Disertación Colegio de Médicos de Santiago del Estero
19 de julio de 2011
María Mercedes Tenti
Cuando llegaron los españoles al noroeste argentino, se encontraron con una zona densamente poblada. El actual territorio santiagueño estaba habitado por pueblos originarios de procedencia, modos de vida y lenguas distintas. Sin embargo los confundieron entre sí y los designaron genéricamente juríes. Este nombre proviene de xuri, voz quechua que significa ñandú, denominación que les dieron los españoles a los nativos, que vestían con una especie de delantal de plumas de avestruz y que se desplazaban en verdaderas "bandadas". Por este motivo llamaron a la región como de "los juríes". Pero, en realidad, los pueblos que allí habitaban eran completamente distintos.
El grupo étnico más importante era el de los tonocoté, que habitaba en la mesopotamia santiagueña –entre los ríos Dulce y Salado-, hace unos 1000 años. Eran agricultores, aunque combinaban esta práctica con la caza, pesca y recolección. Cultivaban maíz, zapallo y porotos. Vivían en aldeas ubicadas en prominencias artificiales denominadas túmulos, a la orilla de los ríos. Las chozas eran de planta circular o rectangular, con techos a dos aguas. El poblado estaba rodeado de palos a pique como defensa de los ataques de los pueblos invasores. Eran hábiles tejedores, hecho que fue aprovechado por los españoles para hacerlos trabajar en los obrajes de paños, cuando se introdujo el algodón en el Tucumán, sometidos al sistema de encomiendas. Teñían las fibras de vivos colores. Conocían la alfarería y fabricaban diversos utensilios de cerámica como pucos, urnas funerarias, vasijas, jarras, pipas, ocarinas, silbatos, etc., decorados de distintas formas y colores, grabados o pintados. También fabricaban diversos objetos de hueso como agujas, flechas, quenas, etc. En algunas zonas del río Salado se han encontrado objetos de metal como campanillas, punzones, cuchillos, pectorales, pinzas y otros, que nos hablan del contacto activo de estos pueblos con los de culturas andinas, que conocían la metalurgia.
Antes de la llegada de los españoles, grupos de pueblos huárpidos chaqueños comenzaron a desplazarse hacia el oeste y el sur, empujando y sometiendo a las tribus allí asentadas. Eran los lules, belicosos, nómades, que vivían de la caza, pesca y de la recolección de frutos y raíces silvestres. En su avance se pusieron en contacto con pueblos agricultores y así aprendieron a cultivar, aunque lo hacían temporariamente.
Los sanavirones se ubicaban al sur de los tonocotés, en la zona baja del río Dulce hasta la laguna de Mar Chiquita. Eran sedentarios y agricultores, aunque también cazaban, pescaban y recolectaban. Eran buenos alfareros y en la zona que habitaron se encontraron importantes yacimientos arqueológicos con restos de cerámica y petroglifos. También fueron encontrados gran número de torteros, usados para hilar, que nos hablan del desarrollo de la tejeduría. Enterraban a sus muertos en urnas funerarias. Vivían en casas grandes que albergaban a varias familias y estaban semi enterradas, por falta de madera y para abrigo en el invierno. Se agrupaban en aldeas.
No se tiene certeza que los pueblos originarios, ubicados en el actual territorio de Santiago del Estero, hayan sido dominados por los incas. El contacto llegó mediante la lengua quechua, expandida por las zonas altas e introducida a Santiago por los españoles, a través de los lenguaraces con los que se comunicaban con los pueblos sometidos.
La conquista y población del antiguo Tucumán guardó relación estrecha con el espíritu moderno de toda la conquista de América. Hombres provistos de aliento conquistador y medieval que partieron en busca de posibilidades de enriquecimiento y ascenso social, forjaron los hábitos y técnicas de apropiación y colonización territorial. La expansión de los europeos por el continente en busca de metales preciosos, pareció llegar a su fin, al sur del imperio incaico.
A partir de 1535 al disminuir el ritmo -antes vertiginoso- de la expansión territorial española en América, luego de las conquistas de México y Perú, sobrevino la conquista más difícil de territorios con poblaciones en estadio cazador-recolector asociados a agricultura incipiente, de menor densidad y de estructuras políticas y sociales más débiles. La expansión se precipitó como consecuencia de las guerras civiles del Perú y de la necesidad de desembarazarse de los conquistadores sin empleo, aventureros, soldados y mestizos, sin ocupación, que podían volver a perturbar la paz colonial. De allí la extensión de la conquista a lo largo de la costa del Pacífico, por Chile, y la internación por la región del Tucumán, expandiéndose por el sur en búsqueda del puerto atlántico. Ambas regiones respondían a las necesidades del Perú minero. Si bien la exigencias del momento incitaban a los gobernadores del Perú a ‘descargar la tierra’ para aminorar la tensión social, al poco tiempo la acción adquirió otro valor: el de empujar las fronteras, incorporando nuevos territorios.
