María
Mercedes Tenti
Al analizar el pensamiento político de
José de San Martín, encontramos una serie de términos utilizados a lo largo de
sus numerosos escritos, en distintas épocas y circunstancias, que conducen a
formular nuevas preguntas y a replantear otras ya enunciadas, con el propósito
de diferenciar las categorías históricas y las categorías analíticas contenidas
en dichos términos. Sin duda su vocabulario, es acorde no solamente a sus
estudios y lecturas, sino también al momento histórico en que vivía, y a su
propia visión del mundo y de las cosas.
Los análisis estructuralistas del
lenguaje lo hacen desde la diferencia, el significado se fabrica a través del
contraste, manifiesto o sobreentendido. Una definición afirmativa, esconde una
negación o antítesis. Según la concepción de Ferdinand de Saussure, cada
elemento del lenguaje cobra significación en su relación con todo lo demás. De
allí que no siempre podemos explicar el significado de una palabra desde su
estructura presente, sino que, por el contrario, tenemos que analizarla dentro
de su propio contexto.
El post – estructuralismo considera que
palabras y textos no tienen un significado fijo ni intrínseco; no hay entre
ellos una relación clara, ni tampoco están en
correspondencia directa con el mundo en el que están inmersos. Para
Michel Foucault el lenguaje no manifiesta una realidad acabada y anterior al
propio lenguaje, no existen separadamente las palabras y las cosas, sino que
ambos están fusionados, y el lenguaje pasa a ser un constituyente de lo real.
Los conceptos van constituyéndose gradualmente a lo largo del tiempo, y
adquieren distintos campos de
constitución y validez según su uso. Al mismo tiempo, se debe tener en
cuenta su significación dentro del contexto y de la unidad[1]. En
consecuencia resulta importante analizar las transformaciones que sufren las
palabras en cuanto a su significado y establecer categorías analíticas según el
recorte y el límite que se quiera asignar.
El estudio del lenguaje brinda una
nueva posibilidad de análisis, ya que no sólo se piensa al lenguaje como una
representación de ideas, sino también como un principio desde el que se pueden
comprender las relaciones sociales y hasta establecer las identidades
colectivas. De allí la conveniencia no sólo de analizar frases en los
documentos, sino también las formas de expresión que incluyen prácticas socio
culturales de una época determinada, siempre dentro de un contexto también
determinado.
Las palabras seleccionadas en esta
ocasión, tienen que ver con la identidad asumida por José de San Martín a
partir del momento de su decisión de abandonar Europa y regresar a su Patria
para sumarse al movimiento independentista, hasta sus últimos años en Francia.
En este proceso, su identidad no permaneció estática, sino que fue
evolucionando conjuntamente con los acontecimientos y sus circunstancias.
Tampoco era en ningún caso, una identidad individual, ajena al sentimiento de
pertenencia colectivo, o circunscripta a un reducido ámbito, ya que por
ejemplo, encontramos similitud en la identidad de los americanos residentes en
el ¨viejo¨ mundo, y en la de los grupos dirigentes que en el ¨nuevo¨ mundo
luchaban por consolidar el proceso político emancipador, puesto en marcha desde
comienzos del siglo XIX.
Para Eric Hobsbawn, ese sentimiento de
pertenencia que permite consolidar la identidad colectiva, se establece según
cuatro aspectos destacables: 1º) De manera negativa, al reconocer un
¨nosotros¨, diferente a un ¨ellos¨. Es decir, que se afianza no tanto a partir
de las semejanzas entre quienes integran un grupo, sino desde las diferencias
con el grupo opuesto. 2º) Las
identidades son intercambiables o combinadas con diferentes características.
3º) No son fijas, se cambian y se modifican según las circunstancias. 4º)
Dependen del contexto, que al igual que las circunstancias, se modifica[2].
Teniendo en cuenta estas
consideraciones teóricas, podemos abordar las categorías históricas que se
reconocen dentro del vocabulario de San Martín y analizarlas en el marco de
distintas concepciones, para tratar de establecer categorías analíticas que
contribuyan a una mejor comprensión del pensamiento sanmartiniano.
La identidad americana
La identidad americana está presente en
el pensamiento de San Martín desde sus primeros escritos y en su propia
actuación. Con una carrera militar exitosa en Europa, no vaciló en dejar de
lado un futuro promisorio y regresar a su patria tras la defensa de sus ideales
íntimamente ligados al sentimiento de pertenencia a lo americano y de
diferencia u oposición con respecto a lo
otro, lo europeo, lo español. ¨Por una
fatalidad incomprensible, escribía, ha
sido la guerra desde el 25 de mayo de 1810 el único término de las diferencias
entre los españoles y los americanos que han reclamado sus derechos¨[3].
Si bien hasta comienzos del siglo
XIX se usaban las expresiones ¨español
americano¨, o ¨americano¨ por oposición a ¨español¨, el término ¨argentino¨ era
más bien sinónimo de los habitantes de Buenos Aires y sus alrededores, de los
rioplatenses, según la perspectiva de José Carlos Chiaramonte[4]. El
sentimiento de ¨americano¨ era una percepción más abarcativa que comprendía lo
que hoy consideramos como inherente a la nación argentina. ¨Un americano republicano por principios e
inclinación...¨ hacía la siguiente observación al Congreso reunido en
Tucumán en 1816, a través de una carta al diputado por Mendoza, Tomás Godoy
Cruz: ¨Los americanos o Provincias
Unidas, no han tenido otro objeto en su revolución que la emancipación del
mando de fierro español, y pertenecer a una Nación¨[5].
En este caso, americano equivalía a argentino, a ¨pueblo¨ de las Provincias
Unidas del Río de la Plata con aspiraciones a constituir una Nación, luego de
declarada la independencia. Por ello escribía nuevamente a Godoy Cruz el 16 de
julio de 1816: Ha dado el Congreso el
golpe magistral con la declaración de la Independencia; sólo hubiera deseado
que al mismo tiempo hubiera hecho una pequeña exposición de los justos motivos
que tenemos los americanos para tal proceder; esto nos conciliaría y ganaría
muchos afectos en Europa¨[6].
Iniciada su campaña continental, el
término adquiere también una significación también continental, para hacer referencia a los
¨pueblos¨ de la América del Sur a cuya independencia dedicó sus esfuerzos y su
vida. Escribía al virrey de la Pezuela en 1818, ¨Hasta ahora nadie ha dado a una carta privada la validez de credencial
para ningún convenio público de Nación a Nación, a menos que se pretenda que los
americanos cierren los ojos a la mera insinuación de un jefe español¨[7].
