María
Mercedes Tenti
La afirmación de Hobsbwm referente
al ‘corto siglo XX’ universal, en el
sentido que se inició en 1914, a partir
de la primera guerra mundial, es aplicable también para América Latina ya que
los procesos políticos, económicos y
sociales decimonónicos, continuaron, en la mayoría de los países, a principios
del siglo XX. Siguiendo a Hobsbawm
podríamos considerar que para Latinoamérica, el siglo XX comenzó en 1910 con la revolución mexicana,
aunque ella no produjo los cambios sociales esperados.
A comienzos del siglo persistieron “formas
de dominación oligárquicas”, según denomina Ansaldi, iniciadas hacia fines del siglo XIX, con
aplicación ‘exitosa’ de corrientes liberales en lo económico y conservadoras en
lo político. Si queremos comprender la América Latina contemporánea debemos
situarla en el contexto de la expansión económica global. Dentro de ese sistema ocupó una posición subordinada o dependiente
y siguió, en gran medida caminos económicos moldeados por las potencias
industriales europeas y estadounidense.
La Revolución industrial europea
precipitó el cambio en las economías decimonónicas latinoamericanas, no sólo
por la importación de productos manufacturados, sino también por la fuerte
demanda de productos alimentarios y materias primas, para alimento de los
trabajadores y aprovisionamiento para la industria. Como resultado, los
principales países latinoamericanos pasaron por una sorprendente
transformación: Argentina se convirtió en importante productor de bienes
agrícolas y ganaderos (lana, trigo y carne), Chile resucitó la producción de
cobre, Brasil se hizo famoso por su producción de café. Cuba cultivó café,
azúcar y tabaco. México empezó a
exportar henequén, azúcar y minerales, Centroamérica café y plátanos y Perú
azúcar y plata. El desarrollo de estas
exportaciones fue acompañado de la importación de productos manufacturados,
casi siempre de Europa, especialmente textiles, maquinarias y bienes de lujo.
En el período entre siglos, el
liberalismo económico permaneció firme en América Latina y sus apologistas
justificaban el comercio libre y la división internacional del trabajo. Las
élites comprometidas con el liberalismo propugnaban inmigraciones europeas como
solución a la falta de mano de obra cualificada.
El rápido crecimiento de las
economías de exportación llevó a transformaciones sociales importantes como la
modernización de la élite, el surgimiento de nuevos grupos de técnicos o de
servicio para desempeñar funciones económicas adicionales, especialmente
comerciantes y profesionales. Estas transformaciones
económicas y sociales también condujeron a cambios políticos: regímenes fuertes
con apoyo militar que podría pensarse como expresiones de democracia
oligárquica.
Expansión del crecimiento basado en la importación-exportación (1900-1930)
El éxito de esta política se hizo
evidente a finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando las economías
latinoamericanas orientadas a la exportación iniciaron períodos de prosperidad
notable: Argentina con su economía basada en carne y trigo: México con las plantaciones
de henequén y azúcar, además de la minería y la naciente industria petrolera:
Chile, con sus exportaciones de cobre, fruta y trigo; el Caribe azúcar
(especialmente Cuba); Brasil exportaciones de café y caucho natural; plátanos
en Centroamérica.
La consolidación del modelo de
crecimiento por importación-exportación impulsó dos cambios fundamentales en la
estructura social.
1) Aparición y aumento de los
estratos sociales medios: profesionales, comerciantes, tenderos y pequeños
empresarios que se beneficiaban de la economía de exportación-importación, pero
que no se encontraban entre los estratos superiores en cuanto a propiedades o
liderazgo.
2) Conformación de la clase
trabajadora. Para sustentar la expansión de las economías de exportación las
élites trataron de importar fuerza de trabajo externa, como Argentina y Brasil
y Perú y Chile en menor escala. Cuba siguió siendo un caso especial: la
importación de esclavos negros africanos determinó una particular clase
trabajadora, al igual que en ciertas partes de Brasil, como el noroeste, en las
plantaciones de azúcar. México continuó con una gran población campesina india,
utilizada como fuerza laboral.
La aparición de clases trabajadoras
incipientes llevó al surgimiento de nuevas organizaciones: sociedades de ayuda
mutua y sindicatos. En la segunda y tercera décadas del siglo XX se observa el
surgimiento de movilizaciones obreras por influencia anarquista,
anarcosindicalista y sindicalista y la proliferación de huelgas.
