por
MARÍA MERCEDES TENTI
Publicado en El Liberal el 30 de agosto de 2006
A
fines de 1955 una epidemia de
‘parálisis infantil’ (poliomielitis) se extendió por todo el país y provocó
miles de muertes y cientos de chicos lisiados. El temor por el contagio del
virus obligó a las autoridades provinciales a suspender el inicio de clases en
Santiago del Estero, a comienzos del año siguiente, y a abordar, con mayor
atención, algunas medidas preventivas relacionadas con la higiene. Presos del
horror del contagio de sus hijos, padres y madres apelaban a recursos caseros
como las bolsitas de alcanfor colgadas de los cuellos de los niños o a
someterlos a vahos con agua de eucalipto.
Ante la aparición de nuevos casos,
a partir de marzo de 1956, se formaron
brigadas, dirigidas por las asociaciones vecinales, con el propósito de
realizar tareas de desinfección domiciliaria de veredas y calzadas y limpieza y
quema de basuras, ante la presunción que con estas medidas se evitaba el contagio.
La población respondía con sentido cabal frente a la epidemia mientras el
obispo disponía rogativas y colectas. Si bien el brote se estabilizó en el
invierno, con los primeros fríos la epidemia continuaba ya que todavía no se
había comenzado a aplicar la primera vacuna, descubierta por el médico
estadounidense Jonas Salk, luego mejorada y transformada en vacuna oral por
Albert Sabin.
A raíz de la enfermedad comenzó a plantearse la necesidad de conformar una Comisión de Lucha contra la Parálisis Infantil, con la idea de organizar un Instituto de Rehabilitación del Lisiado para la recuperación de los afectados por la poliomielitis y también para quienes hubiesen sufrido accidentes de trabajo, de tránsito, males espásticos, etc. que dejara secuelas en la motricidad. La provincia era una de las primeras en plantarse esta iniciativa que, si bien era privada, contaba con el apoyo del gobierno provincial.
La comisión, integrada por
personas de reconocido prestigio, estaba presidida por José F. L. Castiglione,
actuaba como vicepresidente Guido Catella, tesorera Ángela Billaud de Espeche,
secretario José Maranzano y vocales el Carlos Argañaraz, Lola de Sogga, Pilar
Torres Tejerizo de Eberlé, Sara Zarbá y Ángela Capovilla de Reto.
El motor fue sin dudas José Castiglione quien, junto con los integrantes de la comisión, comenzó una colecta de fondos para habilitar el Instituto. Durante la primera mitad del año trabajaron febrilmente y, con los aportes de la comunidad, asociaciones y gobierno consiguieron finalmente inaugurar el Instituto de Rehabilitación del Lisiado el 31 de agosto de 1956, en el edificio de la Casa Cuna, sobre calle 24 de Septiembre.
Pronto empezó a funcionar la institución con tres médicos de reconocido prestigio: Hernán Cortez, cirujano, Humberto Lugones, traumatólogo, y César Jiménez, pediatra. Un entusiasta equipo de trabajo completaba la primera planta del Instituto del Lisiado: Elsa Alonso, Elsa Curtet, Celia Bignau, Norma Giuliano de Fares, Margarita Tahan, Santos Cuba, Anita Di Lullo, Azucena del Valle Castillo, Elba Atía y Estela Uriarte Murillo. Se trataba, la mayoría, de gente joven imbuida de espíritu de colaboración y entrega, quienes, ad honórem, colaboraban con la tarea de la naciente institución.
Detectada la enfermedad, los
pacientes eran derivados al hospital Independencia, único centro en la
provincia que contaba con pulmotor, conocido como ‘pulmón de acero’. Pasado el
período agudo, eran asistidos en el Instituto del Lisiado mediante métodos
convencionales en la época: hidroterapia en la pileta de Hubbar -en donde se
los descontracturaba con agua caliente y masajes- y tratamiento diario de
kinesiología. Como en el medio no había por entonces kinesiólogos titulados,
los jóvenes integrantes del plantel -flamantes profesores de Educación Física- se capacitaron en cursos
intensivos realizados por Alpi en Santiago del Estero, Tucumán y Buenos Aires,
con profesionales de reconocido prestigio.
El Instituto de Rehabilitación del Lisiado surgió como centro polivalente en el que se brindaba a los pacientes tratamiento de rehabilitación intensiva. Por lo general -según destaca el Prof. Cuba en entrevista realizada- el virus atacaba músculos cruzados y los importantes para la deambulación. Los enfermos quedaban con flacidez muscular y afectada la musculatura importante para la marcha; en consecuencia, dejaban de caminar. Con los tratamientos, algunos conseguían volver a desplazarse por sus propios medios, otros no. A todos se buscaba reinsertarlos en la comunidad a través de la escuela, laborterapia, (talleres de costura y carpintería) y, más adelante, actividades recreativas y deportivas.
En lo referente a la rehabilitación deportiva, los profesores de educación física llevaron a nivel nacional el DPL (Deporte para Lisiados). En los encuentros regionales y nacionales los niños lisiados participaban activamente en básquet, lanzamiento de jabalina, disco y bala, carrera de atletismo en silla de ruedas, etc. “No se trataba de competiciones entre pares. Cada uno participaba y competía contra su propia planilla de valores, que le permitía ir superándose año a año”, afirma Cuba. De esta manera, el niño se sentía insertado en la sociedad. Con todo algunos, ya adolescentes o adultos, alcanzaron importantes títulos deportivos para la provincia, como Rolando Ruiz que participó en el seleccionado de básquet sobre ruedas que se clasificó subcampeón y campeón nacional y Ovidio Galván que se consagró campeón sudamericano de lanzamiento de jabalina (luego profesor en el taller de carpintería).
En el Instituto se trabajaba
en forma de equipo interdisciplinario, en el que era importante la
participación de todos y cada uno de sus integrantes. Colaboraban también las
áreas psicopedagógica -a cargo de Ahída Butazzoni, asesora de la comisión
central-, enfermería, con enfermeras formadas en la Cruz Roja, secretaría y
servicios. La premisa que los unía era la vocación de servicio de todos, en
forma conjunta, para una recuperación rápida y efectiva de los enfermos que
pasaban por la institución.
La entrega y dedicación puestas de manifiesto en la conformación del Instituto de Rehabilitación del Lisiado, en momentos críticos para la salud de la población santiagueña, hace reflexionar a Santos Cuba uno de sus protagonistas fundadores: “La vida es un encuentro: para encontrarnos, no para desencontrarnos; para solucionar los problemas más importantes, prioritarios. La vida es historia, recordación, memoria. Recordar el pasado, ponerlo en el presente para un mejor futuro. La vida es responsabilidad, individual, social y moral. Eso se ve en el Instituto de Rehabilitación del Lisiado”.
Fuentes:
El Liberal (1956), Varios.
Entrevista a Santos Cuba.
El artículo es muy interesante y nos ilustra sobre la lucha de personas esforzadas para tratar la enfermedad con los medios que se tenían en la época. Solo quiero corregir un dato erróneo: el médico traumatólogo es David Miguel Ángel Lugones no Humberto Lugones cuya especialidad era la pediatría. David M. A. Lugones está considerado como el médico que introduce la traumatología como especialidad en Santiago del Estero.
ResponderEliminarGracias por tu observación Andrea. Lo corregiré. Saludos
Eliminar