Como americano, su objetivo principal era luchar por la independencia de
América, para ello debía abocarse a la tarea de concretar esta grande obra ¨...porque tiempo ha que no me pertenezco a
mí mismo sino a la causa del Continente Americano¨[8],
decía a O´Higgins en 1.819.
Su visión iba más allá de la de los
habitantes de las Provincias Unidas, incluso de la de sus gobernantes. Su
misión era luchar por la independencia de América del Sur, por ello para San
Martín los americanos eran los habitantes de las antiguas posesiones españolas
en América, de las nacientes naciones que, contra sus aspiraciones, tendían
cada una a constituirse como naciones independientes, cortando los lazos que las
unían a la América toda. Su percepción traspasaba los imprecisos límites
impuestos por las costumbres o las guerras. Cuando decía americanos se refería
a los sudamericanos en su conjunto, y a los chilenos, los peruanos, los
argentinos, individualmente, pero como partes de un todo común. ¨La Comisión mediadora de Chile que remitirá
a usted ésta, se compone de americanos honrados y virtuosos¨, decía
refiriéndose a una comisión de representantes chilenos, en carta a Estanislao
López[9].
Su condición de americano era su honra
y su más preciado título, más que el de ciudadano. ¨Hablo a usted lo que mi corazón siente, escribía a José Gervasio
de Artigas en 1.819, si usted me cree un
americano con sentimientos inequívocos en beneficio de nuestro suelo, espero
que esta intervención que hago como un simple ciudadano, será apoyada por usted
en los términos más remarcables¨[10].
Ya en el exilio, y ante el bloqueo
anglo francés al río de la Plata, resurgió en San Martín su arraigado
sentimiento americano, a pesar de que consideraba a Francia su ¨segunda
patria¨, según sus propias palabras, luego de permanecer allí durante tantos
años. Era su suelo, su patria de origen, su patria americana, la que estaba
amenazada por las fuerzas europeas. Por
ello no podía concebir ¨que haya
americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para
humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en
tiempo de la dominación española¨[11].
Aquí no hay confusión entre americanos y rioplatenses. Para él, americanos
eran los habitantes de la América toda, más precisamente de Sud América.
La identidad americana estaba ya
totalmente construida, era más abarcativa que la identidad regional argentina.
Dos entidades distintas; una contenida en la otra. No existía contradicción
entre ambas; entre ellas no había oposición. Escribía en 1847: ¨He leído la exposición titulada: De los
males, desgracias de la República del Plata – Documentos para su Historia,
publicada por el general La Madrid en Montevideo: como Argentino, como
Americano, como hombre cuya posición en la época a que se refiere dicha
Exposición debe tener un gran valor, declaro que cuanto ella contiene es un
tejido absurdo de infames y groseras imposturas¨[12].
La identidad argentina estaba dentro del marco de la identidad americana,
estaba contenida en ella.
Esta concepción se pone de manifiesto
también en la carta a Ramón Castilla, presidente del Perú, de fecha 11 de
setiembre de 1848. Comenzaba haciendo un extracto de su vida en España y
afirmaba: ¨Una reunión de americanos en
Cádiz, sabedores de los primeros movimientos, acaecidos en Caracas, Buenos
Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin
de prestarle nuestros servicios en la lucha, que calculábamos se había de empeñar¨.
Y más adelante, ¨El segundo punto fue el
de mirar a todos los estados americanos, en que las fuerzas de mi mando
penetraron, como Estados hermanos interesados todos en un santo y mismo fin¨[13].
Su identidad americana como hombre, como nacido en América, como quien luchó
por la libertad continental, como parte del tejido social, la trasladaba de los
actores a los estados, que también eran americanos, y como tales, como pueblos,
como naciones, como cuerpos políticos,
debían tender a la unidad continental.
Su dimensión continental, en un
principio circunscripta a la América del Sur,
o a las antiguas posesiones españolas en América, con el tiempo, y
especialmente a partir de su estadía en Europa, se extendía a todo el continente,
y refería la categoría de americano a todos sus habitantes. En carta de 1.846
al general Pinto, recordaba ¨el desafío
de dos americanos¨[14] en
una comida festejando el aniversario de la independencia de Estados
Unidos, refiriéndose a dos
norteamericanos. Su visión se globalizaba desde la distancia.
El pueblo, los pueblos
Hermann
Heller diferencia el concepto de ¨pueblo¨ según se lo analice como
formación natural o como formación cultural. La concepción de ¨formación
natural¨ surgió como una reacción al pensamiento de la Ilustración, y entiende
por pueblo lo que éste tiene de natural, ya sea como población o como raza. El
pueblo como ¨formación cultural¨ apareció a fines del siglo XVIII cuando se
elimina el orden social jerárquico y se consolida la sociedad civil. A partir
de entonces el ¨pueblo¨ comienza a constituirse como ¨nación política¨. Lo
logra cuando la conciencia de pertenencia al conjunto social se transforma en
una voluntad política.
El concepto de ¨pueblo ¨ en el siglo
XIX variaba según se lo considerase en singular o en plural. El ¨pueblo¨ podía
significar desde el depositante de la soberanía, con sentido político jurídico,
o el ciudadano, entendiendo como tal al ¨vecino¨: hombre, mayor de edad,
afincado, propietario. Según la tradición política española – que en algunos
casos subsistía -, era la unión de jerarquías, corporaciones y territorios.
También podía incluirse dentro de la categoría de ¨pueblo¨ a los habitantes de
un lugar, a la población. Los ¨pueblos¨, en plural, designaban a las
comunidades, a las provincias y también a las ciudades, con sentido político no
territorial, de allí que a veces resulta difícil discernir a qué o a quiénes se
hacía referencia. Los ¨pueblos¨, podían ser las provincias en oposición a la
capital, o bien los habitantes del país o del continente. En general implicaba
la pertenencia a un grupo humano con lazos comunes, a una colectividad.
Según Francois – Xavier Guerra, a lo
largo del período que analizamos, convivieron dos actitudes frente al término.
La primera, que consideraba al pueblo como un actor real, que se expresaba a
través de determinadas personas; los enemigos no formaban parte de él. La
segunda, que ignoraba palabras como pueblo, nación, ciudadano, etc., como una reacción al romanticismo imperante
hasta entonces.