Otro cambio importante durante el
período de 1900 a 1930 afectó al equilibrio entre los sectores rural y urbano
de la sociedad. Se combinaron la importación del trabajo la migración campesina para producir el
crecimiento a gran escala de las ciudades: en Argentina, Cuba, Brasil y México
y en menor escala en Centroamérica y Perú.
Sin embargo, debido al origen nacional o étnico, las clases trabajadoras
no consiguieron mucho poder político a comienzos del siglo XX. En Argentina y
Brasil los inmigrantes no tenían derecho a votar ni se habían naturalizado; en
México los trabajadores de origen campesino tenían pocas posibilidades de
influir en la dictadura de Porfirio Díaz; En Cuba la historia de la esclavitud
había dejado un doloroso legado. Por ello, las élites latinoamericanas pudieron
contar con una fuerza laboral que no era amenazante (más allá de las huelgas).
Como consecuencia, las élites de
varios países permitieron una reforma política que posibilitó a los sectores
medios acercarse al poder. Por ello el inicio del siglo XX fue un período de
reforma política para algunos países mayores: en Argentina la ley electoral de
1912 ab rió el sufragio a grandes sectores de población y permitió que el
Partido Radical consiguiera la presidencia en 1916. En Chile se impuso un
gobierno parlamentario. En Brasil la
caída de la monarquía inauguró un período de política electoral limitada. En Cuba,
tras conseguir la independencia de España (1898), la cedió en cierta manera a
Estados Unidos. En México estalló una revolución (1910) a gran escala pero que
no transformó la sociedad mexicana sino que permitió el acceso al sistema
político de sectores medios.
Los movimientos reformistas
produjeron una ‘democracia cooptada’, en la que la participación efectiva se
extendía de la clase alta a la media y seguía excluyendo a la más baja. A veces
reflejaban los intentos de las élites socioeconómicas gobernantes por cooptar a
los sectores medios en apoyo del sistema, aunque a veces tuvieron consecuencias
imprevistas como el caso de México. La
fórmula reformista funcionó en general bastante bien para las élites.
La demanda europea de materias
primas durante la primera guerra mundial y varios años después condujo a una
prosperidad continuada y sostenida. El
modelo de crecimiento basado en la exportación-importación parecía ofrecer
medios funcionales y provechosos para la integración de América Latina en el sistema
global del capitalismo. Las adaptaciones políticas parecían asegurar la
hegemonía a largo plazo de las élites nacionales.
Sin embargo, pronto se descubrió
que el liberalismo tenía deficiencias. América Latina seguía teniendo una
economía agraria. Las burguesías
absorbieron las ideas liberales europeas sin conseguir el poder
económico relativo de sus semejantes en Francia e Inglaterra.
La industrialización sustitutiva de importaciones (1930-1960)
La Gran Depresión tuvo en su inicio
efectos catastróficos sobre las economías latinoamericanas. El precipitado
declive económico de Europa y Estados Unidos redujo de improviso el mercado
para sus exportaciones. La demanda internacional de café, azúcar, metales y
carne pasó por una aguda reducción y no se pudieron hallar salidas alternativas
para estos productos. Cayeron el precio unitario y el volumen de exportación en
un 48%.
La depresión mundial que siguió
causó una gran presión en los sistemas políticos de los países
latinoamericanos, muchos de los cuales sufrieron golpes militares o intentos de
golpes: Argentina, Brasil, Chile, Perú, Guatemala, El Salvador y Honduras.
México soportaba su propia crisis constitucional y Cuba sucumbió a un golpe
militar en 1933. Si bien los efectos de la Depresión no produjeron estos
resultados políticos, si pusieron en duda la viabilidad del modelo de
crecimiento basado en la exportación-importación. A partir de la década de
1930, el ejército reafirmó su papel tradicional como fuerza principal en la
política latinoamericana.
Los gobernantes de la región tenían
dos opciones para responder a la crisis económica global: 1) Forjar vínculos
comerciales aún más estrechos con las naciones industrializadas para asegurar
compartir equitativamente el mercado, sin importar su tamaño y desajustes; tal
el caso de Argentina que tomó esa vía para preservar su acceso al mercado
británico de carne. En 1933 firmó el Pacto Roca-Runciman, mediante el cual
retendría cuotas aceptables del mercado inglés a cambio de garantizar la compra
de bienes británicos y asegurar las ganancias de los negocios británicos en
Argentina.