En 1536 Diego de Almagro había incursionado por la región del Tucumán en su paso para Chile. Pero, la primera expedición que penetró en territorio santiagueño, con genuinos deseos de conquista, fue la de Diego de Rojas. El gobernador del Perú, Cristóbal Vaca de Castro, nombró a Rojas, que había sido gobernador de La Plata (Charcas), para reconocer la región del Tucumán. En 1543 partió desde el Perú con unos cien hombres. Luego debía seguirle Gutiérrez y más tarde Heredia. Pasó por el valle Calchaquí y los llanos tucumanos; Tras continuos enfrentamientos con los aborígenes, penetró en territorio santiagueño por las sierras de Guasayayán,
En la zona de Maquijata, en un enfrentamiento con los tonocotés, Rojas fue herido en una pierna con una flecha probablemente envenenada y finalmente murió. La expedición siguió por el país de los diaguitas, recorriendo las actuales provincias de Catamarca, La Rioja y norte de San Juan, hasta entrar en Córdoba y continuar rumbo al Paraná. En esta primera entrada se levantaron, en tierras de indios, reales y fuertes de efímera existencia. La importancia de esta empresa reside, en que fue la primera que realizó un reconocimiento efectivo de la región del Tucumán, base para expediciones pobladoras posteriores.
El movimiento de expansión y ocupación del espacio se explica como respuesta a vastos intereses privados. Lo hizo la corona, de acuerdo con particulares decididos a arriesgar sus capitales en el sometimiento de los nuevos territorios, a cabio de beneficios económicos; Para ello firmaba capitulaciones -instrumento legal-contractual. En otros casos, aventureros y soldados decidían, por su cuenta, la empresa. Si bien las capitulaciones eran firmadas generalmente por un solo hombre, por detrás había socios capitalistas que costeaban las sociedades de conquista y participaban de sus beneficios.
Tal el caso de la entrada de Diego de Rojas, solventada por el propio Rojas, más Felipe Gutiérrez y Nicolás de Heredia, con un aporte de 30.000 pesos oro, cada uno, suma muy considerable para la época. También invirtieron montos similares o mayores otros conquistadores como Jerónimo Luis de Cabrera, Juan Núñez del Prado y Francisco de Aguirre. La carga económica recaía enteramente sobre quien capitulaba. En las probanzas de méritos y servicios de los conquistadores constaban las sumas invertidas por cada uno de ellos. Los costos de la jornada explican por qué las capitulaciones fueron siempre firmadas con personajes de caudales y alguna figuración, ya que el que capitulaba financiaba el grueso de los gastos, además de costear el equipo de los pobres y endeudados, que debían reembolsarlo al repartirse el primer botín. Había también quienes se pagaban su propio equipo y armamentos y el de otros combatientes.
Las condiciones en que se estipulaba la participación pesaban en el momento de repartir los premios. Si bien la adjudicación de mercedes de tierra, encomiendas de indios o cargos de gobierno podía recaer en guerreros de lucida actuación en el campo de batalla, frecuentemente se distinguía a la jerarquía económica del militar, que había convenido de antemano la categoría que asumiría en el reparto.
Los españoles tendían a extenderse sobre espacios desmesurados cuando el número de indios no colmaba las ambiciones de encomiendas, por ello era importante contar con cierto número de soldados que les garantizara oposición a la resistencia indígena. Muchas veces la soldadesca constituía un foco de presión que estallaba a menudo en disturbios y conspiraciones, como sucedió con la expedición de Diego de Rojas y la de Núñez del Prado.
El carácter privado de la expansión entrañó la obligación de premiar a los responsables de la avanzada conquistadora sobre los vastos espacios vacíos. El régimen de recompensas fue establecido en función de la necesidad de incentivar el interés por la riesgosa aventura, aunque apareciera como un reconocimiento de servicios. Las mercedes, de corte señorial, fueron provistas por el mismo conquistado: indios y tierras. Las encomiendas constituían el premio más codiciado. Las disputas suscitadas en torno de ellas creaban rencillas y litigios permanentes. Cada cambio de gobernador presuponía el cambio de titular de numerosas encomiendas. Los indios encomendados fueron uno de los móviles principales de la población en territorio del Tucumán, además de la pregonada expansión de la fe cristiana.
