
sus relaciones con las élites.
Quedan pendientes cuestiones a debatir en el plano
historiográfico que tienen que ver con los nuevos sujetos históricos, el rol del
Estado-nación y de las historias nacionales y las historias locales y su
inserción en las nacionales y globales, vistos desde nuevas perspectivas
teóricas, con nuevos temas y nuevos actores en discusión. En consecuencia, no solamente
interesan nuevos métodos y fuentes, sino construir nuevas relaciones entre los
diferentes actores sociales, en las cuales los grupos subalternos ocupen un
lugar equivalente.
Para ello resulta interesante indagar, asimismo, prácticas no
escritas, recurriendo a la denominada ‘historia oral’, pero también apelando a
documentos audiovisuales, testimoniales o ficcionales. En todos los casos el
abordaje interdisciplinar es un imperativo, ya que la disciplinariedad obró
como barrera para el trabajo de los historiadores, aún cuando éstos suelen
apelar a métodos de otras disciplinas. Los Estudios Culturales son una
alternativa, al ofrecer una mirada transversal y al poner de relieve las voces
silenciadas en la historia.
Considerando a la historiografía como un modo discursivo de
representación de lo real, al buscar la comprensión del pasado, a partir de
evidencias o huellas, se debe evitar caer en la tentación de especular, que
dichas evidencias son la realidad. Corresponde pensar que fueron construidas en
un lugar y tiempo determinados, por lo que, la reconstrucción del pasado debe ser pensada dentro de ese
contexto, en el cual las voces silenciadas de los sectores subalternos tienen
que hacerse oír.
Trabajo publicado en Trabajo y sociedad N° 18, 2012, UNSE
http://www.unse.edu.ar/trabajoysociedad/18%20TENTI%20Estudios%20culturales%20e%20historiografia.pdf
http://www.unse.edu.ar/trabajoysociedad/18%20TENTI%20Estudios%20culturales%20e%20historiografia.pdf
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[2] Serna, Justo y
Pons, Anaclet (2000): Cómo se escribe la
microhistoria, Frónesis, Universitat de València, Madrid, p. 238-239.
[3] Hans-Ulrich
Wehler, inspirado en la sociología weberiana, combina la hermenéutica con los
métodos empírico-analíticos. Junto con
Jürgen Kocka reconoce que los historiadores deben aplicar eclécticamente
los métodos.
[4] Jacques Le
Goff, considera que las mentalidades se desarrollan a nivel de lo
cotidiano; Georges Dubuy, destaca el
estudio de las ideologías. Retomando el concepto de Althusser y Michel Vovelle, estudia las
representaciones colectivas en el lenguaje de los testamentos, aplicando el
método estadístico.
[5] Le Goff, Jacques (1985): “Las mentalidades. Una historia ambigua”, en Le Goff,
Jacques y Nora, Pierre (1985): Hacer la Historia , Laia,
Barcelona, p. 81.
[7] Darnton, R. (1994): La gran matanza de gatos y otros
episodios en la historia de la cultura
francesa.
México: Fondo de Cultura Económica, p. 11.
[8] Chartier,
Roger (1995): El mundo como
representación. Historia cultural: entre práctica y representación. Gedisa.
Barcelona, p. I.
[9] Delille,
Gérard (1996): “Antropología e historia: El problema de las ciudades del
Mediterráneo occidental. Siglos XV-XVIII”, en Gortari, Hira de y Zermeño,
Guillermo: Historiografía francesa.
Corrientes temáticas y metodológicas recientes, Centro Francés de Estudios
Mexicanos y Centroamericanos, UNAM, México, pp. 107-121.
[10] Gellner,
Ernest y otros (1986): Patronos y
clientes en las sociedades mediterráneas, Jucar Universidad, Madrid.
[11] Alan Zuckerman en el sur de Italia, Jeremy Boissevain en Malta,
Michael Gilsenan en Turquía, Samir Jalaf en el Líbano, Amina Farrag en
Jordania, Clement Henry Moore en Egipto
y Tunicia, Emrys Lloyd Peters en Cirenaica, Bruno Étienne en Argelia y
Kenneth Brown en Marruecos.
[12] Principalmente E. P. Thompson y Eric Hobsbawm, que trasciende la historia
social inglesa y se acerca a temas contemporáneos más globales; Raphael Samuel
que busca acercar los límites de la historia a la vida de las personas,
llevándola más cerca de la gente.
[13] Thompson, E. P. (1989): La
formación de la clase obrera
en Inglaterra, Crítica, Barcelona, p. 9.