2) Embarcarse en la
industrialización: Esta vía, a menudo apoyada por el ejército, buscaba
conseguir mayor independencia económica, respecto de Europa y Estados Unidos en
cuanto a artículos manufacturados. Para
los militares esto significaba armas. Al producir bienes industriales, agrícolas y minerales, las economías
latinoamericanas se integrarían más y se harían más autosuficientes.
El objetivo adicional era crear
puestos de trabajo para las clases trabajadoras que habían aumentado su tamaño
e importancia desde comienzos del siglo XX. El proletariado latinoamericano se
concentraba casi totalmente en las ciudades y seguía luchando por organizar y
sostener movimientos sindicales. La
forma de desarrollo industrial se basó en que las economías latinoamericanas
comenzaron a producir artículos manufacturados que antes importaban de Europa y
Estados Unidos, de allí su nombre ‘sustitución de importaciones’.
Desde finales de los años treinta
hasta los sesenta, las políticas de este tipo tuvieron un éxito relativo,
especialmente en los países grandes: Argentina, Brasil y México. Entre las
consecuencias sociales de la industrialización encontramos la formación de una
clase capitalista empresarial o
burguesía industrial. El Estado jugó un rol importante en la estimulación del
crecimiento industrial basado en la sustitución de importaciones. En contraste
con las políticas de laissez-faire, los gobiernos latinoamericanos promovieron
de forma activa el crecimiento industrial. Lo hicieron de varios modos:
-
Erigiendo
barreras arancelarias y elevando el precio de los bienes importados hasta el
punto que las compañías industriales nacionales pudieran competir con éxito en
el mercado;
-
Creando demanda al favorecer a los productores
locales en los contratos gubernamentales y
-
Estableciendo empresas estatales e interviniendo
directamente en compañías industriales.
El Estado proporcionó el impulso
decisivo para el crecimiento industrial de la región, mediante la protección y
la participación.
A medida que progresaba la
industria, las clases obreras también se hicieron más fuertes e importantes. Ya
fuera autónomos o dirigidas por el gobierno, los movimientos sindicales crecieron
con rapidez y el apoyo o control del trabajo se convirtió en algo esencial para
la continuación de la expansión industrial. El trabajo organizado emergía como
un importante actor en la escena latinoamericana.
La respuesta más común conllevó la
creación de alianzas ‘populistas’ multiclasistas. El surgimiento de una élite
industrial y la vitalización de los movimientos obreros hicieron posible una
nueva alianza pro industria que mezclaba los intereses de empresarios y
trabajadores. Cada una de estas alianzas la gestó un dirigente nacional que
utilizó el poder estatal para su objetivo, tal el caso de Juan Perón en la Argentina en los 40’, Getulio Vargas en
Brasil a fines de los 30’ y Lázaro Cárdenas en México.
Argentina: Prosperidad, estancamiento y cambio: crecimiento económico y cambio social
La etapa a analizar para el caso
argentino podemos dividir en varias subetapas. La primera correspondiente a la
forma de dominación oligárquica y consolidación del Estado, estudiada
especialmente, por Botana y Lobato, la etapa radical, a partir de la sanción de
la ley de sufragio universal masculino hasta el derrocamiento de Irigoyen en
1930, indagado en particular por Victoria Persello y, finalmente, las décadas
del 30’ y primera parte de los 40’, investigados
por Bonaudo, Falcón y Ansaldi, entre los más importantes.
El éxito económico argentino del
período 1880-1914 se basó en su capacidad para proporcionar los bienes
agrícolas que necesitaba el mundo industrial del Atlántico Norte. Con la
Revolución Industrial, Europa Occidental, en especial Inglaterra, se estaba
convirtiendo en un importador neto de productos alimenticios. Argentina tenía una ventaja comparativa al
producir dos artículos claves: carne y trigo.
Gracias a los recursos naturales,
Argentina estaba muy bien dotada para proveer de productos alimenticios: sus
pampas se contaban entre las tierras más fértiles del mundo. Pero carecía de
dos factores esenciales, capital y fuerza de trabajo.
Inglaterra, su principal cliente, envió el
primero en forma de inversión en el ferrocarril, los muelles, los almacenes de
embalaje y los servicios públicos. También llegó en forma de compañías inglesas
que se ocuparon de los embarques, los seguros y la banca. Casi toda la
infraestructura del sector de exportación estaba financiada por los británicos.