El problema se agudiza cuando
consideramos al término ¨pueblo¨ con múltiples significados. Puede representar
al conjunto de la población o a aquellos pertenecientes a las clases bajas,
opuestos a los poderosos. También en algunos casos se asocia con el vulgo, el
¨bajo pueblo¨, es decir, que en general se trata de una categoría social. Sin
embargo, en este caso, nos interesa la categorización política del término,
referida a las relaciones entre los hombres - con exclusión por entonces de las
mujeres - que constituían la sociedad, y a sus códigos culturales, ya sean los
de un grupo o de un conjunto de grupos sociales en un momento dado, ya que toda relación social posee un contenido
cultural básico. Dentro de ese marco está contenida la noción de ¨pueblo
soberano¨[15].
La soberanía del pueblo es a veces una
ilusión, ya que es a través de dicha soberanía como se puede acceder al poder.
La soberanía, en realidad, estaba depositada entonces en una minoría limitada,
que gobernaba a nombre del pueblo. El
pueblo lograba expresarse: en la acción a través de la conspiración o el
pronunciamiento de un jefe militar, y en la palabra a través de los escritos de
los políticos. En el caso de San Martín
encontramos ambas alternativas; representaba al pueblo como jefe del
ejército libertador, y a través de sus proclamas se expresaba el sentir general
de la población.
En un primer momento los conceptos de
¨pueblo¨ y ¨nación¨ se entrecruzaban por la necesidad imperiosa de constitución
de naciones independientes frente al poder español. Sin embargo, a partir de
los intentos federativos, durante la época de Rosas, renació nuevamente la
soberanía de los ¨pueblos comunidades¨, de los ¨pueblos provincias¨; allí el
concepto volvió a perder su dimensión nacional.
Para San Martín la categoría de ¨pueblo¨ adquiere una significación especial en el
manifiesto donde detalla su conducta como gobernador intendente de Cuyo y
general en jefe del ejército de los Andes frente a la actuación de los hermanos
Carrera. El documento lo presenta al
¨público¨, es decir, a la comunidad toda, sin distinciones de ningún
tipo, incluyendo a españoles y americanos, cualquiera fuera su situación
social. Él había sido nombrado gobernador de Cuyo y su principal objetivo era
gobernar para el bien común, incluyendo
a todos sus habitantes, por ello le debía al ¨público¨ una satisfacción de su
conducta.
Aquí el concepto de ¨pueblo¨ va más
allá, tiene connotaciones de pertenencia, de identidad, y en algunos casos
hasta, en cierta forma, de ciudadanía. Por ello decía ¨Habiendo chocado vivamente a mi espíritu, que estos señores - se
refiere a los Carrera - quisiesen
conservar una autoridad de Gobierno Supremo; sin pueblo, sin súbditos y en
territorio extraño...¨[16].
Por tratarse de un grupo minoritario que había pretendido imponerse por la
fuerza, sin el consenso popular, San Martín les negaba no solamente la adhesión
del ¨pueblo¨, como categoría de conjunto de potenciales ¨ciudadanos¨, sino la de todos los
habitantes, y hasta la propia pertenencia a una parte del territorio americano.
En contrapartida, él, habiendo nacido
en las Misiones y vivido en Europa toda su juventud, se sentía americano, parte
del ¨cuerpo social americano, aunque no
pudiésemos llamarnos un pueblo¨[17],
decía. El cuerpo social estaba consolidado, no así el sentimiento de
pertenencia que se relaciona con el de nacionalidad, por ello continuaban, a su
juicio, las luchas intestinas en las naciones emergentes y la falta de unidad
del ¨cuerpo social americano¨. Por
consiguiente, si los ¨chilenos¨ y los
¨provincianos unidos¨,
colectivamente, gozaban de igualdad, sin dependencias recíprocas, quienes
atentasen individualmente contra unos u otros, debían enfrentarse a las dos
partes unidas. Nótese la denominación de ¨provincianos
unidos¨, para referirse a los habitantes de las Provincias Unidas del Río
de la Plata, nominación poco usual en la época y en el propio San Martín.
En algunos casos otorgaba al pueblo
virtudes cívicas, que tienen que ver con el patriotismo y con la defensa de la
Patria. En un oficio al cabildo de Buenos Aires manifestaba: ¨El día de mañana se da a la vela la
expedición libertadora del Perú. Como su general, tengo el honor de informar a
V.E., que representa al pueblo heroico, al virtuoso pueblo más digno de la
historia de Sud América y de la gratitud de sus hijos...¨[18].
Y ya en el cargo de Protector del Perú escribía al Director Supremo de Chile: ¨Destruir para siempre el dominio español en
el Perú y poner a los pueblos en el ejercicio moderado de sus derechos, es el
objeto esencial de la expedición libertadora¨[19].
Los pueblos eran los ciudadanos en potencia, de allí que les asignaba el
ejercicio limitado de los derechos hasta que alcanzasen su madurez política. ¨Mientras existan enemigos en el país, y
hasta que el pueblo forme las primeras nociones del gobierno de sí mismo, yo
administraré el poder directivo del estado...¨[20],
decía.
En otros casos adjudicaba de hecho al
¨pueblo¨ la categoría de ¨ciudadano¨,
como depositario de la soberanía, como conjunto de actores reales, que
transfería simbólicamente su voluntad a uno o varios hombres. Por ello hacía
referencia al voto explícito del pueblo: ¨...
de acuerdo con el Senado y voto del pueblo, me han nombrado jefe de las fuerzas
expedicionarias¨[21],
expresaba en una proclama a los habitantes de las Provincias del Río de la
Plata, fechada en Valparaíso el 22 de julio de 1820. Al año siguiente,
escribía al presidente de la Junta Gubernativa de Guayaquil sobre la necesidad ¨... de consultar la voluntad del pueblo,
tomando las medidas que ese gobierno estime conveniente a fin de que la mayoría
de los ciudadanos exprese con franqueza sus ideas...¨ El sistema de gobierno que se adoptase debía ser
aclamado por la mayoría del pueblo luego de deliberar libremente[22].
La consulta popular era a través del
voto censitario según la concepción de la época. Para alcanzar la felicidad del
Perú era indispensable consultar la voluntad de los pueblos. Para ello el
ayuntamiento de Lima debía convocar a ¨...
una junta general de vecinos honrados, que representando al común de habitantes
de esta capital, expresen si la opinión general se halla decidida por la
independencia¨[23].
Los ¨pueblos¨ estaban representados por
los ¨vecinos¨, por una expresión
minoritaria de la población que asumía la delegación de la mayoría.
