MARÍA MERCEDES TENTI
Introducción
Para examinar el fenómeno de la pobreza rural en Santiago
del Estero, analizaremos el trabajo de Alberto Tasso sobre “Reproducción secular de la pobreza rural,
dimensiones sociohistóricas de un caso de exclusión estructural”, para
luego relacionarlo con otros datos estadísticos y publicaciones periodísticas,
que nos permitirán arribar a algunas conclusiones sobre el origen de los
fenómenos descriptos y la relación existente entre los distintos procesos
planteados.
Reconocer la heterogeneidad del proceso de empobrecimiento
provincial, según las zonas, la producción, los departamentos, etc. nos
permitirá el reconocimiento de la pluralidad de los fenómenos sociales, ausente
en los discursos políticos, que generan relaciones de poder y que permiten
vislumbrar hacia dónde transita la sociedad; sociedad concebida como proceso,
en la que los fenómenos causales son simultáneos y constituyen un sistema con
caracteres definidos.
“Reproducción secular de la pobreza”,
de Tasso
En su trabajo, Alberto Tasso trata de descubrir el proceso
de configuración de los sectores pobres rurales en la provincia de Santiago del
Estero, desde una perspectiva socio histórica, indagando sobre los orígenes del
problema planteado.
Comienza con el concepto genérico de pobreza y exclusión
para detenerse en el análisis de la pobreza rural, a su juicio estructural y
aguda. Concebida la población en condiciones de pobreza como una categoría
social, parte de los primitivos poblamientos indígenas y del usufructo de sus
habilidades agrícolas y artesanales por los españoles, hecho que produjo una
pronunciada segmentación social y cultural, generando hacia el siglo XIX un
sector marcadamente excluido. Por entonces comenzó el proceso de conformación
de una incipiente estructura agraria, a partir de una agricultura comercial
bajo riego, que no pudo poner freno a la intensificación de la inestabilidad
social y las consecuentes migraciones aumentadas durante el presente siglo.
La producción forestal incrementada como consecuencia del
auge del ferrocarril, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, concentró la
población en nuevos centros poblados, que no pudieron escapar a la posterior
declinación, una vez producido el ocaso
del ferrocarril, con el consiguiente deterioro ecológico de antiguas zonas
boscosas transformadas ahora en fachinales. Esto produjo obviamente un nuevo
desplazamiento de mano de obra hacia otras actividades como la zafra azucarera,
las cosechas temporarias, o las zonas fabriles del Gran Buenos Aires o el Gran
Rosario.
A pesar de los cambios y los siglos transcurridos, el
hábitat de las poblaciones campesinas santiagueñas se mantuvo relativamente
constante, y en general, subordinada al ambiente. La reproducción de modelos
culturales transmitidos de generación en generación hacía ver una cierta “estabilidad dentro de la inestabilidad”[1],
por la supervivencia de formas de vida tradicionales.
La dominación social cambió de modos y formas pero pervivió
también a lo largo del tiempo, agravada por los altos índices de analfabetismo
y la persistencia del clientelismo. La propiedad de la tierra quedó
mayoritariamente en manos de unos pocos, extendiéndose para los pobres el
minifundio (con extensiones mínimas por debajo de las unidades económicas
reconocidas), o la ocupación precaria de tierras fiscales o privadas.
Según los datos del Censo Nacional de Población de 1991, la
pobreza rural en Santiago del Estero, duplica o triplica a la urbana, ya que la
población rural con necesidades básicas
insatisfechas (NBI), asciende a 56,8 %, frente a la urbana que se encuentra en
el orden del 23,3%. Dentro de las cuatro categorías de NBI rural, se encuentran
27 departamentos santiagueños (1 baja, 2 alta y 24 muy alta). Obviamente existe una estrecha relación entre
pobreza y condiciones de vida de los hogares campesinos.
Como respuesta a la falta de políticas de inclusión social,
una serie de organizaciones no gubernamentales, como el Movimiento Campesino
Santiagueño (MOCASE) y la iglesia católica, han iniciado una serie de
movilizaciones y distintas expresiones
colectivas, en busca de la reapropiación de su identidad campesina, a la par
que conseguir reivindicaciones concretas.