Otro factor que faltaba era la
fuerza de trabajo. Su solución también vino de Europa, pero no de Inglaterra.
Los trabajadores llegaron del sur de Europa, sobre todo de Italia. Entre 1857 y
1930 Argentina recibió una inmigración neta de 3.5 millones. De estos
inmigrantes alrededor de un 46 % eran italianos y un 32%
españoles. La movilidad de esta fuerza de trabajo inmigrante fue constante. Se
contrataba y despedía a los trabajadores por motivos económicos, lo que generó
un considerable movimiento de obreros de ida y vuelta entre Europa y la Argentina.
También había un flujo constante entre la ciudad y el campo. Buenos Aires atraía gran parte de los
extranjeros. En este período también surgió una pequeña industrialización, que
no amenazaba la orientación básica hacia la agricultura y ganadería de
exportación. La mayor parte se dedicaba a procesar productos del campo, como
lana y carne vacuna.
El rápido crecimiento económico del
período 1880-1914 tuvo profundas implicaciones sociales. En la cúspide había
una elite latifundista y gauchos y obreros asalariados en la parte inferior.
Los inmigrantes llegaron primero a las estancias, pero luego se trasladaron a
las ciudades. Eran colonos y arrendatarios de granjas y obreros rurales; en el
sector urbano surgieron otros trabajos en el transporte, las industrias de
procesamiento y de servicios (banca, gobierno). Se desarrolló una economía
rural-urbana compleja.
La economía argentina entró en un
período de prosperidad en aumento, basada en la exportación de carne y trigo y
en la importación de artículos manufacturados.
De 1860 a 1914, su PBI subió a una tasa media anual de al menos un 5%,
una de las más altas de cualquier país de América Latina. El comercio se
incrementó notablemente.
Pero el país pagó un precio alto por
este éxito. Su integración en la economía mundial significó que las
fluctuaciones externas tuvieran severas repercusiones internas. El descenso de
la demanda europea de productos alimenticios produjo disminución de las
exportaciones antes de la primera guerra mundial, luego subió a partir de la
guerra y bajó a comienzos de la década del 20’, para subir y bajar hasta la
Gran Depresión de los 30’. Al estar
supeditada al comercio, su condición económica se veía determinada por
tendencias y decisiones externas. Si bien el mercado internacional para la
carne y el trigo era relativamente estable (comparando con otros productos como
el azúcar y el café) y el comercio cárnico y la demanda de cereales se mantuvo
hasta la Depresión, la crisis golpeó a la Argentina aunque no tan
inmediatamente como otros países del subcontinente.
Otra forma de dependencia económica
apareció en el ámbito financiero, ya que el sistema bancario argentino estaba
vinculado con el patrón oro. Las fluctuaciones comerciales contraían o
aumentaban sus reservas internas y transformaban a la economía argentina en
rehén de los movimientos de divisas internacionales. Debemos considerar además el alto grado de
participación económica extranjera, en particular de inversores británicos.
El crecimiento de la
exportación-importación también creó desigualdades internas, en especial entre
las distintas regiones geográficas.: la pampa y el litoral prósperos y las
provincias centrales y noroccidentales (como Santiago del Estero) padecían el
declive económico y la decadencia social. Sólo Mendoza, Tucumán y Córdoba se
escapaban de esta situación por su producción de vino, azúcar y su posición
estratégica para el comercio. Por supuesto, también había desigualdades dentro
de las regiones prósperas: en el sector rural los ricos estancieros, los arrendatarios
inmigrantes y los trabajadores nativos desplazados. Si bien el ‘boom’ económico
argentino produjo movilidad social hacia arriba, fomentó enormes desigualdades
que provocaron tensiones sociales y políticas.
También hubo tensiones en el ámbito
cultural. El crisol de razas ansiando por las generaciones del 37’ y del 80’,
en realidad produjo un mosaico cultural,
con la mayoría de los inmigrantes asentados en Buenos Aires, transformada en
una sociedad cosmopolita y un vasto interior escasamente poblado. Como consecuencia, ya desde comienzos del
siglo XX el dogma liberal fue puesto en tela de juicio por la primera
generación de escritores nacionalistas como Ricardo Rojas y Ezequiel Martínez
Estrada.