[15] Eugene
Genovese investiga sobre la esclavitud y el capitalismo, desde un enfoque
socio-antropológico, intentando restaurar a los afroamericanos su propia
cultura y acción; Charles Tilly realiza los abordajes desde la sociología
histórica y Natalie Zemon Davies, desde la antropología histórica, trabaja
sobre historia de mujeres y cine e historia, entre otros temas, tras la
búsqueda de la universalización de la cultura.
[17] La chileno-norteamericana Florencia Mallon se ocupa de los sectores subalternos; el sueco Magnus Mörner analiza el rol de los
denominados ‘indios’, como objetos o actores, según el caso. Alfredo Flores
Galindo indaga sobre el ‘hombre andino’,
abarcando con este término a los campesinos y a los pobladores urbanos y
mestizos.
[18] Nathan Wachtel
en su libro La Visión de los Vencidos. Los indios del Perú Frente a la Conquista Española
(1530-1570) busca
explicar el impacto colonial sobre las poblaciones indígenas. Franklin Pease, en Los últimos incas del Cuzco, describe el mundo incaico, analizando
la sociedad. Zuidema intenta explicar la organización política incaica, dual,
también desde la organización social y Udo Oberem, combina su trabajo
antropológico con la etnohistoria.
[20] Mallon,
Florencia (1996): “Promesa y dilema en los estudios subalternos: perspectivas a
partir de los estudios latinoamericanos”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E.
Ravignani, Nº 12, FFyL-FCE, Buenos Aires, p. 91.
[21] Fue uno de los integrantes del movimiento de estudios de subalternos,
que elaboró una nueva narrativa de la historia de la India poscolonial,
concentrada no tanto en las elites dominantes como en las masas subalternas
como agentes de cambio.
[22] Beverley, John (2001): “El subalterno y los límites del saber
académico”, en Rodríguez, Ileana: Convergencia
de tiempos. Estudios subalternos/contextos latinoamericanos. Estado, cultura,
subalternidad, Rodopi, Amsterdam.
[27] En particular
la perspectiva del historiador Anil Seal en su libro The Emergence of Indian Nationalism (1968).
[28] Los más
destacados son el historiador indio Bipan Chandra y sus discípulos, que
recurren al análisis marxista y a la teoría latinoamericana de la dependencia
para enfrentarse a las interpretaciones nacionalistas.
[30] Beberley, John
(2004): “El subalterno y los límites del saber académico”, en Revista Actuel Marx Nº 2, Universidad
Arcis, Santiago de Chile, p. 2.
[32] Guha, Ranahit (2002): Las
voces de la historia y otros
estudios subalternos, Crítica, Barcelona, p. 100..
[33] Citado por Chakrabarty,
Dipesh (s.f.): “Una pequeña historia de los Estudios Subalternos”, en Anales de desclasificación, www.desclasificacion.org, p. 11
[35] Beberley, John
(2004): “El subalterno y los límites del saber académico”, en Revista Actuel Marx Nº 2, Universidad
Arcis, Santiago de Chile, p. 3.
[38] Ibídem, p.94.
[39] Chakrabarty, Dipesh (s.f.): op.
cit., p. 2.
[41] Rodríguez Freire, Raúl (s.f.): “Notas sobre la insurgencia académica”,
en Anales de desclasificación, en www.desclasificacion.org., p. 13.
[44] En el grupo
inicial estaban John Beverley, Ileana Rodríguez, José Rabasa, Robert Carr,
Patricia Seed y Javier San Ginés. El grupo, con nuevas incorporaciones duró
ocho años hasta su disolución en 2002.
[45] Manifiesto Inaugural, en Castro-Gómez, Santiago y Mendieta,
Eduardo (1998): Teorías sin disciplinas (latinoamericanismo, poscolonialidad globalización en debate), Miguel Ángel Porrúa, México.
[52] Mallon,
Florencia (2003): Campesinado y nación.
La construcción de México y Perú postcoloniales, CIESAS, Colegio de
Michoacán y Colegio de San Luis de Potosí, México.
[54] Bustos
Guillermo (2003) “Enfoque subalterno e historia latinoamericana: nación,
subalternidad y escritura de la historia”, en Walsh
Catherine (ed.) op. cit., p. 215-242.
[56] Knigth, Alan (1998): “Latinoamérica: un balance historiográfico”, en Historia y Grafía Nº 10, México, p. 166.
[57] Guardiola-Rivera,
Oscar (2003): “Historia de un asesinato por ocurrir, contado a la manera de una
novela policíaca (o, colonialidad del poder y el futuro de los estudios
culturales en América Latina)”, en Walsh , Catherine (ed.):
op. cit., p. 114-115.
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