Por María Mercedes Tenti
El
año 1976 implicó un cambio significativo, no sólo por el inicio de la dictadura
más cruel y violenta de la historia argentina del siglo XX, sino también porque
marcó el comienzo de un proceso de reconversión económica y social que, en
parte, fue el eco de la crisis mundial iniciada en 1973 como consecuencia de la
suba de los precios del petróleo.
A
partir de 1976, una vez más, las Fuerzas
Armadas se constituyeron en actores
políticos directos de la vida nacional y desplazaron del poder al
partido peronista que había sido elegido democráticamente en 1973 con el apoyo
del 49.5 % de los votos. Sin embargo, la mayoría de los argentinos no ofreció
resistencia, como consecuencia de la estancada economía, la violencia
generalizada, la crisis de autoridad del gobierno nacional, la falta de
credibilidad y el deterioro de la autoridad presidencial.
El
asalto militar al poder en 1976 se inscribe en una tradición de conductas ‘pretorianas’ de una sociedad que, en parte,
descreía de la democracia política y ponía en tela de juicio la legitimidad de
un gobierno débil como el de Isabel Perón. La dictadura militar tuvo como
principal objetivo la
instauración de un nuevo orden
para reestructurar la sociedad argentina, transformando la estructura de los
partidos políticos e instaurando una larga hegemonía militar.
La
gran prensa nacional abaló el golpe. Las Fuerzas Armadas buscaron legitimar su intervención en el escenario
político argumentando, a través de una estrategia discursiva, vacío de poder,
caos económico y social, peligro de la ‘subversión terrorista’, disolución de
la nación y anarquía. Los comportamientos pretorianos de la sociedad a lo lago
del siglo XX revelan la poca creencia
de ciudadanos y dirigentes en los valores de la democracia. El
pretorianismo es la aceptación de la participación de los militares en la
esfera política. La politización de las Fuerzas Armadas y su participación en
el sistema político comenzó en la Argentina, a partir de 1930.
El
Estado burocrático autoritario,
instaurado, pretendía establecer un nuevo
orden político en el que las Fuerzas Armadas tuvieran una participación
orgánica y estable en el sistema de decisiones. De inmediato el autoritarismo
militar pretendió poner en marcha un plan de reforma económica y de disciplinamiento social. A partir de la
gestión del ministro de economía José Alfredo Martínez de Hoz se fue
suprimiendo la función subsidiaria del Estado y alentando la apertura de la
economía. Paralelamente se organizó un aparato
represivo para eliminar las organizaciones guerrilleras, acallar todas
las voces opositoras y modificar el comportamiento de los actores políticos y
gremiales.
El
régimen militar pretendía afianzar una nueva
hegemonía en la sociedad. Las Fuerzas Armadas debían jugar un rol
protagónico en la reestructuración del
Estado y la sociedad, buscando configurar un nuevo sistema de dominación autoritaria.
El
Estatuto del Proceso de Reorganización Nacional establecía un cuerpo colegiado, la Junta Militar,
como órgano supremo del Estado y un órgano
unipersonal, el presidente de la Nación, como ejecutor de las grandes
políticas acordadas por el poder supremo. Se puede calificar a este gobierno
militar como una dictadura
institucional, impersonal, del conjunto de las Fuerzas Armadas, que se arrogó el poder constituyente, por encima
de la Constitución Nacional. La organización del régimen miliar puso fin
al estado de derecho.
Se suprimió la vida política del país, los mandatos de presidente y gobernadores, se disolvió el Congreso
Nacional, las legislaturas provinciales, los miembros de la Corte Suprema, se
removieron jueces, se suspendió la actividad política de los partidos y la
actividad gremial de los trabajadores, empresarios y profesionales. Las Fuerzas
Armadas, en una actitud mesiánica,
aparecían como garantes de los principios y valores constitutivos de la Nación,
que darían “apertura a un nuevo ciclo histórico” para constituir una
‘convergencia cívico-militar’ heredera del Proceso de Reorganización Nacional. Se pretendía la prolongación en el tiempo de
formas autoritarias de gobierno.
Las
condiciones para el retorno a la
democracia eran la conclusión de la lucha antisubversiva, la
consolidación de un orden económico adecuado y la renovación de los partidos
políticos. Se imaginó como punto de llegada para el orden autoritario una convergencia cívico-militar, con un sistema
político pluripartidista. Se buscaba la continuidad del nuevo orden
político en gestación. De esta manera, las condiciones para el diálogo estaban impuestas y sólo participarían
aquellos que compartieran la filosofía política del gobierno militar.
En
la economía se produjo un cambio
radical en el que nuevos grupos de
poder se beneficiaron en un proceso de acumulación centrado en un
mercado financiero que operaba sin restricciones y abierto al exterior. La
apertura de la economía, la paridad cambiaria y la política arancelaria
produjeron un daño irreparable a la industria nacional y a las pequeñas y
medianas empresas productoras. El resultado fue el quiebre de fábricas, la
irrupción de artículos importados y la invasión de nuevos bancos y organismos
financieros que otorgaban plazos fijos, hasta a ‘siete días’.