Uno de los efectos sociales más
importantes de la expansión argentina fue algo que no sucedió: el país no
desarrolló un campesinado, al menos no lo desarrolló en las zonas de pastoreo
de la pampa y en las provincias litorales.
Argentina, en general, no dio las tierras a granjeros o colonos
individuales. Las explotaciones ganaderas no requerían mucha mano de obra; los
extranjeros arrendaban los campos para cultivarlos. Como resultado no existió
en Argentina un campesinado clásico como el de México, Chile o el noreste de
Brasil. En consecuencia, la reforma agraria nunca se convirtió en un asunto
vital y simbólico como lo sería por ejemplo en México. La ausencia de campesinado hizo que no se
pudiera formar una base de poder, que no se establecieran coaliciones con otros
grupos sociales.
Sin embargo, en las grandes
ciudades los trabajadores asalariados eran numerosos e inclinados a la
organización. Tres quintos de la clase
trabajadora estaba formada por inmigrantes que mantenía su ciudadanía
(especialmente italianos y españoles). Los primeros esfuerzos por organizar la
fuerza laboral argentina se vieron influidos por los precedentes europeos. Los
socialistas siguieron el modelo europeo: un partido parlamentario, comprometido
con una estrategia electoral y evolucionista. Sus peticiones de reforma a
través del sistema político no tuvieron mucho eco. La clase trabajadora urbana
resultó más receptiva al mensaje proveniente de los anarquistas nucleados al
principio en la FORA (Federación Obrera Regional Argentina).
Sistema político: Consenso y reforma
Los políticos liberales conocidos
como ‘la Generación del 80’” obtuvieron su poder político de varias fuentes:
1) Pertenecían
a la clase latifundista que producía la riqueza argentina.
2) Monopolizaban
los instrumentos del poder central: controlaban el ejército y las elecciones,
mediante el fraude electoral.
3) Controlaban
el partido hegemónico, el Partido Autonomista Nacional (PAN).
4) Las
decisiones se tomaban por acuerdo entre notables.
El sistema político parecía haber
servido a los intereses agroexportadores que sacaron beneficios de la expansión
posterior a 1880. Pero esta élite del poder tuvo sus adversarios. La expansión
de la prosperidad generó una nueva burguesía, tanto en el campo como en la
ciudad, y ayudó a alimentar el descontento político en tres grupos:
1) Arrendatarios
y nuevos propietarios prósperos en la región del Litoral.
2) Antiguas
familias de las élites del interior que no pudieron aprovechar el auge del
modelo agroexportador.
3) Miembros de
las clases medias acomodadas emergentes, excluidas del poder político.
Estos tres grupos unieron sus
fuerzas para crear el Partido Radical, destinado a desempeñar un importante
papel en la política del siglo XX. Al no poder lograr un progreso electoral
debido al fraude, recurriendo a la revuelta armada, primero, y a la abstención,
después.
Pero no toda la élite gobernante
apoyaba la exclusión de los radicales. El ala ilustrada, encabezada por el
presidente Roque Sáenz Peña propuso una reforma electoral. En 1912 fue aprobada
la ley de sufragio universal masculino y el voto secreto y obligatorio, que aumentó
de forma significativa el electorado, especialmente en las ciudades, aunque
quedaban afuera el menos la mitad de los varones adultos debido a que muchos
eran aún ciudadanos extranjeros. Se trataba de un intento de cooptación de los
sectores populares ya que consideraban a la clase trabajadora como una amenaza,
no así a las clases medias que cooperarían una vez incorporadas al sistema.
La reforma electoral extendió el
voto, en particular, a los sectores medios y de inmediato, los radicales
capitalizaron las nuevas reglas y consiguieron que Hipólito Irigoyen fuera
elegido presidente en 1916. Si bien fue, sin lugar a dudas, el primer gobierno
de bases populares de la Argentina, la postura irigoyenista respecto de los
trabajadores fue ambivalente: primero de
diálogo y mediación, luego de fraccionamiento de la clase trabajadora y,
finalmente, de enfrentamiento con derivaciones nefastas, como en los sucesos de
la semana trágica y de la Patagonia. Como consecuencia, por un lado surgieron
movimientos civiles de ultraderecha nacionalistas, como la Liga Patriótica, el
ejército comenzó a tomar mayor poder como actor político y el movimiento obrero
organizado se debilitó.