Debemos entender la conquista del Tucumán y la fundación de Santiago del Estero como el resultado de la necesidad de ampliar las fronteras y anexar territorios, que iban a ser a la vez proveedores y contrafuertes para el desarrollo y la seguridad del Perú que, por su producción de plata, era una pieza vital del imperio. La entrada de Rojas, de una duración de tres años y medio, permitió dar una información muy valiosa sobre la región central y norte de nuestro país.
A mediados del siglo XVI, el Licenciado La Gasca acababa de poner fin a una guerra civil en el Perú y se veía en la necesidad, como antes Vaca de Castro, de emplear a la soldadesca que se encontraba desocupada y promovía desórdenes. Por ello encomendó a Juan Núñez de Prado que organizara una expedición y fundara una ciudad para proteger el camino a Chile y para que se informase de las probabilidades de ocupación del territorio y facilitara el descubrimiento de la ruta al Río de la Plata.
Núñez de Prado partió de Potosí con doscientos hombres y el 29 de junio de 1550 fundó una ciudad en el valle de Gualán -actual territorio de la provincia de Tucumán- y le puso por nombre El Barco, en honor a La Gasca que había nacido en El Barco de Ávila, en España. Realizó el trazado del poblado, conformó el Cabildo y distribuyó los indios en encomiendas.
Estando allí instalado se planteó el primer conflicto de jurisdicción con tropas chilenas, que al mando de Francisco de Villagra, obligaron a Núñez a reconocer la dependencia de su ciudad respecto de la gobernación de Chile. Una vez que se retiraron Villagra y sus hombres, Núñez de Prado desconoció su autoridad y decidió trasladar la ciudad. En 1551 la ubicó en el valle de Quiriquiri -actual provincia de Salta- y cambió su nombre por el de El Barco del Nuevo Maestrazgo de Santiago. Poco duró en esta ubicación ya que al año siguiente, por los ataques continuos de los naturales y cumpliendo órdenes de las autoridades del Perú –ante la inseguridad de saber en qué jurisdicción se encontraba- la trasladó en 1552, a orillas del río del Estero - hoy río Dulce-, cerca de la actual Santiago del Estero.
El gobernador de Chile Pedro de Valdivia, por creer que El Barco estaba dentro de sus territorios, designó gobernador de esta ciudad a Francisco de Aguirre -destacado capitán que había luchado en Europa y América- y lo envió a tomar posesión de ella. Su objetivo era unir en una sola gobernación toda la tierra existente entre el Atlántico y el Pacífico, desde La Serena hasta el Río de la Plata.
Aguirre, apenas llegó a territorio santiagueño en mayo de 1553, se apoderó de la ciudad, designó otras autoridades, organizó un nuevo cabildo, distribuyó nuevas encomiendas, apresó a Núñez de Prado que estaba explorando en las cercanías, lo envió prisionero a Chile y decidió trasladar la ciudad a corta distancia de su antigua ubicación, por estar demasiado expuesta a las crecidas del río. Así lo hizo el 25 de julio de 1553 y, finalmente, le puso por nombre Santiago del Estero. Con la fundación de Aguirre comenzó el proceso de asentamiento hispano en forma estable en la región.
Mudar la ciudad implicaba riesgos: elegir nuevo lugar, lograr la adhesión, consensuada o por la fuerza, de los capitulares -o cambiarlos como se hizo en el caso de Santiago del Estero- alterar la distribución de solares y los repartimientos de indios, etc. Si a esto sumamos que era la única ciudad existente en la zona, razón por la cual tenía que resolver sola los problemas de abastecimiento, provisiones, armas y hombres, podemos imaginarnos que los primeros años debieron ser muy difíciles. Así lo atestiguan los documentos: fueron de extrema dureza para los pobladores, que se veían obligados a alimentarse con insectos, hierbas y raíces y a vestirse con cueros de venados, además de estar permanentemente acosados por la hostilidad de los indígenas.
La importancia de fundar una ciudad en estas tierras bajas, además del pleito jurisdiccional, radicaba en instalar un poblado en una zona habitada por pueblos originarios numerosos, que ofrecieron poca resistencia, a diferencia de los diaguitas y calchaquíes, de las tierras altas, que continuaron rebelándose por más de un siglo.
