por MARÍA MERCEDES TENTI
Cuando en 1915 se creó la biblioteca 9 de julio como primera
biblioteca estatal de la provincia de Santiago del Estero, en conmemoración al centenario de la
declaración de la independencia, seguramente, quienes la concibieron no
imaginaron la perdurabilidad a través
del tiempo y la importancia que iba a adquirir con el paso de los años. La
imaginaron como una biblioteca “científica, histórica y literaria” y sirvieron como base para su formación las bibliotecas existentes por entonces en la
ciudad, pertenecientes al estado provincial: bibliotecas de la Legislatura, Corte de Justicia, Consejo de Educación y de las Oficinas de Límites y de Estadísticas,
más los aportes de particulares. Se destinó como local el edificio que
constituía la casa chalet perteneciente al gobierno de la provincia, situada
en Av. Belgrano entre Sarmiento y San Martín.
Desde su creación se pensó asignar una sección especial de obras de autores
santiagueños y publicaciones de carácter oficial o particular, que se
refiriesen a cuestiones específicas de Santiago del Estero, sección que, con
el correr de los años, fue creciendo con nuevos volúmenes hasta transformarse
en el mayor repositorio bibliográfico de autores santiagueños, en la
actualidad, consultado permanentemente por estudiantes e investigadores. La élite intelectual de principios del siglo XX tenía, sin dudas, una visión a
largo plazo, que iba más allá de la inmediatez de una creación conmemorativa.
Se pensaba en aunar el patrimonio de distintas bibliotecas públicas, para
conformar una mayor que contuviera un acervo bibliográfico de relevancia. La
producción y circulación de libros de autores santiagueños, de una u otra
manera, tuvo y tienen como epicentro
Ante la carencia de universidad se pensaba con su creación fomentar la
extensión universitaria por medio de conferencias referidas a estudios
científicos, históricos, educacionales, de artes y letras y de las riquezas
naturales e industriales de la provincia. La biblioteca tenía que funcionar
como un verdadero centro de difusión de cultura y debía albergar a todo el
espectro intelectual, sin distinciones políticas ni religiosas. Primero, fue
una Comisión Administrativa ad-honorem -compuesta por las principales
autoridades provinciales y municipales- quien llevó adelante la conducción y
administración de fondos del nuevo centro cultural; con el tiempo, su
personal se fue integrando con empleados y funcionarios públicos.
Producida la denominada “Revolución Libertadora” se tomaron una serie de
medidas en contra del peronismo derrocado, entre ellas, se confiscaron sus
bienes, incluidos el local partidario sito en Buenos Aires, entre Avellaneda
y 9 de Julio. Así, la biblioteca fue traslada al edificio que actualmente
ocupa, antigua sede del partido peronista.
El patrimonio que alberga Las comunidades de lectores que pasaron por sus salas merecen, sin dudas, un estudio particular para poder dimensionar cómo, una práctica privada como la lectura, se fue transformando en práctica pública. El público que pasó por sus salas, fue cambiando según los tiempos: primero grupos de intelectuales, principalmente, luego ampliado a sectores más variados y heterogéneos. De una u otra manera, siempre constituyó un espacio de socialización y encuentro, de grupos y generaciones. La relación entre el libro y el lector produce una correspondencia particular que los vincula entre sí y diluye los lazos entre el plano intelectual y el de la realidad. Genera procesos de cambio de antiguos sistemas de representación y prácticas por nuevos sistemas surgidos a partir de la lectura. Ese poder vivificador y transformador de la lectura es el que permite la pervivencia de las sociedades en el tiempo, aún en nuevos soportes, como el electrónico o el audiovisual. Un párrafo aparte merece el personal. A pesar de haber estado sujeto a los vaivenes políticos que jalonaron su vida institucional, con mayor o menor preparación, todos y cada uno de los integrantes de esa ‘familia’ que integran al interior de la institución, poco a poco fueron involucrándose en su vida íntima, al punto de llegar a sentirla como propia. Atentos y generosos, unos más y otros menos, pero todos dispuestos a brindar atención y orientación a quien lo requiera. Si bien la antigua “9 de Julio” se fue modernizado con la inclusión de equipos de aire acondicionado y nuevas tecnologías, la biblioteca como centro de cultura santiagueña necesita instalaciones más amplias y modernas que garanticen la conservación y preservación del material bibliográfico, la seguridad del acervo que atesora y mayor comodidad, tanto para quienes trabajan como para quienes acuden a realizar investigaciones y lecturas. La importancia simbólica de este centro de conocimiento y cultura santiagueños amerita la participación activa de sectores públicos y privados de la provincia, en acción colectiva, en pro de mejorar instalaciones y espacio. De este modo podrá cumplir, con mayor eficacia, su función de inclusión y de reproducción, incorporando nuevas tecnología, modernos soportes para inventarios, catalogación y registro, para ser consultados en el propio local o a través de la red de Internet que la conectará con todos los rincones de la provincia y del mundo. Una biblioteca pública debe ser, en principio, un lugar para la difusión del libro. Sin embargo, los espacios y hábitos de lectura se modificaron con los cambios tecnológicos y hoy el desafío que enfrenta nuestro Centro de Cultura es brindar a sus lectores nuevos medios y espacios que hagan posible su inserción en un mundo, que cambia a ritmo vertiginoso. El futuro de |
LA HISTORIA CRÍTICA NOS PERMITE ESCRUDIÑAR EL PASADO, DESDE ESA PERSPECTIVA, PARA PODER COMPRENDER MEJOR EL PRESENTE Y PREVER EL FUTURO
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domingo, 4 de marzo de 2012
BIBLIOTECA 9 DE JULIO, CASA DE CULTURA
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