Por otra parte, la mayor
participación electoral generó un nuevo tipo de élite política, conformada por
profesionales de clases media que hacían carrera en la política. Poco a poco los conservadores fueron perdiendo
el poder. El sistema político pasó a representar una amenaza para el sistema
sociopolítico, tanto por la hegemonía de los políticos profesionales como por
la acumulación de poder político dentro de un Estado cada vez más autónomo.
Para los conservadores el experimento argentino de democracia limitada se volvía
desagradable y arriesgado.
La tensión en la esfera política se
vio exacerbada por el quiebre económico mundial de 1929, aunque a la Argentina
no la golpeó con tanta dureza como a otros países. Los precios y el valor de
las exportaciones de carne se mantuvieron hasta 1931; el mercado de trigo
sufría más como consecuencia de la sequía; a partir de 1930 los salarios reales
sufrieron un breve descenso y comenzó a extenderse el desempleo, aunque con
agitación obrera moderada.
De la crisis del 30' al golpe de Estado del 43'
El 6 de septiembre de 1930, una
coalición cívico militar expulsó al presidente Irigoyen. En el derrocamiento
intervinieron diversos factores ideológicos, entre los que podemos mencionar la
crisis de la mirada liberal sobre el mundo, el afianzamiento de ideas nacionalistas en
sectores de la antigua élite dirigente, en el ejército y en grupos de
intelectuales católicos, provenientes del integrismo. El aumento de la
profesionalización militar condujo a un cambio en las perspectivas de los
cuerpos de oficiales argentinos. A
partir de 1910, se modificaron los criterios para el ascenso en los que se
consideraban la antigüedad, el dominio de la nueva tecnología, en lugar del
favoritismo político. El énfasis en el mérito abrió la carrera miliar a
aspirantes pertenecientes a la clase media, muchos hijos de inmigrantes. En el
extremo opuesto, para estos sectores, se encontraban los políticos. El primer
golpe de estado argentino combinaba el deseo del retorno al sistema
oligárquico-conservador anterior (según el pensamiento de Justo) con el
establecimiento de un Estado corporativo, según los principios sustentados por
Uriburu. Uno y otro pretendían detener la política orientada a favorecer a los
sectores populares.
Terminó triunfando la postura de
Justo, previa abolición de la ley Sáenz Peña y de aplicación del fraude
electoral. Fuera de sus cálculos tuvo que enfrentarse a la expansión de una
clase obrera urbana, que mediante huelgas demandaba en forma reiterada al
gobierno, y a políticos profesionales comprometidos con intereses partidistas,
en particular dirigentes del Partido Radical.
A mediados del 30’ el radicalismo
volvió al ruedo electoral, con la oposición de un grupo que consideraba que, de
esta forma, se convalidaba el sistema fraudulento. Estos sectores opositores
conformaron FORJA, agrupación de intelectuales y cuadros políticos entre los
que estaban Jauretche, Manzi, del Mazo, Scalabrini Ortiz, que colocaban al
antiimperialismo como cuestión central, en coincidencia con agrupaciones de
otras latitudes como el APRA de Haya de la Torre en Perú. En la segunda mitad
de la década y hasta la aparición del peronismo, los forjistas desplegaron una
intensa campaña de propaganda y posicionamiento político.
Estos años se caracterizaron por la
crisis del andamiaje institucional como consecuencia del fraude, los negociados
–muchos consecuencia del Tratado Roca-Runciman- y episodios trágicos como el
asesinato del senador Bordabehere en pleno recinto del senado, ante las
denuncias de Lisandro de La Torre.
Por otro lado, la crisis económica
internacional de 1929 frenó bruscamente la inmigración europea, al mismo tiempo
que la industrialización por sustitución de importaciones, acelerada en la
segunda mitad de los 30’, reclamó mano de obra, circunstancia que alentó la migración
interna. El crecimiento de la industria promovió grandes cambios en el mundo de
los trabajadores y en el movimiento obrero, impactado también por la
urbanización. Todo esto cambio los rasgos característicos de la sociedad
argentina decimonónica.
El porcentaje de población urbana
creció notablemente, a un 62% según el censo de 1947. La coyuntura había
cambiado en la segunda mitad de la década. Las industrias sustitutivas se
instalaron en las ciudades y demandaron mano de obra aportada por quienes
migraban del campo o de las ciudades más pequeñas, particularmente a Buenos
Aires y el conurbano. El desequilibrio económico fue advertido por
contemporáneos como Bunge, que definió a la Argentina como país abanico.