La pobreza estructural santiagueña
según otras fuentes
El 22 de marzo de 1997, El Liberal publicó un suplemento
titulado “Así vivimos”[2],
en el que, tomando datos proporcionados por el Instituto Nacional de
Estadísticas y Censos (INDEC) y otros organismos, dio a conocer la realidad de
la provincia a través de cifras realmente alarmantes. De un total de 671.988
habitantes, la población con NBI ascendía a 244.988 (36,45%).
Con datos extraídos del Anuario Estadístico de la República
Argentina, de 1994, y de un informe del Comité Ejecutivo para el Estudio de la
Pobreza en la Argentina (CEPA), que a continuación detallamos, observamos a la
mayoría de los departamentos en situación de pobreza.
Necesidades Básicas Insatisfechas
por departamentos de la provincia de
Santiago del Estero
1994
Total
población Departamento Porcentaje NBI
16.040 Figueroa 74,7
16.061 Pellegrini 62,8
6.848 Silípica 61,9
9.251 Atamisqui 61,9
9.100 Salavina 61,8
8.555 San Martín 58,6
1.894 Mitre 56,0
18.239 Avellaneda 54,9
14.351 J.
F. Ibarra 53,2
19.220 Copo 50,3
9.475 Quebrachos 49,8
12.324 Jiménez 48,6
4.149 Sarmiento 47,3
21.746 Moreno 45,6
14.904 Loreto 44,3
10.633 Alberdi 43,4
45.051 Río
Hondo 41,4
32.567 Robles 40,6
29.400 Taboada 40,1
11.818 Ojo de Agua 39,8
6.882 Guasayán 39,0
5.936 Aguirre 37,2
104.287 Banda 32,0
5.909 Belgrano 28,5
30.691 Choya 26,9
4.763 Rivadavia 23,8
201.894 Capital 21,9
671.988 Total
provincia 36,45
Sólo cuatro departamentos, Choya, Capital, Banda y Rivadavia
se encuentran en una situación más o menos buena, según el análisis de algunos
indicadores. En ellos las necesidades
básicas insatisfechas (en especial viviendas tipo rancho y analfabetismo), se
aproximan, o están por debajo de la media nacional. Figueroa (en el centro de
la provincia), encabeza los índices de pobreza y en el censo de 1.991 figura
como el cuarto departamento más pobre del país superado solamente por Ramón Lista
(Formosa), Iruya y Rivadavia (Salta). Tomando el mismo censo, y considerando la
provincia en general, Santiago del Estero se encuentra entre las más pobres del
país, juntamente con Formosa, Jujuy y Chaco.
El panorama social es crítico y, como podemos apreciar, los
mayores problemas se encuentran en las zonas rurales. Hay diez departamentos
con más de la mitad de su población con necesidades básicas insatisfechas y 13
en que más del 12 % de los habitantes son analfabetos. En total más del 40 % de
la población tiene viviendas tipo rancho o casillas.
Tomando los índices proporcionados por el suplemento de El
Liberal mencionado, Santiago del Estero supera en todos los indicadores, los
índices de pobreza de la media nacional:
Índices de pobreza a 1997 (según
diversas fuentes)
Indicador Media
nacional % Media
provincial %
NBI 19,9 36,45
Viviendas precarias 7,1
19,44
Analfabetismo 3,67 8,63
Como consecuencia de ello, son cada vez más los pobladores
que migran hacia las ciudades en busca de mejores condiciones de vida, dejando
grandes extensiones de territorio despobladas. Según información del INDEC, en
1991, los departamentos Mitre y Alberdi tenían una densidad de población de 0,5
y 0,8 habitantes por kilómetro cuadrado, respectivamente, mientras que en 1960
era del 1,0 y 1,1. Paralelamente el porcentaje de población urbana aumentó del
35,2% en 1.960, al 60,7 % en 1.991. La concentración de población se produjo
especialmente en los departamentos Capital, Banda, Río Hondo y Robles. Como
corolario a este panorama desalentador, Santiago del Estero es la provincia que
menos produce en el país, ya que figura última en el ránking de producto bruto
interno por persona del país, con $2.035
por habitante, cuando la media nacional es de $7.790[3].