La explotación del territorio se asentaba en el aprovechamiento de la mano de obra indígena. Los pueblos sometidos eran convertidos en tributarios, es decir, que estaban obligados a pagar tributos a la corona, como todo súbdito, prestando trabajo o contribuciones, en especie o en dinero. Los funcionarios reales fijaban los montos y cobraban. La forma más común de recaudación fue mediante la implantación del sistema de encomiendas. Mediante este sistema la corona transfería a un español (generalmente en reconocimiento a sus servicios) el derecho a cobrar el tributo que los pueblos indígenas debían pagar a la corona. Como la conquista había sido financiada por los propios conquistadores, a quienes el rey otorgaba el derecho a percibir el tributo que las comunidades indígenas debían pagar a la corona, el otorgamiento de tierras o de encomiendas, aparecía como una forma de compensación. A cambio, el encomendero debía velar por los indios y convertirlos al catolicismo.
A pesar de ello, las obligaciones de los indígenas no terminaban con estas prestaciones directas. También eran sometidos a la mita –prestación copiada a los incas-, por la cual en una cantidad fija de días anuales, las comunidades debían mandar grupos de indios para realizar determinado tipo de servicios, que podía ser en la agricultura, recolección de miel, algarroba y cera o el hilado de tejido de algodón. Con ello pagaban la tasa al encomendero. También realizaban la mita de plaza, con la que contribuían en las construcciones y en la limpieza y cuidado de las obras públicas en las ciudades. Cuando se desarrolló la explotación minera en el Alto Perú, extraían nativos de la región para el trabajo en las minas.
Otra forma de servicio fue el yanaconazgo, servidumbre personal perpetua de un español, sobre un indígena desarraigado de su pueblo. Muchas veces eran capturados en acciones de guerra o en correrías sobre los poblados indígenas. Estos yanaconas actuaron como mediadores entre la cultura española y los indígenas. Se piensa que ellos fueron los que introdujeron el quichua en Santiago del Estero.
Los abusos de los encomenderos con este sistema de dominación, especialmente con las encomiendas en los obrajes de paño, en donde hilaban, en particular las mujeres, llevó a que se promulgasen ordenanzas protectoras, la mayoría no acatada por los conquistadores.
Una vez fundada Santiago del Estero, desde Chile se continuó impulsando la población del Tucumán y desde la nueva ciudad partieron numerosas expediciones fundadoras. Así se fundaron San Miguel de Tucumán, Nuestra Señora de Talavera de Estero –que luego fue abandonada- y Córdoba. Los problemas de jurisdicción entre Chile y Perú por la posesión del Tucumán concluyeron cuando el rey Felipe II, por Real Cédula de 1563 creó la Gobernación del Tucumán, dependiente en lo político del Virreinato del Perú y en lo judicial de la Audiencia de Charcas. A partir de entonces se desarrolló una política fundacional con objetivos precisos que eran: consolidar las fundaciones en el noroeste para una mejor unión con el Perú por Charcas y buscar una salida hacia el océano Atlántico que permitiera una comunicación más directa con España: Así se fundaron Salta, La Rioja, San Salvador de Jujuy y San Ferrando del Valle de Catamarca. Si bien hablamos de ciudades, en todos los casos se trataba de humildes villorios compuestos de casas precarias, rodeadas de palo a pique para frenar el ataque de los nativos, habitadas hacia el siglo XVI por no más de 250 vecinos españoles, que participaban, a su vez de las expediciones exploradoras y fundadoras y que eran encomenderos de varias decenas de miles de tributarios indígenas.
Se considera a Santiago del Estero ‘madre de ciudades’ porque desde aquí partieron expediciones que fundaron numerosas ciudades en el noroeste argentino. Por ello corresponde a Santiago, no sólo el mérito de ser la ciudad más antigua del país, sino también el de haberle dado un sinnúmero de ‘hijas’, muchas de las cuales subsisten en la actualidad y son pujantes cabeceras de provincias, mientras que otras desaparecieron como consecuencia de los avatares de la conquista. En realidad la formación de un modesto conjunto de asentamientos organizados en cabildos de vecinos fue el resultado de un lento proceso de fundaciones, destrucciones y traslados de ciudades que continuó aún durante el siglo XVII.
Santiago del Estero fue la primera ciudad mediterránea destinada a perdurar. La instalación en la gobernación de Tucumán tuvo características comunes y similares a las de otras áreas periféricas de las posesiones españolas y la continuidad de sus ciudades estuvo vinculada a la capacidad de administrar el trabajo indígena, para hacer producir las tierras en virtud de las demandas altoperuanas.