A partir del proceso iniciado en 1976 se fue
abandonando la matriz Estado-céntrica
que, desde los 40’ privilegiaba el pleno empleo, la demanda del mercado interno
como factor de crecimiento sobre la base de la protección de la industria
sustitutiva y el papel del Estado como regulador del salario y como garante del
bienestar de las personas, mediante diversas formas de prestaciones sociales.
El quiebre de ese modelo y su reemplazo por una matriz mercado céntrica no mejoró la calidad de vida de la
sociedad argentina, sino que, por el contrario, se generó un proceso de
exclusión social nuca visto hasta entonces y que persiste en la actualidad.
El gobierno de facto se proponía terminar
con el rol distributivo del Estado, con la matriz Estado céntrica y, a partir
de 1978 comenzaron a implementarse políticas de estabilización monetaria,
propias del modelo neoliberal de
apertura financiera que intentaba articular una economía abierta al comercio
internacional, equiparando los precios internos a los del mercado mundial. Esto
produjo un alto endeudamiento en dólares, la apertura comercial, la quiebra de la
industria nacional ante la competencia extranjera y, finalmente, en 1980 una
crisis financiera que provocó la quiebra de varias instituciones bancarias,
fuga de capitales privados y aumento del endeudamiento público. La nueva matriz
mercado céntrica condujo a una creciente desnacionalización de la riqueza.
En el mundo del trabajo se aplicó una política de ‘disciplinamiento’ que
implicaba someter a los obreros a un fuerte proceso de disciplina laboral, como
imponer el silenciamiento de las dirigencias gremiales y políticas de los
trabajadores. El régimen militar llevó a cabo una durísima represión que comprendió desde la ocupación militar de
las fábricas hasta la persecución y desaparición física de centenares de
militantes gremiales. Además los militares desestructuraron el inmenso poder
político de la dirigencia sindical tradicional y se negó al diálogo con los
sindicatos. Al final del período, el deterioro y de desgaste de la dictadura
militar permitieron, en cierta medida, la recomposición de las estructuras
gremiales.
Si bien el golpe militar surgió en medio de
un clima de violencia e intolerancia
política, con represión ilegal y paraestatal, en el gobierno de María
Estela Martínez, durante el denominado Proceso de Reorganización Nacional esos métodos se oficializaron y generalizaron.
Se profundizó la desintegración social
al imponerse un verdadero régimen de terror que apelaba a la eliminación y
desaparición de personas. Al haber eliminado las instituciones
democráticas y republicanas, los militares organizaron una represión clandestina encargada de
secuestrar a opositores políticos, que eran recluidos en centros clandestinos
de detención en los que se convirtieron en ‘desaparecidos’ hasta ser
asesinados, la mayoría, con total impunidad.
La dominación autoritaria puso en marcha un sistema represivo nunca antes visto en la
Argentina, basado en la intimidación, la tortura, la muerte y la
desaparición de personas, que encerraba la violación organizada de los derechos
fundamentales del hombre. El Estado autoritario organizó una estructura represiva paralela y oculta
que controlaba ‘centros clandestinos de detención’ y los denominados ‘grupos de
tarea’. El sistema de
detención-desaparición respondió al objetivo de someter al individuo al
mayor aislamiento y soledad, con la intención de desconectarlo de la vida
pública y privada, para facilitar la rapidez de las investigaciones. El
detenido-desaparecido privado de toda protección legal y de defensa, fue
sometido al dominio total de sus captores (siendo torturado, forzado a
colaborar, asesinado) sin que se dieran noticias de su persona.
La respuesta
extendida de la sociedad argentina fue el silencio generalizado. Actitud
similar fue asumida por la cúpula de la Iglesia Católica, por la dirigencia
sindical tradicional y por la prensa.
El rol
opositor fue asumido fundamentalmente por los organismos de derechos humanos que se constituyeron en las únicas
caras visibles y voces de protesta al silencio impuesto por la dictadura
militar. La lucha por los derechos
humanos interpeló los fundamentos del orden autoritario y montó un nuevo
escenario que organizó una relación diferente entre derechos humanos y política.
Derechos
humanos y autoritarismo son dos términos que resultan irreconciliables. La consigna ‘aparición con vida’ voceada por las Madres de Plaza de
Mayo, junto a otros organismos, creó un espacio político delimitado por el
campo de los derechos humanos, que, desde entonces, coincide con el espacio
público político. En una segunda etapa (entre 1878 y 1981) la oposición
política rompió su aislamiento y comenzó a emerger con algunos pronunciamientos
y manifestaciones públicas para comenzar a disputar al Estado autoritario el
campo de la política.
Aunque los militares fueron los principales
responsables del genocidio, esto no implica desconocer la colaboración prestada por amplios sectores de
la sociedad, ya sea mediante el apoyo explícito a la dictadura o a
través del silencio que ayudó a conformar el consenso civil al régimen. Las
evidencias del apoyo de políticos, empresarios, obispos y periodistas al
gobierno dictatorial son irrefutables.