Según el INDEC hay 10.509 santiagueños de 7 a 17 años que no
concurren a la escuela. Casi la mitad de los niños que ingresan a escuelas
primarias no concluyen sus estudios; la deserción escolar alcanzó entre 1989 y
1995 el 49 %, mientras que en el nivel medio superó el 25,5%. El mayor índice
de repitentes se da en 1° y 2° grado con
el 27,4 % y el 19,1 % respectivamente. En 13 departamentos, más del 12 % de la
población no sabe leer ni escribir (el de mayor porcentaje, Figueroa, alcanza
el 18,38 %), siendo el promedio provincial de analfabetismo el 8,63 %, mientras
la media nacional es del 3,67 %.
Conclusión
Los datos vertidos muestran con crudeza la triste realidad
que atraviesa la provincia. En total, una de cada cinco viviendas son tipo
rancho o casilla, y en diez departamentos la relación es de cuatro cada diez.
El departamento Figueroa es el de mayor índice de pobreza y ocupa el 4* lugar
en el país. Según la Fundación Capital en 1996 el 30 % de la población tenía en
la provincia sus necesidades básicas insatisfechas, al tiempo que la media
nacional alcanzaba el 14,5%.
Santiago tiene la tasa de escolaridad más baja del noroeste.
A nivel nacional sólo es superada por Chaco y Misiones. El panorama social es
crítico. Hay 10 departamentos con más de la mitad de su población con
necesidades básicas insatisfechas y más de 13 en que el 12 % de los mayores de
10 años son analfabetos. De acuerdo con el censo de 1.991, cada vez son más los
santiagueños que abandonan su terruño.
Según el Instituto de Investigaciones Económico Financieras
de la Bolsa de Comercio de Córdoba,
Santiago del Estero es última en producto bruto per cápita. Desde 1.985
hasta 1.996 el producto bruto per cápita creció sólo un 17,7 % en la provincia,
mientras que el promedio del país se ubicó en el orden del 93,2 %. En base a un
estudio del Centro de Estrategias Regionales, Santiago es una de las provincias
menos competitivas de la República, penúltima después de Formosa, tomando en
cuenta los bienes producidos y los servicios prestados. Se observa un
crecimiento del empleo temporario, incrementado con el plan de ayuda mutua y
con la aplicación de las leyes nacionales,
24.013 de empleo y 24.465 de fexibilización laboral y fomento del
empleo.
A todo esto debemos agregar los graves problemas ecológicos,
como la depredación de los bosques, - que han transformado suelo y clima y
amenaza la extinción de la flora y fauna autóctonas - , la escasez de agua, la
salinización de los suelos, la contaminación de las aguas, la colmatación del
dique de Río Hondo, la desaparición de vertientes por la irracional explotación
minera, etc.
Coincidimos con Waldo Ansaldi en que la pobreza es, más que
desigualdad económica, desigualdad social y cultural, ello puesto de manifiesto
en forma notoria en nuestra provincia. Quizás el peso cuantitativo de los pobres contribuya en Santiago del
Estero a la pervivencia de un sistema social con prácticas clientelísticas,
- existente desde larga data -, que trae
aparejado su fragmentación y debilidad, permitiendo su mayor explotación a la
par que menores posibilidades de organización, en pos de una acción colectiva
tras la búsqueda de revertir la pobreza estructural manifiesta.
[1] Alberto Tasso; “Reproducción secular de la pobreza rural”, en Realidad
económica; N° 147; Instituto Arg. de Desarrollo Económico; Bs. As. 1997.
Pág. 53.
[2] El Liberal; “Así vivimos”; 22 de
marzo de 1997, Santiago del Estero.
[3] El Liberal; Números varios; Años 1996
a 1998, Santiago del Estero.
En Chaco ha pasado lo mismo con la población rural en estos años, un gran factor contribuyente ha sido el remate de los campos embargados por el Banco de la Provincia a sus dueños, que luego de ser adquiridos por los nuevos propietarios, fueron expulsando a los viejos caseros de años, esa concentración de tierra en pocas manos, llevó a cientos de familias a refugiarse en casas precarias en las ciudades, a mal vivir por debajo de las necesidades básicas, con un alto índice de analfabetismo.
ResponderEliminarActualmente, existen zonas en el interior del Chaco, de actividad ganadera, donde se pueden observar ranchos de barro, tracción a sangre, en un nivel de vida muy precario.
Excelente este artículo, lamentable situación que aún hoy, sigue manteniéndose en nuestras provincias. El clientelismo es peor que en esos años, y los pobres pasan a formar parte de las encuestas y censos sin que se tomen medidas de fondo para mejorar la situación de las personas.