El ¨pueblo¨ también podía tener entidad
jurídica y virtudes cívicas. ¨Volved,
pues, españoles habitantes de Lima - les decía en una proclama -, a vuestras pacíficas tareas en el seno de
un pueblo que, como vosotros mismos lo habéis experimentado, es el modelo de la
moderación y de la generosidad¨[24].
También hacía referencia al ¨bajo
pueblo¨ - en algunos casos con identidad de ¨masa¨ -, diferenciándolo del
¨pueblo¨ a secas, según las concepciones de la época. En carta a Guido, escrita
en París en 1834, diferenciaba la postura de ¨... la masa del bajo Pueblo de la capital beleidosa por carácter, y
fácil de extraviar por un corto número de demagogos¨, de la actitud del
¨pueblo¨ interesado en evitar los trastornos que acarrearía la acción de un par
de regimientos de milicias de la campaña que trataba de impedir la entrada de
ganado a la capital[25].
Esta categoría de ¨bajo pueblo¨ también estaba asociada al nivel cultural de la
población, ya que la ignorancia hacía que los hombres no conociesen las leyes
y, en consecuencia, la revolución no podía alcanzar su culminación. De allí la
obligación de que las constituciones estuviesen en armonía con las necesidades
de los pueblos[26].
Con referencia a las revoluciones
producidas en Europa en 1848, se definía en contra de los movimientos revolucionarios
que, a su juicio, eran provocados por grupos de activistas de los clubes, que a
través de miles de panfletos, trataban de inculcar en la ¨gran masa del bajo pueblo¨ ideas tales como que quienes nada tenían
podían tratar de despojar a los propietarios[27].
Sin embargo, en otras ocasiones se
refería a la masa del pueblo como al común del pueblo, diferente u opuesto a la
elite o clase principal, adjudicándole una categoría social. Decía refiriéndose
al bloqueo anglo – francés que sólo afectaría a ¨... un corto número de propietarios, pero la masa del pueblo que no conoce
las necesidades de estos países – en referencia a los europeos -, le será bien indiferente su continuación¨[28].
Reconocía las privaciones y necesidades del común del pueblo americano - de la
masa de la población -, su atraso por falta de leyes fundamentales y por la
primacía de pasiones e intereses particulares frente a los generales de los
pobladores[29],
pero no por ello lo menospreciaba o subestimaba. Al contrario, siempre estaba
presente su respeto al pueblo en su totalidad, sin distinciones sociales.
En ocasiones también hacía alusión al
¨pueblo¨ como conjunto de habitantes de un lugar o región. Luego de la victoria de Chacabuco, saludaba a los cabildos de Mendoza, San Juan
y San Luis, felicitándolos conjuntamente con el ¨pueblo¨, al tiempo que les
hacía llegar su más cálida gratitud[30]. De
la misma manera designaba al ¨pueblo¨ peruano, al de Guayaquil, al cuyano, al
chileno, etc.
Los ¨pueblos¨, en plural, comprendían
al conjunto de la población toda, sin diferencias sociales ni raciales. A ellos
había que convocar para la lucha; a ellos había que exigir el juramento de
obediencia a los nuevos gobiernos; la
felicidad y prosperidad de los pueblos era su meta; sus promesas y su honor
eran para los pueblos; su suerte estaba en sus manos; la libertad e
independencia eran producto de la voluntad de los pueblos; las constituciones y
las leyes debían estar en armonía con las necesidades de los pueblos. En
consecuencia, cabía esperar de los pueblos que no fuesen ingratos con quienes
dieron todo por ellos.
San Martín luchaba por los derechos de
los ¨pueblos¨ y se avenía a su voluntad. No era una voluntad sujeta al
sufragio, tal como entendemos hoy, sino a la voluntad expresada a través de
actos de adhesión hacia la figura del conductor de la empresa libertadora: Mi autoridad, que es la única que me dice
V.E. reconoce para tratar, escribía a La Serna en 1822, es ninguna si no está apoyada en el voto de
los pueblos, a cuya voluntad circunscribiré absolutamente todas mis operaciones
públicas, gloriándome de cumplir sus órdenes¨[31]
. La soberanía residía en los ¨pueblos¨ según el pacto societal, luego
pasará a la ¨nación¨. Se necesitaba del voto de los pueblos, de su voluntad
para constituir la futura nacionalidad.
Toda esta ambigüedad aparente del
término ¨pueblo¨ se debe a sus características polisémicas, más acentuadas en
la época en que le tocó actuar a San Martín. Las identidades estaban en
construcción en un período de convulsiones revolucionarias, cambios
institucionales, afianzamiento de las nacientes nacionalidades y conformación
de los nuevos estados. De allí los deslizamientos que va sufriendo el vocablo
según las circunstancias y el momento.
Nación – Estado
El análisis de los términos ¨nación¨ y
¨estado¨ en la primera mitad del siglo XIX resulta engorroso ya que la idea de
nacionalidad como fundamento de un Estado nacional es de tardía aparición en
esta época[32]. Las identidades nacionales estaban
cimentándose y coexistían formas diversas que, en algunos casos, se confundían.
De hecho no debemos considerar el significado de estos vocablos según su
moderna acepción, sino que, dentro del contexto de la época, tenemos que
desentrañar el sentido del lenguaje político.
Para Antonio Sáenz, en el curso dictado
sobre derecho natural y de gentes en la universidad de Buenos Aires en 1822 y 1823,
¨sociedad¨, ¨estado¨ y ¨nación¨ era una misma cosa: ¨La Sociedad llamada así por antonomasia se suele también denominar
Nación y Estado. Ella es una reunión de hombres que se han sometido
voluntariamente a la dirección de alguna suprema autoridad, que se llama
también soberana, para vivir en paz, y procurarse su propio bien y seguridad¨[33].
Condición para la existencia de la ¨nación¨ y el ¨estado¨ era el ejercicio de la
soberanía por parte de la sociedad. De acuerdo con el romanticismo en boga,
hacía coincidir al ¨estado¨ con la ¨nación¨ y revalorizaba el papel del
¨pueblo¨ como sujeto de la vida política.
Si bien el término ¨nación¨ se
incorporó en el discurso político europeo a partir de la revolución francesa,
recién a mediados del siglo XIX, con la obra de Giuseppe Mazzini, comenzó una
reflexión formal sobre la nación como ¨fundamento natural de la organización del
poder político¨[34].
Siguiendo a Benedict Anderson, ¨nación¨ es ¨una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y
soberana¨ . Imaginada, porque la mayoría de sus miembros nunca se conocerán
entre sí, pero tienen en su imaginario colectivo la idea de su correspondencia.
