María Mercedes Tenti
A fines del siglo
XVIII y principios del XIX, el crecimiento económico, cultural y educacional de
los países europeos distaba mucho de las dificultades estructurales de las
colonias de Hispanoamérica. Algunos jóvenes criollos, hijos de familias
acomodadas, leían libros que llegaban de contrabando o estudiaban en las
universidades de Lima, Charcas o España. En el Río de la Plata, la educación
era bastante precaria. En ese ambiente intelectual se formó Manuel Belgrano.
Nacido en Buenos
Aires, cursó sus primeros estudios en el Colegio de San Carlos de donde egresó,
a los 17 años, como licenciado en Filosofía. Continuó sus estudios en España, a
donde llegó para adquirir conocimientos
sobre comercio -según era la voluntad de su padre- inclinándose, sin embargo,
por el derecho y graduándose como abogado.
A raíz de su brillante carrera profesional,
el Rey de España lo designó como secretario perpetuo del Consulado a
establecerse en Buenos Aires. Este Consulado fue instituido con un doble
carácter: jurisdicción comercial (fomento de las actividades comerciales en el
rubro del agro y la industria) y Junta Económica. Esta designación impuso a
Belgrano la obligación de escribir una memoria anual. En estas memorias se
encuentran las ideas pedagógicas que imaginó llevar a la práctica para ilustrar
y mejorar las condiciones de vida de los más humildes y de los más jóvenes. Seguía
el pensamiento de la
Ilustración Española , representada por Campomanes y Jovellanos.
El pedagogo Pestalozzi, nacido en Zurich, tuvo gran influencia en España y en
Manuel Belgrano, quien se compenetró con las nuevas ideas mientras estudiaba.
Así mismo recibió las influencias del abate Genovesi y del francés Condillac.
Belgrano fue el primero que reclamó se
conservasen asientos para niños negros y mulatos, a fin de que recibiesen
instrucción común en las escuelas públicas. Se preocupó por la situación moral
y económica de los que vivían en ranchos y sostenía que con una educación adecuada
para el trabajo, se combatiría la vagancia recuperando de esa manera seres
humanos aptos y capacitados para desarrollar la patria.
Influido por los fisiócratas ingleses, consideraba que la agricultura era
“el verdadero destino del hombre”,
base de la riqueza. A su criterio había tres requisitos fundamentales para
practicarla: se debía amar y trabajar la tierra a gusto, poder hacerlo,
es decir contar con los recursos imprescindibles para mejorar los cultivos y,
finalmente, saber hacerlo, pues la falta de conocimientos de lo que atañe a los
cultivos era la causa de muchos fracasos.
Esta
situación sólo podía remediarse abriendo una Escuela de Agricultura. En
esa institución la juventud aprendería todo lo concerniente a los distintos
tipos de cultivos, plagas, formas de combatirlas, abonos, tiempo de siembra,
cuidados, etc. Había que premiar a los
jóvenes que aplicaran este saber y era menester gratificar también a quienes
plantaran árboles.
Belgrano
afirmaba que “La ciencia del comercio no se reduce a comprar por diez y
vender por veinte”, por ello, desde el Consulado, impulsó la creación de
una Escuela de Comercio, donde se enseñara aritmética, teneduría de
libros, principios de cambio, reglas de navegación, leyes y costumbres
mercantiles, elementos de geografía y estadística comercial comparada.
Creía que la
producción y riqueza de un pueblo estaban en relación directa con su
instrucción. Que era, precisamente, la educación, el agente más activo del
trabajo, en consecuencia, la educación obligatoria y gratuita debería ser una
función pública. Toda su obra estuvo impregnada de un profundo contenido
social. Su sensibilidad se volcaba hacia los seres más desprotegidos y, así,
atacaba a la ignorancia como fuente de corrupción en la mujer y como
destructora de “las tiernas inteligencias infantiles”. Las
escuelas gratuitas para niñas, donde se les enseñara a leer, escribir y bordar,
era una forma de combatir la ‘ociosidad’. Introdujo de Europa, como aporte a la
educación técnica, al progreso industrial y como original fuente de trabajo,
las escuelas de hilazas de lana.
A su apoyo
se debe la creación de la Escuela de Dibujo, necesaria para todos los oficios:
carpintero, bordador, sastre, herrero y zapatero. Los egresados podrían dibujar
planisferios, planos y mapas, diseñar máquinas, los agrimensores plantear los
terrenos, los médicos estudiar el cuerpo humano y las mujeres para aplicar al
ejercicio de sus labores. La escuela se inauguró en 1799 y funcionó dos años.
Propuso
también la creación de una Escuela de Náutica que proporcionaría a los jóvenes
una “carrera honrosa y lucrativa”
y conocimientos para el comercio, la milicia y otros estudios. Los cursos
debían desarrollarse en cuatro años y las materias principales eran aritmética,
geometría, trigonometría plana y esférica, álgebra, dibujo, hidrografía,
principios de mecánica, geografía y navegación. La escuela se inauguró en 1779
y duró un corto tiempo. Otra aspiración de Belgrano fue la Academia de
Matemáticas, destinada a la formación técnica de militares, ya que debían ser
sus alumnos, todos los oficiales y cadetes de la guarnición.
Fiel a los
objetivos trascendentes que había fijado para su vida, al recibir un oficio de
la Asamblea Constituyente, en el que se le notificaba de los premios que se le
otorgaba, entre ellos cuarenta mil pesos, los destinó a la dotación
de cuatro escuelas públicas de primeras letras. Las
quería instalar en las ciudades de Jujuy, Tarija, Tucumán y Santiago del
Estero. Redactó luego el Reglamento que debía regirlas. En él tenía en cuenta
que en la enseñanza, lo nacional prevaleciera sobre lo extranjero. Preveía que
los salarios docentes y aportes para niños pobres fueran pagados por el
gobierno.
En el
documento se detallaba el calendario y los horarios, las actividades, los
contenidos y los días de asueto. Se establecían mecanismos de control tales
como la entrada de los niños a la escuela conducidos por su maestro, la
cantidad de hojas que debían escribir por día, lectura obligatoria diaria,
estudio de la doctrina cristiana, aritmética y gramática castellana. El modelo
de disciplina era rígido, pero más avanzado que el colonial. Puso de manifiesto
también su interés por la dignificación del maestro, que
tenía que hacerse acreedor de ese honor. Los cargos docentes debían
cubrirse por concurso de oposición, a partir de una convocatoria pública. Este
documento marca una transición entre la modalidad educativa colonial, con sus
valores y rituales, y una educación independiente y progresista.
Es indudable
que para Manuel Belgrano el progreso de una nación estaba vinculado básicamente
a la calidad y cantidad de sus habitantes. Mejorar la calidad a través de la
educación y de las condiciones de vida y la cantidad, marcando la “necesidad de aumentar
nuestra población y medios de conseguirlo sin recurrir fuera de nuestras
provincias¨ (Expresado en sus Memorias del año 1805).
Pobre y
olvidado, el 20 de junio de 1820, murió Belgrano en Buenos Aires. A diez años
de la revolución de mayo -de la que había sido protagonista- luego de brindar
la vida al servicio de su patria, concluyó la existencia de un hombre obstinado
en transformar la existencia de los habitantes de este suelo. Un hombre que
creía en las utopías y soñaba con escuelas pobladas de niños y niñas y con la
posibilidad de que sus jóvenes pudiesen contribuir con el estudio y el trabajo
al progreso personal y de todo el colectivo social.
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