La economía argentina sufrió un
viraje en torno a la crisis del 29’, al desplazar la venta de productos
primarios en el mercado internacional por la producción destinada al mercado
interno, con marcada presencia de la industria, sin dejar de lado el sector
industrial asociado a la agroexportación. A lo largo de los años treinta, la
envergadura del proceso de industrialización, alentado por la sustitución de
importaciones, fue mayor. Incidió también la disminución de las exportaciones
generadas por la crisis como el deterioro de los términos del intercambio, que
volvían más complicada la obtención de divisas para aplicar a la importación de
productos industriales. También contribuyó el aumento de los aranceles para la
mercancía importada, que perseguía objetivos fiscales, a pesar de algunas bajas
como las negociadas en el marco del Tratado Roca-Runciman.
En 1945, al fin de la Segunda
Guerra Mundial, la industria argentina tenía una participación en el producto
bruto interno superior a la del sector agropecuario, y se fabricaban
neumáticos, químicos, pinturas, productos eléctricos para el hogar, textiles,
etc. El mercado para esos bienes se ampliaba. Continuaba el crecimiento de la
población. La industrialización generaba demanda de productos que la propia
industria suministraba. Algunas ramas, como la construcción, se veían también
alentada por las transformaciones urbanas y la construcción de caminos y rutas.
Estas transformaciones incidieron
en el mundo de los trabajadores y de sus organizaciones. Aumentaban los
trabajadores industriales y también los sectores medios, vinculados al ascenso
social. Como consecuencia, se aceleró el proceso de constitución de nuevas
identidades populares urbanas, al igual que el número de trabajadores
industriales, obreros o empleados.
El aumento del número de
trabajadores de las industrias, el crecimiento del número de establecimientos
fabriles grandes, en los que tenían cabida obreros no calificados, aceleraron y
profundizaron el declive de un tipo de sindicato propio de estepas previas, que
reclutaba artesanos y trabajadores altamente especializados. Nuevos sindicatos
emergían como factores de poder. La CGT,
formada en 1930, comenzó a adquirir cierta representatividad, hacia principios
de la década del 40’.
Sin embargo, el poder de las
organizaciones sindicales era insuficiente para llevar adelante el control de
las condiciones de trabajo, sin contar las diferencias según la jurisdicción y
la estructura estatal de las provincias. A lo largo de los años treinta, la estructura
estatal dedicada a cuestiones laborales no había crecido demasiado: El
Departamento Nacional del Trabajo era sólo una limitada repartición. Le cabría con posterioridad al peronismo
sancionar la legislación que mejorara la situación de los trabajadores y consolidar al movimiento
obrero organizado como actor político.
Conclusiones
Las primeras cuatro décadas del
siglo XX, transitaron en la Argentina
por tres etapas:
La primera, caracterizada por el
auge del modelo agroexportador, que colocaba al país como proveedor de materias
primas en un mercado especialmente británico, con una élite dirigente, liberal
en lo económico y conservadora en lo político, que consiguió imponer el ‘orden
y el progreso’, con un régimen de disicplinamiento y control en los sectores
populares, frente al auge de la gran inmigración que conmovió la estructura
social argentina.
La segunda, singularizada por la irrupción en la arena
política de los sectores medios en ascenso - con participación de los sectores
populares-, que buscaban profesionalizar la política, terminar con el fraude,
aunque siempre dentro del modelo económico liberal, combinado con cierto intervencionismo
estatal en cuestiones claves de la
economía como la energética o la posesión del suelo y del subsuelo.
La tercera, menos lineal y más
variada, que produjo, en el mediano plazo, mayores transformaciones en el
ámbito social, como consecuencia del proceso de sustitución de importaciones,
la urbanización y la llegada al área metropolitana de migrantes internos, mano
de obra no calificada para la naciente industria que, a su vez, sería la base de sustentación del gran movimiento
de masas que fue el peronismo.
Bibliografía
-
Ansaldi,
Waldo y Giordano, Verónica (2012): América
Latina. La construcción del orden, Ariel, Buenos Aires.
-
Del
Pozo, José (2002): Historia de América
Latina y el Caribe, LOM, Santiago, Chile.
- Skidmore, Thomas E. y Smith, Peter H. (1996): Historia
contemporánea de América Latina. América Latina en el siglo XX Ed. Grijalbo. Madrid.
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