Es limitada porque, independientemente del número de habitantes que la puebla,
tiene fronteras determinadas, aunque flexibles. Finalmente la nación se imagina
como comunidad soberana[35]. En
la primera mitad del siglo XIX existía en el imaginario colectivo la idea de
correspondencia, de lazos comunes y de un destino también común; se pensaba la nación como despositaria de la
soberanía, pero las fronteras estaban en conformación, todavía no estaban
definidas.
Constituir una nación supone raíces
culturales comunes, comunidad religiosa, lengua y costumbres comunes, todo con
personalidad colectiva que consolida los vínculos para la conformación del
poder político. Esto conlleva a la configuración de un sentimiento de
pertenencia nacional, vigente en el imaginario colectivo, y que implica una situación de poder por su fuerte
carga ideológica.
En el concepto de ¨nación¨ encontramos
elementos ideales y materiales. Los elementos ideales son los ya referidos a la
transmisión de símbolos, valores y sentimientos de pertenencia a una comunidad
que va conformando su carácter común a través de las tradiciones, etnias,
lenguas, costumbres, etc. Los elementos materiales están enlazados con el
desarrollo de intereses económicos, la conformación de un mercado propio y de
burguesías nacionales[36].
Sin embargo, la categoría de ¨nación¨
que privó en los primeros años del período independiente respondía a la
concepción racionalista y contractualista de la Ilustración. Esto lo observamos
en la Gazeta de Buenos Aires, que en 1815 publicaba: ¨Una nación no es más que la reunión de muchos Pueblos y Provincias
sujetas a un mismo gobierno central y a unas mismas leyes...¨[37]
Es decir, un conjunto de personas, representadas por los órganos de gobiernos
de las ciudades o pueblos y de las provincias.
Con respecto al término ¨estado¨,
encontramos distintas definiciones dentro del pensamiento clásico social
contemporáneo. Para Emilio Durkheim ¨es un órgano especial encargado de elaborar
ciertas manifestaciones que tienen valor para la comunidadad¨. Para Max
Weber, el estado racional surge como asociación de dominio institucional con el
monopolio del poder legítimo. Según el pensamiento de Carlos Marx, el ¨estado¨
puede ser considerado como ¨la sociedad
en acción¨, de allí la identificación de la función social del estado para
asegurar la convivencia y la cooperación entre los hombres[38].
De acuerdo con Hall e Ikenberry el
Estado incluye tres elementos: 1º) Está
constituido por un conjunto de instituciones formalizadas por el propio
personal del Estado, y controla los medios de violencia y coerción; 2º) Dichas
instituciones se encuentran dentro de un territorio delimitado, al que se
denomina sociedad y 3º) El Estado tiende a crear una cultura política común en
la que están involucrados todos los ciudadanos[39].
La conformación del ¨estado¨ tiene que
ver con un proceso de configuración social. No se constituye de un día para
otro, sino que atraviesa un proceso constitutivo de larga duración, no
coyuntural. En esa evolución el estado nacional garantiza la conformación de la
etapa política que articula la dominación en la sociedad y se materializa a
través de instituciones que permiten su ejercicio. Para Oscar Oszlack la
estatidad supone conseguir por parte del
Estado las siguientes propiedades: 1º) Capacidad de externalizar su poder para
ser reconocido por otros Estados como entidad soberana; 2º) Capacidad de
institucionalizar su autoridad, para alcanzar, según la concepción weberiana,
el monopolio de la coerción; 3º) Capacidad de diferenciar su control, a través
de la creación de instituciones públicas a cargo de funcionarios
profesionalizados; 4º) Capacidad de
internalizar una identidad colectiva, a través de la emisión de símbolos que
generan sentimientos de pertenencia y que a su vez permiten el control
ideológico como dispositivo de dominación[40]. El
¨estado¨ se constituye así en un actor social diferenciado, representa la
autoridad suprema, pretende asumir el interés general de la sociedad y aparece
como una arena de negociación y conflicto[41].
Según Heller no toda actividad del ¨estado¨ es actividad
política, aunque la política y el Estado se encuentran fuertemente conectados.
Por otra parte el Estado se diferencia de toda forma de poder político, ya que
tiene a su disposición el orden jurídico establecido y consolidado por órganos
estatales[42].
El Estado se encuentra así por encima de todas las demás unidades de poder. Su
poder es legal, es decir, está jurídicamente organizado.
Las nociones de ¨estado¨ en la época en
que le tocó actuar a José de San Martín, según la bibliografía que se manejaba
por entonces en la universidad de Buenos Aires - además del texto de Sáenz ya
citado -, igualaban, como dijimos, los conceptos de ¨nación¨ y ¨estado¨. El
¨Derecho de Gentes...¨ de Emer de Vattel, autor francés de mediados del siglo
XVIII que se leía en Buenos Aires hasta
la década del veinte del siglo XIX decía: ¨Las
naciones o Estados, son cuerpos políticos, de sociedades de hombres reunidos
para procurar su salud y su adelantamiento¨[43].
Existía una correspondencia entre ambos términos. Tanto la ¨nación¨ como el
¨estado¨ tenían como objetivo el mejoramiento de la población o, en lenguaje
sanmartiniano, alcanzar ¨la felicidad de
los pueblos¨.
Definidos muy genéricamente los
conceptos de ¨nación¨ y ¨estado¨, pasaremos a estudiar las categorías históricas
y analíticas de ambos términos, según el vocabulario político de José de San
Martín. En el período en que le tocó actuar, las naciones americanas estaban en
formación, los límites territoriales no eran definidos, y los sentimientos de
pertenencia nacional estaban en un proceso de conformación, entremezclándose
con los sentimientos de identidades locales, provinciales y de ciudades.
San Martín era consciente que la
identidad nacional estaba configurándose, pero, insistía en la necesidad de su
consolidación para poder ocupar un lugar relevante en el concierto de las
naciones del mundo: ¨Los americanos o
Provincias Unidas, no han tenido otro objeto en su revolución que la
emancipación del mando de fierro español y pertenecer a una Nación¨, frase
ya citada pero que ilustra su propósito de constituir una nación independiente.
La nación podía ser pensada a veces por
San Martín como la población, los habitantes de una región, de una ciudad: ¨Mi pensamiento ha sido dejar puestas las
bases sobre que deben edificar los que sean llamados al sublime destino de
hacer felices a los pueblos. Me he encargado de toda la autoridad, para
responder de ella la nación entera¨[44].