Además de las encomiendas, los nativos eran agrupados en los denominados pueblos de indios, en particular, luego de sancionadas las ordenanzas de amparo de Abreu y de Alfaro. Los más importantes de la zona fueron los de Soconcho y Manogasta. Estos pueblos fueron destinados a la producción textil en los obrajes de paño. Pese a que los tributarios en sentido estricto eran los varones entre 15 y 50 años, el trabajo textil lo realizaban en particular, las mujeres. Tanto los pueblos de indios como la mita llevaron a la desestructuración de las comunidades aborígenes. Otra encomienda importante fue la de Maquijata. Allí también producían hilados, además de ocuparse de la agricultura y de la cría de ganado.
La producción textil, sobrecamas, ponchos, alpargatas, calcetas constituían la denominada moneda de la tierra. Era un producto de intercambio que se direccionaba hacia Potosí para proveer de indumentaria a los indios que allí trabajaban. Asimismo, el primer obispo efectivo de diócesis del Tucumán, creada en 1570, con sede en Santiago del Estero, Francisco de Victoria, llegado a Santiago recién en 1582, fue quien inauguró la ruta comercial por el Atlántico con salida a través del puerto de Buenos Aires, buscando una nueva puerta hacia Europa, que no fuese la tradicional y larga, por el Pacífico a través del Perú.
La expedición que partió de Buenos Aires el 2 de setiembre de 1587, fue la primera asentada en el Libro de Tesorería de Buenos Aires y en él constan los productos exportados provenientes de Santiago del Estero: sayales, lienzo, telilla, cordobanes (ponchos), frazadas, costales, sobrecamas y lana. A sólo 34 años de la instalación de la ciudad por Francisco de Aguirre, lo producido en el Tucumán, no solamente servía para el abastecimiento de la población, sino que producía excedentes que eran comercializados hacia Potosí. Por ello se celebra el 2 de septiembre como el día de la industria. La industria argentina nació a la sombra de los telares santiagueños
Cuando los españoles ocuparon el territorio del Tucumán, la desigualdad numérica entre blancos e indios era muy grande. Un puñado de hombres consiguió sojuzgar a miles de naturales gracias a las armas de fuego y a la organización militar, sin dejar de lado la labor evangelizadora que colaboró con la empresa conquistadora.
Diego de Rojas entró con 200 hombres, Núñez de Prado con 70, Francisco de Aguirre con un número aproximado, Juan Ramírez de Velazco pobló La Rioja con unos 60 hombres y Diego de Villarroel fundó Tucumán con 50, llevados desde Santiago del Estero. Si comparamos las cifras con los aproximadamente 200.000 indios que habitaban el Tucumán, según los cronistas, podremos inferir la evidente superioridad numérica de los aborígenes, a pesar de lo cual fueron sometidos, gracias a las armas de fuego y al uso del caballo, especialmente.
Si bien llegaron nuevos contingentes de españoles, muy pocos de los cuales trajeron sus familias (mujeres e hijos), la mayoría tuvo su descendencia del fruto de uniones, deseadas y no deseadas, con las indias. Este proceso permitió la conformación de una nueva sociedad caracterizada por el mestizaje. Santiago del Estero, estaba ubicada, en un primer momento, en un lugar estratégico, lejos de las tierras altas difíciles de dominar, en zona llana, con dos ríos caudalosos y paso en la salida hacia el Atlántico. Sirvió de polo económico por la producción de excedentes producto del uso intensivo de la mano de obra servil. Fue sede de la burocracia, del primer cabildo y centro religioso, sede del obispado, donde se alzaron las primeras iglesias.
La ciudad era, según el concepto hispánico de pueblo o ciudad, una comunidad socio-política. Un pequeño núcleo urbano poblado en un vasto y mal controlado espacio, con una periferia que constituía la campaña, con fincas, huertas, chacras y estancias, además de los pueblos de indios y luego de las reducciones. Era también una comunidad humana, un lugar de gestión y dominación vinculado a la primacía social del aparato político-administrativo.
Con el correr del tiempo, Santiago del Estero fue perdiendo su importancia frente a otras mejor ubicadas, situación que llevó al cambio de sede de la conducción política y religiosa. Su composición social también se modificó cuando se introdujeron negros africanos como mano de obra esclava, en reemplazo de la indígena que tendía a desaparecer como consecuencia de los enfrentamientos y enfermedades. A pesar de ello, su primacía urbana le cabe a Santiago del Estero, como la primera ciudad fundada en el actual territorio argentino, que permanece hasta la actualidad.