Pero el mayor impacto fue sin duda el
respaldo de amplios sectores de la sociedad civil a partir de dos
acontecimientos diferentes como el fútbol
y la guerra. Esto se pone de manifiesto en las imágenes del mundial 78’ y el mundial de fútbol juvenil de
Japón del año siguiente. El primero fue una impresionante operación de
búsqueda de consenso y legitimidad y de ocultamiento de las aberrantes
violaciones de los derechos humanos. En el segundo, mientras el presidente
Videla saludaba desde los balcones de la Casa Rosada a una manifestación que
festejaba el triunfo futbolístico, familiares de desaparecidos hacían largas
filas ante la sede de la Comisión Iberoamericana de Derechos Humanos para
formular sus denuncias.
Tal vez la sociedad de entonces quiso negar
una realidad que no podía afrontar y que le generaba sentimientos
contradictorios. Lo que resulta difícil
de sostener es el argumento del desconocimiento absoluto de lo que estaba
pasando por los testimonios personales, comentarios, denuncias de los
familiares de las víctimas y la atmósfera irrespirable de la época que llevaba
a percibir el modo de actuación del Estado autoritario. El informe
condenatorio de la CIDH, conocido en 1980, ratificaba las denuncias y daba una
condena moral a la par que avalaba el reclamo de los familiares de ‘aparición
con vida’ y ‘castigo a los culpables’. Por entonces Adolfo Pérez Esquivel fue
galardonado con el Premio Nobel de la Paz, en un claro reconocimiento al
movimiento por los derechos humanos.
La guerra
de Malvinas, en 1982, fue también una operación destinada a buscar
consenso social, operación que llevó a cientos de soldados mal entrenados y
peor armados a la muerte y a una segura derrota. Resulta difícil comprender el masivo apoyo que, con diversos
matices, brindó casi todo el arco político y gremial a la ‘recuperación de las
Malvinas, imbuidos de un espíritu nacionalista o antiimperialista. El desastre militar cambió la recepción de
la población, de los medios de comunicación y de la dirigencia política.
Hacia 1982
el régimen militar se hallaba debilitado no sólo por el
fracaso del proyecto económico, sino porque tampoco había logrado imponer el
disciplinamiento social y político, aunque dio una definitiva derrota a la
guerrilla urbana y rural. Además de los enfrentamientos internos y el desgaste
internacional como consecuencia de la acción de los grupos de derechos humanos,
desde que en 1977 se realizó la primera marcha de las Madres en torno de la
Plaza de Mayo, la derrota de Malvinas
marcó el comienzo del fin de la última dictadura militar, su repliegue y
el reordenamiento desordenado de la actividad política y de una breve, compleja y tumultuosa transición a la
democracia.
El fracaso
del proyecto económico, el desprestigio del gobierno, la débil unidad de las
Fuerzas Armadas y el despertar de la sociedad civil son los elementos
principales que rodearon la aventura de Malvinas. El
desembarco argentino el 2 de abril de 1992 conmovió al país y unificó los
sectores detrás de la reivindicación histórica. El régimen se lanzó en una operación audaz e irresponsable a la
conquista de consenso y al fortalecimiento de la unidad militar; se utilizó la guerra como forma de
legitimación. La rendición de las fuerzas argentinas el 14 de junio dio
por terminada la aventura del Atlántico Sur y concluyó el intento de otorgar
legitimidad al régimen militar a través de la guerra.
El fracaso
desprestigió totalmente a los militares y apresuró la descomposición del orden
autoritario. Luego de la derrota vino la crisis de
posguerra. La sociedad no ocultó su frustración y descontento. El conflicto
interno que se suscitó quebró la unidad de las Fuerzas Armadas. Luego de
cambios de conducción, los jefes de las tres fuerzas decidieron consensuar con
los partidos políticos la transición democrática.
Realizadas las elecciones en 1983 fue electo presidente el radical Raúl Alfonsín
por el 52 % de los votos, que barrió el reducido espacio de negociación de las
Fuerzas Armadas. El 6 de diciembre se
disolvió la Junta Militar y tres días después se puso fin al Proceso. El
triunfo electoral del radicalismo, del 30 de octubre de 1983, tuvo un doble
significado: clausuró el régimen autoritario de 1976 y cerró el sistema de
alternancia de poder entre civiles y militares y quebró la hegemonía electoral
de cuatro décadas del peronismo. Un
nuevo ciclo histórico se abría en la sociedad argentina: la reconstrucción de
la democracia y la consolidación de un sistema político civil.
Hola alguien me puede responder estas 2 preguntas. Se lo voy agradeser.
ResponderEliminar¿que factores ayudaron a la reestructuracion en la sociedad?
¿que consecuencias trago la reestructuracion?
Hola alguien me puede responder estas 2 preguntas. Se lo voy agradeser.
ResponderEliminar¿que factores ayudaron a la reestructuracion en la sociedad?
¿que consecuencias trago la reestructuracion?