Concebía a los ¨pueblos¨ como provincias o ciudades; su conjunto constituía la
nación. Ésta podía ser pensada como un territorio con límites en proceso de
construcción, producto de la conformación de nuevas naciones pertenecientes con
anterioridad a un tronco común. Así, en 1918, consideraba a las Provincia
Unidas y a Chile como naciones colindantes al virreinato del Perú[45].
En ocasiones, los conceptos se
entremezclan y resultan difíciles categorizarlos: ¨Yo pudiera haber dispuesto - decía en un decreto como Protector
del Perú de fecha 3 de agosto de 1821 –
que electores nombrados por los ciudadanos de los departamentos libres
designasen la persona que había de gobernar, hasta la reunión de los
representantes de la Nación Peruana: mas como por una parte la simultánea y
repetida invitación de gran número de personas de elevado carácter y decidido influjo en esta capital para que presidiese a
la Administración del Estado me aseguraba un nombramiento popular; y por otra
había obtenido ya el asentimiento de los pueblos que estaban bajo la protección
del ejército libertador, he juzgado más decoroso y conveniente el seguir esta
conducta franca y leal, que debe tranquilizar a los ciudadanos celosos de su
libertad¨[46].
En este párrafo podemos diferenciar los conceptos de ¨pueblos¨ y ¨ciudadano¨,
cuando se refiere al conjunto de la población y a los vecinos caracterizados
con derecho a voto, respectivamente. Con referencia al concepto de ¨nación¨, le adjudica un sentimiento de
pertenencia colectivo, mientras que con ¨estado¨, alude al ejercicio del poder político, de la
administración.
También equiparaba el concepto de
¨nación¨ al de ¨estado¨ cuando hacía referencia a la necesidad de firmar
convenios de nación a nación en 1818, o cuando en 1821 proponía que fuesen al
Perú dos diputados por el Estado de Chile, quienes unidos con los del Perú,
influirían en la felicidad futura de ambos Estados. Categorizaba de igual modo
cuando mencionaba la conformación de la escuadra del Estado chileno; las
fuerzas del Estado, haciendo referencia al ejército; los recursos de los
Estados; los territorios ocupados por fuerzas enemigas que pertenecían a un
Estado; las convulsiones de los Estados, etc.
Por entonces, desde territorio peruano,
auguraba al cabildo porteño ¨un porvenir
funesto a la causa de la humanidad si las Provincias del Río de la Plata no se
vinculan con los lazos de la sociabilidad, que las hizo temibles de nuestros
enemigos y dio tantas glorias a sus beneméritos hijos; si un Poder central no
preside a las grandes deliberaciones de este Estado (...) Yo interpreto el celo
de esa ilustre Corporación para que desaparezca la lucha fratricida y
contribuya con los pueblos hermanos a dar a la Nación el grado de esplendor y
consistencia que lo atraiga al respeto y consideración de Europa¨[47].
Aquí asignaba al ¨estado¨ una función social, de unir a la comunidad, aunque lo
equiparaba, nuevamente, a la ¨nación¨. San Martín estaba convencido que sin la
unidad no podía conformarse la nacionalidad, y para ello otorgaba un papel
destacado a las autoridades, en este caso al cabildo. Para alcanzar la
categoría de ¨estado¨, era imprescindible el reconocimiento de otros estados,
en especial de los modernos estados europeos.
En carta a Ramón Castilla del 11 de
setiembre de 1848 utilizaba nuevamente
el término ¨estado¨ como sinónimo de ¨nación¨: ¨El segundo punto, decía, fue
el de mirar a todos los estados americanos, en que las fuerzas de mi mando
penetraron, como Estados hermanos interesados todos en un santo y mismo fin¨. Y
más adelante: ¨Por otra parte, la
oposición al gobierno se servía de mi nombre, y sin mi conocimiento, ni aprobación
manifestaba en sus periódicos, que yo era el sólo hombre capaz de organizar el
Estado y reunir las provincias, que se hallaban en disidencia con la capital¨[48].
El problema al que se había enfrentado permanentemente y del que estaba
obsesionado, era el de constitución de la nación, conformada por la unión de
las distintas ciudades y provincias que, por desavenencias internas no podían
organizarse definitivamente como nación independiente. San Martín se preocupaba
por la disgregación de las naciones americanas, que les restaba esplendor y
consistencia, necesarias para atraer el respeto de los estados europeos.
En otras ocasiones, hacía referencia
explícita al poder político, asignándole la categoría de ¨estado¨, cuando
hablaba del Director del Estado, de los almacenes del Estado, las finanzas del
Estado; las rentas generales de todo Estado; la administración del poder
directivo del Estado, etc. En estos casos, el ¨estado¨, representaba la
autoridad suprema, la institución pública por antonomasia.
Ya en Europa, con una visión más global
y actualizada por la lectura de escritores políticos contemporáneos y
periódicos de los principales países europeos, San Martín diferenciaba con
mayor claridad que sus propios compatriotas los conceptos de ¨nación¨ y
¨estado¨, adjudicando a este último el sentido de autoridad superior que
representaba la potestad general, otorgándole el poder político y el poder de
coerción. De allí que mencionase insistentemente la existencia en América de
Estados débiles y naciones poco cohesionadas, o hiciese alusión a quienes
querían ¨vivir a costa del Estado¨.
Con referencia a esta última expresión,
la utilizó en varias oportunidades. En 1834
escribía a Guido: ¨El foco de las
revoluciones, no sólo en Buenos Aires, sino de las provincias, ha salido de esa
Capital: en ella se encuentra la crema de la anarquía, de los hombres inquietos
y viciosos, de los que no viven más que de trastornos, porque no han tenido
nada que perder, todo lo esperan ganar en el desorden; porque el lujo excesivo,
multiplicando las necesidades, se procura satisfacer sin reparar en los medios;
ahí es en donde un gran número quiere vivir del Estado y no trabajar, etc... ¨[49]
Le preocupaba la actitud de quienes querían usufructuar en provecho propio
los cargos estatales, opuesta a su inclinación de renunciamiento de las
ventajas materiales que le podían haber proporcionado su obra de libertador o
sus funciones públicas.
En carta a Miller, de 1.841 escribía: ¨Nada me sorprende el que Ud. haya sido
borrado de la lista militar del Perú: desgraciadamente los nuevos Estados de la
América no saben apreciar los hombres que como Ud. han derramado su sangre por
su independencia y libertad, sin mezclarse en sus disensiones, y sólo
obedeciendo a la autoridad constituida por la ley (...) pero consuélese mi buen
amigo con la idea, que todos los hombres de bien de los estados de Sudamérica
sabrán valorar la noble y brava conducta del general Miller¨[50].
