REFLEXIONES EN TORNO AL BICENTENARIO
María Mercedes Tenti
Dra. En Ciencias Sociales
Generalmente, en ocasiones de
festejos y aniversarios de fechas patrias, se exacerban los sentimientos
nacionales en pos de construir una memoria colectiva sobre ideas de unidad y
consenso. Cuando se reunió el Congreso de Tucumán en 1816, nada estaba más
lejos de conseguirse que esa unidad tan mentada. Las denominadas Provincias
Unidas del Río de la Plata estaban más desunidas que nunca: el Litoral
fragmentado por la influencia de Artigas, las ciudades del Noroeste y Cuyo
luchaban por la elección de gobiernos que respondieran a sus necesidades y fueran
autónomos en la toma de decisiones, mientras que, desde el Poder Ejecutivo
nacional -el Directorio y el Congreso- se buscaba la centralidad y el orden. Desde
el exterior, el regreso de Fernando VII al trono y el triunfo de las fuerzas
realistas en el norte y Chile constituían una amenaza permanente.
Conseguir que el Congreso reunido
en Tucumán declarara la independencia de las Provincias Unidas de Sud América
fue un avance en pro de la conformación de una nación que costaba conformar y
de una unidad difícil de conseguir. Los congresales dieron un paso adelante
tras estos objetivos y si bien cortaron los vínculos con “el rey de España, sus
sucesores y metrópoli” y con “toda otra dominación extranjera”, tuvieron que
pasar casi cuarenta años para que el país se organizara constitucionalmente y
acordara la forma de gobierno.
La invención de las tradiciones,
al decir de Hobsbawm, fue un elemento
importante de estabilidad en sociedades en proceso de cambio. Justamente, la
sociedad argentina, en permanente cambio desde el siglo XIX, estuvo y está sujeta
a los vaivenes de la construcción de tradiciones, tanto a nivel nacional como
en ámbitos locales y regionales; invención de tradiciones que parte de estructuras gubernamentales y
sectores de poder, sin tomar en cuenta la participación efectiva de los distintos
actores sociales involucrados.
Hoy la independencia que la
sociedad necesita abarca múltiples perspectivas. No sólo pensamos en la independencia política
respecto de alguna potencia extranjera, sino también la independencia económica
que subordina a otras metrópolis o centros de poder; la independencia cultural,
no desde la óptica del aislamiento, sino, por el contrario, aquella que
pretende hacer valer, en este mundo globalizado, el multiculturalismo y la
diversidad cultural como componentes propios de la sociedad plural que
aspiramos formar. En el ámbito interno se anhela la real independencia de los
poderes del Estado, la independencia de la prensa respecto de los poderes
públicos o de las corporaciones, la independencia y el respeto por los valores
individuales y colectivos y la aceptación de las diferencias en una sociedad
plural e igualitaria.
A doscientos años de la
declaración de la independencia, la Argentina se encuentra con un período
prolongado de continuidad democrática, con
marchas y contramarchas en lo que
respecta a las políticas económicas y sociales y a su inserción en el mundo,
pero como mayor involucramiento de la ciudadanía en los problemas que competen
a todos. Quizás debamos repensar las normas y prácticas ritualizadas vigentes,
instauradas con el propósito de inculcar valores que, en muchos casos, no
concuerdan con la realidad objetivada, y podamos configurar prácticas entre
todos los sectores involucrados, que reflejen más acabadamente el sentir de la
sociedad toda.
Publicado en Nuevo Diario
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