En el primer caso podría hacer alusión a la concepción moderna de ¨estado¨,
refiriéndose a la autoridad suprema, no así en el segundo en donde identifica
¨estado¨ con ¨nación¨, al hacer referencia a los pueblos de las nuevas
naciones.
A modo de conclusión
Los numerosos escritos del General San
Martín, que constituyen en conjunto una verdadera autobiografía, son una fuente
incalculable de estudio de su vida, obra y pensamiento. Abordar la temática de
las identidades históricas y analíticas contenidas en ellos constituye un
desafío, especialmente si tratamos de no caer en el anacronismo de interpretar
sus palabras según su significado actual. Esta forma de abordaje de los textos
históricos no es una invención de la nueva historiografía, sino que fue
advertido por los propios protagonistas de la época estudiada. Ignacio Gorriti
en 1836, refiriéndose a la teología moral en su obra ¨Reflexiones...¨, avisaba
del peligro que significaba citar una autoridad antigua y concluir de ella una
incoherencia, cuando se pretendía dar a las palabras un sentido no asignado por el autor[51].
Lenguaje y pensamiento son dos
entidades íntimamente unidas y, según el postulado saussuriano, debemos
realizar un corte horizontal y sincrónico para colocar a las palabras dentro de
la estructura de la época, y, a través de la lingüística dicacrónica, estudiar
le evolución de la lengua, su transformación sucesiva. Si bien muchas de sus
posiciones científicas positivistas han sido superadas, su enfoque nos permite
abordar el estudio del lenguaje como sistema de expresiones convencionales
usado por una comunidad. El análisis del discurso de José de San Martín brinda
un amplio campo de investigación, del que sólo fueron elegidas algunas palabras
de su vocabulario político para
categorizarlas y estudiarlas, aclarando que quedan otras pendientes, tales como
¨patria¨, ¨ciudadano¨, ¨paisano¨, ¨federación¨ o ¨república¨, tan ricas como
las aquí analizadas.
El argumento de Spencer según el cual
el cambio social sustenta la necesidad de nuevas identidades, se corresponde
perfectamente con los cambios políticos de la etapa independentista que
trajeron aparejados innovaciones en la sociedad y nuevas formas de identidad
política. El establecimiento en sociedades tradicionales como las americanas de
instituciones, prácticas e imaginarios modernos, llevó a la conformación de
nuevas identidades que fueron conformándose a lo largo de los años hasta
adquirir hoy su forma actual.
El sentimiento de pertenencia a una
sociedad humana es una cuestión de contexto y de época, de allí que privilegiar
una identidad sobre otra varía también según el contexto y la época estudiada.
Si bien el concepto de identidad comenzó a utilizarse a partir de la década del
sesenta del siglo XX, su estudio y análisis dentro del vocabulario político de
San Martín nos permite descubrir nuevas facetas de su pensamiento.
Pese a que las identidades son diversas
y variadas, y los actores no pueden
distinguirlas como tales separadamente sino que las experimentan en forma
múltiple y combinada, resulta interesante
y clarificador estudiarlas dentro del contexto histórico y de la movilidad de
una época de crisis como la analizada,
en la que se gestaron importantes cambios estructurales, y en la que
José de San Martín jugó un papel preponderante.
Fuentes y bibliografía
q Anderson,
Benedict; Comunidades imaginadas, reflexiones sobre el origen y la difusión del
nacionalismo; Fondo de Cultura Económica; México, 1991.
q Bobbio,
Norberto y Matteucci, Nicola; Diccionario de política; Siglo XXI;
México, 1986.
q Chiaramonte, José Carlos; Ciudades,
provincias, Estados: orígenes de la Nación Argentina (1800 – 1846; Ariel;
Buenos Aires, 1997.
q De Gandía,
Enrique; San Martín, su pensamiento político; Pleamar; Buenos Aires, 1964.
q Foucault, Michel; La arqueología del
saber; Siglo XXI; México, 1969.
q Foucault,
Michel; Las palabras y las cosas; Planeta; Barcelona, 1984.
q Galván
Moreno, C.; Bandos y proclamas del general San Martín, una exposición
documental de su heroica gesta libertadora; Claridad; Buenos Aires.
q Goldman,
Noemí; ¨Revolución, república, confederación (1806 – 1852)¨; en Nueva
Historia Argentina, Tomo III;
Sudamericana; Buenos Aires; 1999.
q Guerra,
Francois – Xavier; Modernidad e independencia; F.C.E., México, 1993.
q Hall,
John e Ikenberry, John; El estado; Alianza; Madrid.
q Heller,
Hermann; Teoría del Estado; Fondo de cultura económica; México; 1992.
q Hobsbawm,
Eric; ¨La izquierda y la política identitaria¨; en Apuntes de investigación;
Nº 2/3; CECYP; Buenos Aires, 1998.
q Hobsbawm,
Eric; ¨Nación, estado, etnicidad y religión: tranformaciones de la identidad¨,
en Anuario 16; Escuela de Historia, facultad de Humanidades y artes.
Universidad Nacional de Rosario; Rosario, 1994.
q Ibarguren,
Carlos; San Martín íntimo, el hombre en su lucha; Peuser; Buenos Aires.
q Instituto Nacional Sanmartiniano; Documentos para la
historia del Libertador General San Martín; Tomo VII; Buenos aires, 1955.
q Instituto
Nacional Sanmartiniano; Documentos para la historia del Libertador General
San Martín; Tomo VIII; Buenos aires, 1960.
q Instituto
Nacional Sanmartiniano; Documentos para la historia del Libertador General
San Martín; Tomo IX; Buenos aires, 1970.
q Instituto
Nacional Sanmartiniano; Documentos para la historia del Libertador General
San Martín; Tomo XII; Buenos aires, 1974.
q Instituto
Nacional Sanmartiniano; La conducción política del general San Martín durante
el protectorado del Perú. Buenos Aires, 1982.
q Lázaro,
Orlando; San Martín y Rosas; Tucma; Tucumán.
q Levene,
Ricardo; El genio político de San Martín; Kraft; Buenos Aires.
q Más,
José; San Martín, el austero; La Obra, Buenos Aires, 1950.
q Mitre,
Bartolomé; Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana¨;
Eudeba; Buenos Aires, 1977.
q Ortega,
Exequiel César; José de San Martín, doctrina, ideas, carácter y genio;
La Facultad; Buenos Aires; 1950.
q Oszlak, Oscar; La formación del estado argentino; Ed.
de Belgrano; Buenos Aires, 1982.
q Palcos,
Alberto; Hechos y glorias del general San Martín; El Ateneo, Buenos
Aires, 1950.
q Pérez
Amuchástegui, A. J.; Ideología y acción de San Martín; Eudeba; Buenos
Aires, 1966.
q Pérez, René;
¨Doctrinas de San Martín en el tema de las instituciones políticas¨, en Anales
de la Academia Sanmartiniana, V. 15; Instituto Nacional Sanmartiniano;
Buenos aires, 1993.
q Pérez, René; San
Martín en la teoría y la historia de las instituciones políticas; Buenos
Aires, 1.989.
q Portantiero, Juan Carlos y De Ipola, Emilio; Estado y
sociedad en el pensamiento clásico, antología conceptual para el análisis
comparado¨; Cántaro; Buenos Aires.
q Ramallo,
Jorge María; San Martín, las logias, la revolución social y su amor por
Buenos Aires. Fundación Nuestra Historia; Buenos Aires, 1998.
q Rojas,
Ricardo; El santo de la espada; Vida de San Martín; Eudeba; Buenos
Aires, 1978.
q Salas, Carlos
A.; Renunciamientos del capitán general don José de San Martín a la gloria,
al poder y a la riqueza; Instituto Nacional Sanmartiniano; Buenos Aires, 1973.
q San Martín,
su correspondencia (1823 – 1850); Assandri; Córdoba.
q Saussure,
Ferdinand de; Curso de lingüística general; Losada; Buenos Aires, 1982.
q Siri, Eros
Nicolás; San Martín, los unitarios y federales y el regreso del Libertador
al Río de la Plata en 1829¨; Peña Lillo; Buenos Aires, 1965.
q Terán Oscar; Michel
Foucault, discurso, poder y subjetividad; El cielo por asalto; Buenos
Aires, 1995.
q Yaben,
Jacinto; Efemérides Sanmartinianas; Instituto Nacional Sanmartiniano;
Buenos Aires, 1978.
q Yaben,
Jacinto; Por la gloria del General San Martín; Buenos Aires, 1950.
[2] Hobsbawm, Eric; ¨La izquierda y la
política identitaria¨, en Apuntes de investigación; CECYP; Nº 2/3;
Buenos Aires, 1998. Pág. 7 a 9.
[3] Instituto Nacional Sanmartiniano; Documentos
para la historia del Libertador General San Martín; Tomo VII; Pág. 181.
Oficio del General San Martín al virrey del Perú Joaquín de la Pezuela, después
de la batalla de Maipú, Santiago de Chile, 11 de abril de 1818.
[4] Chiaramonte, José Carlos; Ciudades,
provincias, Estados: orígenes de la Nación Argentina (1800 – 1846; Ariel;
Buenos Aires, 1997; Pág. 73.
[5] Pérez, René; San Martín en la teoría
y la historia de las instituciones políticas; Buenos Aires, 1.989. Pág.73.
[7]
Instituto Nacional Sanmartiniano; Documentos para la historia del Libertador
General San Martín; Tomo IX; Buenos aires, 1.970; Pág. 139. Carta de San
Martín a Joaquín de la Pezuela del 10 de noviembre de 1.818.
[8] Ortega, Exequiel; José de San
Martín, doctrina, ideas, carácter y genio; La Facultad; Buenos Aires,
1.950; Pág.221.
[10] Instituto Nacional Sanmartiniano; Documentos
para la historia del Libertador General San Martín; Tomo XII; Buenos aires,
1974.Pág. 16; Carta de San Martín a José de Artigas, Mendoza, 13 de marzo de 1819.
[11] San Martín, Su correspondencia (1823 – 1850);
Asandri. Córdoba. Pág. 147; Carta a Juan Manuel de Rosas, fechada en Grand
Bourg, el 10 de julio de 1839.
[12] Siri, Eros Nicolás; San Martín los
unitarios y federales; Peña Lillo, Buenos Aires, 1965. Pág. 76.
[13] Ramallo, Jorge María; San Martín,
las logias, la revolución social y su amor por Buenos Aires. Fundación Nuestra
Historia; Buenos Aires, 1998. Pág.91 y 92.
[15]
Guerra, Francois – Xavier; Modernidad e independencia; F.C.E., México, 1993.
Pág. 352.
[16] Instituto Nacional Sanmartiniano; Documentos
para la historia del Libertador General San Martín; Tomo VII; Pág. 523. Manifiesto de San Martín como general en Jefe de los
Ejércitos Unidos; Buenos Aires, 25 de junio de 1818.
[20] Instituto Nacional Sanmartiniano; La
conducción política del general San Martín durante el protectorado del Perú.
Tomo II; Buenos aires, 1982. Pág.15. Estatuto Provisional dado por el Protector
de la libertad del Perú.
[21] Palcos, Alberto; Hechos y glorias
del general San Martín, espíritu y trayectoria del Gran Capitán; El Ateneo;
Buenos Aires, 1950; Pág. 519.
[23] Instituto Nacional Sanmartiniano; La
conducción política..., citado; Tomo II; Pág. 4. Oficio de San Martín al
Ayuntamiento de Lima; 14 de julio de 1821.
[24] Galván Moreno, C.; Bandos y proclamas
del general San Martín, una exposición documental de su heroica gesta
libertadora; Claridad; Buenos Aires. Pág. 213.
[26] San Martín, su correspondencia...,
citado; Pág. 138. Carta a Vicente López; Bruselas, 12 de mayo de 1830.
[27]Ibídem;
Pág. 157. Carta a Juan Manuel de Rosas; Boulogne Sur Mer, 2 de noviembre de 1848.
[29] Yaben, Jacinto; Por la gloria del
General San Martín; Buenos Aires, 1950; Pág. 442. Carta a Tomás Guido;
Bruselas, 6 de enero de 1827.
[31] ¨De Gandía, Enrique, San Martín, su
pensamiento político; Pleamar; Buenos Aires, 1964; Pág.329.
[34] Bobbio, Norberto y Matteucci, Nicola; Diccionario
de política; Siglo XXI; México, 1986. Pág.1075
[35] Anderson, Benedict; Comunidades
imaginadas, reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo;
Fondo de Cultura Económica; México, 1991.
[36] Oszlak, Oscar; La formación del
estado argentino; Ed. de Belgrano; Buenos Aires, 1982. Pág. 16.
[38] Portantiero, Juan Carlos y De Ipola,
Emilio; Estado y sociedad en el pensamiento clásico, antología conceptual
para el análisis comparado¨; Cántaro; Buenos Aires.